viernes, agosto 31, 2007

Fincas Corral cierra la mitad de sus oficinas como "ajuste" al sector inmobiliario

Fincas Corral cierra la mitad de sus oficinas como "ajuste" al sector inmobiliario
La empresa pasa de 350 a unas 180 sedes.- Justifica que los cierres se deben a la caída de las ventas ELPAIS.com - Madrid ELPAIS.com - Economía - 30-08-2007
Fincas Corral, una de las mayores agencias inmobiliarias en España, ha cerrado la mitad de sus oficinas en lo que va de año, según publica en su edición de hoy el diario Cinco Días. Desde la empresa familiar califican la medida de "ajuste" a la realidad del sector. La ralentización de la demanda de viviendas y la duplicidad de oficinas en algunas zonas ha llevado a concentrar las ventas en determinadas sedes y cerrar las sobrantes, según la compañía fundada por Calixto Corral hace 20 años. De 350 sucursales que la empresa afirmaba tener a principios de este año a unas 180 de ahora. Son datos de la página web de una de las mayores intermediarias inmobiliarias de España. Pese a que la compañía ha alegado que los cierres son una forma de adaptarse al sector, ningún portavoz de la catalana ha querido confirmar las cifras, según publica hoy Cinco Días.
Responsables del grupo catalán también han declinado señalar cuántos puestos de trabajo han sido suprimidos con motivos de los cierres. En 2006 eran 2.011 las personas que trabajaban en la agencia inmobiliaria.
La visión de antiguos trabajadores
El silencio que guarda la empresa contrasta con las palabras de antiguos trabajadores consultados por el diario económico. El cierre de sucursales comenzó en abril, según confirmaron al periódico algunos de ellos, después de que la empresa anunciara sus planes de abrir 400 sedes en México. En la actualidad, el país americano sólo cuenta con una oficina de Fincas Corral. En Portugal, Reino Unido y Alemania, el grupo también ha cerrado sus oficinas.
"Yo podía ver el ranking de ventas de todas y sabía que no había más de 100 sucursales que diesen beneficios", explica al diario el que fue responsable de una oficina en Madrid.

Inmobiliaria Crisis Cinco Días
Una de las mayores agencias inmobiliarias cierra la mitad de sus oficinas
Fincas Corral ha cerrado la mitad de sus oficinas en lo que va de año. De las 350 que la empresa afirmaba tener en febrero de 2007, hoy sólo constan alrededor de 180. 'La situación del sector ha ralentizado las ventas', explicó un portavoz de la misma.

El frenazo inmobiliario fuerza el cierre de agencias en Fincas Corral
Fincas Corral, una de las principales agencias inmobiliarias españolas, se ha visto en la necesidad de reducir su red de oficinas de venta a casi la mitad en los últimos meses. La intermediadora, que ha llegado a tener 350 establecimientos abiertos, justifica los cierres en la ralentización que está experimentando el mercado inmobiliario, según se recoge en el diario Cinco Días que ha dado a conocer esta noticia. Para hacer frente a esta situación, la compañía recomienda bajar los precios de las viviendas.
La catalana Fincas Corral, una de las mayores agencias inmobiliarias de España, afirmaba tener 350 oficinas a principios de este año. Hoy sólo existen aproximadamente 180 en España, y cinco más en el exterior, según publica el diario económico Cinco Días (30/08/2007). Pese a que la empresa no ha contestado al requerimiento de este portal, fuentes cercanas a la compañía han confirmado que los cierres se están produciendo en todas las oficinas que no son rentables. Un hecho que está coincidiendo con los planes de lanzamiento de una red franquiciada, que operaría de forma conjunta con sus locales en propiedad, ofreciendo servicios de intermediación inmobiliaria y financiera.
Pese a que Fincas Corral ha alegado que los cierres son una forma de adaptarse al sector, de momento ningún portavoz de la inmobiliaria catalana ha querido confirmar a ningún medio de comunicación la información recogida por el rotativo madrileño. La compañía tampoco ha querido hacer público el número de puestos de trabajo que han sido suprimidos como consecuencia de esta situación.
En un comunicado remitido por la empresa argumenta que “los propietarios que ponen su vivienda a la venta deben ajustar a la realidad del mercado sus pretensiones económicas. El aumento desmesurado de los precios es una de las causas fundamentales de la dificultad de acceso a la vivienda de una parte importante de la población”.
El pasado mes de julio, Alfonso Corral, director comercial de la compañía, en una entrevista a Franquicias Hoy afirmaba no estar preocupado por la situación actual que está viviendo el sector inmobiliario, “no es un mal momento, más que crisis es una vuelta a la normalidad. Triunfará quien implemente estrategias más profesionales”. franquicias.es

Fincas Corral cierra la mitad de sus oficinas por la caída en la venta de pisos
El 'boom' del ladrillo ha tocado a su fin. Las ventas de viviendas se han frenado en seco tras haberse colocado por las nubes los precios, que ahora son más difíciles de financiar por la escalada de los tipos de interés. Conclusión: el negocio de las agencias inmobiliarias se ha frenado en seco. Fincas Corral, una de las mayores de España, ha cerrado alrededor de la mitad de sus oficinas en lo que va de año. La empresa aseguraba tener 350 el pasado mes en febrero. De ellas mantiene actualmente alrededor de 180, según se desprende de los datos que figuran en su página 'web', informó ayer el diario 'Cinco Días'.
La delicada situación del sector ha ralentizado las transacciones y está provocando un «ajuste» en la actividad comercial, explicó un portavoz de la empresa. El grupo, que empleaba a 2.000 personas a finales del pasado año y tuvo un volumen de negocio de 1.126 millones de euros, eludió concretar en cuánto ha recortado su plantilla.
Fuentes de los trabajadores señalaron que el cierre de locales comenzó en abril, poco después de que la empresa anunciara un plan de expansión en México. elcorreodigital

martes, agosto 28, 2007

Freakonomics: incentivos y valores

Qué incentivos causarán efectos deseados y por qué. La ciencia económica lleva un tiempo tendiendo puentes a la ciencia de la psicología. En este comercio tienen ambas mucho que ganar. Básicamente, la economía consiste de una panoplia de herramientas de análisis, pero hasta ahora no ha propuesto una explicación de por qué las personas tomamos unas decisiones y no otras. Algunos de los economistas más brillantes están desbrozando ese terreno. Entre ellos, Steven D. Levitt, autor del libro Freakonomics. Este brillante profesor se dedica a explorar el lado oculto de la realidad más próxima, armado de una espectacular capacidad de formular preguntas interesantes, junto con una irreverente manera de aplicar herramientas de análisis. Un poco como los mejores detectives de la serie negra. Para que os hagáis una idea, una de sus preguntas es¿por qué continúan los traficantes de drogas viviendo con sus madres?.

Steven Levitt es muy poco dado a las grandes teorías, así que formula su visión del mundo en solo cuatro puntos:

  • Los incentivos constituyen la piedra angular de la vida moderna, y comprenderlos es la clave para resolver prácticamente cualquier misterio.
  • La sabiduría convencional a menudo se equivoca. Suele estar mal fundamentada.
  • Los efectos drásticos frecuentemente tienen causas lejanas, incluso sutiles.
  • Los expertos de todo tipo utilizan su información privilegiada en beneficio propio, aunque Internet está trayendo la posibilidad de vencerles en su propio terreno.

Gestionar es, básicamente, implantar y aplicar un marco de incentivos. Puede parecer sencillo: si queremos que la gente done sangre, ofrezcamos una recompensa económica por cada donación. Pero las personas somos bichos raros, y las sociedades, sistemas muy complejos. Resulta que allí donde las donaciones de sangre no se incentivan económicamente es donde se presentan más donantes, y más activos. Un modesto incentivo monetario cambia una satisfactoria motivación altruista por una insuficiente motivación monetaria. Y una vez estropeado el marco de incentivos, no basta con dar marcha atrás.
Por eso, algunos nos resistimos a las fórmulas de gestión que se basan en entregar más dinero a los que obtienen más puntos en una evaluación del desempeño. Son varios los problemas a superar, entre ellos el de que si existen incentivos claros, existen incentivos para engañar. Pero el mayor problema es que plantea, entre quien mide y quien es medido, una relación isomórfica a otras relaciones como la de gestor-gestionado, pensador-ejecutor, padre-hijo. Dicho de otra forma, dificulta una relación adulta entre adultos.
Los valores ofrecen una vía más practicable hacia un adecuado marco de incentivos. Estamos dispuestos a donar sangre por el bien de la humanidad. Estamos dispuestos a trabajar bien por orgullo profesional. Levitt no olvida que los valores pueden ser los incentivos más potentes.
La trampa está en que algunos embuten el discurso de los valores en una visión jerárquica tradicional. Si los valores los enuncia la Dirección General para su obligada subscripción por parte de los empleados, no hemos cambiado nada. La cosa es descansar el buen funcionamiento sobre la responsabilidad individual.

"El mito de la educación" (The nurture assumption) Judith Rich Harris (1999) Barcelona: Grijalbo.

EL MITO DE LA EDUCACIÓN Harris, Judith Rich (Ed. DeBolsillo)
Hasta ahora, los psicólogos asumían como irrefutable la tesis de que eran la herencia genética y el entorno familiar, es decir, los padres, los que determinaban la personalidad de los hijos. Pero en esta revolucionaria obra, Judith Rich Harris cuestiona esta idea a partir de ciertas evidencias: ¿Por qué los hijos de los padres inmigrantes acaban hablando el idioma y con el acento de su grupo social, y no con el de sus padres? ¿Por qué los gemelos que se han criado juntos no son más similares que los que se separaron de pequeños? Desde una perspectiva interdisciplinar y con un estilo claro, accesible y tremendamente ingenioso, este libro demuestra que los padres tienen una influencia relativa en cómo resultarán sus hijos, pues no son los padres quienes socializan a sus hijos, son los propios niños los que se socializan entre ellos.
Es esta una obra esencial, que sintetiza de forma magistral las evidencias aportadas por los últimos estudios de psicología, sociología, antropología y biología evolutiva y que nos ofrece una visión sorprendentemente nueva de quiénes somos y por qué llegamos a ser como somos.

