martes, agosto 17, 2010

Los insectos muertos MARUJA TORRES Mala gente daña sin descanso... Contra los malasombras (que rabian por la victoria de "la Roja") Nacionalismo kaput

PERDONEN QUE NO ME LEVANTE Los insectos muertos MARUJA TORRES EL PAIS SEMANAL - 08-08-2010
Debo reconocer que me ha colmado de satisfacción que Ingrid Betancourt se haya precipitado al vacío de la impopularidad. Es un sentimiento, el mío, de índole algo pútrida, que permanece agazapado en mí desde la niñez, y que ha sido alimentado a lo largo de mi vida por lo que voy a denominar los insectos muertos. Llamar mosquitas muertas a elementos que, como sabéis, pertenecen a todos los sexos, me parece no solo injusto para las mujeres; me parece una recia inexactitud.
Mosquitas y mosquitos los ha habido, los hay y los habrá, y causan un sufrimiento indecible en las personas de carácter sincero y fondo noble. En algunos casos, a estos especímenes aparentemente inofensivos los psiquiatras los llaman pasivos-reactivos. La voz popular tiene frases hechas que se les pueden aplicar: “Parece que nunca haya roto un plato” y “A Dios rogando y con el mazo dando”. “Aquest té cops amagats”, decimos en catalán. “Ese tiene doble despensa”, podría ser la traducción libre, o más bien desenfrenada.
Existe el insecto muerto (de cualquier sexo) que se cuelga de la vida de una como si fuera un corcho y que, cuando adivina cuál es tu flotador, lo pincha y espera a ver cómo te hundes. Esta es la clase de bicho más dañino, porque es el más miserable. No intenta hundirnos por autodefensa, que este sería solo un medio bicho, o un desinformado. Tampoco lo hace para divertirse, en cuyo caso estaríamos refiriéndonos a un, o una, capullo. Del mismo modo, el insecto muerto que nos desarbola para presumir de lo listo que es se coloca, al hacerlo, en evidencia. Pero el malo-malo, ese que nos da donde más nos duele y nos duele más porque no lo esperábamos, puede hacerlo por tres debilidades cardinales que me parecen muy significativas.
En primer lugar, la envidia y el deseo de ocupar el lugar del otro. Recuerden Eva al desnudo. Entre otras muchas cualidades, esa peli tuvo el mérito de institucionalizar el personaje del bicho pérfido pero talentoso que deliberadamente mata a quien se sienta en la silla que desea para sí.
En segundo lugar, el mero placer. Hay gente, ustedes lo saben también, que disfruta haciendo daño. Les enseñas una foto y lo primero que te dicen es que te tendrías que blanquear los dientes, o no, mejor cambiarte la dentadura entera. Si adelgazas, no te felicitan: fingen preocupación y te preguntan si tienes cáncer.
Hay que ponerse a salvo de insectos como esos, que parecen muertos y sin embargo pican y llevan veneno dentro. Pero existe un tercer bicho todavía peor, porque a este aún se le notan menos las intenciones. El tercer bicho es aquel que solo cuando te ha pisado el cráneo siente que camina un poco más seguro. El camino en la vida de muchos hombres y no pocas mujeres de poco mérito se halla empedrado con los cráneos de personas que valían más. Cuando un mediocre hunde su bota en el cráneo de alguien muy superior a él (o ella; ya puestos, o ello), bien sea un colega, un compañero de trabajo, un amigo o un amante, su paso se vuelve más airoso. Lo malo de los anodinos y de quienes les aguantamos es que necesitan pisar a menudo, de lo contrario quedarían muy pronto al descubierto.
Esa gentuza nos hace sufrir, y no hablo solo al pedazo de torta que nos llevamos al despertar. A mí me hace daño que esas alimañas ayuden a consolidarse el sentimiento pútrido del que les hablaba al principio. Ver cómo muchos insectos muertos que han fastidiado a gente respetable se van de rositas: eso sí que es un espectáculo dantesco.
He de decir que aún no sé a qué clase de coleóptero o chupóptero aparentemente difunto pertenece Ingrid Betancourt. Pero seguro que la dama tiene poderes. Pues, al igual que ha convertido en despreciable su antes impoluto torreón moral, con el pedazo de suspiro que hemos soltado quienes siempre la consideramos una mosquita muerta nos ha regalado un exorcismo como una selva, dicho sea sin intención.
Pero no se fíen, que los otros andan sueltos, como la abeja muerta que, en el pasado, convirtió en alcohólico al Walter Brennan de Tener y no tener.

