Trabajadores en vilo LUZ SÁNCHEZ-MELLADO
EL PAIS SEMANAL - 01-05-2011
Domingo 1 de mayo, Día de la Madre. Comida familiar en casa de los abuelos. Quince personas de tres generaciones apiñadas en la típica mesa de 1,80 con las alas de par en par. Paella para parar un tren. Padres setentones, hijos entre los 30 y los 50, nietos entre la niñez y la veintena. El abuelo se prejubiló hace años, a los 62, después de cuatro décadas de operario en una compañía del INI. La abuela sigue con su eterna jornada de ama de casa, aumentada con el cuidado de algún nieto porque los cuatro hijos y sus parejas trabajan. Bueno, trabajaban. Tres están en paro. Uno es aparejador. Otro, contable. Otra, abogada. Dos cobran prestación; el tercero la ha agotado. Pero los tres cuentan con el salario de sus cónyuges: dos con trabajos sólidos, otro con un ERE planeando sobre su empresa. A la única pareja que conserva sus puestos les han bajado el sueldo un 5% por decreto: son funcionarios. Todos los nietos estudian, menos el mayor. Un chico de 25 años que dejó los libros en la ESO y hoy, sin trabajo ni paro, piensa volver a clase. En la televisión, el telediario abre con la manifestación del Primero de Mayo. Cándido Méndez e Ignacio Fernández Toxo detrás de la consabida pancarta por el empleo digno. Hoy es también la Fiesta del Trabajo, pero ¿hay algo que celebrar?
EL PAIS SEMANAL - 01-05-2011
Domingo 1 de mayo, Día de la Madre. Comida familiar en casa de los abuelos. Quince personas de tres generaciones apiñadas en la típica mesa de 1,80 con las alas de par en par. Paella para parar un tren. Padres setentones, hijos entre los 30 y los 50, nietos entre la niñez y la veintena. El abuelo se prejubiló hace años, a los 62, después de cuatro décadas de operario en una compañía del INI. La abuela sigue con su eterna jornada de ama de casa, aumentada con el cuidado de algún nieto porque los cuatro hijos y sus parejas trabajan. Bueno, trabajaban. Tres están en paro. Uno es aparejador. Otro, contable. Otra, abogada. Dos cobran prestación; el tercero la ha agotado. Pero los tres cuentan con el salario de sus cónyuges: dos con trabajos sólidos, otro con un ERE planeando sobre su empresa. A la única pareja que conserva sus puestos les han bajado el sueldo un 5% por decreto: son funcionarios. Todos los nietos estudian, menos el mayor. Un chico de 25 años que dejó los libros en la ESO y hoy, sin trabajo ni paro, piensa volver a clase. En la televisión, el telediario abre con la manifestación del Primero de Mayo. Cándido Méndez e Ignacio Fernández Toxo detrás de la consabida pancarta por el empleo digno. Hoy es también la Fiesta del Trabajo, pero ¿hay algo que celebrar?
Este es probablemente el peor 1 de mayo desde que, en 1976, se informatizara la Encuesta de Población Activa. Esta comilona podría ser una EPA en miniatura. Una familia golpeada por la crisis. No de las mejor paradas. Tampoco de las peores. Con 4,3 millones de desempleados registrados en marzo -se esperaba que ronden los cinco en la EPA de abril-, un 42% de paro juvenil y 1,3 millones de hogares con todos sus miembros en paro, parece que no hay mucho que fest
ejar. El ministro de Trabajo, Valeriano Gómez, que ha encanecido a ojos vista desde su nombramiento, anuncia "lustros" de contención salarial. Y la de Economía, Elena Salgado, reconoce que el paro solo descenderá al desesperante ritmo
de un 1% anual hasta llegar al 16% en 2014. No es para sacar pecho. A pesar de los parabienes que reciben en Bruselas por sus recortes y reformas, puede que en casa Gómez y Salgado sientan moverse la tierra bajo sus pies. Algo así les sucede a muchos de los 18 millones y medio de trabajadores que ejercen legalmente en España. Viven en vilo.