"El mito de la educación" (The nurture assumption) by Judith Rich Harris (1999) Barcelona: Grijalbo.
Recientemente se ha publicado en castellano una amena, pero rigurosa obra, de una autora dedicada en su vida profesional a escribir libros de texto para estudiantes de psicología. La traducción presenta algunos problemas, pero estos no son especialmente importantes. Por ejemplo, se confunde "gemelos" (gemelos univitelinos) con "mellizos" (gemelos bivitelinos), pero la descripción de ambas categorías es correcta, por lo que es fácil darse cuenta del equívoco. También es inadecuado el título del libro. Literalmente el título es "El supuesto de la crianza", bastante más ajustado al contenido que el elegido por la editorial española.
El origen de "El mito de la educación" es un artículo publicado en la "Psychological Review" en 1995, que recibió el premio George A. Miller otorgado por la Asociación Americana de Psicología a trabajos de renombrada relevancia (Harris, 1995). El famoso psicolingüista Steven Pinker es el encargado de prologar la obra de Harris. Escribe Pinker: "tengo el convencimiento de que [la obra de Harris] se verá como un punto y aparte en la historia de la psicología".
La obra tiene dos objetivos generales: poner en cuestión la idea de que la personalidad del niño es formada o modificada por sus padres y ofrecer una perspectiva alternativa sobre el proceso a través del que se forma esa personalidad. La autora recopila y analiza cuidadosamente diversos conocimientos de las ciencias sociales. Una de sus primeras tareas es demostrar que los niños se comportan de un modo en sus hogares (con sus padres) y de otro modo fuera de ellos (sin sus padres), es decir, emplean dos códigos conductuales ajustados al contexto. La extendida idea de que los padres pueden influir a largo plazo en la personalidad de los niños procede, según Harris, de una determinada psicología universitaria, pero resulta ajena a la antigua psicología popular. Sin embargo, la primera -representada por los estudiosos de la socialización ha terminado por influir en la segunda, a pesar de haber cometido un error crucial. Los estudiosos de la socialización se han olvidado de separar dos tipos de influencias: las de los genes y las del propio ambiente familiar. Así, por ejemplo, si analizamos a una muestra de padres y a sus niños biológicamente relacionados, y observamos que existen algunas semejanzas entre ellos, podemos sacar la (equivocada) conclusión de que tales semejanzas se deben a que los primeros han criado a los segundos. Nada más lejos de la realidad: esas semejanzas se deben, en buena medida, a los genes que los niños comparten con sus padres, como han demostrado los estudios sobre adopción llevados a cabo por los genéticos de la conducta: "el fallo en el control de los efectos de la herencia convierte en ininterpretables los resultados de la mayoría de los estudios sobre la socialización" (p. 47). Un poco más adelante, Harris declara algo especialmente importante para su tesis: "los niños llegan a este mundo siendo bastante diferentes unos de otros. Sus padres los tratan de forma diferente a causa de sus características distintas" (p. 51).
Sin embargo, Harris, al igual que los genéticos de la conducta, pone un exquisito cuidado en aclarar que, por lo que al desarrollo de la personalidad se refiere, no todo depende de la genética, ni mucho menos. En la formación de la personalidad del niño también influye, al menos tanto como los genes, el entorno. Pero, ¿qué entorno? Según ella, los padres no forman parte de ese entorno. El entorno que es relevante está compuesto, en esencia, por el grupo de iguales (peers). De hecho, la teoría que Harris propone se denomina "Teoría de la Socialización Grupal": "los niños nacen con ciertas características. Sus genes les predisponen a desarrollar cierto tipo de personalidad. Pero el entorno puede cambiarles. No la crianza -el entorno que pueden proporcionarle sus padres, sino el entorno fuera del hogar, el que comparten con sus compañeros" (p. 192) Es decir, la socialización no es algo que los mayores les hagan a los niños, sino algo que los niños hacen por sí mismos. Para demostrar esta idea, Harris recurre a las investigaciones realizadas con animales, a los conocimientos acumulados sobre el pasado de la humanidad, a los resultados obtenidos por los genéticos de la conducta, y a una serie de experimentos sobre los grupos llevados a cabo por la psicología social en los años 50.
Mientras desgrana diversas investigaciones relevantes para apoyar su teoría, Harris alecciona a los responsables de los programas de acción social dirigidos a la población adolescente. Así, por ejemplo, expone su opinión sobre las campañas destinadas a evitar el hábito de fumar. Según ella, decirles a los "adolescentes" cuáles son los peligros del tabaco no tiene sentido, puesto que se trata de propaganda diseñada por los "adultos". Dado que estos no aprueban que se fume, aquellos se sienten más inclinados a hacerlo. Existe una oposición de los adolescentes hacia los adultos, básicamente porque necesitan diferenciarse -a esto Harris le denomina "contraste de grupo". Los mensajes de conducta dirigidos por los adultos carecen de sentido para los adolescentes, puesto que éstos crean su propio mundo y viven en él.
Quizá una de las argumentaciones más "duras" de la obra de Harris sea la referida a las consecuencias que pueden tener los reiterados mensajes de algunos "expertos" en educación. Según ella, los libros de esos expertos ignoran el hecho de que todos los niños nacen diferentes, como antes se ha comentado. Al haber convencido a los padres de que lo que ellos hagan en casa, tendrá un efecto duradero sobre la personalidad de sus niños, han logrado generar intensos sentimientos de culpa y, naturalmente, han anulado la espontaneidad en las relaciones humanas que se establecen dentro de los hogares. Sin embargo, la investigación científica ha demostrado que los padres no tienen un efecto a largo plazo sobre la personalidad de sus niños. En la práctica, a la larga, y dentro de un rango poblacional más o menos normativo, es indiferente quiénes sean los padres -aunque esto no niega que haya casos excepcionales en los que algunos padres si influyan a largo plazo en la personalidad de algunos niños, o que los padres pueden actuar como si no tuviesen hijos. Lo que va a pesar son los genes que los padres les pasan a sus niños y las experiencias que estos niños vivan fuera del hogar, dentro de su grupo de iguales: "la herencia es una de las razones por las que los padres con problemas tienen a menudo hijos con problemas. Es un hecho simple, obvio e innegable; y sin embargo es el hecho más olvidado de toda la historia de la psicología. Juzgando la escasa atención que los psicólogos clínicos y del desarrollo le ha prestado a la herencia, pensarías que aún estamos en los días en que John Watson prometía convertir una docena de bebés en médicos, abogados, mendigos o ladrones" (p. 370).
Desarrollando su teoría, la autora proporciona pistas muy interesantes sobre cómo analizar el efecto del entorno sobre la personalidad de los niños. Así, por ejemplo, estudia familias de inmigrantes, en las que los padres pertenecen a una cultura y el resto de la comunidad pertenece a otra. Ello permite distinguir el efecto de los padres y el efecto de las influencias exteriores a la familia. También estudia a las familias en las que los padres son sordos, pero no sus niños. En estos casos, se demuestra que los niños adquieren la cultura que observan y experimentan fuera del hogar, no dentro de él: "el mundo que los niños comparten con sus compañeros es lo que forma su conducta y modifica las características innatas, y todo ello determina el tipo de personas que serán cuando crezcan" (p. 253). Este hecho cuestiona, además, la tan traída y llevada repercusión de los divorcios sobre el desarrollo posterior de los niños. Según los estudios revisados por Harris, no es cierto que los divorcios repercutan a largo plazo en la personalidad de los niños. La autora también pone en tela de juicio el extendido estereotipo de que los niños deben ser criados por un padre y por una madre; esto no ha sido demostrado científicamente. Por tanto, un niño podría ser perfectamente criado por una pareja de homosexuales, puesto que, realmente, el niño se socializa dentro de su grupo de iguales, no dentro del hogar familiar.
Harris revisa el efecto que puede tener su teoría sobre fenómenos sociales como el fracaso escolar. Según ella, los chicos que se acercan a los buenos estudiantes tienden a presentar una buena actitud hacia el trabajo escolar; y al revés. De hecho, la autora cree haber encontrado la principal causa de la bien documentada, pero todavía no explicada, diferencia promedio de rendimiento entre los dos principales grupos étnico-raciales estadounidenses en los tests estandarizados de inteligencia: "los chicos afroamericanos y los euroamericanos se identifican con grupos distintos con normas distintas. Las diferencias son exageradas por los efectos de contraste de grupo y tienen consecuencias que arrastran con ellos a lo largo de los años (...) los chicos afroamericanos a los que les van bien los estudios sufren la presión de sus compañeros para que no trabajen tanto. Fallan a la hora de ajustarse a las normas de su grupo: 'actúan como blancos'" (p. 316). Por esta vía, Harris también sugiere por qué no han funcionado como se esperaba los programas de mejora de la inteligencia. Ello ha sido así porque los programas se han centrado en lo que no es importante, es decir, en intentar cambiar la conducta de los padres con sus niños. Sin embargo, esos programas deberían modificar la conducta y las actitudes de un grupo de niños: "un programa dirigido a un grupo entero de niños tendría más éxito que con esos 17 niños arrancados de diez o doce escuelas diferentes" (p. 320).
En suma, la obra de Harris es valiente y sugerente, pero también rigurosa. De hecho, ya se ha publicado algún estudio empírico dirigido a contrastar la teoría de la autora, con resultados bastante positivos (Loehlin, 1997). Aunque los pilares básicos de la "Teoría de la Socialización Grupal" hace tiempo que son conocidos, Harris ha llevado a cabo una necesaria labor de integración de un modo brillante. Además, ha puesto al alcance del público general, usando un lenguaje comprensible, conocimientos científicos difíciles de transmitir. De todos modos, "El mito de la educación" no está llamado a convertirse en un obra de impacto similar a la "Inteligencia emocional" de Daniel Goleman, a pesar de ser una obra igual de entretenida, aunque mucho más amparada por las evidencias científicas. Y ello es así porque es probable que la gente quiera escuchar que la inteligencia no es importante, sino que lo son las emociones, pero es poco probable que la gente quiera escuchar que lo que ellos les hagan a sus hijos no tendrá efectos a largo plazo. Con todo y con eso, la sociedad no puede dar la espalda a las evidencias científicas cuando estas son tan abrumadoras. Tarde o temprano, la obra de Harris tendrá un reflejo en la sociedad a la que se dirige.
Reseña para:Psicothema, 12, 1, 160-162.

Roberto Colom Marañón Facultad de Psicología Universidad Autónoma de Madrid

REFERENCIAS. Harris, J.R. (1995): Where is the child's environment? A group socialization theory of development. Psychological Review, 102, 3, 458-489. // Loehlin, J. (1997): A test of J.R. Harris's theory of peer influences on personality. Journal of Personality and Social Psychology, 72, 5, 1197-1201.

Sea banquero (de los pobres) y filántropo a la vez…a través de internet: kiva.org

…no es una historia de cómo convertirse en una especie de fusión entre Botín y Bill Gates. Tiene mucho más que ver con el premio Nobel Muhammad Yunus.. Seguro que han oido hablar de microcréditos alguna vez….
Pues bien, a través de www.kiva.org cualquiera puede prestar dinero para que la gente del tercer mundo inicie sus negocios. Pero… ¿qué es Kiva?
Kiva (”unidad” o “acuerdo” en swahili) es una ONG que ya ha sido calificada como el primer banco “P2P”, la primera “red social” para colaborar con los países en el tercer mundo. A través de internet puedes hacer tus préstamos, a interés cero, por supuesto, directamente a las personas que lo quieren para comenzar algún negocio. El mínimo es 25 dólares (no llega a 19 euros) y la página ofrece un completo perfil de los candidatos a los créditos, incluida su foto, el tipo de negocio que quieren llevar a cabo y su biografía.
De esta manera, “esponsorizas” un pequeño negocio para ayudar a la gente, que devuelve el préstamo en un periodo de entre 6 y 12 meses, reembolsando mensualmente. El dinero está gestionado por entidades de microcréditos de los países de origen lucro que te informan periódicamente de cómo va el negocio.
La idea surgió en San Francisco, donde Matthew y Jessica Flannery, tras diversas experiencias en África y ver cómo funcionaban los microcréditos, decidieron buscar una manera de prestar dinero a las zonas rurales de África, En marzo de 2005 comenzaron en Uganda, y hoy en día se ha extendido enormemente hasta en 36 países diferentes, incluido Irak.

Cifras: De momento, ya son más de 10 millones de dólares en créditos concedidos por más de 90.000 personas alrededor del mundo. ¿Miedo a que no le devuelvan el dinero? La tasa de impago es de un ridículo 0,31%, mucho menor que la de cualquier entidad financiera corriente. Medios de comunicación como el Wall Street Journal, la CNN, la BBC, el New York Times o la revista Time ya se han hecho eco de la iniciativa. Y cuenta con el apoyo de empresas como Google, MySpace, Yahoo o YouTube, que ceden espacios para publicidad.

Yo ya he comenzado, y he decidido hacer mi primer préstamo para que Agnes Ekoun pueda montar un bar en Nigeria…

*Una nueva web de eBay permite financiar a los más pobres. MicroPlace permitirá a la gente invertir desde cien dólares para apoyar el desarrollo...

viernes, agosto 24, 2007

Los creadores de buena suerte por Alex Rovira

Los creadores de buena suerte ÁLEX ROVIRA CELMA EL PAIS SEMANAL - 16-08-2007
¿Por qué se dice que alguien tiene buena suerte? ¿Qué caracteriza a las personas afortunadas? Mientras la suerte depende del azar y es incontrolable, la buena se genera con esfuerzo y actitudes positivas. No es tanto una cuestión aleatoria, sino de trabajar para conseguir lo que uno quiere.
A menudo, en conversaciones con compañeros, amigos o familiares oímos la referencia a un tercero en términos: "¡Fulano de tal sí que tiene buena suerte!". Esta expresión nos lleva a pensar en que la fortuna parece favorecer al sujeto que es objeto de la conversación. Pero si analizamos en detalle los motivos por los que se le atribuye esa buena fortuna, observamos en la mayoría de casos que detrás de ella existe un conjunto de elementos que nos llevan a pensar que no se trata de una cuestión de puro azar, sino que la buena suerte de la persona es más el resultado de su trabajo y de sus actitudes que de los caprichos de lo aleatorio. Por eso conviene diferenciar dos conceptos: suerte, por un lado, y buena suerte, por otro.
La suerte, entendida como la define el diccionario, tiene que ver con el azar. Se trata de la aparición de circunstancias no controlables ni reproducibles por la voluntad humana y cuyos efectos, favorables o adversos, tienden a ser efímeros. Por otro lado, la buena suerte, dicen quienes consideran tenerla, la crea uno mismo: uno es la causa de su buena suerte. ¿Cuáles son entonces los elementos que definen a las personas que consideran que tienen buena suerte en la vida? A continuación, los más representativos:

Tienen una actitud positiva ante las experiencias, incluso cuando éstas, de entrada, aparecen como un revés, una dificultad o una crisis. Su optimismo se ancla no en la ingenuidad, sino en la lucidez y en el compromiso con su trabajo. Cuando la adversidad se presenta, se cuestionan en qué medida han contribuido a la situación y actúan para resolver la circunstancia que se haya generado.
Se saben responsables de sus actos. Ante el error o la adversidad, no culpan a un tercero, sino que se preguntan en qué medida ellos son, consciente o inconscientemente, causa de lo que les ha ocurrido, y cómo pueden enmendarlo. No viven el error como una mácula en su currículo o algo de lo que avergonzarse, sino que hacen de él una fuente de aprendizaje. Disponen de buenas dosis de asertividad y autoestima. Ello les lleva a mantenerse fieles a su propósito, a perseverar, a trabajar para crear las condiciones que favorezcan la aparición del anhelo que persiguen.
Emplean su imaginación para ver con la mente su anhelo realizado. Funcionan con un "hay que creerlo para verlo", y no con un "hay que verlo para creerlo".
Son perseverantes: no postergan las cuestiones que tienen pendientes de resolver. O lo resuelven de inmediato o lo delegan o lo tiran a la papelera.
Tienden a atribuir un significado constructivo a lo que les sucede. Una misma circunstancia puede ser vivida, según la persona, como un golpe de mala suerte o un regalo de la vida que permite abrir la conciencia a un modo nuevo de percibirse a sí mismo y a los demás, y a actuar de manera diferente. Esta segunda reflexión es habitual de los creadores de buena suerte. (...)
Y en muchas ocasiones, esta interpretación de los hechos que nos muestra el relato cobra sentido. Lo que a primera vista parece un contratiempo puede ser un disfraz del bien. O al contrario, lo que parece bueno a primera vista puede ser realmente perjudicial. Por ello, quizá lo razonable es despreocuparse de la suerte (mala, buena o inexistente) y avanzar creando las circunstancias que nos lleven a encarnar la calidad en lo humano, en las relaciones, en lo social y en la vida.
* La mejor elección por Fernando Trías de Bes: ...Lo que pasa es que detrás de todo deseo hay un miedo de la misma intensidad. Tendemos a rehuir el placer por miedo o por culpa. Nuestra tradición ha premiado el esfuerzo y el sufrimiento y ha penalizado el placer. Es verdad que todo trabajo implica esfuerzo, pero no es menos cierto que sufrir en torno a una tarea que nos llena reviste sentido....

