viernes, mayo 27, 2011

"Dos hacen la ciudad: el negocio inmobiliario y los pobres"

ANATXU ZABALBEASCOA
EL PAIS SEMANAL - 15-05-2011

Cumplidos los setenta, la arquitecta chilena Joan MacDonald viaja por el planeta tratando de arreglar las viviendas más pobres de África, Asia y América del Sur. Fue durante la dictadura de Pinochet cuando decidió trabajar en los tugurios. Con la llegada de la democracia se convirtió en viceministra de la vivienda y hoy, como presidenta de la organización laica SELAVIP -sustentada con los intereses que produce la herencia del jesuita belga Josse van der Rest-, decide qué proyectos de asentamientos urbanos urge ayudar. Se trata de dar tiza para marcar el territorio, plásticos para resguardarse de la lluvia o la primera letrina para mejorar un campamento. Los 1.000 millones de pobres del mundo son los clientes de esta arquitecta que, frente a la concesión de un subsidio de vivienda para los necesitados, defiende la autoconstrucción que mantiene la dignidad humana.

¿Qué porcentaje del mundo no tiene casa? No hay gente sin casa. Todos viven debajo de algo, un plástico, un cartón. En tugurios hay 1.000 millones de personas. Además están los desplazados, los refugiados y los allegados, que son los que no tienen casa y duermen en las de familiares. ¿Allegados? Eso destruye las familias. Uno se aferra a sus hijos, al progreso y a la educación que les quiere dar. Eso hace que necesitemos independencia y espacio. En los ambientes en los que la preocupación es sobrevivir, la familia extensa es una posibilidad. Pero en las grandes ciudades las familias son núcleos cerrados competitivos hacia los demás y solidarios hacia el interior.
¿La gente va a seguir yendo a las ciudades aunque la vida sea dura? La ciudad es el vehículo que encuentran los pobres para salir de la pobreza. Cuando sube la organización, baja la pobreza. Las posibilidades están también en ciudades medianas. Hay más pobreza en el campo que en la ciudad.
¿Por qué? El mito de la gallinita que va a evitar que el pobre se muera de hambre no es cierto. Gran parte de los bienes y servicios que requerimos para sobrevivir hay que adquirirlos. No te sirve la gallinita para pagar el colegio. Y el dinero no está en el campo.
¿No hay vuelta atrás? En América Latina, el límite entre lo rural y lo urbano se desdibuja. Pero mientras exista, las ciudades ofrecen más oportunidades. Son el escenario para combatir la pobreza.
¿Cómo? En América Latina no lo hemos hecho muy bien. Sigue habiendo pobreza y aceleración de la injusticia. Al vivir juntos, se hace más doloroso vivir de forma muy pobre observando a quien lo tiene todo. Eso genera resentimiento del que tiene menos hacia quien tiene más, y miedo, muchas veces infundado, del que tiene más, que teme que se lo roben. Nuestras clases medias y altas tienen la paranoia de que los pobres son malos por definición. Y al revés. Y eso se traduce urbanísticamente en condominios cercados con vallas eléctricas.
¿Cómo solucionarlo?
Se puede actuar donde está todo por hacer. Hay que evitar que se perpetúen esos patrones de segregación. Pero intentar hacerlo en Santiago con una periferia de pobreza profunda y un sector rico duro es muy difícil. Los mismos poderes inmobiliarios refuerzan ese proceso: expulsan a los pobres. En América Latina, el poder de los más débiles para permanecer en las ciudades es poco. Hay una escasísima tolerancia a la diversidad. ¿A partir de qué se puede hablar de casa? Casa es donde se vive, un plástico bajo el que vive una familia. Los arquitectos lo usan para describir un edificio y eso ha distorsionado lo que es una vivienda. Lo que hay que hacer es tomar ese lugar al que da sentido una familia y tratar de ver con ellos cómo mejorarlo. De ahí arrancamos. Partimos del hecho humano, del grupo. A esos es a los que hay que apoyar para que lleguen a tener una vivienda mejor.
¿Cómo deciden en su organización, selavip.org, qué proyectos apoyar? Hacemos una convocatoria a los países en desarrollo. Llegan peticiones y elegimos proyectos que parten de algo concreto: una letrina, un jardín infantil... Las acciones reivindicativas no sirven si no llegan a soluciones concretas.
Les piden plásticos. Sí. Los refugiados de Sudán que están regresando al área sur nos piden eso: poder volver a los terrenos donde los echaron para plantar cuatro postes, un plástico y quizá un par de planchas de zinc.
También les piden tierra, pero el fundador de SELAVIP, Josse van der Rest, está en contra de comprar tierra...
Y tiene razón. Sentimos que la tierra es una responsabilidad del gobierno. Apoyamos que la gente incluso... invada terrenos. Josse lo explica muy claro. La tierra está tan cara porque los mismos pobres han pagado sus impuestos y con eso se han hecho las infraestructuras y ha aumentado el coste de la tierra. Los pobres han financiado una plusvalía que ahora les impide ocupar la tierra. Es muy injusto que no puedan acceder a ella. No tenemos ningún problema moral en que se produzca la toma de tierra. Pero somos conscientes de que en muchas ciudades vivir en un terreno ilegal pone a los pobres en una situación de vulnerabilidad. Como dice Josse, "el pobre o vive fuera de la ley o muere dentro de la ley".
Poca elección... En tierra no gastamos un euro. O la ponen los Gobiernos o la toma la gente. Pero una vez la consiguen, todo es rápido. En Fortaleza (Brasil) pusieron ladrillos por la noche. Mejoraron el lugar y por eso ya solo podían expulsarlos con un juicio. Si hubieran puesto cañas, el dueño habría podido quitarlas. Pero con material sólido ya no puede intervenir. Con un juicio por delante hay tiempo para que se movilicen personas y políticos. Hay posibilidad de negociación.
¿Los dueños de los terrenos los suelen ceder temporalmente? En Tailandia se negocia 15 años de estancia. A todos les conviene resolver los problemas de forma pacífica. Los pobres saben que en todo ese tiempo no van a llegar las excavadoras por la noche para tirar el poblado. Los ricos saben que recuperarán las tierras. ¿Hablan con los políticos de los lugares donde trabajan? Sí. Nos escuchan. Nuestra fuerza son los 1.000 millones sin casa. Si están organizados, se hacen oír. En general, los Gobiernos, en las grandes ciudades asiáticas donde hay mucho, mucho tugurio, están abiertos al diálogo. Por otro lado está la fuerza inmobiliaria, que es potente, engañosa y terrible. Los engañan con lo que les van a ofrecer. Se aprovechan de ellos. Pero ahí es donde aparecen profesionales y gente comprometida que les advierte: ojo, les están prometiendo algo que no va a poder ser. ¿Cómo contactan con gente de cada país? Somos una especie de banco de segundo piso. No hacemos casas por el mundo. Apoyamos a los de cada lugar. Cuando uno llega a un país no llega a decir cómo tienen que ser las cosas. Uno se sienta a escuchar.
¿De dónde obtienen el dinero? De una fundación belga que montó el padre Josse van der Rest con un fondo donde puso el dinero que heredó de su familia. Nuestro fuerte es ese, pero también estar en contacto con la gente, viajando y respondiendo en Internet.
¿Recaudan dinero?
No. Trabajamos con los intereses del fondo. Pero cada proyecto crece.
¿Selavip es una organización religiosa?
Es absolutamente laica. Nos interesa que quede claro. Que no haya ningún sesgo en ese sentido.
¿Tienen que dar explicaciones a cúpulas religiosas? En absoluto. El fundador es un jesuita, un religioso de acción. Yo también soy de acción, por eso me siento cómoda con ellos. Me motiva la vocación que tienen de buscar la parte más difícil. Yo me he arrastrado por el Congo con la guerrilla hace dos años. Ellos buscan las fronteras físicas, pero también las del conocimiento. Quieren darle otra vuelta a las cosas. Y eso es fundamental.
¿Qué es "El fondo de los pobres decentes"?
Empezaron en Tailandia. Ellos se pusieron el nombre. "No nos gusta que quienes no son pobres digan quiénes lo son. Vamos a tomar la responsabilidad social de echar adelante a nuestros más pobres", decían. Son todos pobres. Pero hay una señora que quedó viuda, otro al que le cortaron la pierna. Hay gente más vulnerable que otra aunque todos tengan problemas. La idea es que cuando lleguen los proyectos de vivienda -en los que el pobre siempre debe poner algo- nadie deba ser expulsado por no poder contribuir. Con el poco dinero van a hacerse cargo de quien no puede. Pero su criterio no va a ser solo la necesidad. Tendrá ayuda aquel que la merezca porque a veces la pobreza puede ser pereza y no se le puede dar un premio adicional. Ellos querían premiar a los pobres decentes. A la señora que, a pesar de sus dificultades, cuida a sus chicos.
