miércoles, julio 18, 2007

LA RISA, ENEMIGA DEL PODER por Gabriel Syme

LA RISA, ENEMIGA DEL PODER Gabriel Syme Madrid
«¡Ay, de los que reís ahora, porque tendréis duelos y lloraréis!» (Lucas 6,25)

El primer argumento a favor de la risa lo encontramos en el descrédito que tiene entre los enemigos de la vida y los afectos a una vida sacrificada; el ciego enemigo de Guillermo de Baskerville, Jorge de Burgos, en «El nombre de la Rosa» esconde la obra de Aristóteles referida a la comedia pues considera a la risa «un viento diabólico». «El monje -asegura- no debe decir palabras vanas y tampoco reír». ¡Qué enorme cantidad de monjes encontramos hoy en día!. Todos aquellos entregados con tanto fanatismo a un Proyecto que consideran a la risa un estorbo para la seriedad que su discurso pretende. La buena risa es un arma con un sólo objetivo en el punto de mira: el monoteísmo y sus criaturas. Los siervos de lo único nunca podrán recuperar la buena risa para apuntalar sus fines.
La risa danza y mata. Mucha parte de sufrimiento hay en el hombre por llevar cargas ajenas. La buena risa nos libera de tales fardos, aligera y por tanto alegra y acrecienta nuestra fuerza. Aprender a reír es aprender a bailar sobre el espíritu de la pesadez: el juicio, la Finalidad, el Proyecto serio, el trabajo, lo inauténtico, las jerarquías, la mercancía... las obligaciones, en suma.
«Aprended a reíros de vosotros sin preocuparos de vosotros». La buena risa se opone al resentimiento, pues camina acompañada de la alegría. Quien no sabe reír, más que aligerarse, se vacía con sus carcajadas, y quien sabe hacerlo demuestra su amor propio: tras la buena risa hay una conciencia tranquila. Quiero recordar aquí el argumento que el ciego asesino guardó hasta el final: «La risa mata el miedo, y sin miedo no puede haber fe, porque sin miedo al diablo ya no hay necesidad de Dios». Realmente el ciego acierta de pleno. Todos los poderes fundados sobre la ilusión, la impotencia y el miedo, es decir, sobre las pasiones tristes, han de temer a la risa muy mucho. La disolución del poder corre paralela a la pérdida de su capacidad para dar miedo; el fantasma de Canterville es un buen ejemplo de ello, y también de algo más: el verdadero rostro del poder es tan ridículo como nuestros temores una vez ya superados. La risa es la mañana que invierte la perspectiva del Poder, noche donde todos los monstruos respiran a costa de nuestras tristezas. La Muerte es el Enemigo y la risa una aliada.

EL ROL CONTRA LO VIVIDO
El rol son aquellas actitudes coaguladas en un personaje con vida limitada a la apariencia. Ese fantasma es un conjunto de afirmaciones casi coherentes entre sí que responden a un mismo acicate triste: temor, vanidad, ambición... El rol es la interiorización de las estructuras del Poder, la victoria particularizada de las pasiones tristes que nos coloca «en la representación jerárquica; arriba, abajo, en medio, pero nunca más acá o más allá».
El rol fija e inmoviliza unos comportamientos, unas actitudes, unas opiniones, una forma de ser y un carácter. Esto se demuestra en lo vergonzoso que es para uno reconocer cambios de opinión (y aún más: reconocerlos argumentándolos). Los políticos profesionales dependen del rol («Pues vaya, ahora se ha pasado al partido contrario, ya te decía yo que no era de fiar...»). Precisamente quien no es de fiar es aquel que mantiene invariablemente sus opiniones, pues estas no serán ya más que convicciones.
Lo vivido que hay en lo lúdico del pensamiento se pierde si vence ese Rostro único que es el rol.
Los psico y sociopolicías refuerzan los roles: las encuestas, los tests, los aficionados a clasificar a sus conocidos, la opinión pública y su tendencia a la ubicuidad, son los ladrillos que me emparedan en un yo muerto con un nombre de carcelero.
Propio es del ánimo alegre preocuparse de sí mismo y de lo que en los demás es suyo por aumentar su alegría, y así no agobiar al prójimo con culpas («pues una vez me dijiste otra cosa», «cuánto has cambiado», «eres tal o cual o deberías serlo o lo dejaste de ser»). Esos «ser» no son sino un ancla que nos impide zarpar hacia la dudosa tierra de lo múltiple en la que sólo pondrán pie quienes atraviesen con éxito el mar abierto de la libertad y sus riesgos. Difícil travesía, saboteada en lo posible por las sirenas del monoteísmo: banderas, ideologías, roles, nacionalismos, uniformes de soldado del Orden o militantes de la Revolu-ción...
Como explica Raoul Vaneigem, el Poder está en mi casa y yo en la suya, evitar por tanto los roles equivale a suicidarse: «El rol espectacular exige una adhesión; el rol lúdico, por el contrario, postula una distancia, una retirada desde la que capta jugando y libre». Es decir: los que consumen roles de manera optimista se identifican con su envoltura, no admiten bromas y matan poco a poco su diversidad interna. Por otro lado, las mentes lúcidas que desprecian el rol adoptan uno lúdico: ser no siendo, guardando la última carcajada. ¿Qué encubre la identificación? Obvio: la pobreza de la vida. Quien no es nada necesita, para evitar burlas y depresiones, afirmarse a los demás mediante el rol: «no me aguanto, pero al menos soy español» (o vasco, o gallego, o negro, o blanco, o drogadicto, o Revolucionario, o policía...)
Es el humor quien abre la brecha entre mi rol y yo, entre lo único y la esencia diversa, es el humor quien posibilita el juego y ayuda en la lucha contra los amigos de fijar el pensamiento encadenándolo al autor: «Yo no soy marxista» (Marx). Mientras, el Poder, es decir, lo serio, lo cerrado, momifica la creación encerrándola en celdas marcadas con etiquetas para cadáveres: historia, sociología, antropología...