PUNSET Y EL AMOR «La gente feliz está siempre enamorada» Eduard Punset XLS

Ni romántico ni culturalmente determinado. El amor es un instinto práctico. Pero su utilidad es de tal índole que de ella dependen nuestra felicidad y hasta nuestra supervivencia. En su próximo libro, y en esta entrevista, Eduardo Punset desmonta los tópicos que lo rodean... "Viaje al amor", ed. Destino

XL Semanal. ¿Qué es el amor?
Eduardo Punset. Un instinto de supervivencia.

XL. Empezamos poco románticos...
E.P. Es que el amor tiene una explicación evolutiva muy precisa en nada vinculada al romanticismo. Es un instinto de superviviencia en el sentido de que ningún organismo intenta vivir solo. Hace 3.500 millones de años, la primera célula necesitaba que alguien la ayudara a respirar un aire que se estaba oxigenando y, por lo tanto, convirtiendo en letal. Así que si pasaba por allí otra célula `inmune al oxígeno, le pedía que se quedara con ella.

XL. Es lo que llama la fusión irrefrenable del otro, lo que nos lleva a que el amor es, antes que nada, práctico. Pero aclaremos una cuestión: ¿de qué amor hablamos? ¿Del amor en general, a nuestros padres, hermanos y amigos, o del amor de pareja?
E.P. La neurología moderna cuestiona estas distinciones. Los circuitos activados por el amor materno, fraternal o el amor romántico son los mismos. Es más, son los mismos circuitos para el amor que para el desamor. Lo que pasa en el cerebro del bebé al que dejan llorando en la cuna hasta que revienta es exactamente lo mismo que le pasa al adulto cuando ha perdido a su gran amor. Y lo más tremendo es que los recursos con que cuentan uno y otro son igual de insignificantes. El adulto no tiene más recursos para hacer frente al desamor que el bebé para sobrellevar el desamparo o el abandono de la madre.

XL. Hombre, algún recurso más tendrá, aunque sólo sea porque puede hablar...
E.P. Bueno, el adulto puede recurrir a terceras personas para que lo alivien, puede comunicar su sufrimiento, pero en realidad no le sirve de nada, porque en el enamorado se produce una especie de obnubilación, se activan unos mecanismos que llamamos los inhibidores latentes y que le `aislan´ de cualquier consejo exterior: no ve más que el amado, no ve sus defectos. En este sentido, la situación es la misma. (...)

XL. Dice que uno envejece cuando deja de enamorarse. Es decir que si pudiésemos estar enamorados constantemente, no envejeceríamos. Ni los radicales libres, vamos...

E.P. Exacto. Digámoslo de otro modo: una forma de envejecer es no enamorándose. Esto es un proceso paralelo al equilibro que se rompe cuando llega la muerte. No hay un gen que diga «me voy a morir tal día a tal hora». Lo que hay es un equilibrio transitorio entre agresiones a la célula –vía contaminación, estrés, etc.– y la capacidad regeneradora de esa célula. Cuando este equilibro se rompe, termina la vida. Yo sugiero que el amor, lejos de ser una agresión, alimenta la capacidad regeneradora de la célula. Ahora sabemos que el estrés causado por una desgracia, aunque sea imaginada, reduce el volumen del hipocampo, un órgano central del cerebro para la memoria y para la planificación de la vida. Esto ya se ha podido medir.(...)

XL. ¿Y cuál es su sospecha?
E.P. La creencia generalizada es que esta capacidad arranca de las limitaciones humanas que nos llevan a inquietarnos por cosas que desconocemos y que, supuestamente, nos amenazan. La gente cree que es la falta de conocimiento lo que produce esta inseguridad y, por lo tanto, la infelicidad. Pero no es así. No hay más que hablar con los premios Nobel, y todos coinciden: el tiempo más feliz de sus vidas no fue cuando les dieron el premio, sino cuando estaban investigando; cuando no sabían, y sólo intuían que un problema tenía una solución.

XL. Pero más que el desconocimiento, lo que los hace felices a esos premios Nobel es la creencia de que pueden resolver el problema. Y lo que a uno le hace infeliz es estar convencido de que no lo puede resolver. Y, reconozcámoslo, es verdad que mucha gente no puede...

E.P. Aquí es donde llegamos al poder cáustico, aterrador, que tienen las convicciones, las creencias de la gente. Son inamovibles. En las escuelas, sumado a lo que enseñan, debería haber una asignatura que se llamara el `desaprendizaje´. O sea, una materia que enseñara a la gente a desaprender aquello que le han inculcado y es falso.

XL. ¿Por qué tenemos esas creencias tan arraigadas?
E.P. No sé, pero ocurre, y en el amor lo ves continuamente. Hoy en día, un ejecutivo no puede dedicar el tiempo que en mi época dedicábamos a cortejar a la persona amada, y, sin embargo, ‘flipas’ con qué fuerza persisten los rituales. Aún hoy hay que tomar café varias semanas, respetar ciertos códigos... La incomunicación entre los humanos es sideral. Vivimos apelotonados, pero igual que las estrellas parecen apelotonadas y las distancias son siderales -tanto que si tiras al firmamento una bola del tamaño de la Tierra la posibilidad de que choque con algo es nula-, aquí la gente no se da cuenta de la gran distancia que separa a una persona de otra. Y menos aún de lo difícil que es la comunicación de una comunidad andante de células con otra comunidad andante de células, que es lo que somos.

XL. ¿De quién nos enamoramos? ¿Nos enamora la juventud, la capidad reproductiva, la protección..?

E.P. Lo más sencillo es mirar la evolución, lo que pasaba hace millones de años. Con una esperanza de vida de tan sólo 30 -y eso lo hemos superado hace apenas un siglo y medio-, ser joven era fundamental. Los rasgos característicos de la juventud, es lógico, han quedado en los genes como uno de los criterios a seguir a la hora de elegir pareja. La segunda razón evolutiva era la simetría. Una persona con las facciones más simétricas, con un nivel de mutaciones lesivas inferior al promedio, con menos tortuosidades, está indicando que su metabolismo funciona. Y cuando ves una cara así, un cuerpo así, es cuando exclamas: «¡Dios mío, qué belleza!».

XL. Su libro destaca la diferencia de intereses entre el hombre y la mujer y señala que los métodos de ella son más ‘elaborados’: sexualmente, él `dispara´ a todo lo que se mueve, ella selecciona; operativamente, la hembra incluso oculta su ovulación para tener ‘cogido’ al macho... Se presenta a las mujeres como inteligentes pero ‘retorciadas’, lo que, sin duda, le gustará leer a más de uno. ¿Es más sibilino el proceso de selección de la mujer que el del hombre?

E.P. Claro, pero por una razón muy sencilla: el hombre es más simple.

XL. ¿Puede afirmarlo científicamente?
E.P. Por supuesto, es absolutamente científico. Hay muchos estudios, pero no hay más que andar por la calle. La mujer de hoy no se parece en nada a la Lucy de hace dos millones de años, el primer fósil femenino con el que contamos. Mientras que -con perdón- el parecido entre un hombre y un chimpancé sigue siendo muy común. El distanciamiento fisiológico ha sido menor. Además, evolutivamente, el hombre lidiaba con sistemas inertes, para predecir la climatología, para cazar, mientras que la mujer, que estaba recluida para cuidar de la prole, trataba con sistemas vivos. Ella estaba mucho más acostumbrada a predecir el comportamiento porque tenía que intuir lo que pasaba por la cabeza del niño para poder cuidarlo. Y esto ha hecho que incluso las más feministas hoy deban aceptar que la capacidad de empatía de la mujer, el saber ponerse en el lugar del otro, es mayor.

XL. ¿Eso le da más ventaja evolutiva al hombre o a la mujer?
E.P. A la mujer. Y eso lo vemos en las empresas. La incorproación de la mujer al trabajo se nota en dos cosas: una, de detalle, es que ellas no esperan a que el jefe se vaya para irse a casa. La segunda, más seria, es que ningún departamento de relaciones laborales se plantea hoy gestionar los recursos humanos sin considerar las emociones.

XL. Otro asunto susceptible de polémica en su libro es el que se refiere a la diferencia entre hombres y mujeres en cuanto al deseo sexual, mucho mayor en ellos...
E.P. Vamos al principio: el óvulo es una célula mil veces más sofisticada y hermosa que el espermatozoide. Segundo punto: durante mucho tiempo nos hemos preguntado cuál era la función evolutiva del orgasmo. Puesto que se podía tener descendencia sin orgasmo, ¿por qué tenerlo? Ahora sabemos que sí tiene una función evolutiva: produce unas contracciones que ayudan a la absorción del esperma por la mujer. Tercer punto: para que ellas alcancen el orgasmo, es necesaria una inhibición emotiva. Al contrario de lo que ocurre en el varón, en la mujer debe haber una desconexión con las grandes angustias, ansiedades y problemas. Dicho esto, quiero aclarar que hablo de promedios; hay individualidades a las que no les pasa nada similar. Pero lo que está demostrado en laboratorio es que el espacio reservado en el cerebro al sexo es dos veces y media superior en el hombre que en la mujer.

XL. Y, sin embargo, se afirma que la mujer tiene más sexo con la cabeza, con el cerebro, que con el cuerpo...
E.P. Esto lo acaban de descubrir quienes buscaban una viagra para la mujer: no es posible porque ella tiene una libido eminentemente mental.(...)

XL. Pero se puede estar enamorado sin sexo.
E.P. Sí, vale, pero el amor realmente no culmina sin contacto físico.

XL. Hablemos de otro contacto físico: el de madre e hijo. Insiste mucho en esto para el correcto desarrollo afectivo posterior.
E.P. Lo hemos comprobado con ratitas. Las acariciadas por su madre generaban una autoestima y una seguridad mucho mayor que las que no lo eran. Si hay algo en el libro en lo que no me puedo equivocar es en aconsejar a las madres que acaricien, palpen y besuqueen a sus hijos.

XL. Hay un concepto en este sentido que quizá merezca atención: la inversión parental. Lo que se sacrifica o no en la pareja por tener hijos...
E.P. Me explico: para una relación de pareja hace falta un soporte material, un escenario, y eso exige una inversión. Hijos, relaciones sociales, hipotecas... Tienes que invertir para crear un gran amor. Y ahí puede fallar todo. Hay una primera etapa en la relación, perecedera, y que no plantea grandes problemas: la fusión amorosa, y pasa casi toda en la cama. Luego viene la etapa de los compromisos y aquí entra el coste-eficacia de los economistas. La negociación puede ser inconsciente pero es determinante. Se trata de pactar los márgenes de libertad individual. Muchas parejas se van al traste porque no ha habido esa negociación. O por una excesiva inversión parental: por ejemplo, muchos hijos. En Occidente está cifrado en dos hijos. Tener más de un par es malo para el amor, grava en exceso la inversión parental. Hablamos de promedios, insisto. Pero es evidente que seis hijos plantean mucho más compromiso y es posible que la pareja sufra más. (...)
Ana Tagarro

Test: ¿Cuál es mi capacidad de amar?

El gran test del amor Test: ¿Cuál es mi capacidad de amar?