¿Es usted religiosa? Sí, puede ser... sí.
¿Fue eso importante para iniciar su trabajo? No. Soy católica, pero empecé luterana porque mi familia es de origen alemán y anglicano. Pero no fue eso. Desde que entré en la escuela de arquitectura fui buscando por ese lado. Cuando ejercí como docente, me decían que lo que yo enseñaba no era arquitectura, que parecía trabajo social.
¿Qué hace que una arquitecta se interese por quien no podrá pagar una casa? Es que a mí no me interesan las casas. Me interesan las personas. Una vez en Burundi apoyamos unas casas de adobe. Llegamos a visitarlas y estaba una señora fuera con un bebito. Me dijo: "Este chico nació anoche". Y me lo pasa. "¿Nació anoche en esta casa que acaban de terminar?". Una semana antes habría nacido debajo de una palmera. Pero ahora tenía techo. Esa satisfacción no la obtienes haciendo un rascacielos.
¿Qué la convirtió en el tipo de arquitecta que es hoy? La formación no me caló hasta que encontré al profesor Fernando Castillo Velasco y me apoyó. La mitad de los profesores no entendieron mi proyecto de final de carrera, una vivienda social. La encontraron chica, fea y precaria. Pero la otra mitad sí. Luego empecé a hacer investigación. Cuando llegó la dictadura a Chile me expulsaron de la universidad, así es que me fui al terreno, a los tugurios de la periferia de Santiago.
Fue vicesecretaria de Vivienda en el primer Gobierno democrático de Patricio Aylwin. Pensé que si creía en eso, debía pasar a la política. Armé el programa de vivienda. Eso me abrió la mente a las distintas posiciones. Cuando iba a los tugurios, ¿cómo reaccionaba la gente? Yo viví siempre en las minas. Mi padre era ingeniero, y en los enclaves mineros mis amigos eran los hijos de los mineros. Ahí crecí. Los estratos no pesaban. No eran tema. Pero luego se formó en el colegio alemán. Mis padres tuvieron una visión muy rara. Para que las dos familias, escocesa y alemana, estuvieran contentas nos dividieron. Mis dos hermanos estudiaron en colegio inglés y a mí me tocó el alemán.
¿Cuántas casas tiene? Una desde hace 40 años. Y espero mantenerla porque el esquema en Chile es que a partir de cierta edad una tiene que irse a un apartamento. Me gusta mi casa. La disfruto. Mis hijos ya no viven conmigo.
¿Cuántos tiene? Cuatro. El mayor es veterinario; el segundo, ingeniero metalúrgico; el tercero, sí, arquitecto, me está coordinando África, y el cuarto, ingeniero forestal.
¿Su paso no ofrece vuelta atrás? Lo que uno va acumulando en la vida permite comprender a todos los sectores. Entender sus reglas. Aunque no esté de acuerdo, sé dialogar con ellos. Cuando estoy con un ministro sé dónde tengo que apretar el botón para que responda.
¿Dónde aprieta? No ofrezco caminos sin salida. Debes ofrecer una salida que le convenga políticamente. Yo busco que no siempre pierdan los mismos. Y en ese sentido, rescato mi parte académica.
¿Cómo? No es real que el mejor práctico es el que baja al barro. Solo en el barro no se ve bien. Hay que conocer la película desde muchos ángulos. Es importante pensar qué está pensando el Banco Mundial, conocer las cifras... La investigación o los números ofrecen certezas útiles para el trabajo en el terreno.
¿Cuántos viajes hace al año? Como mínimo, dos a cada continente más los extra.
¿Le queda poco tiempo en casa? Ahora que soy abuela no tengo obligaciones y me puedo dedicar.
¿Cómo conoció Selavip?
El padre Josse dio una charla en la escuela de arquitectura. Sintonizamos. Y desde entonces trabajamos juntos.
¿Por qué es importante tomarse un vaso de agua -que puede estar contaminada- con alguien? El idioma corporal es fuerte. Tengo gran facilidad para conectarme, sobre todo con los africanos. Y si supiera bailar, aún sería mejor. Me demoro dos segundos para reírme con una mujer africana. Me conmueve ver, en uno de los proyectos que tenemos para gente con sida, cómo ha desaparecido toda una generación de adultos. Está la abuela, que casi no se mueve de la cama, y sus nietos. Familias de niños que son como pandillas, porque ya no tienen padres. Andan vagando, y el que manda, que es el más fuerte, tiene a veces doce años. Cuando usted ve eso ya sabe que tiene que seguir. ¿Nunca se ha sentido hundida ante tanta miseria? Al contrario. Siempre me levanta porque soy muy porfiada. ¿Viaja sola? Sí. Es caro. Soy como el doctor que mira la cara y diagnostica. No necesito mucho tiempo. Hago mucho ruido y si me quedo más de un día, la gente se molesta, se preguntan cuándo se irá esta vieja para seguir trabajando. No me llevo una visión completa, pero sí amplia.
¿Tiene marido? Falleció hace dos años. Era arquitecto también. Pero se quedaba en casa.
Fue política durante cuatro años. ¿Por qué no se solucionan las cosas desde la política? La concepción de la política de la vivienda es complicada. La vivienda social nace de un interés de las empresas constructoras por meterse en un campo donde antes no hacían negocio. Lo que hacen es bajar los estándares, pero siguen con sus mismos preconceptos de clase media. Está enfocado desde la oferta, no desde la necesidad, a diferencia de lo que sucede en medicina, donde el enfermo es el que genera las políticas a partir de sus enfermedades. La vivienda digna, como la entienden los arquitectos, es muy cara. No está al alcance de los pobres. Se hacen pocas y el tema no se resuelve. Mientras tanto, la gente vive y arregla sus casas, y eso es un potencial fabuloso. Creo que esa es la clave.
Pero los políticos no inauguran bolsas de plástico convertidas en casas. ¿El ministro de Salud se luce por tener lindos hospitales o por sus cifras de curados...? Con la vivienda debería suceder lo mismo.
¿Cuál es la relación entre negocio y miseria? Hay dos que hacen la ciudad: el negocio inmobiliario y los pobres. El interés inmobiliario es el que moviliza a los Gobiernos y a las grandes empresas internacionales. Y es el que hace la vivienda desde su perspectiva de maximizar la utilidad. Por el otro lado están los pobres tratando de sobrevivir y de mejorar su calidad de vida. La única posibilidad es que no se molesten y que se respeten mutuamente. Por mucho que quieran las inmobiliarias hacerlas perfectas, una ciudad no va a funcionar bien mientras los pobres sigan ahí. El conflicto encarece las ciudades que gastan más dinero en poner vigilancias y fomentar la segregación que en tratar de solucionarla. A nadie le conviene una mala ciudad. ¿Por qué no encontrar una fórmula para hacer negocios con restricciones?
El presidente chileno actual, Sebastián Piñera, es empresario. ¿Qué opina de él?
En Chile, el sistema de subsidios ha permitido hacer muchas casas. Le ha convenido a los constructores. Pero no le ha hecho bien a la gente. Se ha convertido en un premio a la pobreza. Hoy los pobres son muy exigentes, pero nada autoexigentes.
¿La actitud paternalista genera casas pero hunde a las personas? ¿Por qué esforzarse si te lo dan? Tras el último seísmo de Chile, ocurrido en una zona rural con gran capacidad de la gente para la autoconstrucción, nadie se puso a trabajar. La gente comenzó a esperar. Hoy el 50% de las personas vive en tiendas. Esperando.
¿Le ha movido más su ideología o su educación? La sensación de que en esto puedo servir para algo. Si hubiera sido académica, hoy estaría llena de publicaciones, pero aburrida y fuera de la realidad. Tras cuatro años de política sentí que ese espacio era muy rígido para hacer lo que quería.
¿Qué ocurrirá en el momento en que no pueda viajar? Me he dado un plazo de cinco años para tener el equipo armado. Estoy entregando las coordinaciones de los proyectos. Pero hay que ver... Cambian las condiciones y cambian los momentos. Avanzamos con la idea de que el mundo está cambiando. Dejemos que sea la gente la que haga el cambio, no la élite.
¿Ha sacrificado mucho para hacer lo que hace? No lo siento como un coste. Hemos pasado momentos difíciles porque cuatro hijos... -cinco, porque uno falleció-, pero al final uno termina por mirar atrás y piensa: bueno, la vida no se la dieron a uno para estar sentado. La vida se la dieron para jugársela, y si uno se la puede jugar para hacer un cambio en el mundo...


