sábado, marzo 19, 2011

Malas noticias para los veganos y vegetarianos: las plantas también sienten y sufren. Ya sólo quedan los minerales como entes inertes...

Malas noticias para los veganos y vegetarianos: las plantas también sienten y sufren. Ya sólo quedan los minerales como entes inertes...
"Los vegetarianos no tenemos especial manía a las plantas, simplemente no existe ninguna certeza científica de que estemos perjudicando a alguien cuando las usamos. Si se descubriera que detrás de una planta hay un individuo que teme por su vida, los vegetarianos seríamos los primeros en tenerlo en cuenta para buscar alternativas y evitar así perjudicarlas, como ya hemos hecho con los animales".
En la naturaleza la supervivencia obliga a las especies (¡incluso hay plantas carnívoras!) a matar e ingerir a otros seres vivos. Osos, leones y otras especies (tan tiernos y adorables ellos) practican el canibalismo con sus crías.
¿No hay un carnivorismo ético y sostenible aunque sea como opción de emergencia ante la escasez de vegetales? Los pueblos indígenas de América y África han sobrevivido milenios en armonía con "la Pacha Mama" (madre Tierra), cazando respetuosamente sólo lo necesario y entonando oraciones y rituales de desagravio.
Es imposible ser completamente "puro" de forma permanente. Hay que tender a la ética, pero la vida está llena de claroscuros y contradicciones.
Siento compasión por los peces, los insectos y las plantas que tienen menos defensores que los animales de pelo, tan tiernos, acariciables y representables en versión peluche o en películas de dibujos animados Disney donde hablan como personas. ¿Dónde están los defensores de Pepito Grillo?
Si las cucarachas invaden tu hogar ¿las dejas vivir y reproducirse? ¿Dejaremos al mosquito que beba nuestra sangre? Si el león va a comer a la gacela ¿de parte de cuál nos ponemos? Lo mismo con la orca y la foca. ¿Los supervivientes del accidente aéreo de los Andes tendrían que haberse dejado morir por inanición por ética?


