Niños que leen ELVIRA LINDO DOMINGO - 26-06-2011
Hay teóricos que han convertido la negativa de los niños a dar un beso a la visita en un derecho innegociable
...Ah, los padres. Los padres han convertido la feria del libro en una especie de rueda de prensa: mientras el autor estampa su autógrafo, hay una nube de padres con la cámara del móvil certificando el momento. Más que escribiendo una dedicatoria, se diría que estás firmando un tratado de la Unión Europea. No es fácil sentirse observada, pero si una respira hondo y se toma un lexatín, todo va sobre ruedas.
Además, se siente como una especie de comprensión hacia la naturaleza humana: a pesar de tantos manuales, consejos y teóricas de cómo ser padres, los padres siguen teniendo su lado desastroso. Los psicólogos deberían agradecerlo. Tal vez ahí resida el éxito en Estados Unidos de ese libro llamado Go the fuck to sleep (Vete a la cama de una puta vez) que escribió Adam Mansbach inspirado en el persistente insomnio de su hija. En un país donde las relaciones entre padres e hijos están tan asediadas por la corrección política, de pronto, un autor decide escribir unos versos cómicos, no ya sobre lo que se les dice a los hijos, sino sobre lo que a uno les gustaría decirles si no se contuviera. Ese reconocimiento explícito de la pérdida de paciencia y de la imperfección está sirviendo de vía de escape en un mundo en el que prima la falta de naturalidad y la desconfianza permanente hacia la actuación del adulto. Está claro que un padre que compra ese libro no es un maltratador, sino alguien que sabe reírse de ese papel que te pone a prueba más que ningún otro. Pero esto es una excepción: no hay nada tan en boga como la desconfianza.
Cuando leí que hay un libro llamado Ni un besito a la fuerza, entendí que los teóricos han convertido la antipática negativa de los niños a dar un beso a la visita en un derecho innegociable. Con la excusa de protegerles del abuso sexual, ya no tienen ni por qué dar un beso a sus abuelos. Será por estas cosas que cuando una mira la vida desde la caseta y ve cómo los padres meten la pata como la metieron siempre, la sonrisa gana al estupor. La realidad siempre se escapa de la moralina conservadora. O de la de izquierdas. Tanto da.
Hay teóricos que han convertido la negativa de los niños a dar un beso a la visita en un derecho innegociable
...Ah, los padres. Los padres han convertido la feria del libro en una especie de rueda de prensa: mientras el autor estampa su autógrafo, hay una nube de padres con la cámara del móvil certificando el momento. Más que escribiendo una dedicatoria, se diría que estás firmando un tratado de la Unión Europea. No es fácil sentirse observada, pero si una respira hondo y se toma un lexatín, todo va sobre ruedas.
Además, se siente como una especie de comprensión hacia la naturaleza humana: a pesar de tantos manuales, consejos y teóricas de cómo ser padres, los padres siguen teniendo su lado desastroso. Los psicólogos deberían agradecerlo. Tal vez ahí resida el éxito en Estados Unidos de ese libro llamado Go the fuck to sleep (Vete a la cama de una puta vez) que escribió Adam Mansbach inspirado en el persistente insomnio de su hija. En un país donde las relaciones entre padres e hijos están tan asediadas por la corrección política, de pronto, un autor decide escribir unos versos cómicos, no ya sobre lo que se les dice a los hijos, sino sobre lo que a uno les gustaría decirles si no se contuviera. Ese reconocimiento explícito de la pérdida de paciencia y de la imperfección está sirviendo de vía de escape en un mundo en el que prima la falta de naturalidad y la desconfianza permanente hacia la actuación del adulto. Está claro que un padre que compra ese libro no es un maltratador, sino alguien que sabe reírse de ese papel que te pone a prueba más que ningún otro. Pero esto es una excepción: no hay nada tan en boga como la desconfianza.
Cuando leí que hay un libro llamado Ni un besito a la fuerza, entendí que los teóricos han convertido la antipática negativa de los niños a dar un beso a la visita en un derecho innegociable. Con la excusa de protegerles del abuso sexual, ya no tienen ni por qué dar un beso a sus abuelos. Será por estas cosas que cuando una mira la vida desde la caseta y ve cómo los padres meten la pata como la metieron siempre, la sonrisa gana al estupor. La realidad siempre se escapa de la moralina conservadora. O de la de izquierdas. Tanto da.
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