Arquitecta atípica

Joan MacDonald (Santiago de Chile, 1940) eligió el camino atípico de los clientes que no tienen con qué pagar. Fue una rara avis en la Escuela de Arquitectura hasta que el profesor Fernando Castillo le dijo que quizá ella se estaba centrando en lo que debe ser. Y la apoyó. Desde joven ha combinado el trabajo en los tugurios con la teoría. Pero fue la fundación laica SELAVIP la que la llevó a viajar por el mundo para ayudar a mejorar las viviendas de los más pobres.

Su abuelo alemán, geólogo, fue uno de los fundadores de la Universidad de Chile. "Yo llego a Mongolia y me ubico. No creo que fuera tan fácil sin una formación amplia", cuenta. Asegura que darle techo a una familia da más satisfacción que levantar un rascacielos.

Cinco razones por las que Europa se resquebraja JOSÉ IGNACIO TORREBLANCA DOMINGO El País

Cinco razones por las que Europa se resquebraja JOSÉ IGNACIO TORREBLANCA DOMINGO - 15-05-2011
Dinamarca reintroduce los controles fronterizos con la excusa de una criminalidad inexistente. Con ello, el país que fue un modelo de democracia, tolerancia y justicia social se sitúa en la avanzadilla de la rendición europea ante el miedo y la xenofobia. Grecia lleva más de un año al borde del precipicio sin que parezca que haya muchos Gobiernos que lamentaran su eventual salida de la zona euro; algunos incluso azuzan secretamente a los mercados contra Atenas. Finlandia se resiste hasta el último minuto, a la zaga de Eslovaquia, a financiar el rescate de Portugal. Francia e Italia aprovechan la crisis tunecina para, en periodo electoral, limitar la libertad de circulación dentro de la Unión Europea. Y qué decir de Alemania, que no contenta con gestionar la crisis del euro a golpe de elecciones regionales, rompe filas con Francia y Reino Unido en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, se desentiende de la crisis libia y revienta diez años de política de seguridad europea.
Con el futuro del euro en entredicho y el mundo árabe en erupción, los líderes europeos gobiernan a golpe de encuestas y procesos electorales, aferrándose al poder por cualquier vía, aunque para ello tengan que deshacer la Europa que tanto tiempo y sacrificios ha costado construir. Pocas veces el proyecto europeo ha estado tan en entredicho y sus vergüenzas tan públicamente expuestas. Pareciera que en esta Europa de hoy, tener un gran partido xenófobo fuera obligado. El hecho es que Europa se resquebraja. De no mediar un cambio radical, el proceso de integración podría colapsarse, dejando en el aire el futuro de Europa como entidad económica y políticamente relevante.

