El mapa del deseo GUILLERMO ABRIL EL PAIS SEMANAL - 14-08-2011
Hace un par de veranos llegó una respuesta al correo de la sección de sexo de esta revista. Decía: "En verano me gusta sentarme en el chiringuito y ver pasar pies desnudos porque algunos hombres se ponen muy atractivos en la zona inferior de su fisonomía. Veo caminar robustas pantorrillas bronceadas, firmes tobillos, potentes empeines. A veces esos veraneantes tienen la coquetería de hidratar la piel de sus plantas, limar sus uñas y adornarse con sandalias bonitas. Qué guapos". El verano y el descubrimiento. La escribía Susana Moo, seudónimo de una escritora gallega de literatura erótica, cuyo universo gira en torno a los pies. Los ajenos y los propios. En su identidad digital, Moo no es su rostro, sino el final de sus piernas. Ella en sandalias. Ella descalza. Ella con las uñas recién pintadas. Genera fervor en la red.
"El fetichismo de pies levanta pasiones", dice. Hombres de medio mundo contactan con ella a través del blog o de su página de Facebook. "Es un misterio. Pero en esto coinciden muchas culturas desde la antigüedad". De la punta de los pies al último cabello, por qué nos atrae lo que nos atrae es un agujero negro del cerebro. "El gran problema de la neurociencia", según el doctor Barry R. Komisaruk, psicólogo de la Universidad de Rutgers (Nueva Jersey, Estados Unidos) e investigador veterano sobre el despertar de la libido. Puede ocurrir con la observación de un empeine desde el chiringuito o con un fotograma infinitesimal de la vulva de Sharon Stone: "Bajo situaciones de deseo sexual, se activa la parte frontal del cerebro. Es una respuesta a la segregación de dopamina, un neurotransmisor que se genera en el bulbo raquídeo", explica el doctor Komisaruk. Más sencillo: "Sabemos que el sistema de la dopamina se activa con el deseo sexual. Es una forma de recompensa. Pero ¿por qué las neuronas nos hacen sentir atracción hacia determinadas cosas? Eso es aún un enigma".
El mapa del deseo. Si hubiera que trazarlo, saldría uno para cada individuo. "Da igual cada microgramo de piel que a uno le atraiga. Todo ha sido objeto de deseo en alguna cultura. Entre los japoneses, la nuca desnuda era terriblemente erótica, mucho más que los senos", dice el poeta y novelista Gregorio Morales Villena, referencia en los círculos de escritura erótica. El doctor Janiko R. Georgiadis, del departamento de neurociencia de la Universidad holandesa de Groningen, maneja sus hipótesis: "Algunas partes del cuerpo nos resultan biológicamente llamativas porque muestran capacidad reproductiva". Y traza ejemplos: el pecho, la ratio entre la cintura y la cadera, los rasgos faciales. Por supuesto, añade, el aprendizaje juega sus cartas: "Existe una evolución de las preferencias a lo largo de la vida. Las personas aprenden a admirar otros rasgos en el camino, incluyendo información no relacionada con el cuerpo, como la personalidad". Lo decía en la película Martín Hache (1997) el personaje interpretado por Eusebio Poncela: "Yo me follo las mentes". "El córtex cerebral, la parte más nueva y más desarrollada del cerebro humano, desempeña un papel crítico en la percepción de la excitación y el deseo", apunta el doctor Georgiadis. Allí se localizan también la imaginación, la decisión, el juicio. Pero cuando se nos cruza una imagen sexual perdemos el foco. "Las regiones cerebrales que controlan la atención se activan. Nos volvemos prácticamente incapaces de no mirar", dice el doctor Martin Walter, del laboratorio de afectividad y neuroimagen clínica de la Universidad de Magdeburgo (Alemania). "La percepción de la excitación ha de generar una reacción emocional fuerte. Se activa el sistema de recompensa, y este nos pide que sigamos consumiendo o persigamos el objeto de deseo". La segregación de dopamina, añade, suele estar relacionada con el grado de novedad. "Normalmente nunca se muestran las partes más íntimas del cuerpo. Por eso mantienen un alto nivel de interés", según el doctor Walter. Y por eso, quizá, en esta etapa de destape general, la novedad se encuentre "en los territorios pequeños", según la sexóloga Natalia Rubio. Un piercing o un tatuaje en torno a lo ya visto. Son "detalles dentro de la zona", dice Rubio. Están de moda, añade, lo anal y lo genital, pero embellecido. O quizá siempre lo estuvieron. ¿Biología o cultura? A continuación les presentamos un mapa del deseo sin ánimo exhaustivo y sin orden de prelación. Es solo una sugerencia. Un recorrido erótico por aquellos lugares del cuerpo que desvían la atención y aprietan ese misterioso interruptor del cerebro.