GRUPO A DE PREGUNTAS (Puntuación de 1(no) a 9(sí))
# Me gusta hacer amigos nuevos.
# Si volviera a nacer, me gustaría ser tal y como soy.
# Detesto la soledad, necesito compartir mi vida con los demás.
# En el colegio y/o en el instituto el reconocimiento de mis compañeros era importante para mí.
# En el colegio y/o el instituto tuve un maestro que realmente se preocupó de mí.
# Mis compañeros me piden consejo.
# Lo más importante en mi vida soy yo mismo.
# Estoy/estuve dispuesto a renunciar a mi nivel de vida por obtener un hogar mejor para mi familia.
# Me siento muy atado a mi pareja.
# Manejo adecuadamente y sin agobios mis obligaciones.
# Estoy/estuve muy comprometido con la formación y el mantenimiento de un hogar.
# En este momento de mi vida mi esfuerzo está puesto en la creación de una familia.
# Estoy en un momento en el que pienso mucho en estar con mi pareja.
# He organizado mi vida para poder tener tiempo para mí y no sólo para los demás.
# Me río hasta de mí mismo.
# Mi pareja me apoya en todo.
# La mera presencia de mi pareja me excita.
# Los obstáculos del camino no me impiden seguir adelante.
# Intento vivir con humor cualquier situación

GRUPO B DE PREGUNTAS (Puntuación de 1 a 9)
# En el colegio y/o en el instituto mis compañeros me ignoraban.
# Rechazo totalmente la sociedad que me ha tocado vivir.
# Los demás no me valoran lo suficiente.
# Me siento agobiado por las obligaciones económicas.
# En mi trabajo no me reconocen como yo me merezco.
# Creo que en mi familia no me valoran como me merezco.
# En mi día a día no llego a todo: familia, trabajo, pareja, amigos.
# Me he complicado demasiado la vida con numerosos compromisos.
# Me cuesta ponerme en el lugar del otro.
# Me pueden atraer sexualmente otras personas que no son mi pareja.
# Ya no considero a mi pareja atractiva sexualmente.
# Si alguien no me agrada lo ignoro.
# Hay grupos sociales o colectivos que no soporto.


INTERPRETACIÓN DE LOS RESULTADOS
Para obtener una puntuación y poder evaluar su capacidad de amar sume los resultados de las preguntas del grupo A y réstele la suma asignada a las preguntas del grupo B.

1. Puntuación igual o mayor de 76: significa que, en general, es una persona capaz de establecer vínculos afectivos estables y sólidos, que no le asustan los compromisos, que disfruta relacionándose con los demás y que tiene o es capaz de mantener una relación de pareja madura. Sabe que casi todo tiene un lado bueno, lo cual no significa, necesariamente, que la vida le sonría, pero usted sí sonríe a la vida. Posiblemente, usted sea la pareja y/o el amigo que todos desearíamos tener.
2. Puntuación entre 60 y 75: posee una buena capacidad de amar, se maneja bien en las relaciones sociales, tiene un buen círculo de amigos, tiene o es capaz de mantener una relación de pareja madura y su relación con sus padres y hermanos es óptima. Puede que en ocasiones se sienta desbordado por los compromisos adquiridos, pero tiene recursos para recuperar el equilibrio.
3. Puntuación entre 46 y 59: no le resulta fácil establecer lazos estrechos basados en la confianza y el compromiso, tal vez porque su familia no fue un buen lugar en el que aprender estos principios. Se siente más cómodo manteniendo relaciones triviales que profundas. Es posible que evite una relación de pareja estable ya que valora en extremo su independencia o que, si la tiene, se sienta agobiado a menudo por las obligaciones que conlleva. Puede que no se sienta reconocido como cree que le corresponde por la familia, la pareja, los amigos o profesionalmente, pero es muy posible que no se valore a sí mismo lo suficiente.
4. Puntuación de 45 o menor: le cuesta establecer vínculos sólidos con los demás, ya sea porque huye de los compromisos o porque es incapaz de establecer dicha unión. Además, no disfruta especialmente con las relaciones sociales, sino que prefiere la soledad. Puede que le marcara alguna experiencia vital negativa. En general, no es ni muy positivo, ni muy seguro. Posiblemente piense que la vida no le ha tratado como se merece y que hay personas que se han beneficiado de una posición que no les corresponde.

sábado, agosto 18, 2007

Conversión: cambiar de religión. Cuestión de fe

Cuestión de fe: la conversión QUINO PETIT EL PAIS SEMANAL - 09-08-2007

Del judaísmo a la Iglesia evangélica. Del cristianismo al islam. Del islam a la fe bahaí. Viajes espirituales que históricamente han provocado intransigencias y todavía hoy suscitan conflictos sociales. Ésta es la historia de personas que un día decidieron cambiar de credo.

A los argelinos Mohamed y Djamila Belhani su fe les pudo costar la vida. El supuesto pecado: secundar en una na
ción mayoritariamente musulmana los postulados de la religión bahaí, perseguida incluso hasta la muerte en algunos países árabes. Cuando se enteraron en el trabajo, varios compañeros de Mohamed llegaron a amenazarle con secuestrar a su hijo de tres años para alejarle de la tutela de un "infiel". El miedo convirtió al exilio en la única esperanza. Mientras su país se desangraba en una guerra civil que acabó sepultando a más de 150.000 víctimas, la familia encontró asilo en España en 1994. Pero para entonces hacía ya muchos años que su viaje espiritual había comenzado.
Originarios de Orán, la pareja se conoció en un colegio universitario de Argel. Él compartía habitación en el campus con un seguidor de la religión bahaí poco acostumbrado a exteriorizar sus creencias. Hasta que una tarde manifestó ante Mohamed una especie de revelación: "Existe otro profeta, posterior a Mahoma". Y le habló del persa Bahaulá, fundador de la fe bahaí en 1844 como creencia basada en un único Dios que se revela a través de todos los mensajeros divinos. Sin renegar de ninguno, desde Jesucristo hasta Buda. "Yo me crié bajo un islam más de tradición que
de confesión, como pasa en España con el catolicismo. Pero desde pequeño me machacaron con aquello de que Mahoma era el último; mi dimensión del mundo se reducía a este salón", recuerda hoy Mohamed, a los 43 años, en su casa de Cambrils (Tarragona). "Ante la sociedad argelina podías mostrarte rebelde, opinar sobre lo que no te gustaba. Pero decir que había otro profeta después de él... ¡Eso no podías ni planteártelo! Era algo así como pasarte al enemigo".
El primer reflejo de Mohamed fue afanarse en desmontar los argumentos de su amigo. La mejor manera que se le ocurrió para lograrlo fue regresar a la casa de su familia, tras licenciarse en ingeniería, y encerrarse todo un verano a estudiar el Corán, la Biblia y varios escritos bahaís. "La religión en los países árabes es muy importante; en cuanto alguien te plantea una cuestión relacionada con ella, intentas resolverla", explica Djamila. A remolque de su novio, ella también se interesó por aquellas lecturas sagradas. Y juntos empezaron a encontrar similitudes entre las distintas religiones, a cuestionarse si era posible quedarse con
lo mejor de cada una. A sospechar que no era tan descabellada la idea de aglutinarlas a todas en una sola. Finalmente dieron el paso. "El conocimiento en profundidad del Corán nos ayudó a abrazar la fe bahaí, a evolucionar hacia una religión más completa".
Pronto se lo comunicaron a sus familiares. Atónitos, recibieron de propina la noticia de un enlace inminente de la joven pareja bajo los ritos musulmán y bahaí. "A mi padre le di el disgusto de su vida", admite Mohamed. Dejó de rezar cinco veces al día, abandonó la mezquita y sustituyó el Ramadán por un ayuno durante los 19 días anteriores a cada 21 de marzo, fecha del año nuevo bahaí. Djamila tampoco encontró comprensión entre los suyos: "Mi madre me respetaba, pero mis hermanos me dieron de lado". Después de contraer matrimonio encontraron trabajo en la Empresa Estatal de Hidrocarburos y optaron por no airear en público sus inquietudes espirituales. H
asta que Mohamed decidió que estaba cansado de ocultarse en la oficina para ayunar fuera del Ramadán o justificar su ausencia durante los rezos en horario laboral.
En pleno ayuno previo al 21 de marzo, un compañero le invitó a bajar al comedor de la empresa. Mohamed le explicó la razón de su falta de apetito y su vida dio un giro radical.
"¿Por qué tuviste que contarlo?". Djamila todavía se lamenta. El rumor se ex
tendió por la empresa. Entre las amistades y el vecindario. Muchos amigos fallaron. Algunos les señalaron por la calle. La guerra civil argelina se recrudecía a principios de los noventa, y el matrimonio, con dos hijos pequeños, se sintió presa del miedo. Mohamed logró un visado de turista para un mes en España y la familia llegó a Madrid con lo puesto. En el centro bahaí de la capital encontraron ayuda económica. Tras mucho insistir, Mohamed logró la concesión del asilo territorial con permiso de trabajo. Y volvió a empezar de cero, montando cuadros de luz; Djamila entró en depresión a los tres años: "Ésta ha sido la tragedia de mi vida. Abandonar mi casa, a mi gente. Ya sólo regresamos a Argelia una semana cada año durante el verano. Aunque echo de menos a mi familia, nunca podría volver a vivir allí. Sólo guardo recuerdos de pánico. De intolerancia".
Desde hace seis años, su casa está en Cambrils. Se sienten a gusto y practican en familia los ritos de su creencia. Mohamed ostenta hoy doble nacionalidad, española y argelina. Mantiene a los suyos montando centrales eléctricas. Pero ya no habla de su religión prácticamente con nadie ajeno a la fe bahaí. Prácticamente.
"La persecución a los bahaís es coetánea a su fundación y se prolonga hasta nuestros días, sobre todo en países como Irán. Las ejecuciones durante la revolución islámica estuvieron a la orden del día. Y todavía constituyen allí una minoría oprimida". Esta misma denuncia de Kasra Mottahedeh, secretario general de la Comunidad Bahaí de España, ha sido constatada por numerosos organismos internacionales que siguen clamando al cielo por que estas personas vean reconocidos sus derechos.
En España, la Comunidad Bahaí se engloba dentro de las llamadas confesiones minoritarias y representa alrededor de tres mil seguidores. Si bien no reúnen un número elevado de nuevos adeptos cada año, mantienen un número constante de advenedizos ajenos a los problemas que afrontaron Mohamed y Djamila. Como José Luis Marqués, de 62 años, qu
ien no puso en peligro su vida, pero armó un buen revuelo en casa de sus padres poco después de ordenarse sacerdote. Tenía 24 años cuando encontró sentido a su existencia en la fe bahaí. "A través del estudio comprendí que esta religión explicaba mejor que ninguna otra por qué existe una pluralidad de creencias".

Cambiar de credo. De rito. De postulados. Conversiones que tuvieron su periodo de auge en la Península durante los siglos XIV y XV, cuando los judíos y los musulmanes que permanecieron en territorio ibérico tras la expulsión se vieron obligados a aceptar la fe de los monarcas de Castilla y Aragón para sobrevivir. Para huir del estigma en un territorio unificado políticamente por los Reyes Católicos a través de la religión. Conversiones que evocan los trágicos episodios de represión inquisitorial a protestantes durante la Contrarreforma, algunos de ellos recopilados por Miguel Delibes en
El hereje. "Sin olvidar la represión franquista contra todo lo no católico en general, y lo protestante en particular", apunta el incombustible teólogo Enrique Miret Magdalena. Para el autor de las memorias Luces y sombras de una larga vida, de 93 años, "tendríamos que remontarnos a épocas anteriores al Siglo de Oro para encontrar sorprendentes periodos de libertad de discusión sobre asuntos religiosos".
¿Y hoy? ¿Qué puede llevar a una persona a buscar calor espiritual en una parroquia diferente a la que ha venerado por tradición o por devoción? "Pulverizada tras la dictadura la identificación entre hispanidad y catolicidad, el flujo de unas religiones a otras se ha normalizado en España. En buena medida se produce desde la Iglesia católica hacia confesiones minoritarias, donde los fieles encuentran una atención más personalizada a sus inquietudes. Donde se insiste menos en el cumplimiento de determinadas normas y se fomenta el encuentro y el intercambio de experiencias. La libertad para hacerlo sin tener que apostatar, también juega como elemento a favor", argumenta Juan José Tamayo, director de la Cátedra de Teología y Ciencia de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid.

"¿Apostasía? No la he solicitado, pero yo apostato de la Iglesia católica. Nunca llegué a encontrar sentido a la existencia en el catolicismo. Me resultaba incompleto. El islam me ayudó a convertir la religión en una forma de vida". Es curioso caminar junto a Silvia Cerrada por el madrileño paseo de Recoletos. Sobre todo por las miradas de escrutinio que despierta entre los veraneantes de la urbe repantingados sobre los bancos. "Si me acompañas al cercanías, verás cómo mira un español a los musulmanes en un tren. Yo sospecho que a mí han dejado de darme algunos trabajos por llevar velo".
Silvia tiene 39 años, prepara unas oposiciones, cubre su cabeza con hiyab desde hace dos, reza cinco veces al día en el descansillo de la escalera de la casa de sus padres y lleva un pequeño ejemplar del Corán en el bolso traducido al inglés. Su viaje hasta aquí empezó en un cementerio cercano al barrio de Vallecas (Madrid) a los ocho años. Acompañaba a menudo a su abuela y una tarde se le ocurrió bajar al osario. La niña encontró un amasijo de huesos y pasó la tarde interrogando "a la yaya" sobre el destino de aquellos restos fúnebres. Ni ella ni las monjas de su colegio supieron darle la respuesta que esperaba.
"¿Por qué estamos aquí? Es gracioso, pero encontré en el teatro una primera pista a mis dudas sobre la existencia. Trabajando desde la tramoya, observando el mundo de sombras que da vida al otro mundo, el visible". Se trasladó a Londres a estudiar escenografía y conoció a un magrebí que le habló del islam y después se convirtió en su marido. "Me casé engañada. Tenía 31 años y quería tener hijos, fundar una familia conforme a la religión musulmana. Pero él no. En ese matrimonio, la única que estuvo casada fui yo".
Silvia se separó, volvió a Madrid y, en lugar de renegar d
e la religión de aquel hombre, reafirmó su fe en el islam. Hoy forma parte de los 1.080.478 musulmanes que desde la Unión de Comunidades Islámicas calculan en España. "De todos ellos, sólo un 5% somos conversos; una minoría dentro de otra como es el islam", estima Félix Herrero, presidente de la Federación Española de Entidades Religiosas islámicas. "Casi todas las conversiones nacen de las parejas o familias mixtas". Una realidad constatada en su despacho por Moneir Mahmoud, el imán del Centro Cultural Islámico o mezquita de la M-30 de Madrid. "La mayoría de los que vienen a preguntarme cosas sobre el islam lo hacen porque van a casarse o tienen una pareja musulmana. No se requieren trámites para abrazarlo, pero a los que lo solicitan, les doy este papelito donde pueden refrendar sus testimonios de fe".