1. Un proyecto sin fuelle
Esta crisis no es coyuntural ni pasajera: no estamos ante una mala racha, ni somos víctimas de un pesimismo infundado. Para darnos cuenta de hasta qué punto el proyecto de integración está en peligro no hace falta más que rebobinar una década. Si lo hiciéramos, el contraste con la situación actual no podría ser más revelador. Después de lanzar el euro el 1 de enero de 1999, la Unión Europea aprobaba la Estrategia de Lisboa, que prometía convertir a la UE en la economía más dinámica, competitiva y sostenible del mundo. También se comprometía a ampliar el espacio de libertad, seguridad y justicia, llevando la integración europea a los ámbitos policiales, judiciales y de inmigración, que hasta entonces habían quedado al margen de la construcción europea. Y para culminar ese proceso y darse a sí misma una verdadera unión política que le permitiera ser un actor globalmente relevante en el mundo del siglo XXI, ponía en marcha el proceso de elaboración de la Constitución Europea.
Pero la UE no se completaba solo hacia dentro, sino también hacia fuera: lanzaba el proceso de ampliación más ambicioso de la historia, que incorporaría en su seno a 10 países de Europa Central y Oriental además de Chipre y Malta y, en un acto repleto de visión estratégica y de futuro, se comprometía a abrir negociaciones de adhesión con Turquía, tendiendo así unos puentes de máximo valor con el mundo árabe y musulmán. Al mismo tiempo, asentaba los pilares de una auténtica política exterior y de seguridad: después de años de impotencia y humillaciones en la pequeña Bosnia, franceses y británicos acordaban coordinar su defensa de forma más estrecha. Mientras, los europeos se unían, Alemania incluida, para parar en seco los intentos de Milosevic de limpiar étnicamente Kosovo y se comprometían a poner en marcha una fuerza de reacción rápida de 60.000 soldados que fuera capaz de desplegarse fuera del territorio europeo para actuar en misiones de gestión de crisis y mantenimiento de la paz. Acostumbrados hoy al ninguneo de las grandes potencias sorprende recordar cómo, por entonces, con el euro en la mano, las ampliaciones en marcha, una Constitución a la vuelta de la esquina y una política exterior y de seguridad rebosante del liderazgo provisto por Javier Solana, Europa no provocaba hastío ni indiferencia, sino admiración, e incluso, en Washington, Pekín o Moscú, indisimulados recelos.
Una década más tarde, esa brillante lista de logros y optimistas promesas se encuentra más que en entredicho: en lugar de esa Europa exitosa y abierta al mundo que nos prometimos, nos encontramos con una Europa que pese a las ampliaciones se ha empequeñecido; que a pesar del euro se ha vuelto egoísta e insolidaria y que ha dejado de creer y practicar sus valores para encerrarse en el miedo al extranjero y el temor a la pérdida de identidad. Muchos se arrepienten de haber hecho las ampliaciones y no quieren volver a oír hablar de ellas; ni se plantean cumplir las promesas de adhesión a Turquía y ni siquiera son capaces de vislumbrar la adhesión de los países de los Balcanes. Los más de veinte años transcurridos desde la caída del muro de Berlín suponen un margen de tiempo más que razonable para que Europa se hubiera completado, hacia dentro y hacia fuera. Pero la realidad es bien distinta: tras las ampliaciones, hablamos de fatiga de ampliación; tras el fallido proceso constitucional, de fatiga de integración política; tras la crisis del euro, de fatiga económica y financiera. Tras diez años de reformas institucionales y de introspección institucional, el Tratado de Lisboa, que iba a salvar a Europa de la parálisis e introducirla en el siglo veintiuno, es un perfecto desconocido y sus logros, invisibles.

2. Crisis de valores y miopía política
La gravedad de la actual crisis europea se origina en la confluencia de varias fuerzas centrífugas: el auge de la xenofobia, la crisis del euro, el déficit de la política exterior y la ausencia de liderazgo. Sus temáticas son paralelas, pero se entrecruzan peligrosamente bajo un mismo denominador común: la ausencia de una visión a largo plazo. La consecuencia de ello es que cada diferencia entre los socios, sea del carácter que sea, se convierte en un juego de suma cero, en una feroz pelea donde todo vale con tal de obtener una victoria con la que presumir una vez de vuelta en la capital nacional, por pequeña y dañina para el proyecto común que sea.
Hace ahora casi tres años que el humo de los campamentos gitanos que ardieron en Italia nos puso sobre aviso de lo que se avecinaba. Desde entonces, elección tras elección, los xenófobos han ido ganando fuerza en nuevos países (Suecia, Finlandia, Reino Unido, Hungría) y consolidándose en los sitios donde ya contaban con una presencia significativa (Italia, Francia, Países Bajos, Dinamarca). Como un cáncer, han capturado el discurso y la agenda política en todos los Estados, endureciendo los controles fronterizos, imponiendo restricciones a la inmigración, dificultando la reunificación familiar y restringiendo el acceso a los servicios sociales, sanitarios y educativos. Lo que es peor, como en el caso de Thilo Sarrazin en Alemania, algunos ya han cruzado la línea de la xenofobia para adentrarse plenamente en un discurso racista sobre la inferioridad de la inteligencia de los musulmanes, algo que recuerda peligrosamente a la caracterización que los nazis hicieron de judíos, negros y eslavos como "untermenschen" (seres humanos inferiores). El resultado es que, hoy en día, en medio de la crisis económica, los valores de tolerancia y apertura, que constituyen el patrimonio más importante del que disponemos, están en cuestión o se baten en retirada.
Toda esta aversión al extranjero sorprende en una Europa cuyos problemas en absoluto pueden ser atribuidos a los inmigrantes. Más bien al contrario, de no mediar un cambio en las tendencias demográficas, además del suicido moral que suponen las actitudes hacia la inmigración dominantes hoy en día en casi toda Europa, los europeos se dirigen hacia el suicidio económico, pues con las actuales tasas de natalidad su población en edad de trabajar será cada vez menor y tendrán que hacer frente a mayores gastos sociales para sostener a una población dependiente y envejecida. Europa debería mirarse en el espejo estadounidense, capaz de integrar a inmigrantes de todas partes del mundo y conseguir que contribuyan al bienestar común a la vez que al propio, pero en lugar de eso prefiere crear un falso problema y, en torno a él, construir soluciones que no harán sino acelerar su declive.
A mucha gente de bien, las bufonadas y simplezas mentales de los racistas y xenófobos les impide tomárselos en serio. Sin embargo, su capacidad de condicionar a los partidos tradicionales es más que notable y va en aumento. Cada vez que uno de ellos captura el Gobierno de algún Estado miembro, su agenda deslegitimadora, racista y antieuropea impacta de lleno en las instituciones europeas y se las lleva por delante. Para impedirlo, al igual que se quiere sancionar a los que incumplan los criterios de déficit, el resto de Gobiernos debería atreverse a recurrir a los Tratados y sancionar a los xenófobos y a los autoritarios. Pero desgraciadamente, la tibia respuesta de las instituciones y Gobiernos europeos ante la expulsión de gitanos rumanos en Francia, frente a los excesos con la libertad de prensa de la Constitución húngara o en relación con el acoso a los inmigrantes irregulares en Italia anticipan cuán poco debemos esperar de ellos cuando se trata de enfrentarse a otros Gobiernos.

