domingo, septiembre 25, 2011

Educar Sin Perder la Paciencia entre los dos y los tres años puede resultar agotador. A muchos padres les cuesta poner límites y pierden la paciencia

Educar Sin Perder la Paciencia

Seguir el ritmo del trayecto entre los dos y los tres años puede resultar agotador. A muchos padres les cuesta poner límites y pierden frecuentemente la paciencia. La clave: conocer las características propias de la edad.

Natalia Kunz

Hace unos meses, Mercedes y Rodolfo decidieron hacerle un psicodiagnóstico a su hija mayor, Belén, que acababa de cumplir los tres años. “Estábamos preocupados porque estaba muy inquieta y contestadora y ella siempre había sido muy buena”, recuerda la mamá. El resultado los llevó a reflexionar sobre sus propias actitudes: “Nos dimos cuenta de que estábamos siendo demasiado exigentes con ella. Sobre todo cuando estábamos con otras personas, le exigíamos que fuera perfecta. Que no llorara, no gritara, no corriera. No es que ella fuera terrible, sino que nosotros estábamos como cegados respecto de lo que tiene que ser una chica a esa edad”. A partir de ese descubrimiento, decidieron ser más flexibles y tolerantes con ella, reservando los retos y los límites para situaciones que realmente los merecieran.

Un importante desafío de la educación es conocer y respetar las posibilidades, limitaciones y características propias de cada edad. En ese sentido, los dos años son una época muy engañosa. De pronto, los padres se encuentran con que ese bebé totalmente dependiente se transformó en un chico que habla, piensa, corre. “Tras ese cambio radical podemos erróneamente creer que el niño ha alcanzado una madurez que aún no tiene. Entre los dos y los tres años el niño ya es capaz de hacer tantas cosas de las que hace un adulto, que con facilidad podemos equivocarnos y exigirle mucho más de lo que es razonable”, apunta Susan Reid , en el libro Comprendiendo a tu hijo de 2 años . Por más progresos que esté haciendo, no deja de ser un niño muy pequeño en un mundo tremendamente grande por descubrir.

Una manera de ayudarse a no perder la paciencia es conocer las características propias de esta etapa. Entre los 24 y los 30 meses, los niños están aprendiendo a hablar normalmente y utilizan el lenguaje para conocer y entender el mundo. Siempre están preguntando y parecen no conformarse con ninguna respuesta. Su desarrollo es imparable: cada día trae una nueva adquisición.

Es una etapa totalmente egocéntrica, pero de a poco comienzan a entender la idea del “otro”. Está surgiendo la empatía, un sentimiento que será crucial para su relación con los demás durante toda la vida. Los padres deben entender que siempre primará el “todo para mí”, pero al mismo tiempo ayudar a sus pequeños para que afloren los sentimientos de amor y generosidad que hay en ellos. Y ésta es justamente la definición de educar: este verbo viene del latín y quiere decir “conducir fuera de”, crear las condiciones para sacar lo mejor del otro.

Saber poner límites

Una de las palabras clave de esta etapa es “no”. Tanto en boca de sus padres, cuando le marcan los límites, como en la de los pequeños que insistentemente se oponen a estos límites. “No quiero, no me gusta, no voy”, repiten hasta el cansancio, muchas veces antes de entrar en una rabieta o en un berrinche. ¿Quién gana esta batalla? Lo lógico es que sea la voz de los padres la que prevalezca. Sin embargo, muchos adultos no saben poner límites y agotan su paciencia en el intento.

En incontables ocasiones el límite fracasa por algo tan sencillo como que no ha sido comprendido por el niño. Por ejemplo, una mamá entra con su hijo de dos años y medio a una biblioteca en donde otras personas están en silencio. El pequeño, como es costumbre, comienza a preguntar todo en voz alta, mientras señala todo lo que llama su atención. Su mamá, nerviosa por la situación, le agarra la mano y le dice: “Basta, pórtate bien”. Si es la primera vez que entra en una biblioteca, ¿cómo puede saber el pequeño que en este ambiente “portarse bien” significa no hablar, a diferencia de como hace en otros ámbitos públicos, como el supermercado? Un límite bien entendido es concreto y está bien especificado: “Este lugar es una biblioteca y no se puede hablar en voz alta porque la gente está estudiando y si escuchan voces se van a distraer y no van a poder comprender lo que están leyendo”.

Otra posibilidad que suele dar resultado es darles cierto grado de libertad para elegir cómo cumplir las indicaciones. Por ejemplo: “Vamos a ordenar los juguetes, ¿empezamos por los muñecos o por los rompecabezas?”.

En todos los casos, es necesario aplicar el límite con firmeza. Esto no significa gritar, pero sí mantener la voz segura y la mirada seria. Y si el adulto está enojado o nervioso, debe tomarse unos segundos para calmarse y controlar las emociones.