1. EL CULO O, lo que es lo mismo, "esa enorme luz roja", en palabras de Dian Hanson, la prestigiosa editora de volúmenes subidos de tono de Taschen, curtida en mil y una revistas pornográficas de los años setenta y ochenta. "Los traseros femeninos atraen porque históricamente las relaciones sexuales se mantenían por detrás". Como un faro en la niebla. Y un barco llegando a puerto. Según el Diccionario del sexo y el erotismo, de Félix Rodríguez, recién editado por Alianza, "a lo largo de la historia ha habido un culto al culo musculoso, especialmente de la mujer. Fue particularmente valorado en la edad de piedra, en la Edad Media y en los siglos XVI-XIX. En el siglo XX cabe destacar la década de los cuarenta, en que triunfó la cintura de avispa con caderas prominentes, y la década de los ochenta, en que tuvo su auge el body-building dándose valor a las nalgas redondas, firmes y sin grasas". El volumen enciclopédico le añade números a la pasión trasera. Al parecer, según una encuesta realizada por la revista Quo en 1999, se trata de la zona masculina que más excita a las mujeres. Erika Lust, una aclamada directora y guionista de cine X diferente y autora del libro Porno para mujeres, dice que es una de las partes del cuerpo masculino en la que más se recrea cuando se encuentra detrás de la cámara. "Las mujeres quieren ver ese culo fuerte trabajando, arriba y abajo". Es, según ella, una de las grandes diferencias con la pornografía heterosexual tradicional, falocrática y sentimentalmente rudimentaria. "Nunca muestra la espalda de los hombres ni sus brazos, ni cómo rodean con ellos a la mujer".
2. LOS PIES Cuenta una antigua teleoperadora erótica que lo que más excitaba a sus clientes, al otro lado de la línea, era que les hablara de sus pies y de lo que les iba a hacer con ellos. Otra colega de profesión, esta especializada en dominación y humillación por vía telefónica, solía recorrer su casa en tacones mientras hablaba con sus sumisos. Les volvía locos, según contaba, oír ese toc, toc, toc de fondo, repicando contra el suelo. Uno le llegó a regalar un par de sandalias de fiesta. Y le reclamó que se las pusiera de vez en cuando para que dejara su impronta en ellos antes de devolvérselos. La podofilia es mucho más común de lo que se piensa. Alrededor de un 5% de los hombres se sienten fuertemente atraídos por los pies femeninos. O eso cuenta Dian Hanson. "Créeme, tengo experiencia en esto. Trabajé varios años en una revista para fetichistas", explica. "Algunos suelen decir: 'Oh, me encanta su forma'. Otros: 'Es porque está escondido tras el zapato'. Pero si son honestos, todos deberían reconocer que lo que realmente les atrae es el olor. Es cierto. El pie desprende feromonas. Igual que los sobacos, los alrededores del pezón y las áreas genitales. Nos conecta con la sexualidad. No hay nada de lo que avergonzarse". Hanson añade al respecto que esta pasión podal resulta infrecuente entre mujeres. Pero ahí está el caso de Susana Moo, amante del descubrimiento veraniego de los empeines potentes y las plantas bien cuidadas. Del culto erótico al pie, ilustra el escritor Gregorio Morales, hay constancia en la China de hace 10 siglos, bajo el reinado de Li Yü. Su mujer, Yao-niang, dio origen a la práctica de vendarlos para mantenerlos secretos y diminutos. En 1912, añade el autor, se prohibió esta costumbre. Lo cuenta en un texto reciente en el que explica la fiebre española por el pie durante los siglos XVI y XVII. "Francisco Pacheco, pintor y suegro de Velázquez, exigía que jamás aparecieran desnudos en los cuadros los pies de la Virgen. Ni los senos ni el sexo eran tan importantes". Y añade un episodio del Quijote en el que el cura y el barbero observan a una muchacha, Dorotea, lavarse los pies desnudos en un arroyo: "Es un pasaje fuertemente erótico, y así fue leído por sus contemporáneos".