Se debaten entre la tranquilidad de tener un empleo, cualquier empleo, y el miedo a perderlo. Entre la zozobra de ver despedir a sus familiares, amigos, incluso a su compañero de al lado, y el alivio de no ser uno de ellos. Entre la responsabilidad a la hora de asumir sacrificios para conservar el puesto y la sospecha de estar cediendo un terreno conquistado durante generaciones solo para engordar el beneficio del patrón. Claro que hay quien está ilusionado, motivado, con ganas de comerse el mundo. Pero existe una sensación latente de inquietud. De miedo, en el peor de los casos. De virgencita, virgencita, que me quede como estoy, en el mejor.
"Gensanta, vienen a por mi puesto de trabajo". Este es, "tacos aparte", según el humorista gráfico Antonio Fraguas Forges, el "pensamiento más neuronado silenciosamente por los currantes". Forges, medalla al Mérito en el Trabajo 2007, lleva 40 años retratando en sus viñetas la flora y fauna del ecosistema laboral. "El teatro del trabajo siempre ha sido el reflejo de los seres humanos luchando por hacer suyo el poder". Así dibuja a los trepas. A los explotados. A los pelotas. A los jefes y a los esbirros. Hace años que incorporó un nuevo espécimen: el becario. En uno de sus últimos chistes, un jefazo fumaba un puro con decenas de ellos como picadura. Fraguas, de 69 años, comenzó a trabajar a los 14 de aprendiz en TVE y sabe lo que es empezar desde abajo. "En estas décadas ha habido grandes cambios, pero no para mejor", opina. "Ahora se está intentando imponer por los amos de la pasta el 'esto es lo que hay', la 'dispersión' y el 'sálvese quien pueda'. Los neoliberales y el chamullo-capitalismo han logrado diezmar la unión de los trabajadores para poderlos esclavizar con el miedo a la nada del paro. Y los sindicatos, con fórmulas reivindicativas del siglo XIX. ¿Para cuándo las huelgas en las gasolineras regalando combustible en vez de jorobar al prójimo currante no dejándole repostar? A los del 'esto es lo que hay' habría que contestarles: 'Atreveos, que estamos unidos, pero con modos del siglo XXI".
Se debaten entre la tranquilidad de tener un empleo, cualquier empleo, y el miedo a perderlo. Entre la zozobra de ver despedir a sus familiares, amigos, incluso a su compañero de al lado, y el alivio de no ser uno de ellos. Entre la responsabilidad a la hora de asumir sacrificios para conservar el puesto y la sospecha de estar cediendo un terreno conquistado durante generaciones solo para engordar el beneficio del patrón. Claro que hay quien está ilusionado, motivado, con ganas de comerse el mundo. Pero existe una sensación latente de inquietud. De miedo, en el peor de los casos. De virgencita, virgencita, que me quede como estoy, en el mejor.
"Gensanta, vienen a por mi puesto de trabajo". Este es, "tacos aparte", según el humorista gráfico Antonio Fraguas Forges, el "pensamiento más neuronado silenciosamente por los currantes". Forges, medalla al Mérito en el Trabajo 2007, lleva 40 años retratando en sus viñetas la flora y fauna del ecosistema laboral. "El teatro del trabajo siempre ha sido el reflejo de los seres humanos luchando por hacer suyo el poder". Así dibuja a los trepas. A los explotados. A los pelotas. A los jefes y a los esbirros. Hace años que incorporó un nuevo espécimen: el becario. En uno de sus últimos chistes, un jefazo fumaba un puro con decenas de ellos como picadura. Fraguas, de 69 años, comenzó a trabajar a los 14 de aprendiz en TVE y sabe lo que es empezar desde abajo. "En estas décadas ha habido grandes cambios, pero no para mejor", opina. "Ahora se está intentando imponer por los amos de la pasta el 'esto es lo que hay', la 'dispersión' y el 'sálvese quien pueda'. Los neoliberales y el chamullo-capitalismo han logrado diezmar la unión de los trabajadores para poderlos esclavizar con el miedo a la nada del paro. Y los sindicatos, con fórmulas reivindicativas del siglo XIX. ¿Para cuándo las huelgas en las gasolineras regalando combustible en vez de jorobar al prójimo currante no dejándole repostar? A los del 'esto es lo que hay' habría que contestarles: 'Atreveos, que estamos unidos, pero con modos del siglo XXI".