LA ZONA FANTASMA Contra los malasombras JAVIER MARÍAS EL PAIS SEMANAL - 25-07-2010
Carme es barcelonesa de Gràcia y vive en su ciudad, siempre le ha gustado el fútbol y es del Barça con una pasión que sólo he visto superada por la de mi editor Joan Díaz, que le añade irracionalidad. Como quizá es sabido, yo soy madrileño de Chamberí y vivo en esta capital detestada por quienes son sus peores enemigos, sus propios alcaldes, y soy desde siempre del Real Madrid. A lo largo de cada temporada Carme y yo tenemos varios roces por culpa del fútbol, cuando no directamente una agarrada que incluso nos ha llevado a procurar no hablarnos durante un par de días en alguna ocasión. Tampoco nos quedan ganas de hablarnos cuando vemos por separado –cada uno en su ciudad– un Madrid-Barça o un Barça-Madrid. Aquel cuyo equipo ha perdido se siente demasiado mohíno para asistir a la euforia del otro, o aun para “notarla”, si ese otro tiene la delicadeza de fingir que no ha existido ese partido y ahorrarse toda referencia a él. Si ha habido una jugada o decisión polémica, el silencio se hace imposible y acaban saltando chispas en la línea telefónica. Hasta puede que uno u otro cuelgue de mala manera, para disculparse al día siguiente por la brusquedad. Dos o tres veces nos ha tocado ver juntos uno de esos encuentros “sensibles”. Como ella es provocadora y tiene sentido del humor, planta sobre la televisión (fuera de la pantalla, claro está) un gran escudo adhesivo del Barça. Yo simulo no haberlo visto, no me inmuto, no digo nada, pero aprovecho cualquier instante en que ella salga del salón para poner el escudo cabeza abajo (kaputt), de lo cual no se suele dar cuenta hasta bastante rato después, con tanta risa como indignación. A los dos nos extraña y molesta que, llevándonos bien en general y estando de acuerdo en bastantes cosas, cada uno celebre los goles que al otro le sientan como una flecha en el pulmón. Intentamos moderar la alegría que supone la tristeza de quien queremos bien, pero resulta imposible no levantar un poco los brazos y musitar “Gol”.
La selección española acaba de ganar la Copa del Mundo en Sudáfrica, y durante el mes que ha durado el Campeonato Carme y yo hemos ido con el mismo equipo y hemos sentido cierto alivio al compartir los nervios y las alegrías futboleras, lo que normalmente nos está vedado. No hemos sido tan sentimentales como para comentarlo, pero sospecho que a los dos nos ha encantado ver jugar juntos a “enemigos irreconciliables” como Casillas, Puyol, Ramos, Piqué, Xavi, Alonso, Iniesta, Arbeloa y Busquets. Seguramente se nos ha hecho un poco raro –pero sin duda nos ha agradado– contemplar cómo se abrazaban y bromeaban entre sí, cómo se agradecían una parada o un gol, acompañados por otros jugadores de rivalidad menos sangrante, como Villa –aún no ha vestido la camiseta del Barça–, Navas, Llorente o Torres.
Creo que a la mayoría de la gente le ha ocurrido lo mismo. Los del Madrid o el Athlétic nos hemos sorprendido pensando: “Venga, Xavi, que tú eres genial”. Los del Barça o el Atleti han murmurado o gritado: “Bien, Iker, bendito seas”. Por eso llama tanto la atención lo malasombras que pueden ser bastantes políticos y periodistas, a los que se ha notado que no iban a permitirse ser como la gente normal. A los españolistas más patrioteros se veía que los éxitos de la selección no les provocaban excesiva felicidad (incluidos dirigentes del PP) por el elevado número de futbolistas catalanes o del Barça a quienes debíamos gratitud, como si los nativos de su territorio fueran menos españoles que otros. Ya se le escapó una vez a Esperanza Aguirre (¿se le escapó?), cuando, ante la posible compra de no recuerdo qué empresa por otra catalana, dijo que aquélla no debía pasar “a manos extranjeras” o algo así, y a continuación mostró su preferencia por otra candidata a adquirirla … alemana. Los nacionalistas catalanes más zafios y malasombras han aprovechado, por su parte, para soltar frases como “Sin nuestros jugadores España sería poca cosa”, olvidando que a su frente estaba un viejo castellano como Del Bosque, o para lamentarse sin ambages de los triunfos de la selección … pese a la decisiva contribución catalana, algo en verdad para enorgullecerse. Y el señor Urkullu, del PNV, no osando decir a las claras que le sentaban como un tiro esos triunfos, recurrió a la más gastada bobada: “Yo sólo animo al que juegue mejor. Entre España y Holanda, se verá” … aunque en España hubiera dos futbolistas del Athlétic de Bilbao y un guipuzcoano: claro que, al llamarse Llorente, Martínez y Alonso, quizá no los reconoció.
¿Por qué en este país muchos políticos y periodistas todavía no han aprendido que ellos no son el centro del mundo y que no siempre han de intentar manipular a la gente, sino limitarse a acompañarla las más de las veces y dejarla disfrutar cuando hay motivo? ¿Por qué no saben comportarse como las personas normales, a las que, al menos durante un mes, han traído sin cuidado el lugar de nacimiento de los futbolistas y el equipo en que militan, para dedicarles todo su afecto y manifestarles su agradecimiento enorme, a todos sin distinción? ¿Por qué no han podido ser, sin ir más lejos, como Carme y yo? En estas semanas la he oído decir: “No sabes cuánta confianza me da Ramos”. Y ella a mí: “Cada vez que Iniesta coge el balón, tengo la sensación de que la cosa acabará en gol nuestro”. ¿“Nuestros”, una parada de Casillas o un gol de Puyol? Extrañamente nuestros, sí. Esa es la gracia que demasiados políticos y periodistas, con su imperecedera mala sombra, han sido incapaces de percibir.

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