Si en el islam ese trámite resulta sencillo, un adulto que aspire a convert
irse en judío requiere aprobar un complejo examen ante un tribunal rabínico, previo al baño ritual en el mikve de la sinagoga. Como hizo la barcelonesa María Teresa Massons, de 64 años, hace dos décadas. Ella se crió en una familia católica. "Mi padre lo era, claro; la gente en España es católica. Fui una niña de misa diaria, ángelus a mediodía y rosario por la noche". Pero con 23 años viajó a Inglaterra a realizar prácticas de voluntariado y conoció a tres monjes baptistas que dejaron de serlo. "Dios no existe", argumentaron. "Aquello sí que era comprometerse con un ideal. Tenían hijos a los que mantener y acababan de quedarse sin trabajo". María Teresa volvió a España, se casó, tuvo dos hijas y empezó a ejercer como trabajadora social.
El impacto de una pregunta. ¿Dios existe? Con 43 años, divorciada, y dos hijas mayores de edad, el cuestionamiento divino de aquellos monjes baptistas volvió a golpearle. "Tengo la impresión de haberme comido mucha soledad en mi vida. Mucho discurso interno". Un amigo le dijo: "¿Sabes que Dios era judío?". Y empezó a investigar en las raíces del judaísmo. A través del estudio se convirtió en 1987. Y desde entonces reza con chal de oración, observa la alimentación kosher, celebra el Januká y respeta el sabbat. "Durante el sabbat no trabajas, pero estudias y lees. Es un momento de absoluta espiritualidad". María Teresa es hoy una de las más de 40.000 personas que profesan el judaísmo en España, según las cifras de la Federación de Comunidades Judías.

El dato sobre la diversidad de religiones en España publicado con mayor insistencia, citando en ocasiones al Registro de Entidades Religiosas del Ministerio de Justicia, sitúa en torno al 7% los españoles que profesan una fe distinta a la católica. Pero desde esta Iglesia niegan a considerar una fuga de fieles. El director de la Oficina de Estadística y Sociología de la Iglesia, Jesús Domínguez Rojas, prefiere, por el contrario, hablar de un aumento en el número de bautismos. "Las diócesis registraron 279.309 en 1996, mientras que en 2005, la cifra alcanzó los 313.262". En nueve años, el ascenso se torna cuanto menos tímido. Algo que Domínguez achaca al descenso paulatino de la natalidad. ¿Pero y el número de nuevos católicos por convicción? "De los 313.262 bautizos de 2005, más de 8.000 correspondieron a personas mayores de siete años, que englobarían sobre todo a nuevos católicos llegados tras un periodo de reflexión. Son los que podríamos considerar como conversos al catolicismo durante ese año".
Cifras todas que, al fin y al cabo, sólo manejan las propias confesiones, ante la inexistencia de un registro oficial en España. Algunos sociólogos, tradicionalmente opuestos a un archivo de estas características por su posible asociación con "listas negras", empiezan ahora a considerarlo interesante, ante la pluralidad de confesiones y el interés creciente por obtener un mapa medianamente fiable de la realidad espiritual de España.
De existir tal registro, podrían acreditarse valoraciones más allá de las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas -que siguen considerando católica a cerca del 80% de la población española- o los estudios y memorias de fundaciones como la de Pluralismo y Convivencia o la de Santa María. Pero como insisten desde la Dirección General de Asuntos Religiosos, la posibilidad de crear un registro de estas características ni se contempla, en arreglo al derecho constitucional de libertad religiosa. A la hora de inscribirse en el Registro de Entidades Religiosas, a las comunidades no se les requiere informar sobre su número de fieles. La única orientación posible consiste por tanto en atender los cálculos de las confesiones. Una pescadilla que se muerde la cola cuando esos mismos números son los que también ayudan al Estado a la hora de valorar la concesión de categorías de notorio arraigo a una religión o estimar la posibilidad de su inclusión en la casilla del impuesto de la renta sobre las personas físicas (IRPF).

En materia tributaria, la noticia saltó en el mes de mayo: el Estado había iniciado contactos con representantes de la Iglesia evangélica para su inclusión en la casilla del impreso del IRPF. Era el anuncio de un nuevo cisma en el seno del protestantismo, entre partidarios de la apertura a las relaciones económicas con el Estado y los que se decantan por la independencia. "A mí me entristecería aparecer reflejado en esa casilla", reconoce Pedro Tarquis, director de Protestante Digital y converso desde el catolicismo. Implicaría abandonar la separación de nuestra Iglesia con el Estado". Desde la Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España, su portavoz, Jorge Fernández, argumenta que el debate no ha impedido alcanzar un consenso para entablar relaciones futuras con las instituciones. "Si bien la inclusión en esa casilla quedaría excluida de la posibilidad de financiar la Iglesia con fondos públicos", matiza.

Sai Schemer, de origen judío, forma parte de los 1,2 millones de seguidores de la fe protestante en España. Prefiere mantenerse ajeno al debate de la financiación y jugar un papel activo en la Iglesia evangélica. Como maestro bíblico, su ministerio es "móvil". Pero suele frecuentar la madrileña iglesia Cuerpo de Cristo, levantada sobre un antiguo cine de la madrileña calle del General Ricardos. Su evolución partió del judaísmo mesiánico. Una corriente que le permite no renegar de sus costumbres judías. Las observa en privado y hoy se declara plenamente evangélico. "He llegado hasta aquí mediante un perfeccionamiento del judaísmo".
Sai nació en Argentina en 1959. Descendiente de judíos rusos y alemanes, se crió bajo la influencia de su abuelo, rabino de una sinagoga de Buenos Aires. Perdió a su padre cuando tenía 15 años. "La muerte me suscitó preguntas. Empecé a estudiar las raíces de la fe judía y viajé con frecuencia a Israel durante largas temporadas". Después regresó a Argentina, donde contrajo matrimonio con una protestante. "Le pedí que se acercara al judaísmo. Y ella lo hizo. Al poco tiempo, un hombre me habló de la fe evangélica y decidí estudiar el Nuevo Testamento. Encontré la fe. La paz". Pasaron los años y se bautizó, alcanzó el grado de maestro y comenzó a predicar. Primero en países latinoamericanos, y después, en España, donde vive con su esposa y sus tres hijos desde 2001. "La situación económica favorable había alejado a mucha gente de Dios en este país. Dios es aquí el ladrillo. Y sí, vivo del Evangelio; del Evangelio se puede vivir con mucho recato".
-¿Y aquellas preguntas sobre la vida y la muerte?
-Algunos encuentran explicación a la muerte mediante el psicoanálisis; yo lo hice a través de la religión.

Probablemente poco psicoanalíticas, pero sí muy filosóficas, son las enseñanzas de Buda. En España cuentan con más de 50.000 adeptos, y Amparo Ruiz, de 46 años, es una de ellas. El Centro Budista Tibetano de Madrid empieza a llenarse de asistentes a las prácticas impartidas por el monje Tsering Palden mientras Amparo recibe al periodista en un pequeño despacho. Aquí suele venir cuando le deja tiempo su otro despacho, el de abogada. Nació en León y se educó en las carmelitas. "Siempre estuve interesada por la religión. Era lógico, fui educada en un lugar donde se fomentaba. ¿Quién hace la lista de los pecados? ¿Es tan importante la virginidad de la Virgen? Me di cuenta de que mi relación con Dios no admitía intermediarios". Amparo se casó a los 17 años, tuvo una hija y abandonó la Iglesia católica por el agnosticismo. Con 32 años alguien le recomendó el Libro tibetano de los muertos y sus inquietudes espirituales salieron de nuevo a flote. "Encontré postulados sin fisuras. Enseñanzas sobre la muerte que respondían a la pregunta que todos nos hacemos: ¿Qué sentido tiene la vida?".

Interrogantes. Cuestiones de fe. Mientras tanto, en Barcelona, María Teresa Massons intenta escoger entre varios chales judíos de oración para el retrato del reportaje. En voz baja, hablando casi para ella, susurra: "Uno muere dudando; en eso consiste ser persona, por encima de la religión".

El guión de vida por Alex Rovira Celma

El guión de vida ALEX ROVIRA EL PAIS SEMANAL - 09-08-2007
Según el médico psiquiatra canadiense Eric Berne, la mayoría de las personas actuamos siguiendo un guión de vida independientemente de si nos sentimos o no identificados con el personaje asignado. La voluntad de generar cambios en uno mismo y en las circunstancias es la vía para escribir nuestra propia historia.

Eric Berne observó que todas las personas a las que acompañaba en su proceso de terapia psicológica actuaban siguiendo lo que él denominó un "guión de vida", que es como el argumento preestablecido de una obra dramática que la persona se siente obligada a representar, independientemente de si se identifica o no con su personaje. Y es que cuando uno está representando un guión, lo que hace es actuar según la definición del personaje que ha sido escrita por otro. Según las investigaciones llevadas a cabo por Berne en su experiencia como psicoterapeuta, el guión de vida lo establece el niño durante su infancia, bajo la influencia, sobre todo, de sus padres y otras figuras parentales. Dicho guión se va reforzando por las diferentes experiencias y acontecimientos que el niño va viviendo a medida que crece.
Afortunadamente, la investigación muestra que los guiones pueden ser modificados. Y lo que es más importante, ese cambio de guión se realiza cuando el nuevo guionista decide ser uno mismo, reescribiendo el guión a su modo a partir de un progresivo proceso de toma de conciencia de cuáles son los elementos que condicionan y, a la vez, de cuáles son los deseos legítimos según los que la persona quiere vivir su vida.
Según Berne, un guión es un plan de vida que contiene lo más significativo de lo que le va a suceder a una persona. No se trata de un destino determinado por los dioses, sino que tiene su origen en los comienzos de la vida, en la infancia, en las tempranas decisiones que toma una persona joven para adaptarse y sobrevivir en su entorno y que quedan instaladas como un programa que conduce a la persona en el futuro y de manera inconsciente, salvo que ésta decida tomar consciencia de las creencias y decisiones inconscientes que gobiernan. El guión de vida, por tanto, se basa en las decisiones tomadas en la infancia, con la información y recursos disponibles en ese momento y que dan lugar a la creación de una cierta posición, esperanzas y curso de la vida. Son, en su momento, una solución aparentemente razonable para la situación existencial en la que se encuentra el niño.
Probablemente, la mejor manera de resumir lo que pensaba el doctor Berne se encuentra en el siguiente aforismo, que repetía a menudo: "Las personas nacen príncipes y princesas hasta que sus padres les convierten en ranas". Eric Berne sostenía que en una situación en la que el joven no esté bajo presión, las decisiones importantes acerca de la vida no deberían tomarse antes de la adolescencia, pero el guión de vida es el resultado de un conjunto de decisiones prematuras y forzadas, ya que han sido tomadas bajo presión y mucho antes de lo que es debido.

Dado que es en la infancia más tierna cuando se establecen las bases de la famosa autoestima, del valor propio y del valor de los demás, se trata de tomar conciencia de cuáles son los elementos de ese guión, entre los cuales cabe destacar los siguientes:
Los mandatos. El mandato o "la maldición", utilizando la terminología de los cuentos de hadas, hacen referencia a las prohibiciones o inhibiciones en el comportamiento del niño. Siempre se refieren a la negación de una actividad y están en relación directa con los deseos, temores o enojos de las figuras parentales. Según Berne, los mandatos son los mensajes que llegan al niño (principalmente de forma no verbal) a base de ser repetidos día tras día por sus padres o por las personas que tienen una fuerte influencia emocional en él, o excepcionalmente a causa de una circunstancia vivida como dramática.
Un segundo elemento importante a la hora de construir el guión de vida son las atribuciones. Como su nombre indica, una atribución le dice al niño lo que debe hacer o lo que debe ser. A diferencia de los mandatos, que son de naturaleza limitante, las atribuciones cargan al pequeño con aquello que se espera o desea que sea. También, como en el caso de los mandatos, la posible lista de atribuciones es ilimitada: "eres como tu tío", "eres igual que el abuelo", "eres... bueno, malo, listo, torpe, sano, frágil, especial, distinto, tremendo, etcétera". Etiquetas que, a base de repetición, se pueden colgar en la mochila que moldea la identidad de un pequeño que busca ser amado, protegido y reconocido.
Una revisión del guión de vida implica analizar diferentes dimensiones de la existencia relacionadas con el deseo, las creencias, las elecciones y las vocaciones. Por eso el trabajo no es rápido ni sencillo. Todo ello para redefinir la propia identidad, si cabe, así como las creencias y los permisos que nos acompañan en relación con las cuestiones más importantes de la vida: la pareja, el sexo, la religión, la vocación, la política, el placer, la prosperidad, etcétera.
El futuro de cada ser humano depende de muchas cosas, pero no conviene obviar la propia responsabilidad como uno de los factores, por no decir el factor, de mayor importancia. Esa responsabilidad se expresa en la voluntad y capacidad de generar cambios en uno mismo y en las propias circunstancias. Y, sobre todo, en la determinación para asumir la dirección de la propia vida realizando los cambios y renuncias que sean necesarios para ello. Porque quizá la consecución de la verdadera libertad llega cuando somos capaces de renunciar a lo que somos en favor de lo que podemos llegar a ser.

