sábado, agosto 27, 2011

Blasfemias y Eurekas Antonio Aramayona. Los países islámicos quieren validar en la ONU las penas por blasfemia

Blasfemias y Eurekas Antonio Aramayona / La Utopía es posible Miércoles, 24 de Noviembre de 2010 06:23
La Organización de la Conferencia islámica (OCI), compuesta por 57 países, tiene el propósito de conseguir en el Tercer Comité de la Asamblea General de la ONU una legislación contra la "difamación de las religiones" y, de paso, validar las penas contra la blasfemia, que en los códigos penales de estos y otros países van desde la multa hasta la pena de muerte. La barbarie pretende así extenderse por el mundo, la teocracia lucha por penetrar en la casa de la racionalidad, la intransigencia quiere castigar la libertad de opinión y expresión.

Según el diccionario de la RAE, blasfemia es "palabra injuriosa contra Dios, la Virgen o los santos" y "palabra gravemente injuriosa contra alguien". Constatada la catolicidad de la RAE en esta definición, la cuestión estriba en el criterio para determinar si ha habido injurias en una expresión blasfematoria, y sobre todo dónde se ha obtenido el carné de juzgar (no digamos ya castigar) a alguien. Llega un Papa y condena el ateísmo, otro, el socialismo, y otro no tiene otra cosa mejor que hacer en un avión que condenar el laicismo agresivo español y compararlo con el anticlericalismo de la Segunda República. Y aquí no ha habido injurias, ni agravios, ni blasfemias. Está clavando, en cambio, alguien un cuadro en la pared, se machaca un dedo de un martillazo y dedica unas cuantas interjecciones a un ser que le vendieron como bueno y providente o al santo de su pueblo o a la mar salada, e ipso facto incurre en un delito de blasfemia. En España no le pasará ya nada, salvo las miradas de censura de quien se sienta mortificado en sus creencias y devociones, pero en algunos países islámicos que se prepare a recibir latigazos, pedradas o tener una soga al cuello.
Antes, en los lugares públicos (vg. tranvías) de cualquier ciudad podía leerse en unos letreros mugrientos de la España nacionalcatólica: "Prohibido blasfemar". Otros letreros, a su lado, decían: "Prohibido escupir". Algo, pues, hemos adelantado desde entonces... No se escupe. El mundo cambia a mejor... No obstante, se suele dar un curioso fenómeno social: cuanto más oficialmente "religioso" es un pueblo, más rico es su vocabulario blasfematorio.

Ahora tenemos la suerte de que la blasfemia tradicional ya no es delito como antaño en muchos países occidentales (salvo en Grecia: dos años de cárcel, Polonia: de multa a dos años de cárcel, e Irlanda: multa de hasta 25.000 euros). Sin embargo, en muchos países del mundo, en su mayor parte musulmanes, pueden llegar a decretar hasta la pena de muerte contra quien los clérigos y los jueces de esos sistemas teocráticos consideren culpable de blasfemia. Que se lo digan, si no, al escritor Salman Rushdie por la novela Versos satánicos, o al dibujante danés Kurt Westergaard por sus viñetas sobre Mahoma. El mundo musulmán lleva varios siglos de retraso, y por él aún no han pasado el Humanismo, la Ilustración, el racionalismo y la crítica objetiva y científica. El mundo musulmán permanece aferrado a la obsolescencia de la teocracia (hace muchos siglos recibía por estos lares el nombre de cesaropapismo y agustinismo político), siendo sus principales víctimas las mujeres y los disidentes.

Si embargo, aún existen rescoldos antiblasfemia entre nosotros y menudean las noticias sobre cancelación de exposiciones de arte, retirada de libros o prohibición de exhibir determinadas películas consideradas como "ofensivas a la religión". Basten como botones de muestra, la no exhibición en las salas de cine griegas de la película La última tentación de Cristo, de Martin Scorsese o la censura radical y fáctica en Aragón y Valencia de la película El discípulo, dirigida por Emilio Ruiz Barrachina. Todo ello hace pensar a veces que los censores no censuran más simplemente porque no pueden.

En principio, es recomendable tener educación y respeto en el ámbito de la convivencia dentro de cada cultura y sociedad, pero eso puede conducir a que las normas para establecer esa convivencia sean dictadas por un determinado grupo o ideología que pretende imponerlas a todos los demás mediante castigos, muerte y amenazas. La libertad de pensamiento, opinión y expresión son derechos humanos inalienables, que están por encima de las creencias privadas. Una cosa es que se tenga derecho a la libertad de culto y de creencia, y otra bien distinta que esas creencias se declaren incriticables e intocables, bajo pena de multa o de muerte.