Almudena Fontecha estará hoy tras la pancarta del Primero de Mayo. Fontecha, de 48 años, auxiliar de enfermería y responsable de igualdad de UGT, cree que sí hay algo que celebrar: "El trabajo". "Parece que está de moda menospreciarlo. Este día es un recordatorio de que la sociedad, los derechos, el Estado de bienestar se construyen en torno al trabajo. Se puede ser albañil o informático, pero todos somos trabajadores". Claro que hay incertidumbre, y miedo, admite, "pero también cabreo e indignación por las causas de todo esto". Todo esto es la crisis, la precariedad, el paro masivo. Fontecha tiene el problema en casa. Su marido se jubiló en enero, después de años sin trabajo. "El paro es devastador. Se rompe el esquema familiar. Es duro para el que se queda y para el que se va a trabajar". Su hijo mayor, "un adolescente de 32 años", según su propia expresión, tampoco tiene empleo. "Vive fuera, pero hace la compra en mi nevera". El tráfico de tuppers, el colchón familiar, está evitando, sostiene, la conflictividad que parece inevitable con estas cifras de paro: "Cuántas pensiones de abuelos mantienen a hijos y nietos. Con eso se pone el puchero para todos".
Fontecha ha asistido a otras crisis. "Pero esta sensación tan global es nueva. Nos afecta a todos". También a los sindicalistas. "Con trabajadores tan diversos en sectores tan distintos ya no vale una respuesta única. Estamos intentando vertebrar otras". Admite las críticas, pero le indigna "la guerra" que, según ella, se ha emprendido contra los sindicatos. "Dicen que no representamos a nadie. Tenemos un millón de afiliados, y nos sometemos a su voto. Las armas sindicales no están obsoletas. Lo que falta es unidad. Hay una pérdida de conciencia de clase trabajadora. Las élites que deciden nos han contagiado a las bases. ¿Cómo? Individualizando las relaciones laborales, prejubilando a la generación transmisora de valores, dividiéndonos, enfrentándonos, creando clases entre nosotros. En nosotros está rebelarnos".
Fontecha ha asistido a otras crisis. "Pero esta sensación tan global es nueva. Nos afecta a todos". También a los sindicalistas. "Con trabajadores tan diversos en sectores tan distintos ya no vale una respuesta única. Estamos intentando vertebrar otras". Admite las críticas, pero le indigna "la guerra" que, según ella, se ha emprendido contra los sindicatos. "Dicen que no representamos a nadie. Tenemos un millón de afiliados, y nos sometemos a su voto. Las armas sindicales no están obsoletas. Lo que falta es unidad. Hay una pérdida de conciencia de clase trabajadora. Las élites que deciden nos han contagiado a las bases. ¿Cómo? Individualizando las relaciones laborales, prejubilando a la generación transmisora de valores, dividiéndonos, enfrentándonos, creando clases entre nosotros. En nosotros está rebelarnos".
