miércoles, mayo 02, 2007

El sentido de morir por Fernando Trías de Bes

El sentido de morir Fernando Trías de Bes EL PAIS SEMANAL - 20-04-2007

El culto a la vida, la juventud, la salud, el bienestar y la felicidad inundan nuestra vida, así que resulta difícil hablar sobre la muerte sin ser tachado de inoportuno. "Es domingo, por favor, no me hable de la muerte ahora. Mañana tampoco, es lunes? Muerte, mal rollo. Paso página. Quiero sensaciones, estímulos, sentirme vivo, leer la página de deportes, desconectar de la realidad?". Como diría Jordi Pujol, hoy no toca. Es lógico. Nunca hay tiempo para este asunto al que esquivamos como a un acreedor.
No es mi intención amargarle el día. Todo lo contrario. Quisiera abordar una cuestión que a todos nos pasa por la cabeza, pero que también todos rechazamos: que algún día vamos a morir. En cierta ocasión, Iñaki Gabilondo me dijo: "Todo el mundo sabe que un día morirá, pero casi nadie se lo cree". Es cierto. Piénselo. Usted cuenta con que algo evitará su muerte; no sabe qué, pero algo, porque no se imagina ajeno a sí mismo. "Vivimos esta vida como si llevásemos otra en la maleta", dijo Hemingway.

Inmortales. Me gustaría plantear una pregunta extraña: ¿de qué sirve morirse? Responder no es sencillo. Así que pensemos lo contrario: que, a pesar de envejecer, no nos muriésemos nunca (como en Las intermitencias de la muerte, de Saramago). Imagine una existencia sin final, levantarse día tras día a sabiendas de que siempre habrá un mañana, que no podrá dejar de respirar, de trabajar, de enfermar y sanar. Ante un futuro sin final, la mayoría exclama: "Sería horroroso que esto no acabase nunca?, sería incluso peor que morirse". Eso no significa ser infeliz o desdichado. Una vida sin final sería insufrible porque nadie puede escapar a la insoportable levedad del ser, como dijo Kundera. Sólo soportamos "ser" si algún día habrá un "no ser".

Una vida sin sentido. La muerte, entre muchas otras funciones, tiene la misión de dar sentido a la vida. Una vida sin final sería una vida sin sentido. Morir supone un compromiso con nosotros mismos. No hay segundas oportunidades, Life is not a rehearsal (La vida no es un ensayo), como se titula el libro de David Brudnoy. La vida es una obra de teatro de una única representación y por eso vale tanto la pena. Gabilondo me dijo también que las personas con mayor grado de conciencia sobre la certeza de su muerte son las más realizadas: se entregan en mayor medida a lo que les llena. La vida no es un ensayo, así que no la desperdician.

Raymond A. Moody, en su libro Vida después de la vida, analizó las experiencias de personas declaradas clínicamente muertas y luego reanimadas. Su obra fue una convulsión en Occidente, al hablar de pervivencia de la conciencia tras la muerte física. Sus tesis fueron tachadas de alucinatorias por la comunidad científica. Eso nos lleva a la eterna e irresoluble pregunta de si hay algo después de la muerte. Es lo que más nos preocupa a todos. Aunque no acabo de entender por qué. Me explicaré. Cuando nos muramos, pueden pasar dos cosas: a) que no haya nada, o b) que haya algo.

En el primer caso significa que se acabó. Fin. Game over. Se acabó usted, se acabó yo, se acabó lo que se daba. Si después no hay nada, la única pregunta que tiene sentido formularse es si uno modificaría su vida actual. Piense la respuesta. Imagine que tuviese la certeza de que tras la muerte no hay nada más. ¿Viviría diferente? ¿Cambiarían sus valores? ¿Su moral? ¿Dejaría a su pareja? ¿Se tornaría despiadado? ¿Violento? La verdad, creo que no. Que seguiría siendo más o menos igual de bueno, malo, generoso, egoísta, triste y alegre? Si vive del modo que vive es porque así tiende a sentirse bien. Lo que uno desea es estar bien consigo mismo, y basándose en eso actúa. La segunda opción es que haya algo tras la muerte: reencarnación, resurrección, unión con Dios, paraíso? No lo podremos averiguar hasta que muramos, así que lo mejor es esperar y, mientras, vivir como mejor nos sintamos, estar bien con nosotros mismos, que es lo que ya hacemos y lo que haríamos si no hubiese nada tras la muerte. O sea, que tanto si hay algo después como si no lo hay? ¡la decisión es la misma!: vivir conforme a los propios valores.

Voluntad de ser. Me gustaría acabar con algo que no puedo demostrar, pero en lo que creo: morir, en el sentido metafísico, es una decisión. La última que tomamos con vida. La psicóloga Françoise Doltó sostiene que cuando somos concebidos confluyen tres voluntades humanas (sin entrar a considerar si hay alguna divina): la de nuestro padre y nuestra madre, y? nuestra propia voluntad de ser. Nuestra apariencia física depende de uno entre millones de espermatozoides con un óvulo determinado. Es fortuita. Pero nuestra voluntad de vivir no puede serlo. Nuestra voluntad de ser y vivir es, según Doltó, independiente de nuestro cuerpo. Bien, es sólo una hipótesis (imposible de demostrar). Pero si fuese cierta, podemos inferir que morir es una decisión que emana de nuestra voluntad. Nadie quiere morir, entiéndanme, me refiero a que el acto de morir va más allá de lo fisiológico. El corazón no lo detenemos con la voluntad; si nos matan, tampoco hay voluntad de morir. Pero, de ser verdad que nuestra voluntad decide unirse a un cuerpo determinado en el momento de nuestra concepción, para abandonarlo también ha de ser esa voluntad la que actúe. Quizá nuestra conciencia no sea más que esa voluntad. Por ello, morir no sólo tiene sentido, sino que es lo que da sentido a nuestra vida. Es el momento cumbre de nuestra voluntad, nuestro acto más libre y, por ende, la mayor liberación. Feliz domingo.
Fernando Trías de Bes es profesor de Esade, conferenciante y escritor.

1 comentario:

Revodarx dijo...

Saludos! hace mucho que no pasaba por aquí, y justamente me ha parecido muy interesante el artículo. He hecho una pequeña crítica en mi blog, espero que la pueda leer y comentarme.

Atentamente,

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