En fin, que no se le ocurra a nadie blasfemar y decir Eureka, pues ya a Eva y Adán les costó la expulsión del paraíso, el dolor y el crujir de dientes, y desde entonces, al gusto de cada iglesia y religión, los blasfemos del Eureka han acabado quemados, torturados, decapitados, desterrados, silenciados, censurados o proscritos. Para los censores esa blasfemia no cuenta como tal, pero es la palabra que más injuria, de hecho, a sus dogmas y sus malditos mandamientos de mierda. ¡Eureka!


Los países islámicos quieren validar en la ONU las penas por blasfemia. M. A. SÁNCHEZ-VALLEJO / S. POZZI - Madrid / Nueva York EL PAÍS - Sociedad - 18-11-2010

En plena campaña por la condena a muerte de Asia Bibi, impulsan un plan contra la "difamación religiosa" - El Papa pide la libertad de la cristiana paquistaní

La condena a muerte de Asia Bibi, cristiana paquistaní, por haber ofendido presuntamente al islam al criticar a Mahoma, ha puesto de relieve los desmanes que, con el propósito de evitar la "difamación religiosa", provocan las leyes antiblasfemia vigentes en numerosos países del mundo, la mayoría de ellos musulmanes.

El llamamiento que hizo ayer el Papa Benedicto XVI para que Bibi, de 45 años y con cinco hijos, sea puesta en libertad, ha dado alas a una campaña internacional que no solo solicita su liberación, sino que también subraya la indefensión de las minorías -religiosas, étnicas e incluso políticas- frente a legislaciones antidifamatorias como la que pretende sacar adelante en la ONU la Organización de la Conferencia Islámica (OCI), un grupo de 57 países, muchos de los cuales tienen tipificado en sus códigos penales el delito de blasfemia, y cuya comisión se castiga con penas diversas, desde multas a la muerte.
El papa Benedicto XVI pidió ayer, durante la audiencia pública de los miércoles, que Asia Bibi sea puesta en libertad, y expresó su "gran preocupación por la difícil situación" que atraviesa la comunidad cristiana en Pakistán, donde constituye el 2% de la población junto con los ahmadíes (secta herética del islam). El pontífice expresó asimismo su solidaridad con quienes se encuentran en la misma situación que Asia Bibi, aunque en ningún momento pronunció la palabra blasfemia.
El llamamiento de Benedicto XVI se produce en vísperas de que el Tercer Comité de la Asamblea General de Naciones Unidas, que se encarga de cuestiones sociales, humanitarias y religiosas, someta a votación el enésimo intento de la OCI por sacar adelante una resolución "sobre el combate de la difamación de las religiones", una vaga noción que en realidad encubre una campaña global para crear una norma contra la blasfemia internacional. La resolución pide a los Estados miembros que promulguen las normas necesarias para combatir los "actos de violencia, xenofobia o formas conexas de intolerancia y discriminación contra cualquier religión, así como los ataques y la desecración de los libros sagrados, los lugares santos y los símbolos religiosos y las personalidades veneradas de todas las religiones".
Esto es un claro intento de yugular el derecho a la libertad de expresión, según denuncian ONG pro derechos humanos, pero también el Departamento de Estado estadounidense en el informe anual sobre libertad religiosa de 2010, publicado ayer. Tras aludir a esta iniciativa en la ONU, afirma: "Al igual que Estados Unidos deplora toda muestra de falta de respeto a las tradiciones religiosas, incluido el islam, no estamos de acuerdo con el concepto 'difamación de las religiones' porque es incongruente con las libertades de culto y de expresión".
La Unión Europea se opone con contundencia a que la resolución llegue a la Asamblea General, para lo que debe pasar previamente el filtro del Tercer Comité. La OCI lleva intentándolo desde 1999, y de hecho en marzo de 2009 logró la aprobación de un documento no vinculante para trasladar la legislación antiblasfemia al plano internacional.
Las leyes contra la blasfemia, no obstante, no son monopolio de países de mayoría musulmana; la existencia de una legislación semejante en algunos Estados de la UE, como Irlanda, Polonia y Grecia, es notoria. Diversas organizaciones de derechos humanos han alertado del riesgo que para la libertad de opinión y expresión tiene la existencia de dichos corpus legales en países cuyas constituciones reconocen el derecho a la libertad de opinión y expresión y a la vez los tribunales aplican unas normas que pueden llevar a la cárcel durante años a alguien que ofenda a la ortodoxia.
Si la blasfemia fuera un delito, como tipifican esas legislaciones, se trataría de uno tan vago e impreciso como difícil de probar, así que tras la etiqueta de blasfemia se esconde, denuncian las ONG de derechos humanos, no solo la persecución de las minorías, sino también el silenciamiento de la oposición y de toda crítica hacia el poder, cuando no la resolución de una simple disputa sobre intereses materiales (lindes de tierras, negocio, etcétera) entre vecinos. La ley antiblasfemia se esgrime también espuriamente para amordazar a disidentes, como por ejemplo en Egipto, donde varios blogueros han sido detenidos o, como mínimo, apartados de la circulación, según denuncia la organización estadounidense Freedom House.
Y para deshacerse de un vecino o un competidor molestos, se recurre por doquier a la ley, como documentan varios casos relatados por esta organización. Uno de ellos es el de Robin Sardar, un médico cristiano paquistaní que en 2008 fue detenido por blasfemo tras negarse a que un musulmán colocara un puesto ambulante a la puerta de su consulta. O la de cinco ahmadíes, detenidos en el Punjab en 2009 por escribir presuntamente el nombre de Mahoma en la pared del baño de una mezquita.
Como señala el reciente informe Política y creencias: el impacto de las leyes antiblasfemia en los derechos humanos de Freedom House, "estas violan sin excepción el derecho fundamental a la libertad de expresión, pues están destinadas por definición a proteger instituciones y doctrinas religiosas, es decir, ideas y conceptos abstractos. En el más benigno de los casos, estas leyes inducen a la autocensura". Cuando no al linchamiento de una turbamulta, como también denuncia el citado informe: "Hoy, por ejemplo, un juez de distrito no se atreve a poner en libertad a los acusados de blasfemia por temor a las represalias de los violentos mulás".


