El triste sino de la mujer marroquí Soumaya Naamane Guessous, socióloga marroquí, profesora universitaria, autora de Printemps et automne sexuels, (Eddif, 2000) y Au-delà de toute pudeur (Eddif, 1988).
Las adolescentes marroquíes viven muy mal su sexualidad, regida por las prohibiciones. Muchas veces están ya casadas a los 14 años. Pero la resistencia va germinando en las ciudades.
Hace poco, con motivo de una investigación en la región de Bni Meskine, 250 kilómetros al sudeste de Casablanca, me sentí desarmada, inútil y sin saber qué hacer ante la crueldad de un auténtico mercado de esclavas. Por primera vez en mi vida había recurrido al engaño. La estratagema era: Sanaa, una de mis alumnas, quiere casar a sus dos hermanos con criaturas de 13 a 14 años. Por mi parte, ando buscando esposa para mi tío viudo septuagenario. Mi objetivo era probar que ese mercado existe, y que, en el campo, los padres no respetan la ley sobre la edad mínima de las mujeres para el matrimonio, que es de 15 años.
En esta región, los smasrya (representantes), que son los que abastecen las ciudades de mano de obra infantil, se encargan también de buscar muchachas casaderas. La misma historia se repite de una casa a otra. Algunas escenas:
Nos reciben tres mujeres, tres generaciones: el ama de casa, su nuera y su nieta de 14 años. Ésta se desvive por atendernos, limpia la mesa, coloca nuestros zapatos en su sitio, sacude los almohadones. Observo a la muchacha, una belleza que apenas despunta, un cuerpo cargado de promesas. ¿Está dispuesto su padre a casarla sin certificado de boda? “Sí, casó a la mayor con 14 años. Las chicas no tienen nada que hacer. En cuanto llega su zmane (destino), se las casa.” Luego nos recibe el tío paterno: “Les daré 15 muchachas, si quieren. Están educadas, no levantan la vista del suelo, no hablan y son capaces de aguantar lo que sea sin quejarse.”
Otro hogar: nos recibe el ama de casa, en su séptimo embarazo. “Elijan la que les guste. Han tenido la misma educación. No paran de trabajar. Nunca salen. Quedan encintas la misma noche de bodas. Todas nuestras chicas han dado a luz en el primer año.”
Siento deseos de gritar al pensar que serán desposadas, brutalmente desfloradas y asqueadas de una sexualidad que les habrá sido impuesta. Los hombres vigilan a las hijas. Su honor masculino pasa por el control del cuerpo femenino. Las mujeres mantienen la tradición reprimiendo su propio cuerpo. Esta sexualidad debe canalizarse casándolas núbiles o apenas púberes. Estos dramas son el pan nuestro de cada día en un mundo rural pobre, enclavado, donde nueve mujeres de cada diez son analfabetas.
Las encuestas realizadas en Casablanca revelan que la pubertad es también mal vivida en medio urbano. La muchacha recibe del entorno femenino una educación sexual a base de prohibiciones. Su cuerpo es un peligro. Sus órganos sexuales, frágiles, no le pertenecen. Pueden contribuir a su perdición y la de su familia. De modo que hay que ahogar las pulsiones. “Mi madre controlaba todos mis movimientos, yo no podía saltar ni abrir las piernas, para preservar mi virginidad. Mi sexo me horrorizaba”, afirma una joven.
Hasta no hace mucho era frecuente que las muchachas fueran sorprendidas por una hemorragia cuyo origen ignoraban, aunque las generaciones actuales están mejor informadas. Pero la angustia persiste, y la adolescente vive en conflicto con su cuerpo. La sangre menstrual es impura y vergonzosa, hay que ocultarla. “Me he enterado de que es haram (pecado) que se vea la sangre, porque Dios castiga severamente…” La menstruación provoca un sentimiento de rechazo del cuerpo, de repulsión.
Feminidad efímera
En medio urbano, el matrimonio es más tardío, la edad media es de 26 años. La sociedad, sin embargo, condena la sexualidad femenina antes del matrimonio. Esta prohibición sólo se aplica en la práctica a las muchachas. A un estudiante que afirmaba que las chicas eran prostitutas porque hacían el amor, le pregunté: “Y usted, ¿es virgen?”, recordándole que la prohibición es para los dos sexos. Desconcertado, respondió: “No, la religión se aplica a las mujeres. ¡A los hombres, la tradición!”