DE COMO EL HUMOR MATA EL ROL O LA VIDA DE BRIAN
Los Monthy Python juegan admirablemente con roles que petrifican en la vida real: El Mesías, El Discípulo, El Terrorista, El Soldado, El Dirigente..., nos muestran cómo son los roles en la perspectiva del humor: condenados a muerte que silbotean y cantan, soldados que se ríen de su señor, terroristas (de increíble parecido a los reales) que se matan entre sí...
Sólo Brian está cuerdo. Los demás juegan su rol idiota con absoluta seriedad (como en la vida real), actúan con coherencia a unos principios estúpidos (cada actor de los M. P. encarna a varios personajes como en un sueño y el sueño es la inversión de perspectiva por excelencia). La soledad de Brian es absoluta (¿Cómo comunicarse con envolturas fanáticas?). Sin embargo, al final los habitantes del reino de la locura sugieren un juego alrededor del fuego de otra cordura, una cordura lúdica. La cancioncilla final desvela quizá un truco. ¿Quién está pues en sus cabales? La sociedad espectacular (a cada cual un rol), no podría soportar un comportamiento lúdico generalizado con estos caparazones. Todavía es muy necesario que seamos coherentes y razonables y equilibrados y absolutamente locos o absolutamente cuerdos, que pensemos para siempre lo mismo y que en nuestro saber no haya ninguna carcajada. De no ser así, la organización de lo limitado y lo único se vendría abajo. El poder no tolera niños sensatos.
La seriedad con la que los guardianas del templo del Espectáculo encubren la falta de vida, con todo lo de múltiple que hay en la vida, se disuelve a golpes de carcajada.
La ideología del progreso, aquella que señala un arriba y un abajo, necesita puntos unidireccionales y unidimensionales en su perspectiva. Es decir, una manera de ver las cosas, la del Poder y nada de aspirar a lo múltiple y auténtico. La variedad de subjetividades es mayor cuanto menor es el Poder separado.
Frente a la Muerte que nos gobierna, libertad de lo nuevo y lo posible. Crear situaciones no es otra cosa que abrir la puerta a lo que no está hecho, a lo que no está dirigido por jefes o Dioses. Mejor dicho, la situación admite todos los dioses imaginables, todas las corduras posibles, excepto aquellas que amenazan lo plural; ideologías, nacionalismos, banderas o jerarquías son destruidas por la situación en defensa propia, por cortesía. Destruidas sin amargura ni odio, pues «nuestra enemistad debe ser un medio para aumentar nuestra alegría».
Los Monty Python han despejado el camino a la rebelión contra el deber-ser, el hay-que o el tienes-que. La risa grita: «el rey está desnudo» y si la carcajada se contagia el rey muere.

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