Aislados, inconexos, distantes, solos. Así se sienten muchos trabajadores hoy, según Juan José Castillo, autor de La soledad del trabajador globalizado (Los Libros de la Catarata) y catedrático de Sociología en la Universidad Complutense. Castillo recibe en su facultad, en cuyo atrio una pancarta convoca a una manifestación del colectivo Juventud sin Futuro a la que acudieron 2.000 personas. "Piensa en una teleoperadora confinada en un box", sugiere. "Está sola, pero eso no tiene que ver solo con trabajar en condiciones de aislamiento. También con las externalizaciones, las deslocalizaciones, la fragmentación de la producción. La soledad es también no poder defenderse". Castillo investiga cómo el trabajo y las condiciones en las que se organiza influyen en el estilo de vida."Hay empresas con cinco convenios diferentes para gente que trabaja codo con codo. Patrones que dicen a la plantilla que o trabaja más y cobra menos, o se llevan la fábrica fuera. Firmas que forman a sus mandos para motivar al personal y luego no le facilitan un lugar donde comer. Por no hablar de los mal pagados, los precarios, los eternos temporales, o los becarios haciendo funciones de séniors". Admirador de Forges -"he dado muchas clases a partir de sus chistes"-, Castillo ve a diario a sus personajes en carne mortal. Entonces, la risa se convierte en rabia: "El discurso de 'esto es la modernidad, la globalización y el futuro' es una moto", denuncia. "Esto no es determinismo social, no ha venido porque sí. No solo tiene que ver con la tecnología, sino con la especulación y la búsqueda del máximo beneficio. Hay otra forma de hacer las cosas, y no menos productiva. Algunos nos rebelamos, pero no se nos oye. No me explico cómo esto no estalla".
Luis Garrido discrepa de su colega. Catedrático de Sociología de la UNED y uno de los padres de la EPA, Garrido es considerado una autoridad en el análisis del mercado de trabajo. Según él, "nos gusta pensar que la culpa de todo es del mercado, que es insaciable; de los empresarios, que explotan; del Gobierno, que no lo vio venir y no lo arregla. El sistema culpa a las personas, y ellas al sistema, pero todos somos responsables". Esta mala conciencia estaría detrás de la relativa tranquilidad social a pesar de unas cifras de paro que él matiza. "El 40% de paro juvenil es engañoso. En realidad, es un 20%, el resto está estudiando. A los jóvenes formados se les ha estancado la integración laboral, pero los peor parados son los no formados. Esos tienen un 50% de paro. Y un futuro crudo".Son esos jóvenes que dejaron de estudiar en los años de vacas gordas para trabajar en la construcción o la hostelería. "Querían su coche y sus cien euros en la cartera. Hicieron una apuesta y han perdido. Sienten que la sociedad les dice: 'Esto te pasa por dejar de estudiar'. Pero es que los que han estudiado mucho tienen que rebajar su currículo. El 45% de los universitarios trabaja en empleos no universitarios. Y oyen a la sociedad: 'Esto te pasa por no estudiar algo práctico'. En el fondo, es verdad. Hay que estudiar lo que se precisa, con el Infoempleo delante, sí. Elegir carrera por los cinco años de facultad es muy bonito, pero luego hay que vivir de ello 50".
Garrido cree que vivimos en la "dictadura del trabajador mediano". Se explica: "Si hay algo que favorece al 51% de la gente, cuesta cambiarlo, y los jóvenes siempre están en el otro 49%. Los trabajadores fijos son el 66%, y ganan siempre. Las reformas laborales, que han sido un desastre, y los sindicatos se han sometido a ellos. Para acabar con esto habría que poner todo patas arriba". Mientras, los jóvenes viven gracias al "pacto generacional". "Han cedido el espacio público y los trabajos fijos a los mayores a cambio de libertad en casa. Viven en la república independiente de su cuarto, con unos eurillos encima, tirando". No es una generación perdida, asegura. "Una generación no se pierde, pero un terremoto así, en un momento delicado, puede hacer daño. Ya lo cantaba Celentano: Chi non lavora, non fa l'amore"."Una persona mentalmente sana es aquella capaz de amar y trabajar". Antonio Espino cita a Freud para ilustrar la importancia del trabajo en la salud. Espino es psiquiatra y jefe del servicio público de salud mental de Majadahonda, una localidad del cinturón de Madrid donde residen desde altos ejecutivos hasta operarios a destajo. Su equipo ve "más casos de estrés laboral que de alcoholismo y trastornos alimentarios juntos". El estrés no es una patología, sino una alerta, explica. "Puede ser una oportunidad para crecer o un riesgo desestructurante que te haga quedarte en el camino. La diferencia está en la vulnerabilidad de la persona. En su capacidad de respuesta al conflicto en base a su bagaje genético, su aprendizaje, sus apoyos, sus armas para enfrentar la vida". El