3. El fin de la solidaridad
Se dice que la crisis económica es la culpable, pero no es del todo cierto. El principal riesgo de ruptura del proyecto europeo no proviene de la crisis en sí misma: al fin y al cabo, Europa ya ha estado en crisis en otras ocasiones y ha salido reforzada de ellas. Ante la crisis de los años ochenta, presionados por la pujanza tecnológica de Estados Unidos y Japón, los Gobiernos europeos decidieron dar un salto cualitativo en la integración. Entonces, los líderes europeos visualizaron de forma clara lo que entonces se denominó "el coste de la no-Europa", es decir, la riqueza y bienestar que se podría crear eliminando el conjunto de trabas que ralentizaban el crecimiento económico.
Hoy, con todo lo serios y difíciles de solucionar que son los desafíos que penden sobre la economía europea (especialmente en cuanto al envejecimiento de la población y la pérdida de competitividad), existe un amplio consenso sobre cómo superar dichos problemas. La cuestión debe entonces buscarse en otro sitio: en la existencia de lecturas irreconciliables sobre cómo entramos en la crisis del euro y, en consecuencia, cómo saldremos de ella. Para unos, liderados por Alemania, estamos ante una crisis que se origina en la irresponsabilidad fiscal de algunos Estados. Ello supone que para salir de la crisis, dichos Estados simplemente tienen que cumplir las reglas de austeridad que estaban en vigor y que ahora han sido reforzadas. Todo ello se acompaña de un sermoneo moralizante y condescendiente, como si el déficit o el superávit de un país reflejara la superioridad o inferioridad moral de todo un colectivo humano. Muchos desean una Europa a dos velocidades, pero no basada en el mérito, sino en los estereotipos culturales y religiosos: en la primera clase, los virtuosos ahorradores de religión protestante; en la segunda, católicos gastosos de los cuales uno no se puede fiar y a los que hay que mantener a raya o, incluso, si es necesario, poner de patitas en la calle.
Esa narrativa de la crisis, que va camino de acabar con Europa, debe ser contestada. Que países tan diferentes como la pobre Grecia y la rica Irlanda, la primera campeona del dirigismo corporativista y la segunda del neoliberalismo y la desregulación, se encuentren en situaciones parecidas obliga a explicaciones algo más sofisticadas. Estamos ante una crisis de crecimiento, lógica en un proceso de construcción de una unión monetaria donde la existencia de una única política monetaria, no complementada adecuadamente por políticas fiscales y de regulación del sector financiero, va generando desequilibrios que se van acumulando hasta provocar los problemas que vemos actualmente. Ante esa tesitura, dado que la unión monetaria se diseñó sin tener en cuenta los mecanismos necesarios para que pudiera capear crisis como la actual, lo lógico parecería discutir cómo perfeccionar dicha unión para que funcionara de forma equilibrada y, como parece necesario, mejorar su gobernanza dotándola de nuevos instrumentos y reforzando la autoridad de sus instituciones.
Pero en lugar de tomar el camino de la profundización de la unión, lo que estamos viendo es la aplicación de una lógica de vencedores y vencidos en la que unos aprovechan la coyuntura para imponer a otros su modelo económico, como si todos los países tuvieran las mismas condiciones y pudieran funcionar bajo los mismos supuestos. La consecuencia de todo ello es que, en ausencia de medidas más ambiciosas, nos instalaremos en un sistema de crisis permanente. Mientras tanto, los ajustes y recortes asociados a los actuales planes de rescate agravarán la crisis que sufren algunos países en lugar de ayudarles a salir de ella. Por esa senda, el deterioro será inevitable, pues si el crecimiento y el empleo no aparecen pronto, las sociedades se rebelarán contra los ajustes y la excesiva carga de la deuda o, alternativamente, los mercados y Gobiernos acreedores se coordinarán para expulsar de la zona euro o poner en cuarentena a los países con problemas de insolvencia. De seguir así, la Unión Europea acabará siendo para muchos europeos lo que el Fondo Monetario Internacional fue para muchos países asiáticos y latinoamericanos en los años ochenta y noventa: un instrumento para la imposición de una ideología económica que carecerá de legitimidad alguna, pero al que se obedecerá en ausencia de otra alternativa. Puede incluso que funcione, pero esa Europa no será un proyecto político, económico o social, sino simplemente una agencia reguladora encargada de velar por la estabilidad macroeconómica que, con toda razón, sufrirá un grave déficit democrático y de identidad.

