lunes, octubre 11, 2010

Muere José María Díez-Alegría, jesuita castigado por Roma y gran teólogo

Muere José María Díez-Alegría, jesuita castigado por Roma y gran teólogo. El español fue uno de los grandes teóricos del postconcilio y acompañó al padre Llanos en el Pozo del Tío Raimundo. JUAN G. BEDOYA - Madrid ELPAIS.com - Sociedad - 25-06-2010

Ayer murió José María Díez-Alegría, uno de los grandes teólogos españoles. Iba a cumplir en octubre los 99 años de vida. Fue jesuita impenitente, obligado por los inquisidores del Vaticano a dejar la orden de Ignacio de Loyola por no aceptar silencios, componendas ni censuras. Pese a todo, nunca dejó de vivir en (y con) la Compañía de Jesús. "Soy un jesuita sin papeles", solía ironizar.
Nacido el 22 de octubre de 1911 en la sucursal del Banco de España de Gijón, de la que su padre era director, Díez-Alegría se cambió pronto al bando de los mineros y empezó a tener problemas con la dictadura franquista, poco amiga de curas de combate. Sólo el apellido Díez-Alegría, con dos famosos generales en la familia, lo libró de la cárcel, aunque no de marginaciones y desplantes. Una vez le preguntaron cómo un banquero podía ser católico, y Díez-Alegría contestó con esta anécdota brechtiana. Fue un banquero a confesarse y le dijo: 'Mire, padre, yo soy banquero'. Y el cura le respondió: '¡Mal empezamos!'. El rico penitente se enfadó y se fue.

Alegría (al teólogo Díez-Alegría todos le llamaban Alegría) era un reputado profesor en la imponente Universidad Gregoriana de Roma cuando en la Navidad de 1972 publicó sin la censura previa obligada el libro 'Yo creo en la esperanza', que en apenas semanas dio la vuelta al mundo. Exclaustrado de la Compañía de Jesús para evitar males mayores con el Vaticano, regresó un año después a Madrid y se fue a vivir a una chabola del Pozo del Tío Raimundo, la barriada en la que otro jesuita, el famoso padre Llanos, ex capellán de Falange y ex amigo del dictador Francisco Franco, llevaba practicando una radical teología de la liberación desde 1955. Alegría, cuyo sentido del humor y paciencia evangélica no tenían límites, se hizo imprimir allí esta tarjeta de visitas: "José María Díez-Alegría. Doctor en Filosofía. Doctor en Derecho. Licenciado en Teología. Ex profesor de Ciencias Sociales en la Universidad Gregoriana. Jubilado por méritos de guerra incruenta. Calle Martos, 15. Pozo del Tío Raimundo".

Una vida en el Pozo del Tío Raimundo

En el Pozo del Tío Raimundo Llanos y Alegría hicieron teología de liberación de la buena, a pie de obra, y entraron en la mitología popular. Su sensibilidad por las víctimas del sistema económico inhumano era ontológica. Una vez, en una sonada conferencia en la Cámara de Comercio de Madrid, Alegría dijo, ajeno a las consecuencias, que "la clase dirigente vive en situación de pecado". Díez-Alegría no cesó de proclamar su convicción de que si un socialismo de rostro humano es muy difícil, un capitalismo de rostro humano es imposible.

Alegría ha fallecido en la residencia de los jesuitas de Alcalá de Henares. Decenas de discípulos, amigos y admiradores peregrinaban allí con frecuencia para disfrutar de su conversación, sabia, beatífica y pícara, sin pelos en la lengua, de una belleza incomparable. Hace unos meses empezó a declinar y a consumirse poco a poco. "Se nos está agotando Alegría", corrió la voz. Anteayer ya no se esperaba más noticia que la de su muerte. Ocurrió esta mañana a las cinco.

Cuando fue expulsado hace 37 años de la Compañía de Jesús por publicar 'Yo creo en la esperanza', Alegría vivía en Roma y era un bullicioso profesor de la Gregoriana, es decir, un pensador lanzado a la fama. Tiempos del postconcilio, aunque ya se vislumbraban nubarrones en aquella primavera eclesial. Díez-Alegría pide permiso para editar su libro. No ha lugar, le dicen. Y toma una decisión que cambiaría su vida. El libro aparece en 1972 en la editorial Desclée de Brouwer, de Bilbao y se vendieron 200.000 ejemplares en numerosos idiomas. Su salto a la fama fue fulminante. Quince días más tarde, el periódico más vendido en Roma, Il Messagero, y el más importante de EE UU, The New York Times, tronaban: "El best seller de un jesuita español aclama a Marx y ataca a Roma".