Para saber más
Entre la abundante bibliografía de referencia que gira alrededor del análisis transaccional y del estudio de los guiones de vida, quizá la obra de Claude M. Steiner titulada Los guiones que vivimos y editada por Kairós es una de las referencias fundamentales. Es, sin duda, una de las más completas, apasionantes y recomendables sobre la materia. Una lectura que no deja indiferente e invita a la reflexión sobre el propio guión de vida.

Piedras en los zapatos por Alex Rovira Celma

Piedras en los zapatos

“Quien anda con suavidad llega lejos”, dice el proverbio chino. Y la idea que nos sugiere es que para andar cómodos por el camino de la vida es conveniente que no dejemos entrar demasiadas piedras en nuestros zapatos, que no vivamos como difícil o imposible el hecho de detenernos y librarnos de ellas.
Y es que a menudo, en el camino de nuestra existencia se nos cuela una piedra en los zapatos cuya presencia es sumamente incómoda. Lo razonable es detenerse y librarnos de ella. Pero aunque resulte paradójico, a veces preferimos encajarla, antes que detenernos y volver a dejar nuestra molesta inquilina en el camino.
Convertirlo en costumbre. Los motivos de preferir llevar la china con nosotros pueden tener que ver con la inercia, con la prisa, la vergüenza o la pereza. Así, la pequeña tortura puede llegar a acompañarnos en un buen trecho. Pero llegados a este punto, la relación de amor-odio puede dar mucho de sí. Por ejemplo, podemos optar por responder, a aquel que nos pregunte la causa de nuestros extraños andares, que tenemos una piedra incomodísima en el zapato, pero que no hemos encontrado aún la manera, el momento, ni el lugar de quitárnosla de encima. Quizá si nos interpelan y nos preguntan por qué no nos libramos de ella de una vez y en un simple gesto, argumentaremos que en el fondo no hay para tanto, o que al fin y al cabo no sólo te acabas acostumbrando al dolor, sino que incluso le acabas cogiendo cariño a la china. En cualquier caso, la cantidad de argumentos es ilimitada y depende de la imaginación del propietario del zapato ocupado.
Esta metáfora se nos antoja sumamente apropiada para reflexionar sobre aquello que a veces llevamos a cuestas y que nos complica un tránsito liviano, amable y en paz por la existencia. A saber:
Piedras mentales. Determinados prejuicios y creencias que tenemos sobre nosotros mismos, los demás o la vida pueden ser un verdadero lastre en el camino de vivir. estas piedras se encargan de destruir encuentros interesantes, aprendizajes necesarios y experiencias reveladoras. Desnudarse de prejuicios es un ejercicio sumamente saludable que nos abre un universo de posibilidades de relación. También conviene revisar las creencias que tenemos sobre nosotros mismos, ya que pueden ser verdaderas mordazas para el cambio en nuestra vida. Por ese motivo conviene de vez en cuando sentarnos a reflexionar, incluso tomar un papel y un lápiz y hacer un inventario de esas piedras-opiniones que se nos cuelan y que tanto nos pueden llevar a perder.
Piedras emocionales
A este apartado irían a parar aquellas piedras que se cuelan en forma de relaciones no deseadas o tóxicas, simbiosis que, en lugar de hacernos crecer, nos hunden anímicamente. Compañías limitadoras, castradoras, psicológicamente víricas o negativas, que nos hacen sentir mal, generan mal humor y pesimismo y nos abren las puertas al agotamiento psicológico e incluso a la depresión. Son además causantes de serios daños a nuestra autoestima, así como frenos a nuestro potencial de desarrollo como personas. También vale la pena hacer balance de vez en cuando de esas relaciones piedra y quitarlas antes de que acaben con nuestra paz interior, buen humor, alegría y placer de vivir.
Piedras materiales. Incluimos aquí una amplia gama de objetos de escasa o nula utilidad que vamos acumulando, así como, así como todas aquellas compras que nacen de una bulimia consumista y de la necesidad compulsiva de tener para sentirnos vivos. Y es que, en realidad, quien vive de las necesidades ajenas no se apura en resolverlas. Por ello es fácil que se nos llenen los zapatos de piedrecillas llamativas pero inútiles. En este apartado, además de saturar nuestro espacio vital, queda afectada nuestra salud financiera. Luego, echar un vistazo a nuestros cálculos financieros, nunca mejor dicho, puede ser sumamente saludable.
Piedras de malos hábitos. las piedras también se pueden colar en nuestra vida en modo de descuido de nuestra salud, de abulia o apatía a la hora de cuidarnos. La piedra de la resignación y de la pereza apenas se nota cuando entra, pero a la larga sus efectos pueden ser devastadores. ¿Qué tal sacudirse de vez en cuando este tipo de piedras pasivo-agresivas y darnos, ahora sí, un buen paseo bien calzados, buscando compañías agradables con quienes intercambiar ideas interesantes?
En definitiva, quitar aquello que nos sobra o nos incomoda no es sólo necesario, sino que además puede suponer un extraordinario placer y una acción que genere un cambio significativo en nuestra vida. William James, filósofo estadounidense del siglo XIX, considerado uno de los precursores de la psicología y pragmático convencido, decía que "ser sabio es el arte de saber qué pasar por alto". Pero para ello es necesario detenernos a observar aquello con lo que cargamos y que se nos ha colado para poder andar ligeros de equipaje con los zapatos de nuestras ideas, afectos y acciones.

viernes, agosto 17, 2007

La religión no es la solución, ni el sincretismo religioso o ecumenismo

Sam Harris La fé no curará a un mundo dividido La religión NO es la solución

La mayoría de los cristianos creen que Jesús era el Hijo de Dios y, por tanto, divino; los musulmanes, sin embargo, creen que Jesus no era divino y que cualquiera que piense otra cosa sufrirá los tormentos del infierno (Koran 5:71-75; 19:30-38). Estas diferencias de opinión nos ofrecen tanto espacio para el compromiso como el canto de una moneda.
Si puede encuentrarse un suelo común para el diálogo interreligioso, solo se encontrará en la gente que está dispuesta a mantener sus ojos apartados del abismo que divide su fe de la de los demás. Ya es hora de que comencemos a preguntarnos si semejante estrategia de amabilidad y negación curará alguna vez las divisiones de nuestro mundo.
El verdadero diálogo requiere voluntad para modificar las propias creencias a través de la conversación. Tal apertura a la crítica y la investigación es la misma antítesis del dogmatismo. Merece la pena observar que la religión es el área de nuestras vidas donde el fe en el dogma; esto es, creer sin evidencia suficiente, se considera una virtud. La ciencia es, de hecho, el único dominio en el que cada persona puede conseguir un gran prsetigio por probar que estaba equivocado. En la ciencia, la honestidad lo es todo. En religión, la fé lo es todo. Así de irritante resulta la comparación.
Allí donde los seres humanos realizan un esfuerzo honesto para alcanzar la verdad, trascienden confiadamente los accidentes de su nacimiento y su upbringing (crianza). Por supuesto, sería absurdo hablar de “Física cristiana” o de “Algebra musulmana”. Y no hay algo así como una ciencia Iraquí o Japonesa en cuanto distinta de la americana. La gente razonable realmente tiene un monopolio de la verdad. Y aunque no estén inmediatamente deacuerdo en todo, un suelo común los rodea por todas partes. Consecuentemente, no existen impedimientos significativos dentro del discurso científico: no siempre es bello, pero la conversación continúa sin apelaciones a la fuerza o deferencia hacia el dogma. Hay dogmas científicos, por supuesto, pero donde quiera que se encuentren, han sido clavados con golpes de martillo. En la ciencia, es un pecado cardinal pretender conocer todo lo que no conoces. Pero tal pretensión es la misma esencia de la fe religiosa.
No es un accidente que el discurso científico haya producido una extraordinaria convergencia de opinión y unos resultados considerables. ¿Qué ha producido el diálogo interreligioso? Las reuniones entre representantes de las mayores religiones del mundo producen poco más que banales llamamientos a la paz y la voluntad de ignorar aquello en lo que los participantes creen con más fuerza – que la otra parte de la conversación probablemente pasará la eternidad en el infierno por sus equivocaciones a cerca de Dios. La diferencia entre el discurso científico y religioso nos debería decir algo sobre donde situar nuestras esperanzas para un mundo no dividido.
Esta traducción es informal. El artículo original puede leerse en On Faith.