4. Ausente del mundo
Tan grave como la ruptura de los consensos internos es la incapacidad europea de hablar y actuar con una sola voz en el mundo del siglo veintiuno. A pesar de ser el primer bloque económico y comercial del mundo, el mayor donante de ayuda al desarrollo del mundo, e incluso, pese a los recortes, de seguir disponiendo de un muy considerable aparato militar y de seguridad, Europa sigue ejerciendo su poder de forma fragmentada y, en consecuencia, como vemos todos los días, desde las relaciones con Estados Unidos, Rusia o China hasta su actuación en la más inmediata vecindad mediterránea, de una forma sumamente inefectiva. Claro está que ni el poder de Europa es comparable al de una gran potencia ni esta quiere ejercerlo de la manera que lo hacen ellas. El problema está en que Europa no es capaz de actuar unida y ser decisiva ni siquiera en aquellas áreas geográficas más próximas, como el Mediterráneo, donde su peso es o debería ser abrumador, y que tampoco sea influyente ni efectiva en instituciones como la ONU, el G-20, el FMI donde su peso político y económico es enorme. En todas esas instituciones multilaterales, hay muchos europeos, pero poca Europa, y lo que es peor, muy pocas políticas que coincidan con sus intereses.
Transcurrido más de un año de la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, que nos prometió una nueva y más efectiva política exterior, la parálisis de la acción exterior europea es completa. La respuesta a las revoluciones árabes ha sido sin duda la gota que ha colmado el vaso. Durante décadas, a cambio de poner a salvo sus intereses migratorios, energéticos y de seguridad, Europa ha apoyado la perpetuación de una serie de regímenes autoritarios y corruptos, obviando de buen grado la promoción de los valores democráticos y el respeto a los derechos humanos. Pero cuando, por fin, sin ningún apoyo exterior, los pueblos de la región han tomado su destino en sus manos, la respuesta de Europa ha sido lenta, tímida y rácana, mostrándose mucho más preocupados los líderes por salvaguardar sus intereses económicos y controlar los flujos migratorios que por apoyar el cambio democrático. Aquí también se ha impuesto la miopía, pues en caso de triunfar las revoluciones árabes, el dividendo económico de la democratización será tan inmenso que oscurecerá cualquier cálculo sobre los costes de la turbulencia.
Cierto que Europa ha evitado el abismo que hubiera supuesto dejar que Gadafi asaltara Bengasi. Ello hubiera hecho retroceder el reloj europeo a los tiempos de Sbrenica y provocado una crisis moral y política irreparable. Pero no nos engañemos, en la crisis libia, como en la crisis del euro, después de evitar el abismo queda absolutamente todo por hacer: además de lograr una paz que no sea una rendición fáctica que perpetúe el régimen de Gadafi, Europa debe restaurar la credibilidad de su capacidad militar, que ha quedado en entredicho, así como sus instituciones de seguridad y política exterior, que han quedado maltrechas. La frustración con esas nuevas instituciones de política exterior, en especial con el papel del presidente permanente del Consejo, Herman Van Rompuy, la Alta Representante para la Política Exterior, Catherine Ashton, y el nuevo Servicio de Acción Exterior Europeo (SEAE), es tan completa que las capitales europeas han comenzado a desengancharse de esas instituciones y a coordinarse y a trabajar por su cuenta. Paradójicamente, donde esperábamos una fusión de los intereses europeos y los nacionales, de Bruselas y las capitales, ahora tenemos una fractura cada vez más completa: por un lado, una política exterior europea meramente declaratoria y sin ninguna fuerza; por otro, una serie de políticas que funcionan a trompicones sobre la base de coaliciones de voluntarios y con recursos exclusivamente nacionales.

Si la primavera árabe hubiera concluido de forma rápida y feliz, las carencias de Europa hubieran terminado por ser invisibles. Pero si lo que tenemos por delante, como parece que es el caso, es un camino hacia la democracia sumamente bacheado, con victorias y derrotas parciales, idas y vueltas y bastante inestabilidad e incertidumbre, esta Europa se dividirá, será incapaz de influir y quedará abocada a la irrelevancia exterior. Con un nulo papel en Oriente Próximo, una Turquía humillada por el bloqueo de su adhesión y un Mediterráneo abandonado a su suerte, Europa dejará de ser un actor de política exterior creíble.

5. La rebelión de las élites
Durante años, el proyecto europeo ha avanzado sobre la base de un consenso implícito entre ciudadanos y élites acerca de las bondades del proceso de integración. Ese consenso se ha roto por los dos lados. Por un lado, los ciudadanos han retirado el cheque en blanco que habían concedido a las instituciones europeas para que gobernaran, a la manera del despotismo ilustrado, "para el pueblo pero sin el pueblo". Con el tiempo, el proceso de integración ha tocado las fibras más sensibles de la identidad nacional, especialmente en lo referido al Estado de bienestar y las políticas sociales. El sesgo económico, liberal y desregulador de la construcción europea ha terminado por politizar e ideologizar un proceso que antes se consideraba que debía estar en manos de expertos y burócratas. Pero de forma más sorprendente e inesperada, a esta rebelión de las masas se ha añadido lo que podríamos denominar como "la rebelión de las élites".
Alemania es quizá el ejemplo más claro de este fenómeno. Según las últimas encuestas, un 63% de los alemanes ha dejado de confiar en Europa y un 53% no ve el futuro de Alemania vinculada a ella. Pero del lado de la élite, las cosas no son muy distintas: mientras que las exportaciones a China están a punto de superar las exportaciones a Francia, el sur de Europa es visto como una rémora que lastra su crecimiento. La memoria del compromiso europeo se desvanece con el cambio generacional: solo 38 de los 662 miembros del Parlamento ocupaban sus escaños en 1989. Sin duda alguna, estamos ante una nueva Alemania. Dado su peso e importancia, cualquier cambio en Alemania tiene un profundísimo impacto sobre construcción europea. Sin embargo, como la característica clave de la nueva Alemania es la desconfianza hacia la Unión Europea, en lugar de, como hizo en el pasado, exportar su confianza a los demás, lo que está haciendo es exportar su desconfianza. Una pieza esencial del motor europeo está pues gripada, sin que exista ninguna otra alternativa para sustituirlo. Francia puede sobrevivir económicamente a la falta de fe alemana, e incluso tapar con Reino Unido los agujeros que Alemania deje en materia de política exterior, pero es evidente que Europa no avanzará sin una Alemania plenamente comprometida con la integración europea.
En ausencia de liderazgo alemán y de alternativas a este, el proceso de integración se deshilacha. Los presidentes de la Comisión, José Manuel Barroso; del Consejo, Herman Van Rompuy, y la Alta Representante para la Política Exterior, Catherine Ashton, vagan perdidos entre la bruma europea, incapaces de articular un mínimo discurso que les ponga en contacto con los europeístas que todavía creen en este proyecto. Solo el Parlamento Europeo se erige ocasionalmente en conciencia moral, levanta diques contra los excesos populistas y xenófobos e intenta hacer avanzar el proceso de integración. Sin embargo, solo unos pocos eurodiputados tienen una voz propia y están dispuestos a volverse contra sus Gobiernos y partidos nacionales cuando es necesario. En Alemania, Francia e Italia, pero también en otros muchos sitios, nos encontramos ante la generación de líderes más miope y entregada al electoralismo: entre ellos, ninguno habla por Europa ni para Europa.