3. EL PENE Dice Dian Hanson que todos nos sentimos atraídos, en general, por "las cosas que salen hacia fuera". Pero el culto al pene ha tenido sus fases. Y no siempre crecientes. En la antigua Grecia, los actores de teatro solían colocarse un enorme falo para que el público distinguiera a los personajes masculinos. La misma palabra fascinación, por ejemplo, tiene su origen en un amuleto con forma de órgano masculino que los romanos solían guardar para espantar el mal de ojo. Y también en Roma, durante las fiestas en honor al dios Baco, los ciudadanos solían sacar enormes penes en procesión. Esta costumbre existe hoy a varios miles de kilómetros de distancia, en Kawasaki (Japón). Lo llaman el Kanamara Matsuri o festival del pene de metal, durante el cual exhiben un gigantesco órgano por las calles de la ciudad. La tradición se remonta, al parecer, a una epidemia de sífilis ocurrida hace 300 años. Pero entre tanto, salvando la constante adoración hindú al dios Shiva, representado por un miembro redondeado (lingam), el pene se ha visto abocado a la pudicia. La cineasta Erika Lust, doctorada en sociología y feminismo, dice que echa en falta más arte que se recree en ciertos aspectos del cuerpo masculino: "El 85% de las pinturas de desnudos colgadas en las paredes de los museos corresponden al cuerpo femenino". El falo ha pasado siglos oculto. Es tabú y no lo es. En el cine comercial es raro ver un desnudo integral masculino. No es frecuente tampoco que los quioscos vendan revistas para mujeres con enormes falos en la portada. Sin embargo, de los cuatro libros de Taschen dedicados a las partes más eróticas del cuerpo (el culo, el pecho, las piernas y el pene), este último ha sido el más vendido de la colección. Cuenta su editora que solía ver en las librerías a las parejas acercarse y observar el tamaño de los penes inmortalizados en las fotografías. Se reían y cuchicheaban. Pero la mujer se iba y el hombre permanecía atónito, pasando páginas. "Él se siente aún más fascinado que la mujer por el pene. Desde la cuna. Le preocupa el tamaño, si sube o si baja, si se mantiene arriba lo suficiente...".
4. EL PECHO Desde los enormes senos de la Venus de Willendorf y otros exvotos similares de la edad de piedra, el ser humano ha ligado la fertilidad femenina a estas protuberancias y a su tamaño, como una muestra de "la capacidad reproductiva" de la que hablaba el doctor Janiko Georgiadis. "Su tamaño nos habla de la habilidad para amamantar. Es algo instintivo", comenta Dian Hanson. Según otra encuesta de la revista Quo del año 2000, es la parte femenina más deseada por los hombres. El volumen del pecho es quizá una de las mayores preocupaciones estéticas de las mujeres. De hecho, el refranero español siempre anduvo sobrado de referencias al tamaño y al poder de convicción irracional del pecho femenino. Y su evocación suele asociarse a cuestiones eminentemente positivas; según el Diccionario del sexo y el erotismo, por ejemplo, la palabra teta tiene un uso coloquial y figurado: "Referido a algo muy bueno". Sin tanta fuerza, ocurre también en los hombres: el pecho es una de las zonas masculinas más deseadas. Los gimnasios de musculación prometen pectorales fuertes. Y la depilación se encuentra a la orden del día, aunque también existen adoradores del pecho velludo.
