viernes, marzo 20, 2009

'Decálogo para formar un delincuente'. 'Reflexiones de un juez de menores'. Emilio Calatayud. Una bofetada a tiempo es una victoria

Emilio Calatayud, conocido por sus sentencias educativas y orientadoras, ha publicado un libro: 'Reflexiones de un juez de menores' (editorial Dauro), en el que inserta un 'Decálogo para formar un delincuente'.
Decálogo para formar un delincuente. Emilio Calatayud

- 1. Comience desde la infancia dando a su hijo todo lo que pida. Así crecerá convencido de que el mundo entero le pertenece.
- 2. No se preocupe por su educación ética o espiritual. Espere a que alcance la mayoría de edad para que pueda decidir libremente.

- 3. Cuando diga palabrotas, ríaselas. Esto lo animará a hacer cosas más graciosas. - 4. No le regañe ni le diga que está mal algo de lo que hace. Podría crearle complejos de culpabilidad.
- 5. Recoja todo lo que él deja tirado: libros, zapatos, ropa, juguetes. Así se acostumbrará a cargar la responsabilidad sobre los demás.
- 6. Déjele leer todo lo que caiga en sus manos. Cuide de que sus platos, cubiertos y vasos estén esterilizados, pero no de que su mente se llene de basura.

- 7. Riña a menudo con su cónyuge en presencia del niño, así a él no le dolerá demasiado el día en que la familia, quizá por su propia conducta, quede destrozada para siempre.
- 8. Déle todo el dinero que quiera gastar. No vaya a sospechar que para disponer del mismo es necesario trabajar.

- 9. Satisfaga todos sus deseos, apetitos, comodidades y placeres. El sacrificio y la austeridad podrían producirle frustraciones.

- 10. Póngase de su parte en cualquier conflicto que tenga con sus profesores y vecinos. Piense que todos ellos tienen prejuicios contra su hijo y que de verdad quieren fastidiarlo.


"Una bofetada a tiempo es una victoria" JUAN CRUZ DOMINGO - 09-07-2006Hablamos con Emilio Calatayud en El Escorial, tras una intervención suya en los Cursos de Verano de la Complutense. Jovial, viste una camisa roja, toma una cerveza y fuma.
Pregunta. ¿Cómo nace la vocación de juzgar?
Respuesta. Yo no soy juez por vocación... Empecé a trabajar con mi padre, de abogado; no me gustó, y me pasé a la empresa. Fui a hacer la mili, allí un compañero me comió el coco, y me hice juez. Ejercí primero en Güímar, en Tenerife, y me gustó mucho la justicia de pueblo.

P. Y le cogió el gusto.
R. Estuve cuatro años en Canarias, y luego fui a Granada, a trabajar en la justicia urbana. Mucho papeleo. Salió el juzgado de menores. Y me fui. La justicia de mayores no me convencía; todo estaba inventado...

P. ¿Todo?
R. Meter a la gente en prisión, los arrendamientos... Lo de menores era una novedad, y me metí en el follón.

P. ¿Cómo lo encontró?
R. Había que hacerlo todo, me fui enganchando, con un grupo muy bien apañado de gente. Y aquí estoy.

P. ¿Cómo tratamos a los menores?
R. Los menores son muy buena gente. Pero nos hemos equivocado con ellos. Hemos pasado de un Estado dictatorial a un Estado democrático, y en materia de menores no tenemos término medio. ¡Ni en materia de menores ni en muchas cosas! Nos ha dado miedo poner límites a nuestros hijos, por temor a que pasen lo que nosotros hemos pasado... Han influido también circunstancias que afectan a la familia: la mujer se ha incorporado al trabajo, se ha resentido la familia y los chavales han pagado las consecuencias. Les hemos dado muchos derechos, pero no les hemos trasladado deberes. Hemos perdido el principio de autoridad. ¡Hemos querido ser amigos de nuestros hijos!