Díez-Alegría tardó poco en regresar a España y en "tomar la mejor decisión" de su vida, dijo más tarde. Se fue a El Pozo del Tío Raimundo, se quitó el bonete de jesuita, se pone la boina de cura y puso en práctica la teología que había enseñado en Roma. Cuando llegó a Madrid, el 24 de febrero de 1974, "una nube de periodistas le buscaba, como si fuera un famoso actor de cine", recuerda Pedro Miguel Lamet, su biógrafo (Díez-Alegría. Un jesuita sin papeles. Editorial Temas de Hoy. 2005).

A los 90 años, Díez-Alegría publicó la segunda parte de su famoso libro, esta vez con el título 'Yo todavía creo en la esperanza', pero en medio hay muchas otras obras de impacto, como Actitudes cristianas ante los problemas sociales (1967), Cristianismo y revolución (1968), Yo creo en la esperanza (1971), Teología en broma y en serio veras (1977), Rebajas teológicas de otoño (1980). La cara oculta del cristianismo (1983). ¿Se puede ser cristiano en esta iglesia? (1987) o Cristianismo y propiedad privada (1988). Él mismo se consideraba un miembro más de la Teología de la Liberación, orgulloso de que el padre Ignacio Ellacuría, asesinado por el fascismo clerical de El Salvador, Jon Sobrino o Gustavo Gutiérrez le considerasen "un viejo compañero". Sostuvo siempre que en el fragor de la injusticia que vive este mundo global no cabía otra cosa que el compromiso social.

Díez-Alegría tenía admiradores incluso entre los jerarcas del catolicismo porque era un cristiano irreductible, pese a sus sabrosas impertinencias con el poder. En eso se parecía a Jesús, el fundador cristiano, crucificado por decir lo que pensaba. En un mundo de eclesiásticos acomodados junto al poder político y económico, que apenas usan el nombre de Cristo porque prefieren las figuras tiernas pero pacíficas y melifluas de María, o la de los papas lujosamente instalados en la soberanía vaticana, Díez-Alegría aconsejaba humildad, volver a Cristo y menos papanatismo. "Hay que citar más a los Evangelios y menos al Papa", decía. En la última conversación con EL PAÍS proclamó que en unos veinte o treinta años se admitiría el matrimonio de los clérigos y, un poco más tarde, el sacerdocio de la mujer.

"Okupa del Universo"

Cuando cumplió 94 años y empezaba a sentirse "un okupa del Universo", pese a estar todavía como un chaval, Díez Alegría recibió un homenaje de sus amigos en el paraninfo de la Casa de América, repleto de público. Fue recibido con larguísimos aplausos, todos puestos en pie para verlo mejor bajar las escaleras camino del escenario, como si el que llegaba fuese un profeta o un galán de cine. El encargado de hacer la 'laudatio' aquel día fue el entonces ministro de Defensa, José Bono, fallido aspirante a jesuita de pequeño. La ocasión sirvió además para presentar la biografía de Alegría escrita por otro jesuita ilustre, sabio y rebelde, Pedro Miguel Lamet.

La jerarquía eclesiástica ha soportado la fama y la voz de Alegría con pasmo o pánico. Por ejemplo, el 28 de mayo de 1977. Ese día, EL PAÍS acogía en su primera página una gran fotografía del jesuita Llanos saludando puño en alto ante 60.000 personas reunidas en el campo de fútbol de Vallecas (Madrid). "El mitin comunista de ayer contó con dos protagonistas de excepción, tan dentro de la lógica de la historia de la Iglesia española como fuera de programa: los padres jesuitas Díez-Alegría y Llanos. El padre Llanos -en la fotografía- saluda, puño en alto, a su pueblo de El Pozo. De alguna manera viene a simbolizar el compromiso histórico de cierta Iglesia pasada dolorosamente del nacional-catolicismo al saludo de identificación marxista", decía el pie de foto.