Aunque la mujer suele vivir más que el hombre, su feminidad es efímera. La esperanza de vida de la mujer marroquí es de 70 años. La sociedad la mata prematuramente, imponiendo una “edad social” a partir de la cual ya no puede gustar. A los 31 años, según los hombres, es demasiado vieja para casarse. Apenas desarrollada, pasa a ser una anciana con un cuerpo privado de promesas. En el mejor de los casos, la menopausia representa el fin de la feminidad, la muerte de la sexualidad. La edad media de la menopausia son los 47 años. La mujer sobrevivirá, después, unos 23 años con un cuerpo asexuado, guardando luto por su belleza y su deseo.
Reniega así de su función sexual para consagrarse a sus deberes de madre y abuela y, tras haber puesto su cuerpo al servicio de su marido y de la procreación, sólo seguirá existiendo a través de un alma que ha de purificar. La religión se convierte así en un refugio, como si la fe prohibiera el deseo.
Las mujeres de más edad, analfabetas, rompen con su cuerpo, pero las jóvenes reaccionan de otra manera. Han cobrado conciencia de él y de la conveniencia de cultivarlo. La procreación ha llegado a ser una amenaza que las madres denuncian: “No quiero que mi hija viva como yo. Soy una vieja por culpa de tantos embarazos”, dice una mujer de más de 65 años. “Me niego a parecerme a mi madre”, afirman las jóvenes. En los cuatro últimos decenios, el promedio de hijos por mujer se ha reducido de 7 a 3.
¡Una brecha en un círculo vicioso! Las jóvenes –48% de los ciudadanos marroquíes tienen menos de 20 años– se emancipan, hacen cada vez más deporte y vigilan su línea. Los cánones de belleza han cambiado. “Hoy las muchachas no tienen ningún encanto. ¡Si se les ven los huesos! Hasta deben pinchar en la cama”, comenta con tristeza un viejo campesino.
El número de divorcios entre los jóvenes está aumentando. Esta población no está dispuesta a dejarse manipular, quiere hacer valer sus deseos y su voluntad. Sus antepasadas han soportado en silencio para no ser repudiadas. Es cierto que la tradición perdura, pero las jóvenes van imponiéndose cada vez más, y cultivan tanto el cuerpo como la mente. “No tengo fobia a la vejez. A mí no me tratarán de vieja inútil, como a mi madre. Gano mi sueldo y tengo mis actividades y mis diversiones. Me pertenezco."
Hace poco, con motivo de una investigación en la región de Bni Meskine, 250 kilómetros al sudeste de Casablanca, me sentí desarmada, inútil y sin saber qué hacer ante la crueldad de un auténtico mercado de esclavas. Por primera vez en mi vida había recurrido al engaño. La estratagema era: Sanaa, una de mis alumnas, quiere casar a sus dos hermanos con criaturas de 13 a 14 años. Por mi parte, ando buscando esposa para mi tío viudo septuagenario. Mi objetivo era probar que ese mercado existe, y que, en el campo, los padres no respetan la ley sobre la edad mínima de las mujeres para el matrimonio, que es de 15 años.
En esta región, los smasrya (representantes), que son los que abastecen las ciudades de mano de obra infantil, se encargan también de buscar muchachas casaderas. La misma historia se repite de una casa a otra. Algunas escenas:
Nos reciben tres mujeres, tres generaciones: el ama de casa, su nuera y su nieta de 14 años. Ésta se desvive por atendernos, limpia la mesa, coloca nuestros zapatos en su sitio, sacude los almohadones. Observo a la muchacha, una belleza que apenas despunta, un cuerpo cargado de promesas. ¿Está dispuesto su padre a casarla sin certificado de boda? “Sí, casó a la mayor con 14 años. Las chicas no tienen nada que hacer. En cuanto llega su zmane (destino), se las casa.” Luego nos recibe el tío paterno: “Les daré 15 muchachas, si quieren. Están educadas, no levantan la vista del suelo, no hablan y son capaces de aguantar lo que sea sin quejarse.”
Otro hogar: nos recibe el ama de casa, en su séptimo embarazo. “Elijan la que les guste. Han tenido la misma educación. No paran de trabajar. Nunca salen. Quedan encintas la misma noche de bodas. Todas nuestras chicas han dado a luz en el primer año.”
Siento deseos de gritar al pensar que serán desposadas, brutalmente desfloradas y asqueadas de una sexualidad que les habrá sido impuesta. Los hombres vigilan a las hijas. Su honor masculino pasa por el control del cuerpo femenino. Las mujeres mantienen la tradición reprimiendo su propio cuerpo. Esta sexualidad debe canalizarse casándolas núbiles o apenas púberes. Estos dramas son el pan nuestro de cada día en un mundo rural pobre, enclavado, donde nueve mujeres de cada diez son analfabetas.