Un manifiesto ateo por Sam harris

Un manifiesto ateo © Sam Harris Traducción de Fernando G. Toledo y J.C. Álvarez

En algún lugar del mundo un hombre ha secuestrado a una niña. Pronto va a violarla, torturarla y matarla. Si una atrocidad de este tipo no estuviera ocurriendo en este preciso momento, sucederá en unas pocas horas, como máximo unos días. Tanta es la confianza que nos inspiran las leyes estadísticas que gobiernan las vidas de 6 mil millones de seres humanos. Las mismas estadísticas también sugieren que los padres de esta niña creen que en este preciso momento un Dios todopoderoso y amoroso cuida de ellos y su familia. ¿Tienen derecho a creer esto? ¿Es bueno que crean esto? No.
La integridad del ateísmo está contenida en esta respuesta. El ateísmo no es una filosofía; ni siquiera es una visión del mundo; es un rechazo a desmentir lo obvio. Desafortunadamente, vivimos en un mundo en el cual lo obvio es, por principio, pasado por alto. Lo obvio debe ser observado y reobservado y discutido. Ésta es una tarea ingrata. Se la toma con un aura de petulancia e insensibilidad. Es, más que nada, una tarea que el ateo no desea.
Aunque resulta menos notorio, nadie necesita identificarse a sí mismo como un no-astrólogo o un no-alquimista. Consecuentemente, no tenemos palabras para la gente que niega la validez de esas pseudodisciplinas. En el mismo sentido, «ateísmo» es un término que no debería existir. El ateísmo no es más que el ruido que la gente razonable hace cuando se topa con el dogma religioso. El ateo es simplemente una persona que cree que los 260 millones de estadounidenses (el 87% de la población) que dicen no tener dudas sobre la existencia de Dios deberían estar obligados a presentar pruebas de su existencia, e incluso, de su benevolencia, dada la imparable destrucción de seres humanos inocentes de la que somos testigos a diario.
Nada más que el ateo advierte cuán sorprendente es nuestra situación: la mayor parte de los nuestros cree en un Dios que, bajo todo concepto, es igual de fantástico que los dioses del Olimpo; nadie, sea cuales fueren sus capacidades, puede ocupar un cargo público en los Estados Unidos sin suponer que ese Dios existe; y muchas de las cosas que pasan en la política pública en este país se deben a tabúes religiosos y supersticiones propias de una teocracia medieval. Nuestra realidad es abyecta, indefendible y horrorosa. Sería graciosa, si las consecuencias no fuesen tan graves.
Vivimos en un mundo donde todas las cosas, buenas y malas, acaban destruidas por el cambio. Los padres pierden a sus hijos y los hijos a sus padres. Los maridos y esposas se separan por un instante, y nunca se vuelven a ver. Los amigos se despiden con prisa, sin saber que será la última vez que lo hagan. Esta vida, cuando se la mira en su totalidad, se aparece como poco más que un vasto drama de la pérdida. La mayoría de las personas, sin embargo, imaginan que hay una cura para esto. Si vivimos correctamente –ni siquiera éticamente, sino dentro de los parámetros de ciertas creencias antiguas y conductas esterotipadas– obtendremos todo lo que queramos después de que hayamos muerto. Cuando caigan finalmente nuestros cuerpos, simplemente nos desharemos de nuestro lastre corporal y viajaremos a una tierra en la que nos reuniremos con todos los que amamos cuando estábamos vivos. Por supuesto, la gente demasiado racional y demás chusma quedará excluida de este sitio feliz, y aquéllos que suspendieron su increencia mientras vivían serán libres para disfrutar de sí mismos por toda la eternidad.
Vivimos en un mundo de sorpresas inimaginables –desde la energía de fusión que irradia el sol a la genética y las consecuencias evolutivas de estas luces que bailan por eones desde el Oriente– y todavía el Paraíso conforma a nuestros intereses más superficiales con la comodidad de un crucero por el Caribe. Esto es asombrosamente extraño. Alguien no lo conociera pensaría que el hombre, en su miedo a perder todo lo que ama, ha creado el cielo, junto con su Dios guardián, a su imagen y semejanza.
Considérese la destrucción que el huracán Katrina dejó en Nueva Orléans. Más de un millar de personas murieron, decenas de miles perdieron todas sus posesiones terrenas y cerca de un millón fueron desposeídas de su hogar. Con seguridad, se puede decir que casi todos los que vivían en Nueva Orléans en el momento del desastre del Katrina creía en un Dios omnipotente, omnisciente y compasivo. ¿Pero qué estaba haciendo Dios mientras un huracán devastaba su ciudad? Seguro que oía la plegarias de los viejos y las mujeres que huían de la inundación hacia la seguridad de sus azoteas, sólo para terminar ahogándose más lentamente. Eran personas de fe. Eran buenos hombres y mujeres que habían rezado durante todas sus vidas. Sólo el ateo ha tenido el coraje de admitir lo obvio: esa pobre gente murió hablándole a un amigo imaginario.
Claro, había advertencias de que una tormenta de proporciones bíblicas sacudiría Nueva Orléans, y el la respuesta humana al desastre posterior fue trágicamente ineficaz. Pero fue ineficaz sólo bajo la luz de la ciencia. Los indicios del avance del Katrina fueron sacados de la muda Naturaleza mediante cálculos meteorológicos e imágenes satelitales. Dios no le cuenta a nadie sus planes. De haberse confiado los residentes de Nueva Orléans en la caridad del Señor, no se habrían enterado de que un huracán asesino se abatiría sobre ellos hasta que hubieran sentido las primeras ráfagas del viento sobre sus rostros. A pesar de todo, según una encuesta del Washington Post, un 80% de los sobrevivientes del Katrina aseguraban que el suceso había reforzado su fe en Dios.
Mientras el Katrina devoraba Nueva Orléans, cerca de mil peregrinos chiítas morían al derribarse un puente en Iraq. No caben dudas de que esos peregrinos creían poderosamente en el Dios del Corán: sus vidas estaban organizadas alrededor del hecho indubitable de su existencia; sus mujeres caminaban con el rostro velado delante de él; sus hombres se mataban regularmente unos a otros en nombre de interpretaciones enfrentada de su palabra. Sería de destacar si un solo de los sobrevivientes de esta tragedia perdiera su fe. Lo más probable es que los sobrevivientes imaginen que han sido resguardados por la gracia de Dios.
Sólo el ateo reconoce el infinito narcisismo y el autoengaño de los que se salvaron. Sólo el ateo comprende cuán moralmente despreciable es que los sobrevivientes de una catástrofe se crean salvados por un Dios amoroso mientras que este mismo Dios ahogaba a los niños en sus cunas. Debido a que se niega a tapar la realidad del sufrimiento del mundo con el disfraz de una fantasía de vida eterna, el ateo siente hasta en los huesos cuán preciosa es la vida, y al mismo tiempo cuán desafortunados sos esos millones de seres humanos que sufren el más terrible ataque a su felicidad sin ninguna razón valedera.
Uno se pregunta cuán vasta y gratuita tiene que ser una castástrofe para que alcance a a sacudir la fe del mundo. El Holocausto no lo consiguió. Tampoco lo habría hecho el genocidio en Ruanda, ni aunque sus perpetradores fuesen sacerdotes armados con machetes. Quinientos millones de personas murieron de viruela durante el siglo XX, casi todos niños. Los caminos de Dios son, sin duda, inescrutables. Pareciera que cualquier hecho, no importa cuán infeliz sea, puede ser compatible con la fe religiosa. En materia de fe, hemos decidido no tener los pies en la Tierra.
Por supuesto, la gente de fe asegura que Dios no es responsable del sufrimiento de la humanidad. Pero, ¿cómo podemos entender que se afirme que Dios es a la vez omnisciente y omnipotente? No hay otro modo, y es tiempo de que los seres humanos razonables lo asuman. Es el viejo problema de la teodicea, claro, y deberíamos considerarlo resuelto. Si Dios existe, pues no puede hacer nada por detener las más descomunales calamidades o no le importa hacerlo. Dios, por consiguiente, o es impotente o es malvado. Los lectores piadosos ejecutarán ahora la siguiente pirueta: Dios no puede ser juzgado por las simples reglas humanas de moralidad. Pero, obviamente, las simples reglas humanas de moralidad son precisamente las que primero usan los fieles para establecer la bondad de Dios. Y cualquier Dios que se preocupara por algo tan trivial como un matrimonio gay o el nombre por el que debe ser mencionado en una plegaria, no es tan inescrutable después de todo. Si existiera, el Dios de Abraham no sería solamente indigno de la inmensidad de la creación, sería indigno de cualquier hombre.
Hay otra posibilidad, claro, y es la más razonable y la más odiosa: el Dios de la Biblia es una ficción. Como Richard Dawkins ha observado, todos somos ateos con respecto a Zeus y a Thor. Sólo el ateo ha concluido que el dios bíblico no es diferente. Consecuentemente, sólo el ateo es lo suficientemente compasivo como para tomarse en serio la hondura del sufrimiento mundial. Es terrible que todos vayamos a morir y perder cada cosa que amamos; es doblemente terrible que tantos seres humanos sufran sin necesidad mientras viven. Buena parte de ese sufrimiento puede ser directamente atribuido a la religión –a los odios religiosos, las guerras religiosas, las ilusiones religiosas (religious delusions) y las diversiones religiosas de escasos recursos–, y es lo que convierte al ateísmo en una necesidad moral e intelectual. Es una necesidad, de todos modos, que el desplaza al ateo hacia los márgenes de la sociedad. El ateo, por el mero hecho de estar en contacto con la realidad, termina lleno de vergüenza al no tener relación con la vida de fantasía de sus vecinos.

La naturaleza de la creencia
Según varias encuestas recientes, el 22 % de los americanos están totalmente convencidos de que Jesús volverá a la Tierra algún día de los próximos 50 años. Otro 22% cree que lo anterior es bastante probable. Seguramente este mismo 44 % de americanos son los que van a la iglesia una vez por semana o más, que creen literalmente que Dios prometió la tierra de Israel a los judíos, y que quieren prohibir la enseñanza del hecho biológico de la evolución a nuestros hijos. Como bien sabe el Presidente George W. Bush, los creyentes de esta categoría constituyen el segmento más cohesionado y motivado del electorado americano. Por consiguiente, sus opiniones y prejuicios influyen en casi todas las decisiones de importancia nacional. Los políticos liberales parecen haber extraído una lección incorrecta de estos acontecimientos y han vuelto su mirada hacia las Escrituras, preguntándose cómo podrían congraciarse con las legiones de hombres y mujeres de nuestro país que votan en gran parte basándose en el dogma religioso. Más del 50 % de los americanos tiene una opinión «negativa» o «sumamente negativa» de la gente que no cree en Dios; el 70 % piensa que es muy importante que los candidatos a la presidencia sean «firmemente religiosos». La irracionalidad se encuentra ahora en ascenso en los Estados Unidos: en nuestras escuelas, en nuestros tribunales y en cada rama del gobierno federal. Sólo el 28 % de los americanos cree en la evolución; el 68 % cree en Satán. Una ignorancia de tal calibre, concentrada tanto en la cabeza como en el vientre de una superpotencia sin rival, representa actualmente un problema para el mundo entero.
Aunque sea bastante fácil para la gente de buen tono criticar el fundamentalismo religioso, la llamada «moderación religiosa» todavía disfruta de un prestigio considerable en nuestra sociedad, incluso dentro de la torre de marfil. Lo anterior resulta irónico, ya que los fundamentalistas tienden a hacer un uso de sus cerebros más basado en principios que los «moderados». Aunque los fundamentalistas justifiquen sus creencias religiosas con pruebas y argumentos extraordinariamente pobres, al menos intentan dar una justificación racional. Los moderados, en cambio, generalmente no hacen más que citar las consecuencias benéficas de la creencia religiosa. En lugar de decir que creen en Dios porque ciertas profecías bíblicas se han cumplido, los moderados dirán que ellos creen en Dios porque esta creencia «da sentido a sus vidas».
Cuando un tsunami mató a cien mil personas el día siguiente al de Navidad, los fundamentalistas interpretaron fácilmente este cataclismo como una prueba de la ira de Dios. Al parecer, Dios había enviado otro mensaje oblicuo a la humanidad sobre los males del aborto, la idolatría y la homosexualidad. Aunque moralmente obscena, esta interpretación de los acontecimientos es hasta cierto punto razonable, aceptando determinadas suposiciones (absurdas). Los moderados, en cambio, rechazan extraer cualquier conclusión sobre Dios a partir de sus obras. Dios sigue siendo un perfecto misterio, una mera fuente de consuelo que es compatible con la existencia del mal más desolador. Ante desastres como el tsunami asiático, la piedad liberal es apta para producir las más afectadas y pasmosas tonterías imaginables. Así y todo, los hombres y mujeres de buena voluntad prefieren habitualmente tales vacuidades a la moralización y profetización odiosas de los creyentes auténticos. Ante las catástrofes, sin duda es una virtud de la teología liberal que ésta enfatice la piedad sobre la ira. Vale la pena señalar, sin embargo, que es la piedad humana lo que se revela --no la de Dios-- cuando los cuerpos hinchados de los muertos son devueltos por el mar. Cuando miles de niños son arrancados simultáneamente de los brazos de sus madres y ahogados en el mar durante días, la teología liberal debe revelarse como lo que es --el más vacuo y estéril de los pretextos mortales. Incluso la teología de la ira tiene más mérito intelectual. Si Dios existe, su voluntad no es inescrutable. Lo único inescrutable en estos hechos terribles es que hombres y mujeres neurológicamente sanos puedan creer lo increíble y pensar que esto es la cumbre de la sabiduría moral.
Es completamente absurdo sugerir, como hacen los religiosos moderados, que un ser humano racional pueda creer en Dios simplemente porque esta creencia le hace feliz, porque alivia su miedo a la muerte o porque otorga sentido a su vida. La absurdidad se hace obvia en el momento en que cambiamos la noción de Dios por alguna otra proposición de consuelo: imaginemos, por ejemplo, que un hombre desea creer que existe un diamante enterrado en algún lugar de su patio trasero, y que este diamante es del tamaño de un refrigerador. Sin duda, se sentirá extraordinariamente bien al creer esto. Imaginemos qué pasaría entonces si ese hombre siguiera el ejemplo de los religiosos moderados y mantuviera dicha creencia en términos pragmáticos: cuando se le pregunta por qué piensa que hay un diamante en su patio trasero y que además ese diamante es miles de veces mayor que ningún otro que haya sido descubierto, el hombre dice cosas como las siguientes: «Esta creencia da sentido a mi vida», o «Mi familia y yo disfrutamos cavando para encontrarlo los domingos», o «Yo no querría vivir en un universo donde no hubiera un diamante enterrado en mi patio trasero y que fuera del tamaño de un refrigerador». Claramente estas respuestas son inadecuadas. Pero son peores que eso. Son las respuestas de un loco o de un idiota.
Aquí podemos ver por qué la apuesta de Pascal, el «salto de fe» de Kiergegaard y otros esquemas epistemológicos fideístas no tienen el menor sentido. Creer que Dios existe es creer que uno se encuentra en alguna relación con su existencia, tal que dicha existencia es ella misma la razón de la creencia de uno. Debe haber alguna conexión causal, o al menos una apariencia de ésta, entre el hecho en cuestión y la aceptación de ese hecho por parte de la persona. De este modo, podemos ver que las creencias religiosas, para ser creencias sobre cómo es el mundo, deben ser tan probatorias en el ámbito del espíritu como en cualquier otro ámbito. Pese a todos sus pecados contra la razón, los fundamentalistas religiosos entienden lo anterior; los moderados --casi por definición-- no lo entienden en absoluto.
La incompatibilidad entre la razón y la fe ha sido un rasgo evidente de la cognición humana y del discurso público durante siglos. Una persona debe tener buenas razones para sostener firmemente lo que cree o lo que no cree. Las personas de todos los credos generalmente reconocen la primacía de las razones, y recurren al razonamiento y a las pruebas siempre que pueden. Cuando la indagación racional apoya el credo, aquélla siempre es defendida; cuando representa una amenaza, es ridiculizada, a veces en la misma frase. Sólo cuando las pruebas favorables a una doctrina religiosa son escasas o inexistentes, o hay una evidencia aplastante en su contra, sus defensores invocan la «fe». Es decir, los fieles simplemente citan los motivos para defender sus creencias (por ejemplo, «el Nuevo Testamento confirma las profecías del Antiguo testamento», «yo vi la cara de Jesús en una ventana», «rezamos, y el cáncer de nuestra hija comenzó a retroceder»). Tales razones son generalmente inadecuadas, pero son mejores que ninguna razón en absoluto. La fe no es más que la licencia que la gente religiosa se otorga a sí misma para seguir creyendo cuando las razones fallan. En un mundo fragmentado por creencias religiosas incompatibles entre sí, en una nación que se encuentra cada vez más sometida a concepciones propias de la Edad de Hierro acerca de Dios, el final de la historia y la inmortalidad del alma, esta lánguida división de nuestro discurso en asuntos de razón y asuntos de fe es sencillamente inadmisible.