Díez-Alegría contó más tarde que el padre Llanos tenía carnet del PCE y de Comisiones, aunque apreciaba más el segundo que el primero "cuando vio que no era oro todo lo que relucía en aquel idílico eurocomunismo". Él no. "Lo que yo era es hegelianamente anti-antimarxistas", explicó jugando con la famosa teoría del filósofo alemán sobre la tesis, la antítesis y la síntesis. "Yo no soy marxista, pero tampoco antimarxista. Me tomo en serio el marxismo. La crítica que hace Marx del capitalismo es válida. Nunca me leí El capital, pero sí otros libros suyos, y en mi libro Rebajas teológicas de otoño escribí un capítulo titulado Recuerdos a Marx de parte de Jesús en el que contaba que tuve un sueño en el que Jesús se me presentaba y me decía: 'Oye, y este Carlos Marx, del que tanto hablan escandalizados mis discípulos actuales, ¿qué me dices de él?'. Entonces yo le recitaba algunos textos de Marx, y después Jesús me decía: 'Mira, si ves a Carlos Marx, dale recuerdos de mi parte y dile que no está lejos del Reino de Dios. Pues ése era un poco nuestro marxismo".

Pese al temprano castigo por Yo creo en la esperanza, Díez-Alegría no volvió a tener problemas con el Santo Oficio de la Inquisición. Otros teólogos, por decir cosas menos valientes o menos fuertes, los han tenido. La explicación es que matizaron muchísimo, y que manejaban la Biblia con gran conocimiento. "Siempre había un Padre de la Iglesia que había dicho antes lo que ellos sostenían", dice Pedro Miguel Lamet, que trabajó muchas veces en El Pozo.

Tampoco tuvieron, ni Llanos ni Alegría, problemas con la severa dictadura franquista y nacionalcatólica, obligada, en cambio, a abrir en Zamora una cárcel sólo para curas. La explicación fue el origen de los dos protagonistas. Llanos era hijo de un general, y Díez-Alegría, de un banquero de Gijón, además de hermano de los tenientes generales Luis Díez-Alegría, jefe de la Casa Militar de Franco y ex director general de la Guardia Civil, y Manuel, ex jefe del Alto Estado Mayor del Ejército. Un día, el general Luis cometió una infracción de tráfico y el agente que le tomaba nota para la multa, al ver su apellido en el carné, le preguntó si era familiar del "famoso teólogo Díez-Alegría". Y no hubo sanción.

Además, cuando llegaron a evangelizar y, sobre todo, a prestar amparo y compañía a los chabolistas de El Pozo, los dos ya eran famosos por sí mismos, Llanos por artículos de prensa, y Díez-Alegría porque venía de Roma envuelto en un descomunal escándalo editorial. El sangriento dictador Franco recelaba castigar o reprimir cuando las víctimas podían recibir algún amparo internacional.

En la biografía de Alegría, Lamet cuenta anécdotas y sucesos deliciosos, que explican por qué fue Alegría fue un jesuita "sin papeles". He aquí una de las historias que contaba Díez-Alegría, con arrobo teológico, para armonizar con la fe católica su radical teología de liberación. Un catequista de mujeres adultas en Andalucía se topó con una joven muy pobre, casada y con hijos, que se había ido a vivir con un viejo.

-Mujer, tienes que volver, no puedes seguir con el viejo.

-Pues claro que sí, señorito. Pero es que el viejo se va a morir en seguida, y me voy a quedar con una casica muy apañada, me traigo a mi marido y a mis hijos, y problema resuelto.

-Pero, mujer, es que eso es contra la ley de Dios.

La mujercita, con convicción: "No, señorito, si yo con el Señor no tengo dificultad. Yo le digo al Señor: Señor, tú me perdonas a mí y yo te perdono a ti ["por tenerme tan pobre", matizó Alegría], y estamos en paz".


José María Díez-Alegría: libertad de conciencia y sentido del humor. JUAN JOSÉ TAMAYO ELPAIS.com - Opinión - 25-06-2010