5. LAS PIERNAS Es quizá el atributo más dependiente de la ropa externa. Su veneración a lo largo de la historia ha estado directamente relacionada con el largo de la prenda que las cubría. Y, por extensión, por su grado de novedad. "Cuando tras la I Guerra Mundial la falda comenzó a subir, el erotismo del pie se trasladó a la pierna", según un sugerente texto del escritor Gregorio Morales titulado Mi fetichismo de pies tiene historia. "Se erotizaron porque se fueron cubriendo", añade Dian Hanson. Durante la edad moderna, por ejemplo, se volvieron infranqueables cuando se extendió el uso de las calzas bajo la falda, ya de por sí larga. "Ver un piquito entonces resultaba muy excitante". El camino oculto a los genitales. Llegó el cancán. La invención de las medias de nailon. Se rebajó el largo de las faldas. Siguiendo la estela estadounidense, cuando en 1968 se legalizó en este país la imaginería de la vulva y comenzó el desembarco de la minifalda, la pierna femenina perdió cierto interés. El culto a las piernas masculinas no ha causado nunca tanto fervor, aunque son una de las partes más apreciadas del cuerpo de los hombres. David Beckham llegó a asegurarse las suyas por cerca de 30 millones de euros.
6. LA VULVA O, por decirlo mejor, en palabras de Dian Hanson, "el punto en torno al cual gira todo, el que despierta mayor fascinación. El centro biológico e histórico. Todo ha consistido siempre en introducir el pene dentro de la vagina". No impresiona estéticamente, cierto. Pero también desde las Venus paleolíticas, su representación ha ido ligada al tamaño (la de Willendorf posee unos labios mayores de gran envergadura). Hablar de la vulva es hablar de su decoración. Se trata de uno de esos "territorios pequeños" que mencionaba la sexóloga Natalia Rubio, a pulir con tatuajes o piercings. Y casi todo, en estos días, gira en torno a su depilación y al tipo de afeitado. Hay referencias del rasurado completo en la mayoría de civilizaciones antiguas, de la egipcia a la griega. Las ladillas tuvieron mucho que ver. "En la actualidad, a los hombres de 40 o 50 años les gusta el pelo. Ese era su objetivo adolescente, colarse bajo la falda y tocar pelo. Les pone ver un poquito asomando desde la ropa interior", explica Dian Hanson. El gran cambio se produjo en los noventa, durante la generación pos-sida, con el auge del porno y el miedo extendido a las enfermedades de transmisión sexual. Hanson explica que la mayoría de mujeres rasuradas suelen decir que sin pelo se sienten "más limpias". Aunque también se está produciendo un movimiento de vuelta al vello púbico; hombres y mujeres que sienten aversión hacia el "sexo de plástico", y que demandan "más pelo, más humedad y que las relaciones tengan ese toque animal y primitivo". Sabe de lo que habla. Su próximo volumen con Taschen tendrá por objeto la vulva. Se la juega: todas las fotografías van con pelo.
7. LA BOCA Si hacemos caso a la película de Woody Allen Todo lo que usted siempre quiso saber sobre sexo y nunca se atrevió a preguntar (1972), el erotismo más palpable comienza en la boca. A partir del contacto entre labios se ponen en marcha los mecanismos internos de la sexualidad. El interruptor hace clic. Se anuncia que la cosa puede ir a más. Y entonces toca llamar a filas a un Woody Allen vestido de espermatozoide. "El placer es la forma que tiene la naturaleza de decirnos que hagamos cosas que son buenas para la supervivencia", dice el doctor Janiko Georgiadis. "El sexo ha de ser especialmente satisfactorio, para que las personas incluso lleguen a cruzar el umbral de introducir un órgano dentro del otro e intercambiar fluidos corporales". Sirvan la lengua y la saliva de metáfora. Si no nos gustaran las bocas, no estaríamos aquí. Dalí transformó los labios pintados de Marilyn Monroe en el sofá que preside la entrada del teatro-museo de Figueres. Y ahí queda para la posteridad el gesto reiterado de Jean Paul Belmondo en Al final de la escapada (1960) pasando una vez tras otra el dedo gordo por su labio grueso.
8. EL VIENTRE Considerado la antesala de los órganos genitales, desde el origen de los tiempos ha estado vinculado a la sexualidad. De la danza oriental, por ejemplo, hay evidencias en el imperio egipcio. Los griegos custodiaron durante siglos una piedra con forma de ombligo invertido en el templo de Apolo a la que consideraron el centro del mundo. Para ellos, el ombligo también era el centro del cuerpo. La evolución estética del vientre ha pasado por diferentes volúmenes y tersuras. Las Venus paleolíticas solían presentar un aspecto desmesurado. Hoy vivimos tiempos sin grasa en los que los abdómenes rígidos de Shakira y José María Aznar, por ejemplo, compiten por las portadas.