Las encuestas realizadas en Casablanca revelan que la pubertad es también mal vivida en medio urbano. La muchacha recibe del entorno femenino una educación sexual a base de prohibiciones. Su cuerpo es un peligro. Sus órganos sexuales, frágiles, no le pertenecen. Pueden contribuir a su perdición y la de su familia. De modo que hay que ahogar las pulsiones. “Mi madre controlaba todos mis movimientos, yo no podía saltar ni abrir las piernas, para preservar mi virginidad. Mi sexo me horrorizaba”, afirma una joven.
Hasta no hace mucho era frecuente que las muchachas fueran sorprendidas por una hemorragia cuyo origen ignoraban, aunque las generaciones actuales están mejor informadas. Pero la angustia persiste, y la adolescente vive en conflicto con su cuerpo. La sangre menstrual es impura y vergonzosa, hay que ocultarla. “Me he enterado de que es haram (pecado) que se vea la sangre, porque Dios castiga severamente…” La menstruación provoca un sentimiento de rechazo del cuerpo, de repulsión.
Feminidad efímera
En medio urbano, el matrimonio es más tardío, la edad media es de 26 años. La sociedad, sin embargo, condena la sexualidad femenina antes del matrimonio. Esta prohibición sólo se aplica en la práctica a las muchachas. A un estudiante que afirmaba que las chicas eran prostitutas porque hacían el amor, le pregunté: “Y usted, ¿es virgen?”, recordándole que la prohibición es para los dos sexos. Desconcertado, respondió: “No, la religión se aplica a las mujeres. ¡A los hombres, la tradición!”
Aunque la mujer suele vivir más que el hombre, su feminidad es efímera. La esperanza de vida de la mujer marroquí es de 70 años. La sociedad la mata prematuramente, imponiendo una “edad social” a partir de la cual ya no puede gustar. A los 31 años, según los hombres, es demasiado vieja para casarse. Apenas desarrollada, pasa a ser una anciana con un cuerpo privado de promesas. En el mejor de los casos, la menopausia representa el fin de la feminidad, la muerte de la sexualidad. La edad media de la menopausia son los 47 años. La mujer sobrevivirá, después, unos 23 años con un cuerpo asexuado, guardando luto por su belleza y su deseo.
Reniega así de su función sexual para consagrarse a sus deberes de madre y abuela y, tras haber puesto su cuerpo al servicio de su marido y de la procreación, sólo seguirá existiendo a través de un alma que ha de purificar. La religión se convierte así en un refugio, como si la fe prohibiera el deseo.
Las mujeres de más edad, analfabetas, rompen con su cuerpo, pero las jóvenes reaccionan de otra manera. Han cobrado conciencia de él y de la conveniencia de cultivarlo. La procreación ha llegado a ser una amenaza que las madres denuncian: “No quiero que mi hija viva como yo. Soy una vieja por culpa de tantos embarazos”, dice una mujer de más de 65 años. “Me niego a parecerme a mi madre”, afirman las jóvenes. En los cuatro últimos decenios, el promedio de hijos por mujer se ha reducido de 7 a 3.
¡Una brecha en un círculo vicioso! Las jóvenes –48% de los ciudadanos marroquíes tienen menos de 20 años– se emancipan, hacen cada vez más deporte y vigilan su línea. Los cánones de belleza han cambiado. “Hoy las muchachas no tienen ningún encanto. ¡Si se les ven los huesos! Hasta deben pinchar en la cama”, comenta con tristeza un viejo campesino.
El número de divorcios entre los jóvenes está aumentando. Esta población no está dispuesta a dejarse manipular, quiere hacer valer sus deseos y su voluntad. Sus antepasadas han soportado en silencio para no ser repudiadas. Es cierto que la tradición perdura, pero las jóvenes van imponiéndose cada vez más, y cultivan tanto el cuerpo como la mente. “No tengo fobia a la vejez. A mí no me tratarán de vieja inútil, como a mi madre. Gano mi sueldo y tengo mis actividades y mis diversiones. Me pertenezco."
1 comentario:
La globalizacion nos afecta a todos. Por fin en un futuro proximo todos estaremos homogeneos, podremos disfrutar mas de nosotros, ser felices sin duda. Olvidando toda la moralidad falsa de las religiones, utilizando la moralidad neoconservadora mucho mas propicia... como la americana o europea.
Motor indiscutible, de harmonia, progreso y felicidad.
La felicidad de unas pocas almas o la felicidad de ninguna. Los lobos no sabian porque eran lobos pero ahora simplemente se han extinguido.
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