P. ¿Y no se puede?
R. No, yo soy padre, y punto. Yo no soy ni colega ni amigo de mi hijo.

P. ¿Y qué es ser padre?
R. Amor, autoridad, respeto. Es muy difícil ejercer una paternidad en democracia. Yo no soy un padre democrático, yo no he mamado la democracia, yo la he aprendido; así que mi educación tiene muchos defectos de antiguo. Mi hijo estará más preparado que yo para educar a su hijo en ese término medio entre autoridad, flexibilidad y generosidad... Hemos sido la generación perdida: hemos sido esclavos de nuestros padres y hemos pasado a ser esclavos de nuestros hijos...

P. ¿Es consciente de que estas posiciones pueden ser tachadas de reaccionarias?
R. Muchos piensan lo que pienso yo, pero no lo dicen... A mí me han agradecido muchos chavales a los que he condenado que les haya puesto límites... Cuando castigo a mi hijo me quedo fastidiado, pero es necesario... Y cuando mi padre me daba tortas me decía: "¡A quien le duele es a mí!".

P. ¿Tortas?
R. Yo cobré mucho; mi hijo ha cobrado muchísimo menos, prácticamente nada...

P. ¿Condenaría a un padre porque su hijo cobró?
R. No. No si es con cariño, en plan educativo y en ejercicio de la paternidad.

P. Pero ¿cómo se puede pegar con cariño?
R. Han cambiado los tiempos, pero una bofetada a tiempo es una victoria.

P. ¿Seguro, juez?
R. Sí, lo que pasa es que hay que saberla dar; o saber dar un buen azote en el culo. Lo difícil es darlo en el momento justo. Yo a mi hijo no le habré pegado muchas veces; tres o cuatro veces, cuando era pequeño. Pero no me arrepiento.

P. ¿Y él lo recuerda?
R. No.

P. ¿Seguro?
R. Seguro, y lo he hablado con él. A mi hija le habré dado dos azotes en el culo, cuando era pequeñita... Una cosa es dar un azote y otra cosa son los malos tratos... Muchas veces los críos echan en falta esa inexistencia de los límites...

P. Es ilegal dar azotes...
R. ¡Qué va a ser ilegal! ¡A veces es conveniente!

P. ¿Qué límites se han traspasado?
R. En la familia, los hijos no son conscientes del deber que tienen de obediencia y respeto a los padres, y de que además han de contribuir a llevar las cargas familiares... En la escuela, por ejemplo, se ha perdido el respeto a la autoridad moral del maestro... Y se ha perdido la colaboración entre el maestro y la familia. El menor se aprovecha de esa ventaja: el padre siempre apoya al hijo y siempre considera al profesor como un enemigo... Hay que recuperar esa autoridad que tenía el maestro y hay que ayudar a los profesores. ¡Hay que recuperar la tarima! Los símbolos de autoridad son importantes. Estamos creando la sensación de que todo vale, y no todo vale. A los menores hay que decirles que no.

P. ¿Cuál es el límite de la reprensión?
R. El que impone el cariño. Con un crío de dos o tres años no puedes razonar. A veces ese crío entiende mejor un azote que si le razonas... Hay límites, claro que sí. Y hay niños con los que los padres no pueden; a veces me vienen las madres: "¡Que no puedo con él!". Y cuando llegan a los catorce años son auténticos dictadores en la casa, ¡maltratadores! Yo he cerrado 2005 con 165 denuncias de padres a sus hijos por maltratadores...

P. Hijos maltratadores...
R. ¿Dónde está el equilibrio? Eso es lo difícil de la paternidad. Siempre digo que estudié para ser juez, pero no para ser padre. Es muy difícil ser padre, y más en estos tiempos. Yo no sé si soy un buen padre. Ya me lo dirán mis hijos el día de mañana.

P. ¿Tenemos que añorar la autoridad?
R. Es fundamental en un Estado de derecho y en una familia y en una escuela...

P. ¿Es más difícil reinsertar a los chicos violentos que a los mayores?
R. No. Es más fácil trabajar con un chico que con un mayor, porque el menor está en formación y, lo mismo que ha sido moldeable para lo malo, será moldeable para lo bueno. Y cuanto antes se intervenga, mejor.

P. ¿Somos peores los mayores?
R. Sí, somos peores... El menor está más virgen... El mayor es producto de mucho tiempo; es más difícil enderezar ese árbol. Pero nunca hay que renunciar a poder enderezarlo.

Entre la laxitud y la bofetada a tiempo: la chaparreta


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