La fe y la sociedad buena
La gente de fe afirma regularmente que el ateísmo es responsable de algunos de los crímenes más espantosos del siglo XX. Aunque sea cierto que los regímenes de Hitler, Stalin, Mao y Pol Pot eran irreligiosos en diversos grados, no eran especialmente racionales. De hecho, sus declaraciones públicas eran poco más que letanías de ilusiones: ilusiones sobre la raza, la identidad nacional, la marcha de la historia o los peligros morales del intelectualismo. En muchos sentidos, la religión fue directamente culpable incluso en estos casos. Consideremos el Holocausto: el antisemitismo que construyó pieza a pieza los crematorios nazis era una herencia directa del cristianismo medieval. Durante siglos, los alemanes religiosos habían visto a los judíos como la peor especie de herejes, y habían atribuido todos los males sociales a su presencia continuada entre los fieles. Mientras en Alemania el odio a los judíos se expresaba de un modo predominantemente secular, la demonización religiosa de los judíos continuó existiendo en Europa. (El propio Vaticano perpetuó el libelo de la sangre en sus publicaciones, en una fecha tan tardía como 1914.)
Auschwitz, el Gulag y los campos de la muerte no son ejemplos de lo que ocurre cuando la gente se hace demasiado crítica con las creencias injustificadas; al contrario, estos horrores son un testimonio de los peligros que conlleva el no pensar lo bastante críticamente sobre ideologías seculares específicas. Por supuesto, un argumento racional contra la fe religiosa no es un argumento para abrazar ciegamente el ateísmo como dogma. El problema expuesto por el ateo no es otro que el problema del dogma mismo (del que toda religión participa en grado extremo). No existe ninguna sociedad en la historia escrita que haya sufrido porque su gente se volviera demasiado razonable.
Aunque la mayor parte de los americanos creen que deshacerse de la religión es un objetivo imposible, la mayor parte del mundo desarrollado ya lo ha conseguido. Cualquier relato sobre un supuesto «gen divino», el cual sería responsable de que la mayoría de los americanos organicen desvalidamente sus vidas alrededor de antiguas obras de ficción religiosa, debe explicar por qué tantos habitantes de otras sociedades del Primer Mundo parecen carecer de dicho gen. El nivel de ateísmo existente en el resto del mundo desarrollado refuta cualquier argumento según el cual la religión es de algún modo una necesidad moral. Países como Noruega, Islandia, Australia, Canadá, Suecia, Suiza, Bélgica, Japón, Países Bajos, Dinamarca y el Reino Unido se encuentran entre las sociedades menos religiosas de la Tierra. Según el Informe de Desarrollo Humano 2005 de las Naciones Unidas, dichos países son también los más sanos, como indican las medidas de esperanza de vida, alfabetismo adulto, ingresos per cápita, desarrollo educativo, igualdad entre sexos, tasa de homicidios y mortandad infantil. A la inversa, las 50 naciones que ahora se encuentran en el escalafón más bajo en términos de desarrollo humano son fuertemente religiosas. Otros análisis reflejan la misma situación: los Estados Unidos son únicos entre las democracias ricas por su nivel de fundamentalismo religioso y por su oposición a la teoría evolutiva; también son únicos por las altas tasas de homicidio, abortos, embarazos de adolescentes, casos de SIDA y mortandad infantil. La misma comparativa es cierta dentro del territorio de los Estados Unidos: los Estados del Sur y del Medio Oeste, caracterizados por los niveles más altos de superstición religiosa y de hostilidad hacia la teoría evolutiva, están especialmente afectados por los mencionados indicadores de disfunción social, mientras que los estados relativamente seculares del Noreste se conforman más a los estándares europeos. Desde luego, los datos correlacionales de este tipo no resuelven las cuestiones de causalidad --la creencia en Dios puede conducir a la disfunción social; la disfunción social puede dar lugar a la creencia en Dios; cada factor puede fomentar el otro; o bien ambos factores pueden surgir de alguna fuente más profunda de disfuncionalidad. Dejando aparte la cuestión de la causa y el efecto, estos hechos demuestran que el ateísmo es absolutamente compatible con las aspiraciones básicas de una sociedad civil; también demuestran, de manera concluyente, que la fe religiosa no hace nada para asegurar la salud y el bienestar de una sociedad.
Los países con altos niveles de ateísmo también son los más caritativos en términos de prestación de ayuda extranjera al mundo en desarrollo. El dudoso eslabón existente entre el fundamentalismo cristiano y los valores cristianos también es refutado por otros índices de caridad. Consideremos la proporción entre los salarios de los altos ejecutivos y los salarios de los empleados medios: en Gran Bretaña es de 24 a 1; en Francia, de 15 a 1; en Suecia, de 13 a 1; en los Estados Unidos, donde el 83 % de la población cree que Jesús literalmente resucitó de entre los muertos, es de 475 a 1. Parece que aquí muchos camellos esperan entrar fácilmente por el ojo de una aguja.

La religión como fuente de violencia
Uno de los mayores desafíos afrontados por la civilización en el siglo XXI es que los seres humanos aprendan a hablar sobre sus intereses personales más profundos –sobre la ética, la experiencia espiritual y la inevitabilidad del sufrimiento humano– de un modo que no sea flagrantemente irracional. Nada obstaculiza más el camino de este proyecto que el respeto que concedemos a la fe religiosa. Doctrinas religiosas incompatibles han balcanizado nuestro mundo en comunidades morales separadas –cristianos, musulmanes, judíos, hindúes, etc.– y estos desacuerdos se han convertido en una fuente continua de conflicto humano. Ciertamente, la religión es hoy en día una fuente activa de violencia, tanto como lo fue en cualquier momento del pasado. Los conflictos recientes en Palestina (judíos contra musulmanes), los Balcanes (serbios ortodoxos contra croatas católicos; serbios ortodoxos contra musulmanes bosnios y albaneses), Irlanda del Norte (protestantes contra católicos), Cachemira (musulmanes contra hindúes), Sudán (musulmanes contra cristianos y animistas), Nigeria (musulmanes contra cristianos), Etiopía y Eritrea (musulmanes contra cristianos), Sri Lanka (budistas cingaleses contra hindúes tamiles), Indonesia (musulmanes contra cristianos timoreses), Irán e Irak (musulmanes chiítas contra musulmanes sunníes), y Cáucaso (rusos ortodoxos contra musulmanes chechenos; musulmanes azerbaijanos contra armenios católicos y ortodoxos) son simplemente algunos ejemplos. En estos lugares, la religión ha sido la causa explícita de literalmente millones de muertos en los últimos 10 años.
En un mundo dividido por la ignorancia, sólo el ateo se niega a rechazar lo evidente: la fe religiosa promueve la violencia humana a un nivel asombroso. La religión inspira la violencia en al menos dos sentidos: (1) a menudo las personas matan a otros seres humanos porque creen que el Creador del Universo quiere que así lo hagan (el corolario psicopático inevitable es que tal acto les asegurará una eternidad de felicidad después de la muerte). Los ejemplos de este tipo de comportamiento son prácticamente innumerables, siendo el más destacado el de los terroristas suicidas jihadistas. (2) Un número cada vez mayor de personas se encuentran inclinadas hacia el conflicto religioso, simplemente porque su religión constituye el corazón de sus identidades morales. Una de las patologías duraderas de la cultura humana es la tendencia a educar a los niños en el temor y a demonizar a otros seres humanos en base a la religión. Muchos conflictos religiosos que parecen motivados por intereses terrenales son, por lo tanto, de origen religioso. (Los irlandeses lo saben muy bien.)
A pesar de todos estos hechos innegables, los religiosos moderados tienden a imaginarse que el conflicto humano siempre puede reducirse a la carencia de educación, a la pobreza o a los agravios políticos. Ésta es una de las muchas ilusiones de la piedad liberal. Para disiparla, sólo tenemos que pensar en el hecho de que los secuestradores del 11-S eran universitarios de clase media-alta que no tenían ninguna historia conocida de opresión política. Sin embargo, habían pasado una cantidad de tiempo excesiva en su mezquita local, oyendo hablar de la depravación de los infieles y de los placeres que esperan a los mártires en el Paraíso. ¿Cuántos arquitectos e ingenieros aeronáuticos deberán volver a estrellarse contra una pared a 400 millas por hora, antes de que admitamos que la violencia jihadista no es un asunto de educación, política o pobreza? La verdad, bastante asombrosa, es la siguiente: una persona puede ser tan culta e instruída como para construir una bomba nuclear, y así y todo creer que obtendrá a 72 vírgenes en el Paraíso para toda la eternidad. Tal es la facilidad con que la mente humana puede ser alienada por la fe, y tal es el grado de acomodación de nuestro discurso intelectual a la ilusión religiosa. Sólo el ateo ha observado lo que ahora debería ser evidente para todo ser humano pensante: si queremos desarraigar las causas de la violencia religiosa debemos desarraigar las falsas certezas de la religión.

¿Por qué la religión es una fuente tan poderosa de violencia humana?
  • Nuestras religiones son intrínsecamente incompatibles entre sí. Jesús resucitó de entre los muertos y volverá a la Tierra como un superhéroe, o no; el Corán es la palabra infalible de Dios, o no lo es. Cada religión hace afirmaciones explícitas sobre cómo es el mundo, y la profusión abrumadora de estas afirmaciones incompatibles –que además son dogmas de fe obligatorios para todos los creyentes– crea una base duradera para el conflicto.
  • No hay ninguna otra esfera del discurso en la que los seres humanos articulen de manera tan clara sus diferencias mutuas, o en la que expresen estas diferencias en términos de recompensas y castigos eternos. La religión es la única realidad humana en la que el pensamiento nosotros-ellos alcanza una importancia trascendente. Si una persona cree realmente que llamar a Dios por su nombre correcto puede marcar la diferencia entre la felicidad eterna y el sufrimiento eterno, entonces se hace bastante razonable tratar con rudeza a los herejes e incrédulos. Hasta puede ser razonable matarlos. Si una persona piensa que hay algo que otra persona puede decirles a sus hijos que podría poner en peligro sus almas para toda la eternidad, entonces el vecino hereje es en realidad mucho más peligroso que el más sádico violador infantil. Los estigmas de nuestras diferencias religiosas son enormemente más pronunciados que los nacidos del mero tribalismo, del racismo o de la política.
La fe religiosa es un poderoso obstáculo al diálogo. La religión no es más que el área de nuestro discurso donde las personas se protegen sistemáticamente de la exigencia de aportar pruebas en defensa de sus creencias firmememente sostenidas. Así y todo, estas creencias de las personas a menudo determinan para qué viven, para qué morirán, y –demasiado a menudo– para qué matarán. Éste es un problema muy grave, porque cuando los estigmas diferenciales son muy pronunciados los seres humanos sólo encuentran una opción entre el diálogo y la violencia. Sólo una buena voluntad fundamental de ser razonable –de manera que nuestras creencias sobre el mundo sean revisadas por nuevas pruebas y nuevos argumentos– puede garantizar que sigamos hablando entre nosotros. La certeza sin pruebas es necesariamente divisoria y deshumanizadora. Aunque no existe ninguna garantía de que la gente racional siempre vaya a ponerse de acuerdo, indudablemente la gente irracional siempre estará dividida por sus dogmas. Parece sumamente improbable que podamos curar los desacuerdos existentes en nuestro mundo simplemente multiplicando las ocasiones para el diálogo interconfesional.
El objetivo de la civilización no puede ser la tolerancia mutua ni la irracionalidad manifiesta. Aunque todos los partidarios del discurso religioso liberal han acordado pasar de puntillas por aquellos puntos en los que sus visiones del mundo chocan frontalmente, estos mismos puntos seguirán siendo fuentes de conflicto perpetuo para sus correligionarios. La corrección política, por lo tanto, no ofrece una base duradera para la cooperación humana. Si la guerra religiosa debe hacerse inconcebible para nosotros, del mismo modo que ya lo son la esclavitud y el canibalismo, es absolutamente necesario prescindir de todos los dogmas de fe.
Cuando tenemos razones para creer lo que creemos, no tenemos ninguna necesidad de fe; cuando no tenemos ninguna razón, o sólo tenemos malas razones, hemos perdido nuestra conexión con el mundo y con los seres humanos. El ateísmo no es sino un compromiso con el nivel más básico de honestidad intelectual: las convicciones de una persona deberían ser proporcionales a sus pruebas. Pretender estar seguro de algo cuando no se está –en realidad, pretender estar seguro sobre proposiciones para las que ni siquiera es concebible prueba alguna– es un defecto tanto intelectual como moral. Sólo el ateo ha comprendido esto. El ateo es simplemente una persona que ha percibido la mentira de la religión y que ha rechazado convertirla en una mentira propia.

Artículo original en Truth Dig.
Ver también: Una excelente razón, Propuesta y El mal demuestra que Dios no existe.

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