miércoles, septiembre 07, 2011

La calle, el poder y la palabra. Los cambios en la intermediación entre la sociedad y los poderes serán imparables. 07 sep 20114. Carlos Carnicero


José Luis Rodríguez Zapatero y Alfredo Rubalcaba se han imbuido en el papel de salvadores: se presentaron con un programa electoral en 2008 y han terminado por hacer la antítesis de todo lo que prometieron. El pretexto para ese giro es el “sentido de la responsabilidad de salvar a España del ataque de los mercados”.

Primera consideración: las elecciones se convocan para consultar a los ciudadanos sobre las políticas que desean. Una democracia parlamentaria está basada en la capacidad de decisión de sus ciudadanos sin tutelas ni protecciones de quienes les quieren preservar de males hipotéticos o reales haciendo lo contrario de lo que les prometieron.
Está claro que la crisis de la actual democracia representativa conducirá a una renovación de los sistemas de intermediación y representación en los medios de comunicación y en las instituciones políticas. Las nuevas tecnologías promueven necesariamente nuevas formas de participación que están blindadas a los controles de las oligarquías económicas, mediáticas y políticas. Eso ya está sucediendo. Ayer en las calles de toda España, en las manifestaciones convocadas por los sindicatos contra la reforma constitucional sin referéndum, en la movilización en las redes sociales, en la eclosión de la democracia 2.0 y en todas las movilizaciones de los indignados y el 15-M que protestan y protestarán contra los cambios constitucionales a espaldas de los ciudadanos.

Segunda consideración: El gobierno socialista de Zapatero y Rubalcaba se tomó la atribución de iniciar una vía de reformas –que han significado objetivamente recortes del estado del bienestar- para hacer frente a la crisis económica y al ataque de los mercados. Su fracaso es manifiesto. Y lo que es más grave, con él han dejado el camino expedito al PP para que lleve a cabo recortes drásticos de los derechos ciudadanos en su próximo Gobierno. Tienen que responder de la inutilidad de sus políticas que han significado recortes para los más débiles y además han sido estériles.

Tercera: si con esta democracia parlamentaria, ni siquiera se tiene en cuenta a los cuidadnos para hacer un giro de 180 grados sobre el programa electoral con el que fue elegido el Gobierno, ¿para qué sirven las elecciones?
Si un pacto entre Gobierno y oposición, con la exclusión de todas las minorías políticas, permite cambiar una Constitución por exigencia de poderes económicos exteriores, ¿qué sentido tienen las elecciones del 20-N en todos aquellos que son discrepantes del PP y del PSOE? ¿Volverán a caer esos votantes en la trampa del “voto útil” como mecanismo de enganche que les condena de nuevo a ser súbditos de quienes al final son elegidos no para hacer lo que les encargan los electores sino lo que ellos deciden?
Las elecciones del 20-N son la ocasión de un enorme castigo colectivo a los dos grandes partidos, el PP y el PSOE, mediante el voto en blanco o votando a otros partidos políticos que ahora son minoritarios. La democracia se puede desbordar cuando se secuestra la voluntad de los ciudadanos. Con la paz, la palabra y la acción política, los sueños más lejanos pueden ser realidad.

Cuarta: es un poco agotador la existencia de tantos intelectuales de salón que aplauden los principios de José Luis Sampedro o de Stephane Hessel durante un ratito y luego vuelven a sus foros de influencia mediática para pedir responsabilidad a los ciudadanos cuando debieran decir “entreguismo”. Si aplauden los cambios, que no sea por estética, sino por compromiso.

La calle y la palabra son los grandes elementos de las revoluciones. Ahora existen autopistas en las redes sociales para que las palabras no sean secuestradas y para que las calles, si son intervenidas con brutalidad policial permitan conocer esos hechos en minutos. Donde hay un ordenador, una conexión a Internet y una conciencia crítica para atreverse a enfrentase al poder, hay una esperanza que no hay censura que ya pueda parar.
El cambio verdadero está en marcha y será imparable, pasando por encima de quienes quieran impedirlo. Sean partidos políticos, grupos editoriales o sectores financieros. Esto no ha hecho más que empezar.
José Luis Rodríguez Zapatero y Alfredo Rubalcaba han contraído una enorme responsabilidad aplicando políticas neoliberales contra el criterio de sus electores. Y encima han fracasado en los objetivos que decían perseguir. Si las elecciones municipales fueron un aviso, las generales serán un aldabonazo. Ganará Rajoy pero se encontrará a media España enfrente y la próxima legislatura, derrotado el PSOE, será la de la eclosión de la calle, el poder popular y la palabra.

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