EPÍLOGO: ¿Se puede romper Europa?

Cada día que pasa, la sensación de que Europa se resquebraja es más real y está más justificada. ¿Se puede romper Europa? La respuesta es evidente: sí, por supuesto que puede. Al fin y al cabo, la Unión Europea es una construcción humana, no un cuerpo celestial. Que sea necesaria y beneficiosa justifica su existencia, pero no impedirá que desaparezca. Igual que un conjunto de circunstancias favorables llevaron de forma bastante azarosa a la puesta en marcha de este gran proyecto, el encadenamiento de una serie de circunstancias adversas muy bien pudiera hacerla desaparecer, especialmente si aquellos que tienen la responsabilidad de defenderla dejan de ejercer sus responsabilidades. Muchos europeístas comprometidos son conscientes de que el peligro de que Europa se deshaga es real, y están sumamente preocupados por el rumbo de los acontecimientos. Sin embargo, al mismo tiempo, temen que alimentar el pesimismo con advertencias de este tipo pudiera acelerar el proceso de ruptura. Pero cuando día tras día vemos cómo las líneas rojas de la decencia y de los valores que Europa encarna son cruzadas por políticos chovinistas que alientan sin escrúpulos los miedos de los ciudadanos, es imposible seguir mirando hacia otro lado. Viendo la claridad de ideas y la determinación con la que los antieuropeos persiguen sus objetivos, cuesta pensar que el mero optimismo será suficiente por sí solo para salvar a Europa de los fantasmas de la cerrazón, el egoísmo, la solidaridad y la xenofobia que la acechan estos días. Sin una determinación y claridad de ideas equivalente de este lado, Europa fracasará.

jueves, mayo 26, 2011

El Comité Aragonés de Agricultura Ecológica: nueva víctima de los transgénicos. Felipe Carrasco. Greenpeace

El Comité Aragonés de Agricultura Ecológica: nueva víctima de los transgénicos Blogpost por Juan Felipe Carrasco - abril 12, 2011 en 14:30 Agregar un comentario

¿Cómo explicar que mientras en España la superficie de agricultura ecológica ha crecido un 118% entre 2004 y 2009, en Aragón se haya reducido un 12.53%? ¿Que mientras en el conjunto del país han crecido los operadores ecológicos un 57%, en Aragón hayan descendido un 7,2%? Quizás por el hecho de que la Administración autonómica de Aragón apenas haya apoyado la producción ecológica, no haya puesto en marcha políticas para ayudar al sector a organizarse, haya negado a productores y elaboradores importantes ayudas al control y la certificación...

Quizás tenga algo que ver la actitud de la Consejería de Agricultura y Alimentación cuyo consejero, el Sr Gonzalo Arguilé, apuesta por los transgénicos, niega los casos de contaminación genética y la existencia de afectados en su región y lleva años presionando por todos los medios al Comité Aragonés de Agricultura Ecológica. Gracias a ello Aragón se ha convertido en la “Zona 0” de los transgénicos en la Unión Europea; en esta comunidad se cultivan aproximadamente 50% de los Organismos Modificados Genéticamente (OMG) de toda España o el 40% de Europa.

En 2010, en España se sembraron alrededor de 70.000 hectáreas de maíz transgénico comercial, y la mitad de los ensayos experimentales al aire libre con estos peligrosos cultivos en la UE. Todo esto en una situación de absoluta falta de transparencia y control. Frente a esta posición, países como Francia, Alemania, Austria, Grecia, Luxemburgo, Irlanda, Polonia, Hungría o Italia han puesto freno a los transgénicos en su territorio. España sigue siendo por lo tanto el único país de la Unión Europea que cultiva transgénicos a gran escala.

En diciembre de 2010 las revelaciones de Wikileaks demostraron que la política de transgénicos del anterior equipo del Ministerio de Medio Ambiente, Rural y Marino (MARM) estaba dictada por los intereses de EEUU y sus multinacionales. Quizás no sea casual que el señor Arguilé se confiese amigo personal del secretario de Estado de Medio Rural y Agua, el señor Puxeu, a quien estos famosos cables colocaron contra las cuerdas al quedar demostrada su actuación en favor de las multinacionales de los transgénicos y en lo que supuso una clara traición a los ciudadanos de España y de Europa.

Recientemente la Ministra Rosa Aguilar, ha anunciado que “desde el Gobierno no queremos ir a más en cuanto a la producción de transgénicos”. Un importante mensaje teniendo en cuenta la realidad de estos cultivos en España, que sin embargo no ha calado entre los miembros de su Ministerio, que continúan la tónica iniciada por los Gobiernos del PP y continuada por Elena Espinosa de abierta colaboración con la industria de los transgénicos y falta de participación pública real.

Y, como casi todas las cosas, no hay acto sin consecuencias; sin víctimas. Ante la situación de tremenda dificultad a la que la Consejería Aragonesa ha sometido al sector ecológico y como medida de protesta contra el acoso y derribo sufrido por el CAAE, el pasado día 8 presentaba su dimisión en Zaragoza el presidente, Antonio Ruiz Ortego, junto a la mayoría de su Junta Directiva.

Esta dimisión supone además de la pérdida para el sector de una persona que se ha entregado en cuerpo y alma a promocionar un modelo de producción sostenible y justo (desde su trabajo político y de gestión, pero también desde su experiencia personal como una de las referencias en España y en Europa en materia de agricultura ecológica y sostenible), la pérdida del presidente que ha supuesto que este Comité haya sido uno de los pocos organismos públicos que se han atrevido a denunciar los efectos socioeconómicos y ambientales de los OMG en España.