estrés que puede causar a la larga un deterioro de la salud mental es, según él, el derivado de un trabajo excesivo (burn-out), de la violencia en el mismo (mobbing) o del hecho de no tener trabajo a pesar de uno mismo. "El resto, todo eso del síndrome posvacacional y los jefes tóxicos, es cosa de los chicos de la psicología laboral. ¿A que si te preguntan si tu jefe es pésimo o te molesta volver a trabajar dices que sí?", ironiza. "Estamos creando toda una patología del disconfort al confundir un malestar con un trastorno. Se están sobreutilizando los servicios de salud mental y estamos sobremedicando a estas personas con antidepresivos que no siempre son eficaces y, sin embargo, pueden crear dependencia".El 35% de los trabajadores presenta síntomas de estrés grave, el 13% se considera víctima de acoso laboral -un 40% más que antes de la crisis- y el 11% admite estar en "dimisión interior", según Iñaki Piñuel, psicólogo, profesor de recursos humanos en la Universidad de Alcalá de Henares y responsable del Barómetro Cisneros, un estudio que mide los riesgos psicosociales en el trabajo. Piñuel considera que la crisis está machacando tanto a los parados como a los ocupados. "No es que ahora haya más mobbing porque haya más jefes malos, sino porque hay más trabajadores que tragan. Quien tiene trabajo se aferra a él. La crisis está obligando a muchos a aceptar condiciones inaceptables por miedo al abismo del paro. Jornadas eternas, dirección nefasta, trabajar más, cobrar menos. Su rebelión consiste en desconectarse emocionalmente del trabajo, eso es la dimisión interior", explica.
Garrido cree que vivimos en la "dictadura del trabajador mediano". Se explica: "Si hay algo que favorece al 51% de la gente, cuesta cambiarlo, y los jóvenes siempre están en el otro 49%. Los trabajadores fijos son el 66%, y ganan siempre. Las reformas laborales, que han sido un desastre, y los sindicatos se han sometido a ellos. Para acabar con esto habría que poner todo patas arriba". Mientras, los jóvenes viven gracias al "pacto generacional". "Han cedido el espacio público y los trabajos fijos a los mayores a cambio de libertad en casa. Viven en la república independiente de su cuarto, con unos eurillos encima, tirando". No es una generación perdida, asegura. "Una generación no se pierde, pero un terremoto así, en un momento delicado, puede hacer daño. Ya lo cantaba Celentano: Chi non lavora, non fa l'amore"."Una persona mentalmente sana es aquella capaz de amar y trabajar". Antonio Espino cita a Freud para ilustrar la importancia del trabajo en la salud. Espino es psiquiatra y jefe del servicio público de salud mental de Majadahonda, una localidad del cinturón de Madrid donde residen desde altos ejecutivos hasta operarios a destajo. Su equipo ve "más casos de estrés laboral que de alcoholismo y trastornos alimentarios juntos". El estrés no es una patología, sino una alerta, explica. "Puede ser una oportunidad para crecer o un riesgo desestructurante que te haga quedarte en el camino. La diferencia está en la vulnerabilidad de la persona. En su capacidad de respuesta al conflicto en base a su bagaje genético, su aprendizaje, sus apoyos, sus armas para enfrentar la vida". El estrés que puede causar a la larga un deterioro de la salud mental es, según él, el derivado de un trabajo excesivo (burn-out), de la violencia en el mismo (mobbing) o del hecho de no tener trabajo a pesar de uno mismo. "El resto, todo eso del síndrome posvacacional y los jefes tóxicos, es cosa de los chicos de la psicología laboral. ¿A que si te preguntan si tu jefe es pésimo o te molesta volver a trabajar dices que sí?", ironiza. "Estamos creando toda una patología del disconfort al confundir un malestar con un trastorno. Se están sobreutilizando los servicios de salud mental y estamos sobremedicando a estas personas con antidepresivos que no siempre son eficaces y, sin embargo, pueden crear dependencia".El 35% de los trabajadores presenta síntomas de estrés grave, el 13% se considera víctima de acoso laboral -un 40% más que antes de la crisis- y el 11% admite estar en "dimisión interior", según Iñaki Piñuel, psicólogo, profesor de recursos humanos en la Universidad de Alcalá de Henares y responsable del Barómetro Cisneros, un estudio que mide los riesgos psicosociales en el trabajo. Piñuel considera que la crisis está machacando tanto a los parados como a los ocupados. "No es que ahora haya más mobbing porque haya más jefes malos, sino porque hay más trabajadores que tragan. Quien tiene trabajo se aferra a él. La crisis está obligando a muchos a aceptar condiciones inaceptables por miedo al abismo del paro. Jornadas eternas, dirección nefasta, trabajar más, cobrar menos. Su rebelión consiste en desconectarse emocionalmente del trabajo, eso es la dimisión interior", explica.