Hace un par de veranos llegó una respuesta al correo de la sección de sexo de esta revista. Decía: "En verano me gusta sentarme en el chiringuito y ver pasar pies desnudos porque algunos hombres se ponen muy atractivos en la zona inferior de su fisonomía. Veo caminar robustas pantorrillas bronceadas, firmes tobillos, potentes empeines. A veces esos veraneantes tienen la coquetería de hidratar la piel de sus plantas, limar sus uñas y adornarse con sandalias bonitas. Qué guapos". El verano y el descubrimiento. La escribía Susana Moo, seudónimo de una escritora gallega de literatura erótica, cuyo universo gira en torno a los pies. Los ajenos y los propios. En su identidad digital, Moo no es su rostro, sino el final de sus piernas. Ella en sandalias. Ella descalza. Ella con las uñas recién pintadas. Genera fervor en la red.
"El fetichismo de pies levanta pasiones", dice. Hombres de medio mundo contactan con ella a través del blog o de su página de Facebook. "Es un misterio. Pero en esto coinciden muchas culturas desde la antigüedad". De la punta de los pies al último cabello, por qué nos atrae lo que nos atrae es un agujero negro del cerebro. "El gran problema de la neurociencia", según el doctor Barry R. Komisaruk, psicólogo de la Universidad de Rutgers (Nueva Jersey, Estados Unidos) e investigador veterano sobre el despertar de la libido. Puede ocurrir con la observación de un empeine desde el chiringuito o con un fotograma infinitesimal de la vulva de Sharon Stone: "Bajo situaciones de deseo sexual, se activa la parte frontal del cerebro. Es una respuesta a la segregación de dopamina, un neurotransmisor que se genera en el bulbo raquídeo", explica el doctor Komisaruk. Más sencillo: "Sabemos que el sistema de la dopamina se activa con el deseo sexual. Es una forma de recompensa. Pero ¿por qué las neuronas nos hacen sentir atracción hacia determinadas cosas? Eso es aún un enigma".
El mapa del deseo. Si hubiera que trazarlo, saldría uno para cada individuo. "Da igual cada microgramo de piel que a uno le atraiga. Todo ha sido objeto de deseo en alguna cultura. Entre los japoneses, la nuca desnuda era terriblemente erótica, mucho más que los senos", dice el poeta y novelista Gregorio Morales Villena, referencia en los círculos de escritura erótica. El doctor Janiko R. Georgiadis, del departamento de neurociencia de la Universidad holandesa de Groningen, maneja sus hipótesis: "Algunas partes del cuerpo nos resultan biológicamente llamativas porque muestran capacidad reproductiva". Y traza ejemplos: el pecho, la ratio entre la cintura y la cadera, los rasgos faciales. Por supuesto, añade, el aprendizaje juega sus cartas: "Existe una evolución de las preferencias a lo largo de la vida. Las personas aprenden a admirar otros rasgos en el camino, incluyendo información no relacionada con el cuerpo, como la personalidad". Lo decía en la película Martín Hache (1997) el personaje interpretado por Eusebio Poncela: "Yo me follo las mentes". "El córtex cerebral, la parte más nueva y más desarrollada del cerebro humano, desempeña un papel crítico en la percepción de la excitación y el deseo", apunta el doctor Georgiadis. Allí se localizan también la imaginación, la decisión, el juicio. Pero cuando se nos cruza una imagen sexual perdemos el foco. "Las regiones cerebrales que controlan la atención se activan. Nos volvemos prácticamente incapaces de no mirar", dice el doctor Martin Walter, del laboratorio de afectividad y neuroimagen clínica de la Universidad de Magdeburgo (Alemania). "La percepción de la excitación ha de generar una reacción emocional fuerte. Se activa el sistema de recompensa, y este nos pide que sigamos consumiendo o persigamos el objeto de deseo". La segregación de dopamina, añade, suele estar relacionada con el grado de novedad. "Normalmente nunca se muestran las partes más íntimas del cuerpo. Por eso mantienen un alto nivel de interés", según el doctor Walter. Y por eso, quizá, en esta etapa de destape general, la novedad se encuentre "en los territorios pequeños", según la sexóloga Natalia Rubio. Un piercing o un tatuaje en torno a lo ya visto. Son "detalles dentro de la zona", dice Rubio. Están de moda, añade, lo anal y lo genital, pero embellecido. O quizá siempre lo estuvieron. ¿Biología o cultura? A continuación les presentamos un mapa del deseo sin ánimo exhaustivo y sin orden de prelación. Es solo una sugerencia. Un recorrido erótico por aquellos lugares del cuerpo que desvían la atención y aprietan ese misterioso interruptor del cerebro.