Por último, un consejo valioso para cuando los chicos se portan mal: rechazar la conducta y no al pequeño. Si, jugando con un amiguito, no quiere compartir sus juguetes, en lugar de decirle que es malo o egoísta, conviene hacer hincapié en esa actitud puntual de no compartir.

Poco a poco, a partir de los dos años y medio, los chicos empiezan a entender la dinámica de la disciplina y el orden y adquieren sus primeras nociones de sentido moral. Es la base para comenzar a construir hábitos de colaboración, orden, autonomía e higiene que formarán parte integral de su vida cotidiana.

Nota supervisada por el Equipo Médico de Mamashelp.

EDUCAR EN VALORES ¡Mío! Seis reglas de oro para enseñar al niño a compartir
Para los niños de dos años, todo les pertenece y lo suyo es suyo y de nadie más. No es egoísmo, sino una fase de su desarrollo. Tienen que aprender a compartir. Te damos seis reglas de oro que siempre funcionan.
El problema es que el niño de dos años aún no sabe muy bien dónde están los límites. Para él, desprenderse del trenecito rojo, la pelota hinchable o el oso de peluche significa perder una parte de él mismo. ¡Imposible hacerlo tan fácilmente!
Además, a los dos años, lo que no está no existe: por eso le cuesta tanto comprender que las cosas que se prestan vuelven más tarde a su dueño. Y ponerse en el lugar del otro tampoco es su punto fuerte.

¿Cómo les enseñamos a compartir con los demás?
La labor de los padres es ayudar al niño a comprender que prestar no es lo mismo que perder, que algunas cosas son suyas pero otras no, y enseñarle (poco a poco y con paciencia) a ponerse en el lugar de los demás.
Cuando aparecen otros niños en la vida de nuestro hijo (en el cole, en el parque, con sus primos…), el sentimiento de propiedad cobra todo su sentido y se refuerza.
Los sermones -«Tienes que compartir», «Debes ser generoso»- no sirven. Lo ideal es aprovechar las situaciones y transformarlas en lecciones prácticas: «Llevas mucho rato jugando con el cubo, ahora le toca a Mario, ¿no crees?».
Es bueno dejar pasar un tiempo para que sea el propio niño quien ceda su juguete al que espera. Pasado un rato nos encargaremos de que el cubo vaya de vuelta: «Ahora te toca a ti otra vez».
Ejercer la diplomacia entre dos niños que juegan les ayuda a respetarse y a conocer ciertas reglas, pero ¡ojo!: a veces hay que dejarles resolver solos sus disputas o, simplemente, aceptar su negativa a compartir: cada niño tiene sus pertenencias favoritas a las que se siente emocionalmente ligado y es lógico que las defienda con uñas y dientes.
¿Y entre hermanos? Peleas familiares

Para que no haya trifulcas entre hermanos, el primer paso es garantizar que todos tengan derechos sobre sus cosas. A veces les cuesta compartir porque no se sienten seguros de sus posesiones. Tener en casa juguetes propios (si quieren, los dejan y, si no quieren, no) y juguetes comunes (se comparten por turnos) puede evitar problemas.
Si las peleas son constantes, se puede recurrir a estrategias como asignar un color a cada niño si se trata de objetos semejantes -la pelota roja para María y la verde para Pablo- o poner una alarma que suene cuando toque intercambiar los juguetes.

6 reglas de oro para enseñar a tu hijo a ser generoso
1.- Jugar con otros niños. En la interacción con los demás, el pequeño aprende que a veces hay que ceder, y así se da cuenta de que compartir no es tan malo.
2.- Dar ejemplo. Ser generosos entre nosotros y verbalizarlo: «Un caramelo para mamá, otro para papá y otro para ti» (luego él repetirá esta escena con otros niños). Acostumbrarnos a negociar y a intercambiar en vez de imponer.
3.- Expresar lo que siente. Los sentimientos del niño a veces necesitan nuestra traducción: «Sé que estás enfadada porque Eva ha cogido tu lápiz morado, a las dos os encanta ese color, pero puedes pintar con el resto; cuando ella acabe, te lo dejará».
4.- No criticarle. Recriminarle con calificativos negativos («Eres un egoísta», «Sólo piensas en ti», «Eres un niño muy malo»...) sólo conduce a que la etiqueta y la conducta le acompañen tristemente durante años.
5.- Distinguir. Dejar claro qué cosas son de todos: el columpio, el sofá, la comida... y qué cosas tienen dueño: las suyas son suyas.
6.- Respetar sus cosas. Hay ciertas cosas que no querrá dejar a nadie y está en su derecho. Nosotros hacemos lo mismo.

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