Carnivorismo salvaje Carlo Frabetti Rebelión
Al igual que sus parientes más próximos, los grandes simios, el hombre es un animal básicamente frugívoro, pero con la ventajosa opción del carnivorismo. Tan ventajosa que probablemente nos salvó de la extinción, pues cuando escasean los alimentos vegetales (por ejemplo, a causa de una glaciación o de la desertización de los bosques) puede ser fatal depender exclusivamente de ellos.
La necesidad de conseguir carne en épocas de carestía severa llevó a nuestros remotos antepasados a formar grupos de cazadores armados de palos y piedras y preparados para trabajar en equipo, con objeto de aumentar sus posibilidades de éxito frente a las grandes presas (las más deseables, pero también las más peligrosas). Y esta acertada estrategia de supervivencia tuvo varios efectos colaterales.
Uno de ellos fue la domesticación de algunos lobos y chacales que empezaron a participar espontáneamente en las cacerías para aprovechar los huesos y otras partes que los hombres no solían comer (pues no poseían las poderosas fauces de los carnívoros ni sus aparatos digestivos especializados). Los antepasados de los perros ayudaban a los nuestros a localizar y a acosar a las presas, y a cambio se llevaban una parte del botín. Así encontró el hombre a su mejor amigo.
Otra consecuencia de la caza en equipo fue, seguramente, la exaltación de la violencia y el aumento del prestigio social de la fuerza bruta, con la consiguiente relegación de las mujeres (menos corpulentas y a menudo limitadas en su actividad física por los largos períodos de gestación) y la consolidación de la camaradería masculina. Para recolectar frutos no hay que ser muy fuerte: las mujeres, e incluso los niños, pueden hacerlo tan bien o mejor que los hombres; pero para enfrentarse a un búfalo o a un mamut conviene estar bien provisto de músculos y de testosterona.
Y, por último, el carnivorismo, que empezó siendo una opción de emergencia, se convirtió en un hábito. La carne es adictiva: su consumo produce una leve intoxicación que se traduce, como otras intoxicaciones moderadas (café, alcohol, tabaco, etc.), en una forma de excitación o embriaguez que puede crear dependencia (de modo que la expresión “embriagarse de sangre” no es mera metáfora). Por otra parte, el carnivorismo tiene algunas ventajas. La carne (al igual que el pescado, los huevos y los productos lácteos) contiene todos los aminoácidos necesarios para nuestro organismo, mientras que ningún alimento vegetal los aporta todos por sí solo (hay que combinar un cereal con una legumbre, por ejemplo, arroz con frijoles, para ingerir juntos los ocho aminoácidos esenciales). Además, la carne es un alimento muy versátil y fácil de conservar: se puede cocinar de muchas maneras, ahumar, desecar, embutir... Todo ello ha hecho que muchos crean que la carne es indispensable, el “plato fuerte” de nuestra gastronomía. Nada más falso.
Comer carne no solo es innecesario, sino que además es insano. La propia Organización Mundial de la Salud lo advirtió hace más de treinta años, aunque luego las presiones comerciales y políticas le impidieron insistir en ello. El consumo de carne sobrecarga nuestro aparato digestivo de primates y favorece la aparición de tumores. Y además, debido a la contaminación ambiental, con la carne no solo ingerimos sus propias toxinas (como la cancerígena prolactina), sino también las que los animales que comemos acumulan a lo largo de su vida (como el mercurio y otros metales pesados que el organismo es incapaz de eliminar). Por no hablar del colesterol: incluso las carnes más magras contienen un alto porcentaje de grasas saturadas. Por no hablar tampoco de las vacas locas, los cerdos apestados, los pollos griposos...
Pero no solo hay poderosas razones dietéticas y sanitarias para evitar el carnivorismo, sino también éticas, económicas y ecológicas, es decir, políticas.
Dejo para otra ocasión las consideraciones éticas directamente relacionadas con el respeto a los animales. Aunque para afirmar que “los animales no tienen derechos porque no tienen deberes” hay que ser tan estúpido como Fernando Savater (por la misma regla de tres, tampoco tendrían derechos los niños pequeños y los discapacitados mentales), la mayoría de la gente considera que podemos maltratar y comernos tranquilamente a parientes tan próximos como los grandes mamíferos. Es una aberración moral que muy pocos han denunciado (entre ellos hay que destacar al filósofo australiano Peter Singer) y que requeriría un análisis en profundidad; pero como no es necesario reconocer los derechos de los animales para estar de acuerdo con los demás argumentos en contra del carnivorismo, me centraré en los de más peso, que son los económicos.
La producción de carne es un negocio ruinoso (para la sociedad, claro, no para los fabricantes de hamburguesas) y una de las principales causas del hambre en el mundo. Para producir un kilo de proteína cárnica hacen falta diez kilos de proteína vegetal, lo que significa que con la soja y el grano que consume el ganado solo en Estados Unidos, se podría alimentar a toda la humanidad. Mientras los etíopes se mueren de hambre, el cuarenta por ciento de los campos de Etiopía se dedica al cultivo de soja destinada a la alimentación de las vacas estadounidenses. El carnivorismo, además de violar los derechos de los animales, constituye un salvaje (nunca mejor dicho) atentado contra los derechos humanos.
¿Por qué, entonces, solo una pequeña parte de la izquierda defiende la causa del vegetarianismo? Porque los hábitos ligados a nuestras pulsiones más básicas (y el hambre es la primera) se consideran “naturales”, y son, por tanto, difícilmente asequibles a la reflexión, al asalto dialéctico de la razón. Y así, el arquetipo del macho armado, ora cazador ora guerrero, sigue presidiendo nuestra salvaje cultura patriarcal, nuestra despiadada sociedad competitiva, depredadora, carnívora.