1. EL CULO O, lo que es lo mismo, "esa enorme luz roja", en palabras de Dian Hanson, la prestigiosa editora de volúmenes subidos de tono de Taschen, curtida en mil y una revistas pornográficas de los años setenta y ochenta. "Los traseros femeninos atraen porque históricamente las relaciones sexuales se mantenían por detrás". Como un faro en la niebla. Y un barco llegando a puerto. Según el Diccionario del sexo y el erotismo, de Félix Rodríguez, recién editado por Alianza, "a lo largo de la historia ha habido un culto al culo musculoso, especialmente de la mujer. Fue particularmente valorado en la edad de piedra, en la Edad Media y en los siglos XVI-XIX. En el siglo XX cabe destacar la década de los cuarenta, en que triunfó la cintura de avispa con caderas prominentes, y la década de los ochenta, en que tuvo su auge el body-building dándose valor a las nalgas redondas, firmes y sin grasas". El volumen enciclopédico le añade números a la pasión trasera. Al parecer, según una encuesta realizada por la revista Quo en 1999, se trata de la zona masculina que más excita a las mujeres. Erika Lust, una aclamada directora y guionista de cine X diferente y autora del libro Porno para mujeres, dice que es una de las partes del cuerpo masculino en la que más se recrea cuando se encuentra detrás de la cámara. "Las mujeres quieren ver ese culo fuerte trabajando, arriba y abajo". Es, según ella, una de las grandes diferencias con la pornografía heterosexual tradicional, falocrática y sentimentalmente rudimentaria. "Nunca muestra la espalda de los hombres ni sus brazos, ni cómo rodean con ellos a la mujer".
2. LOS PIES Cuenta una antigua teleoperadora erótica que lo que más excitaba a sus clientes, al otro lado de la línea, era que les hablara de sus pies y de lo que les iba a hacer con ellos. Otra colega de profesión, esta especializada en dominación y humillación por vía telefónica, solía recorrer su casa en tacones mientras hablaba con sus sumisos. Les volvía locos, según contaba, oír ese toc, toc, toc de fondo, repicando contra el suelo. Uno le llegó a regalar un par de sandalias de fiesta. Y le reclamó que se las pusiera de vez en cuando para que dejara su impronta en ellos antes de devolvérselos. La podofilia es mucho más común de lo que se piensa. Alrededor de un 5% de los hombres se sienten fuertemente atraídos por los pies femeninos. O eso cuenta Dian Hanson. "Créeme, tengo experiencia en esto. Trabajé varios años en una revista para fetichistas", explica. "Algunos suelen decir: 'Oh, me encanta su forma'. Otros: 'Es porque está escondido tras el zapato'. Pero si son honestos, todos deberían reconocer que lo que realmente les atrae es el olor. Es cierto. El pie desprende feromonas. Igual que los sobacos, los alrededores del pezón y las áreas genitales. Nos conecta con la sexualidad. No hay nada de lo que avergonzarse". Hanson añade al respecto que esta pasión podal resulta infrecuente entre mujeres. Pero ahí está el caso de Susana Moo, amante del descubrimiento veraniego de los empeines potentes y las plantas bien cuidadas. Del culto erótico al pie, ilustra el escritor Gregorio Morales, hay constancia en la China de hace 10 siglos, bajo el reinado de Li Yü. Su mujer, Yao-niang, dio origen a la práctica de vendarlos para mantenerlos secretos y diminutos. En 1912, añade el autor, se prohibió esta costumbre. Lo cuenta en un texto reciente en el que explica la fiebre española por el pie durante los siglos XVI y XVII. "Francisco Pacheco, pintor y suegro de Velázquez, exigía que jamás aparecieran desnudos en los cuadros los pies de la Virgen. Ni los senos ni el sexo eran tan importantes". Y añade un episodio del Quijote en el que el cura y el barbero observan a una muchacha, Dorotea, lavarse los pies desnudos en un arroyo: "Es un pasaje fuertemente erótico, y así fue leído por sus contemporáneos".
