domingo, agosto 31, 2008

Memorias biográficas de Odón de Buen. Insigne oceanógrafo zufariense


Las memorias del navegante. Se editan las notas autobiográficas del oceanógrafo aragonés.

Odón de Buen redactó, entre 1940 y 1941, más de mil cuartillas con los hechos determinantes de su biografía.

ZARAGOZA. El pasado 4 de abril Zuera recibía, desde México, los restos de su ciudadano más ilustre: el profesor, memorialista y pionero de la oceanografía en España Odón de Buen y del Cos (1863-1945). Odón, al margen de su magna obra científica y de los empeños marinos que llevó a buen puerto, redactó casi un centenar de libros: manuales, libros de viajes como "De Kristianía a Tuggurt", reeditado por la Institución Fernando el Católico con prólogo de Guillermo Fatás, y notas autobiografías donde resumía el grueso de casi frenética actividad: "Síntesis de una vida política y científica".

Pero, durante los primeros años de su exilio en Francia, Odón de Buen compuso 1177 cuartillas, entre el 17 de agosto de 1940 y el otoño de 1941 en Banyuls sur Mer, un puñado sistemático de notas biográficas, divididas en siete partes, donde desgrana los acontecimientos esenciales de su vida.

El libro, que será publicado en breve por la Diputación de Zaragoza y la IFC, es un recorrido minucioso y sincero por su existencia: desde su nacimiento en Zuera en 1863 hasta ese instante amargo del destierro. Él había perdido el país y, republicano, se sentía humillado en lo más íntimo: zufariense hasta la médula, como veremos en algunas de sus notas, aragonés por los cuatro costados y defensor a ultranza de los principios democráticos.

Primera imagen de Zuera

El libro se inicia con desazón y melancolía. "¿Qué habrá sido de mi casa de Zuera? Y, sobre todo, ¿dónde estarán, si existen, mis papeles, mis documentos, mis cuadernos, mis libros?". Y sigue lanzando preguntas al mar de todos los naufragios: "¿Cuál será el fin de esta tragedia espantosa? No puede ser otro que el triunfo de las virtudes humanas, la destrucción de la barbarie, el restablecimiento de todas las libertades con tanta sangre conquistadas y sostenidas. Pero ¿alcanzarán mis años a verlo?". Hace balance a continuación de su propia biografía: "No me quejo de mi suerte, ni me envanezco de ella, desde un hogar humilde he logrado llegar a los más altos puestos de la vida internacional en mi especialidad. Es mi mayor orgullo".

El libro estará pronto en manos del lector con prólogos de Javier Puyuelo, Javier Lambán y el poeta Antonio Pérez Morte. La emoción en las primeras páginas es palpitante. Su amor por Zuera y la nítida memoria de su niñez cautiva. Tras describir la geografía física de Zuera y algunas características del pueblo, confiesa: “Cuando yo era joven, de estudiante, visitaba el Monte Alto y me recreaba admirando su rica y variada flora de tipo marcadamente meridional".

Y describe el ambiente de casinos monárquicos y republicanos. "En el Casino Principal se representaban comedias. Eran el alma de estas fiestas que dirigía don José, el boticario, su hija mayor, maestra de mucha inteligencia, Manolita Bandrés (señora de un confitero y panadero muy hábil y simpático), mi madre y algunas otras personas. ( ... ) Dos médicos vivían en Zuera, el titular era el Sr. Domec, discreto y caballeroso. ( ... ) El otro médico era un hombre singular de gran distinción, el Dr. Iribarren; cuentan las crónicas que ejerciendo la medicina sufrió un error de diagnóstico que causó la muerte de un cliente; colgó el título universitario y se retiró a regentar un parador, la Camarera, que se hizo famoso porque enclavado en la carretera de Madrid a Francia por Canfranc, era el refugio obligado de cuantos por allí pasaban ( ... ). Pero la figura sobresaliente era entonces en Zuera don José Martínez, el boticario culto, inclinado de joven a la vida universitaria, se separó de ella desengañado y fue a parar a mi pueblo como titular de farmacia".