* Descubren que las plantas sienten
Después de 3 años de experimentos llegaron a la conclusión de que perciben las amenazas. Dicen que cuando son atacadas liberan un aroma similar a la lavanda y piden ayuda
SI tocamos una planta y le arrancamos una hoja, no parecerá darse por enterada, según afirman los biólogos. Pero si en lugar de arrancarle una hoja se posa sobre ella un gusano hambriento, la planta tratará en este caso de defenderse. Y no sólo eso: tratará incluso de advertir a las plantas vecinas sobre el inminente peligro. ¿Cómo? Comunicándolo, simplemente.
El descubrimiento es de un biólogo de la Universidad de Turín, Italia, que luego de tres años de experimentos científicos llegó a la siguiente conclusión: las plantas "sienten" el peligro y los dientes de quien las devora. La acción defensiva vegetal es repentina.
No bien percibe la saliva del gusano, la planta activa genes que comienzan a producir una sustancia volátil. Una suerte de perfume de lavanda que atrae a las avispas, enemigos mortales de los gusanos. El ejército de salvadoras se limitará a pinchar a los desdichados gusanos, inyectándoles sus huevos. A esta altura, los gusanos ya no tienen más nada que hacer. El fin que los espera es realmente atroz. Cuando los huevos se abren, los gusanos explotan.
Sin embargo, esa sustancia volátil no atrae sólo a las avispas. Su otra función es advertir a las "hermanas vecinas" y, al igual que una cadena de San Antonio, inducirlas a producir, a su vez, el perfume que volverá a llamar a las salvadoras.
El descubrimiento es de un biólogo de la Universidad de Turín, Italia
Dos equipos de científicos. El primero estuvo coordinado por Massimo Maffei, director del Departamento de Biología Vegetal de la Universidad de Turín, y el otro fue dirigido por Wilhelm Boland, del Max Plance Institute de Jena (Alemania).
La investigación, concentrada básicamente en el frijol de Lima, demostró que las mismas reacciones de defensa se ponen en marcha en el maíz y en muchas otras especies.
Las perspectivas de aplicación son muchas, pero la más importante apunta a descubrir los mecanismos de defensa de las plantas para llegar al uso de sustancias naturales antes de que comience la producción de fitofarmacéuticos.
En Irlanda, mientras tanto, un equipo de estudiosos financiados por el Eden Project, el jardín botánico más grande de Europa, ya está estudiando un sistema que permitirá a las plantas hablar, o, mejor dicho, comunicarse con los hombres.
La idea que figura en la base de este proyecto consiste en convertir las señales químicas en señales digitales, a través de una sofisticada tecnología. Dentro de algunos años podrán ser las mismas plantas las que nos recuerden la necesidad de regarlas o colocarlas en un lugar luminoso .
Pero ¿es que el perejil sufre? ¿O que la albahaca disfruta? La capacidad de las plantas de sentir emociones es algo que sigue envuelto en un manto de misterio.
En los años 70, dos estudiosos norteamericanos conectaron una planta a una máquina de la verdad con resultados sorprendentes. El polígrafo registró de hecho una reacción de miedo en el momento en el que uno de los científicos imaginó la acción de quemar una hoja.
TRADUCCION: Silvia S. Simonetti

* ¿Sienten las plantas?

1 comentario:

Jan Pahl dijo...

by the way, no somos carnívoros (o omnívoros) facultativos, somos omnívoros completamente puros, esa distinción es fácil de hacer si se miden los tamaños relativos de los intestinos respecto a al volumen corporal. Los humanos estamos exactamente en la mitad entre carnívoros ''puros'' y herbívoros ''puros'', somos omnívoros por necesidad, y solamente con una muy cuidadosa dieta estrictamente supervisada, la falta de proteína animal no nos haría daño. Un bonobo o cualquiera de las subespecies de Chimpancé son omnívoros facultativos, sus intestinos son de vegetariano así incluyan en la dieta hormigas y termitas, así como la muy ocasional cacería ritual (de la que solamente participan los de mayor rango sin un verdadero beneficio nutricional).

De resto, no es nuevo lo de la comunicación química en las plantas y sus reacciones a la depredación (daños mecánicos) o daños por stress (químico, medio-ambiental. etc)

.

Archivo del blog

.