3. EL PENE Dice Dian Hanson que todos nos sentimos atraídos, en general, por "las cosas que salen hacia fuera". Pero el culto al pene ha tenido sus fases. Y no siempre crecientes. En la antigua Grecia, los actores de teatro solían colocarse un enorme falo para que el público distinguiera a los personajes masculinos. La misma palabra fascinación, por ejemplo, tiene su origen en un amuleto con forma de órgano masculino que los romanos solían guardar para espantar el mal de ojo. Y también en Roma, durante las fiestas en honor al dios Baco, los ciudadanos solían sacar enormes penes en procesión. Esta costumbre existe hoy a varios miles de kilómetros de distancia, en Kawasaki (Japón). Lo llaman el Kanamara Matsuri o festival del pene de metal, durante el cual exhiben un gigantesco órgano por las calles de la ciudad. La tradición se remonta, al parecer, a una epidemia de sífilis ocurrida hace 300 años. Pero entre tanto, salvando la constante adoración hindú al dios Shiva, representado por un miembro redondeado (lingam), el pene se ha visto abocado a la pudicia. La cineasta Erika Lust, doctorada en sociología y feminismo, dice que echa en falta más arte que se recree en ciertos aspectos del cuerpo masculino: "El 85% de las pinturas de desnudos colgadas en las paredes de los museos corresponden al cuerpo femenino". El falo ha pasado siglos oculto. Es tabú y no lo es. En el cine comercial es raro ver un desnudo integral masculino. No es frecuente tampoco que los quioscos vendan revistas para mujeres con enormes falos en la portada. Sin embargo, de los cuatro libros de Taschen dedicados a las partes más eróticas del cuerpo (el culo, el pecho, las piernas y el pene), este último ha sido el más vendido de la colección. Cuenta su editora que solía ver en las librerías a las parejas acercarse y observar el tamaño de los penes inmortalizados en las fotografías. Se reían y cuchicheaban. Pero la mujer se iba y el hombre permanecía atónito, pasando páginas. "Él se siente aún más fascinado que la mujer por el pene. Desde la cuna. Le preocupa el tamaño, si sube o si baja, si se mantiene arriba lo suficiente...".
4. EL PECHO Desde los enormes senos de la Venus de Willendorf y otros exvotos similares de la edad de piedra, el ser humano ha ligado la fertilidad femenina a estas protuberancias y a su tamaño, como una muestra de "la capacidad reproductiva" de la que hablaba el doctor Janiko Georgiadis. "Su tamaño nos habla de la habilidad para amamantar. Es algo instintivo", comenta Dian Hanson. Según otra encuesta de la revista Quo del año 2000, es la parte femenina más deseada por los hombres. El volumen del pecho es quizá una de las mayores preocupaciones estéticas de las mujeres. De hecho, el refranero español siempre anduvo sobrado de referencias al tamaño y al poder de convicción irracional del pecho femenino. Y su evocación suele asociarse a cuestiones eminentemente positivas; según el Diccionario del sexo y el erotismo, por ejemplo, la palabra teta tiene un uso coloquial y figurado: "Referido a algo muy bueno". Sin tanta fuerza, ocurre también en los hombres: el pecho es una de las zonas masculinas más deseadas. Los gimnasios de musculación prometen pectorales fuertes. Y la depilación se encuentra a la orden del día, aunque también existen adoradores del pecho velludo.