Los amigos famosos

Ese personaje fue clave en la vida de Odón de Buen: le dio clases particulares e inclinó su vocación hacia las Ciencias Naturales y, en concreto, hacia la Botánica. Pero no todos los seres de Zuera eran así. "Como en todos los pueblos, dominaba en Zuera el caciquismo, con sus vicios (el ser rico el municipio aumentaba el aliciente) y sus crímenes. Recuerdo de niño que alguien se opuso con energía a tales desmanes y un día apareció un muerto en un abejar lejano del pueblo. Todo el mundo conocía al asesino pero el crimen quedó impune". El profesor era don Jorge y había sido sargento de artillería. Más que su pedagogía, destacaba por otros menesteres: "Tenía uno de los huertos mejor cuidados del pueblo, con frutales selectos que daban frutos apetitosos y apetecidos. El hijo mayor del maestro, Paco, era gran compinche mío y aunque podíamos entrar con bastante libertad en el huerto, era más emocionante para nosotros saltar la tapia".

La narración abunda en episodios familiares, el traslado a Zaragoza, el encuentro con los hermanos Royo Villanova, Luis ("chispeante literato" ), Ricardo (futuro médico y rector de la Uni versidad de Zaragoza) y Antonio ("llegó a ser ministro de la República, se distinguió siempre por su oposición ruda, implacable, ya maniática, a lo que el creía el separatismo catalán"), el festival de danzas populares ante Amadeo de Saboga, la barca del tío Toni, o el influjo del profesor de Historia Natural, Manuel Díaz de Arcaya, al que se sumarían otros imprescindibles como Bruno Solano, Pedro Ferrando y el Dr. Guallar.

En el capítulo de anécdotas pintorescas, reseñamos la de su compañero Pellicer: "Casó joven, tuvo una hija y el trastorno moral profundo que le produjo la muerte de su joven esposa le llevó al sacerdocio, que ejerció y aún ejerce con singular devoción; ( ... ) pero cuentan las crónicas que no llegó a ser obispo porque nunca quiso separarse de su hija".

Odón se traslada a Madrid, que representa un mundo nuevo para él: la universidad, la política, el periodismo activo, las clases particulares. Uno de sus amigos sería Miguel Primo de Rivera. “Alejo Sesé me trajo, al volver del veraneo, una preciosa pistolita de Eibar Me la pidió Miguel y como era natural se quedó con ella, pero manejándola se hizo sangre en una mano; primera herida de arma de fuego que sufrió el futuro dictador".

El Liceo y el pánico del rehén Convertido ya en algo más que una modesta autoridad universitaria y en un prometedor investigador, se trasladó a Barcelona, donde vivió el atentado terrorista contra el Liceo, perpetrado por un "obrero de Alcañiz, que descubierto por la policía intentó suicidarse". En medio del desorden y el pánico, vio esta imagen: "Recuerdo con tal horror el espectáculo de los cuerpos sangrientos de inocentes jóvenes ( ... ), que renuncio a una descripción que había de resultar macabra. Llovía, llegué a casa teñidos de sangre los zapatos y la parte inferior del abrigo, desencajado, no creyendo que fuera verdad tal barbarie".

Este capítulo, unido a los briosos discursos de su amigo y protector don Nicolás Salmerón, ocupa bastantes páginas. Por supuesto, las memorias explican su pasión por el mar, la fascinación que experimentó por la labor de Henri Lacaze-Duthiers, determinante en las grandes empresas de su vida: la creación del Instituto Oceanográfico Español en 1914 y la del Consejo Oceanográfico Latinoamericano diez años después.

El libro también contempla el amargo trago de la detención en Mallorca en 1936. "Supe, y me convencí de ello, que me mantenían en rehenes, que era yo el primero para un canje ventajoso". El interés de países europeos y el canje por familiares de Primo de Rivera le salvaron la vida.

Para Odón de Buen y del Cos el exilio fue un laberinto de tinieblas, agravado además por el avance del nazismo. "¿Quién podía ya dudar de las intenciones de Hitler?". Y se encaminó al éxodo histórico: "lo he presenciado, lo he vivido, lo sufrí, desgarró mi alma". ANTÓN CASTRO


El testamento de 1943

"Que mis restos reposen, si es posible, al lado de los de vuestra santa madre. Murió fuera de toda religión positiva y se enterró civilmente. Nuestra religión se cifraba en una gran rectitud de conciencia, en el culto del bien, de la familia, de la ciencia, de la libertad, de la justicia y del trabajo. Hicimos todo el bien que nos fue posible; no hicimos a sabiendas mal a nadie".

Y Odón de Buen deja casi para el final un resquicio abierto a la esperanza, por si alguna vez en España cambiaban las cosas tras el golpe de Estado y la dictadura del general Franco; les dice a los hijos que han sobrevivido a la catástrofe nacional: "Si se recupera algo de lo que nos han arrebatado brutalmente, repartíroslo como buenos hermanos".

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