lunes, mayo 21, 2007

Hijos, daños colaterales del exceso de trabajo. Algo falla si no tienes tiempo para tus hijos. ¿Papá y mamá? Están trabajando para ganar dinero...

GESTIÓN Y FORMACIÓN Hijos, daños colaterales del exceso de trabajo
El IDE·CESEM organiza unos cursos para que los profesionales optimicen su tiempo y atiendan mejor las necesidades familiares BORJA VILASECA El Pais NEGOCIOS - 20-05-2007

Educar a los hijos parece hoy más difícil que nunca
. "El compromiso que exigen las empresas impide que muchos trabajadores sean dueños de su tiempo", señalan los expertos en conciliación. "Y lo lamentable", añaden, "es que en el nombre del estatus y del dinero cada vez más personas viven como si su ocupación fuera el centro de su existencia, descuidando las necesidades emocionales de sus familias". Una de las consecuencias, concluyen, es la falta de dedicación hacia los hijos, que desarrollan "conductas violentas e hiperactivas para llamar la atención". El IDE·CESEM organiza los primeros cursos en España para ayudar a los profesionales a "optimizar su tiempo" y dejar así de ser padres a distancia. Lejos de ser una moda pasajera, el humanismo en la empresa empieza a contar con datos que avalan la reclamación que los expertos en psicología y filosofía del trabajo llevan haciendo desde hace años: "La conciliación entre vida laboral y personal no puede ser un privilegio, sino un derecho universal para todas las personas que trabajan para poder vivir digna y equilibradamente".
No en vano, se estima que el 38% de los asalariados -unos 7,6 millones de españoles- padece algún síntoma nocivo derivado del exceso de trabajo (estrés y burnout) o que es víctima de las relaciones agresivas que a veces se generan dentro de las empresas (mobbing), según el informe Cisneros VI, del Instituto de Innovación Educativa y Desarrollo Directivo (IIEDDI), especializado en prevención de riesgos psicosociales.
Pero más allá de estos malestares psicológicos, que parecen ir in crescendo entre la población activa, el actual modelo de desarrollo empieza a generar otro importante daño colateral: "la soledad afectiva y emocional de muchos hijos, que carecen del cariño y de la orientación de sus padres", demasiado ocupados en cumplir con las exigencias de sus respectivas ocupaciones profesionales, señala Araceli Oñate, directora general del IIEDDI.
Con la progresiva incorporación de la mujer a la actividad productiva -la tasa de ocupación femenina es ya del 43,05%, según el Instituto Nacional de Estadística-, "la educación de los hijos se está delegando cada vez más a los centros escolares", constata Oñate. "Pero sin el apoyo directo de los padres y de las madres, está más que demostrado que los hijos no pueden desarrollarse sanamente", afirma Oñate. "No se trata de culpabilizar a nadie", concluye, "pero si la manera en la que hemos organizado la actividad laboral impide que los padres tengan tiempo para jugar cada día con sus hijos, es que algo no estamos haciendo bien".
Lo cierto es que según las conclusiones de otro estudio -el Cisneros X, centrado en la violencia y el acoso escolar en España y elaborado en colaboración con la consultora Mobbing Research-, cerca del 80% de los niños mayores de siete años muestran conductas agresivas hacia sí mismos, hacia sus compañeros y, sobre todo, hacia sus profesores. Entre éstas, destacan el hostigamiento verbal (60% de los casos); la intimidación y las amenazas (24%) y el chantaje emocional, una forma de agresión que representa el 6% de los conflictos registrados en las aulas, según el informe.

Agresividad en las aulas
Pero detrás de esta fachada tan amenazadora y conflictiva, el niño agresor esconde una "profunda falta de autoestima, de cariño y de confianza", que el 74% de los 6.000 profesores encuestados achaca, en primer lugar, al abandono sistemático de la tarea educativa por parte de los padres.
En opinión de la psicóloga infantil Nuria García, que trabaja en una escuela de Barcelona, "el problema no radica en la incapacidad de los padres para querer a sus hijos, sino en su inhabilidad para hacer que se sientan queridos". Y es que "los niños perciben rápidamente si sus padres les están dedicando un tiempo de calidad, y éste tan sólo existe cuando se produce una entrega amorosa e incondicional", asegura.
A través de conversaciones con los niños más conflictivos, esta psicóloga ha constado que la mayoría de sus padres regresan a sus hogares a la hora de cenar, "normalmente demasiado cansados para atender a sus hijos como estos necesitan y se merecen". Así, "los niños se acostumbran a ser educados por abuelos, niñeras extranjeras y, en la gran mayoría de los casos, por la televisión y los videojuegos, que los entretienen, pero también los convierten en adictos potenciales a la evasión constante de sí mismos", sostiene García.

Volver a casa para cenar
Además, "para compensar esta ausencia", concluye, "los padres suelen decirles que sí a todo, bombardeándolos con obsequios materiales que no refuerzan una adecuada educación, precisamente".
Pese a todo, "algunos de estos padres reconocen sentirse culpables por no poder estar más tiempo en casa y estas inquietudes y preocupaciones suelen distraerles cuando están trabajando", explica el psicólogo y ex defensor del menor en la comunidad de Madrid, Javier Urra, socio director de Urrainfancia, consultora especializada en educación infantil.
En orden a encontrar soluciones que permitan a los profesionales mejorar sus relaciones familiares sin descuidar sus ocupaciones laborales, el Instituto de Directivos de Empresa (IDE·CESEM), en colaboración con Urrainfancia, organizó recientemente el primer curso de formación para "padres profesionales".
El objetivo de este curso, que consta de 24 horas lectivas y que se ofrece de forma personalizada a las empresas, es "analizar casos prácticos para comprender de qué manera los padres que trabajan pueden encontrar un sano equilibrio entre vida profesional y personal", así como "hacer ver a las empresas que la flexibilidad de horarios conlleva notables mejoras de productividad a medio plazo", destaca Urra.

En su opinión, "una cosa es trabajar para ganar el dinero que necesitamos para vivir y otra perder la perspectiva y convertirnos en esclavos de nuestro empleo". Y es que como dijo el científico estadounidense Albert Einstein: "La palabra progreso no tiene ningún sentido mientras haya niños infelices".

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