Acaba de fallecer el teólogo José María Díez-Alegría. Iba a cumplir 99 años en octubre. En las últimas visitas que le hacíamos los amigos y amigas solía decirnos que no quería llegar a centenario para que no le pasearan como un mono de feria. Su deseo se ha cumplido. Ha muerto vencido por la edad, pero conservando intactos la esperanza y el sentido del humor. "Como Dios sabe que soy de izquierdas, todavía oigo un poco por el oído izquierdo y veo otro poco por el ojo izquierdo", me comentó cuando le vi por última vez. Díez-Alegría fue testigo privilegiado y protagonista de algunos de los momentos más importantes de la historia de España y del cristianismo del siglo XX, y uno de los intelectuales españoles más influyentes en todos los campos del saber y del quehacer humano: ética, doctrina social, filosofía, teología. También en la lucha por la democracia. Siempre fue por delante marcando el camino que luego seguiría la sociedad.
Los dos fuimos cofundadores de la Asociación de Teólogos y Teólogos Juan XXIII junto con otros colegas. De 1988 a 1996 compartí con él la dirección de la Asociación, él como presidente y yo como secretario general, y en el trato frecuente, casi diario, de aquellos años pude comprobar su honestidad intelectual, su sensibilidad social y su autenticidad humana y cristiana.

En su libro más emblemático, Yo creo en la esperanza, José María distinguía dos tipos de religión: la ontológico-cultual y la ético-profética. Si la primera se caracteriza por centrar la religión en el culto y poner al ser humano al servicio del sábado, la segunda se caracteriza por centrar la vida en el centro de la religión y por colocar el sábado al servicio del ser humano. Él fue un buen ejemplo de religión ético-profética.

Buen conocedor del marxismo, José María Díez-Alegría participó activamente en el diálogo cristiano-marxista, con los otros dos Josemarías con quienes formaba la "Trinidad heterodoxa", el padre Llanos y González Ruiz, primero en Italia, en los años sesenta del siglo pasado, y después en España, durante los últimos años del franquismo y los primeros de la transición democrática. En diálogo y colaboración con intelectuales y militantes marxistas, contribuyó a desdogmatizar y humanizar ambos sistemas de creencias, tendió puentes y buscó lugares de encuentro entre cristianismo y marxismo a partir de la común opción por los excluidos traducida en compromiso liberador.

Su profunda fe en Jesús de Nazaret le llevó a relativizar las instituciones eclesiásticas. "Una cierta relativización de las iglesias cristianas históricamente dadas resulta inexorablemente no sólo del ecumenismo sinceramente asumido, sino sobre todo de la dimensión mistérica de la iglesia de Cristo", escribe en Yo creo en la esperanza (p. 157). Su humanismo radical, abrevado en las mejores tradiciones filosóficas y religiosas, le condujo a seguir la voz de la conciencia. Así lo demostró cuando, ante el dilema de obedecer a sus superiores de la Compañía de Jesús que le pedían no publicara el libro Yo creo en la esperanza o de seguir lo que le dictaba su conciencia, optó por esta última, y publicó la obra. La conciencia personal por encima de la ley eclesiástica.

La frontera fue su lugar natural, el espacio en que vivió su fe crítica por opción personal: la frontera entre fe e increencia, ortodoxia y heterodoxia, cristianismo y marxismo, amor cristiano y luchas de clases, compromiso político y experiencia religiosa. En la frontera se encuentra la marginación, lugar social donde vivió su experiencia religiosa y humana de manera espontánea y descubrió las dimensiones liberadoras del cristianismo. El mundo de la marginación fue para él el barrio vallecano del Pozo del Tío Raimundo, donde vivió varias décadas con el padre Llanos. Ésa fue la cátedra que durante muchos años supo compaginar con la Gregoriana de Roma y, cuando fue cesado como profesor de ésta, su cátedra permanente más preciada. Desde la cátedra de la marginación vallecana escribió muchos de sus libros, que leí con verdadera fruición porque son una verdadera fuente de sabiduría, de sentido común, de espíritu evangélico y de respeto por el misterio.

Dar razón de la esperanza es quizás la mejor síntesis de su magisterio teológico y de su trayectoria humana. Hombre esperanzado por talante y por convicción, supo contagiar la esperanza en su derredor. Esperanza inseparable de la fe, y ambas vividas en un clima adverso, pero sin desembocar en desesperanza o descreimiento. Si a sus 60 años pudo titular su obra Yo creo en la esperanza, a sus noventa no dudó en titular su último libro Yo todavía creo en la esperanza.

A Díez-Alegría siempre le acompañó el sentido del humor. El humor como talante, como virtud, como principio. Un humor que se refleja en sus textos, en los títulos de sus libros: Rebajas teológicas de otoño, Teología en broma y en serio. A punto de cumplir los 94 años nos dio una nueva muestra de teología con humor: su libro Tomarse en serio a Dios, reírse de uno mismo, su mejor testimonio y testamento.

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