5. LAS PIERNAS Es quizá el atributo más dependiente de la ropa externa. Su veneración a lo largo de la historia ha estado directamente relacionada con el largo de la prenda que las cubría. Y, por extensión, por su grado de novedad. "Cuando tras la I Guerra Mundial la falda comenzó a subir, el erotismo del pie se trasladó a la pierna", según un sugerente texto del escritor Gregorio Morales titulado Mi fetichismo de pies tiene historia. "Se erotizaron porque se fueron cubriendo", añade Dian Hanson. Durante la edad moderna, por ejemplo, se volvieron infranqueables cuando se extendió el uso de las calzas bajo la falda, ya de por sí larga. "Ver un piquito entonces resultaba muy excitante". El camino oculto a los genitales. Llegó el cancán. La invención de las medias de nailon. Se rebajó el largo de las faldas. Siguiendo la estela estadounidense, cuando en 1968 se legalizó en este país la imaginería de la vulva y comenzó el desembarco de la minifalda, la pierna femenina perdió cierto interés. El culto a las piernas masculinas no ha causado nunca tanto fervor, aunque son una de las partes más apreciadas del cuerpo de los hombres. David Beckham llegó a asegurarse las suyas por cerca de 30 millones de euros.
6. LA VULVA O, por decirlo mejor, en palabras de Dian Hanson, "el punto en torno al cual gira todo, el que despierta mayor fascinación. El centro biológico e histórico. Todo ha consistido siempre en introducir el pene dentro de la vagina". No impresiona estéticamente, cierto. Pero también desde las Venus paleolíticas, su representación ha ido ligada al tamaño (la de Willendorf posee unos labios mayores de gran envergadura). Hablar de la vulva es hablar de su decoración. Se trata de uno de esos "territorios pequeños" que mencionaba la sexóloga Natalia Rubio, a pulir con tatuajes o piercings. Y casi todo, en estos días, gira en torno a su depilación y al tipo de afeitado. Hay referencias del rasurado completo en la mayoría de civilizaciones antiguas, de la egipcia a la griega. Las ladillas tuvieron mucho que ver. "En la actualidad, a los hombres de 40 o 50 años les gusta el pelo. Ese era su objetivo adolescente, colarse bajo la falda y tocar pelo. Les pone ver un poquito asomando desde la ropa interior", explica Dian Hanson. El gran cambio se produjo en los noventa, durante la generación pos-sida, con el auge del porno y el miedo extendido a las enfermedades de transmisión sexual. Hanson explica que la mayoría de mujeres rasuradas suelen decir que sin pelo se sienten "más limpias". Aunque también se está produciendo un movimiento de vuelta al vello púbico; hombres y mujeres que sienten aversión hacia el "sexo de plástico", y que demandan "más pelo, más humedad y que las relaciones tengan ese toque animal y primitivo". Sabe de lo que habla. Su próximo volumen con Taschen tendrá por objeto la vulva. Se la juega: todas las fotografías van con pelo.
7. LA BOCA Si hacemos caso a la película de Woody Allen Todo lo que usted siempre quiso saber sobre sexo y nunca se atrevió a preguntar (1972), el erotismo más palpable comienza en la boca. A partir del contacto entre labios se ponen en marcha los mecanismos internos de la sexualidad. El interruptor hace clic. Se anuncia que la cosa puede ir a más. Y entonces toca llamar a filas a un Woody Allen vestido de espermatozoide. "El placer es la forma que tiene la naturaleza de decirnos que hagamos cosas que son buenas para la supervivencia", dice el doctor Janiko Georgiadis. "El sexo ha de ser especialmente satisfactorio, para que las personas incluso lleguen a cruzar el umbral de introducir un órgano dentro del otro e intercambiar fluidos corporales". Sirvan la lengua y la saliva de metáfora. Si no nos gustaran las bocas, no estaríamos aquí. Dalí transformó los labios pintados de Marilyn Monroe en el sofá que preside la entrada del teatro-museo de Figueres. Y ahí queda para la posteridad el gesto reiterado de Jean Paul Belmondo en Al final de la escapada (1960) pasando una vez tras otra el dedo gordo por su labio grueso.
8. EL VIENTRE Considerado la antesala de los órganos genitales, desde el origen de los tiempos ha estado vinculado a la sexualidad. De la danza oriental, por ejemplo, hay evidencias en el imperio egipcio. Los griegos custodiaron durante siglos una piedra con forma de ombligo invertido en el templo de Apolo a la que consideraron el centro del mundo. Para ellos, el ombligo también era el centro del cuerpo. La evolución estética del vientre ha pasado por diferentes volúmenes y tersuras. Las Venus paleolíticas solían presentar un aspecto desmesurado. Hoy vivimos tiempos sin grasa en los que los abdómenes rígidos de Shakira y José María Aznar, por ejemplo, compiten por las portadas.
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