Son empleados de cuerpo presente. Están, pero no están. No protestan. No actúan. No se mojan. Tratan de cubrir el expediente. Y de salvar su pellejo. Esperando que no le toque a ellos. Zancadilleando y traicionando al compañero si es preciso. "No son buenos tiempos para reivindicaciones. Las huelgas fracasan, además de porque los sindicatos se han convertido en parte del statu quo, porque funciona una especie de pacto de mutua indiferencia. Nadie apoya a nadie. Y como eso, la insolidaridad, nos repugna moralmente, nos hemos inventado una coartada: yo no me solidarizo contigo, pero tampoco espero que tú lo hagas conmigo. Puede parecer un panorama apocalíptico, pero esto es lo que hay. Y alguien tiene que decirlo si queremos que cambie", sentencia.
Manuel Pimentel sabe lo que es cambiar de rumbo a medio camino. Abogado e ingeniero, fue ministro de Trabajo con el PP. Antes de dimitir -a los 40 años, por discrepancias con Aznar- y reconvertirse en editor al frente de la editorial Almuzara, lidió desde el Gobierno con una tasa de más del 20% de paro. Acaba de ejercer, con éxito, como mediador entre AENA y los controladores aéreos en la negociación de las condiciones de trabajo y remuneración de uno de los colectivos mejor pagados del país. Incluso algunos de ellos se sienten explotados y mal remunerados, constata. En su opinión, hay una especie de "estado del malestar" entre los trabajadores que, aun teniendo su base en "la emergencia nacional" del paro, "tiene algo de psicológico, y el peligro de cronificarse".
"Hay cierto consuelo en la autocompasión. Parece que estamos deseando oír malas noticias, nos encanta el fatalismo. Pero la realidad va por delante, y se están sentando las bases para salir de esto. Cambiando de mentalidad, eso sí". Según Pimentel, todo el mundo quiere ser asalariado, y eso ya no es posible. "Los jóvenes tienen futuro, pero tendrán que buscárselas. El Estado tiene que dar la mejor educación, pero no va a garantizar el empleo. Necesitamos una generación que emprenda. Hemos pasado de una lírica complaciente del trabajo a una épica darwiniana. La épica requiere sacrificio, tensión permanente, y la tensión no gusta a nadie. Pero si te paras, te mueres".
En casa de los abuelos, la sobremesa se alarga. Se habla de todo menos del paro. Sucede en las mejores familias. Cuando un problema se enquista, se obvia. No hace falta meter el dedo en la llaga. Las campanadas de las siete en el reloj de cuco disuelven la reunión. Cada mochuelo a su olivo. Todos han comido demasiado. Aun así, ha sobrado paella para dar y tomar. La abuela se afana en la cocina. Cada hija o nuera sale con un tupper de arroz bajo el brazo. Hasta el próximo domingo. A ver si para entonces hay alguna noticia. Una buena noticia.
(Conchita Méndez. 30 años. Maestra: 1.646€/mes)
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