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En el punto de mira

Periodistas, creadores e intelectuales son también víctimas propiciatorias del delito de (presunta) blasfemia. Sin necesidad de remontarse a la estruendosa fatua que en 1989 condenó al escritor angloindio Salman Rushdie por la novela Versos satánicos, o a la persecución de que ha sido objeto un dibujante danés por sus viñetas sobre Mahoma, las leyes contra la blasfemia han provocado cancelaciones de exposiciones de arte contemporáneo, retiradas de libros o, como en Grecia en 1988, la prohibición de exhibir en las salas de cine la película La última tentación de Cristo, dirigida por Martin Scorsese y basada en la novela de Nikos Kazantzakis, por "ofensas a la religión". Aunque el comité griego de selección de filmes dio el visto bueno a su contenido, la sentencia que obligó a retirar la cinta de los cines justificaba la medida por "el papel de la religión [de la Iglesia ortodoxa] como base fundacional del Estado".

El delito de blasfemia -que en teoría solo contempla las ofensas a la Iglesia ortodoxa, no al resto de confesiones arraigadas en el país- se castiga en Grecia con penas de hasta dos años de cárcel, aunque habitualmente se resuelve con la imposición de multas de distinta cuantía. La organización Freedom House denuncia en su informe la discriminación de hecho del resto de minorías -entre ellas, una de 1,3 millones de musulmanes- en favor de la confesión mayoritaria.

Casos con final feliz

- El bloguero egipcio Abdel Karim Nabil, de 26 años, fue puesto en libertad ayer tras pasar cuatro años en la cárcel por un delito de blasfemia y por presuntas injurias al presidente Hosni Mubarak. Nabil, conocido como Karim Amer, presenta un lamentable estado de salud y antes de su puesta en libertad fue repetidamente golpeado por los guardianes de la prisión, según la Red Árabe para los Derechos Humanos. El Ministerio del Interior negó que el joven, que fue expulsado de la universidad al ser detenido, fuera torturado.

- El periodista afgano Sayed Parwiz Kambaksh fue condenado a muerte en 2008 por blasfemia en un juicio manifiestamente injusto, según organizaciones internacionales que supervisaron la instrucción del proceso. El joven, de 23 años, fue acusado de descargar de Internet material sobre el papel de las mujeres en el islam y condenado a la pena capital. Gracias a una campaña de presión liderada por Amnistía Internacional, su condena fue conmutada por la de 20 años de cárcel.

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