Quizás tampoco sea casual que la visión del señor Arguilé sobre la agricultura ecológica (como ha manifestado en numerosas entrevistas) sea de una simple “oportunidad de negocio para unos agricultores determinados a los que le gusta este sistema de producción” en lugar de reconocer que es el único futuro posible frente al actual modelo de agricultura industrial, que devasta los recursos naturales, produce dependencia e injusticia, genera destrucción social y provoca globalmente más de la tercera parte de la emisiones de gases de efecto invernadero.

Por todo ello y tras protagonizar en abril de 2009 en Zaragoza y abril de 2010 en Madrid las dos mayores protestas contra los transgénicos que se recuerdan en Europa hoy agricultores, ecologistas, consumidores y un nutrido grupo de organizaciones de la sociedad civil han presentado la Tercera Semana de Lucha contra los Transgénicos. Frente a la defensa de los intereses de las multinacionales que siguen representando el MARM o el Gobierno de Aragón, la sociedad española muestra un año más su rechazo mayoritario a los transgénicos a través de múltiples actividades en todo el territorio nacional, algunas de las cuales comenzaron la pasada semana. El conjunto de actividades, entre las cuales habrá protestas, acciones informativas y reivindicativas en la calle, en supermercados, en campos, conferencias y charlas, proyecciones de películas, debates y reuniones con agentes sociales, se puede consultar aquí

Desde Greenpeace demandamos a los Gobiernos de España y de Aragón que apuesten por la agricultura y la ganadería ecológica, potencien y defiendan al sector, retiren el absurdo y trasnochado apoyo a los transgénicos y pasen factura política a los responsables de tantos daños producidos por el modelo industrial de agricultura.

Juan Felipe Carrasco, campaña de Transgénicos de Greenpeace

lunes, mayo 23, 2011

Más flexibles, más felices JENNY MOIX EL PAIS SEMANAL

Más flexibles, más felices

Más flexibles, más felices JENNY MOIX EL PAIS SEMANAL - 22-05-2011

No seamos rígidos, ni con los demás ni con nosotros mismos. Dejemos fluir las cosas. No lo veamos todo blanco o negro, sino con matices. Es el camino para sentirnos más a gusto.Cada día tres veces. No podía dejar de hacerlo. Tenía que nadar en el mar, fuera verano o invierno. Cecilia me explicaba su esclavitud a este ritual con la cara rígida. Tan rígida como su creencia de que si no lo hacía no estaba pura. En su pueblo costero era conocida por este severo protocolo marino, e incluso la tele local la había entrevistado por ello. El nombre es inventado, pero el caso es real. Se puede etiquetar de trastorno obsesivo-compulsivo.La gran mayoría de personas que sufren trastornos psicológicos comparten una característica: la rigidez de sus ideas. Y los que no tenemos la etiqueta de alguna psicopatología colgando no solemos ser tan exageradamente rígidos, pero sí mucho más de lo que nos pensamos.Unos años atrás me invitaron a pronunciar una conferencia sobre felicidad.
Quería estructurar la conferencia alrededor de un concepto clave, de lo que era esencial para ser feliz. ¿Salud?, ¿dinero?, ¿amor?, ¿optimismo?... un aluvión de letras escritas sobre estos conceptos que no me acababan de convencer, hasta que llegué a una idea que era la que buscaba: "la flexibilidad". Imposible ser feliz si no eres flexible. Y esa idea fue el germen que me llevó a escribir mi libro Felicidad flexible (Aguilar).

Nuestros esquemas mentales "Tienes toda la razón... desde tu punto de vista" (Paul Watzlawick)
Todo nuestro cuerpo experimenta siempre la intensa sensación de que tenemos razón, y así suele ser... desde nuestro punto de vista. Y por eso intentamos imponer a los demás nuestras ideas, a veces con una furia desbordante. Muchos libros llevan por título frases del tipo "cómo convencer a los demás", pero no existe ninguno que se titule "cómo ser convencido". Lo encontraríamos ridículo... ¿Para qué nos vamos a dejar convencer si son los otros los que están equivocados? En realidad, lo absurdo es defender a capa y espada nuestras convicciones. Tenemos que ser muy conscientes de cinco características que poseen nuestras certezas y veremos lo patético que a veces suele ser nuestro férreo convencimiento.

Nuestros esquemas mentales son:

1. Relativos. Lo que pensamos depende, por ejemplo, de nuestro lugar de nacimiento. Las religiones son un claro ejemplo. Así, al defender nuestra fe, a veces incluso con bombas, en el fondo es como si estuviéramos defendiendo que nuestro lugar de nacimiento es el correcto. ¡Cuánta sangre se ha derramado dentro de este saco ilógico!

2. Rígidos. Pensamos en blanco y negro. En los cuentos infantiles encontramos los malos y los buenos. Y crecemos y en el fondo seguimos pensado así. Una señora de unos 80 años me comentaba respecto a la guerra entre palestinos e israelíes: "Yo ya me he perdido, ¿quiénes son los buenos?". Claro que tenemos la capacidad de matizar, pero a nuestro cerebro le encantan las cosas claras y ordenadas. Los matices nos impiden encasillar, y con todo desordenado nuestras neuronas no se encuentran tan cómodas. La duda es lo que menos soportan, porque es el principal obstáculo para poner orden. Así que siempre elegimos las certezas. ¿Salir de dudas? Lo sabio es ¡salir de certezas!

3. Limitados. La especie humana suele ser bastante prepotente porque no somos capaces de ver la limitación de nuestro propio cerebro. Nuestras neuronas no pueden entender algo que no hayan visto antes. ¿Acaso alguien puede lograr imaginarse que antes del Big Bang no existía ni el espacio ni el tiempo? ¿Alguien puede entender, como afirma la física cuántica, que las partículas pequeñas no están ni aquí ni allí, sino que solo se concretan en un espacio cuando las miramos? Como muy irónica y acertadamente declaraba el premio Nobel Niels Bohr, "si alguien no se queda confundido con la física cuántica es porque no la entiende".

4. Invisibles. Un cuadrado blanco no se puede ver encima de un fondo blanco. Muchos de nuestros valores y creencias, como son compartidos con el resto de individuos de la sociedad, tampoco son visibles. Solemos tener como un huequecito dentro; siempre notamos que nos falta algo, y eso que nos falta creemos que está en el futuro y por eso corremos tanto para llegar a él. Esta creencia es compartida por la mayoría. Imaginemos una sociedad donde se viviera más que el presente y no estuviéramos tan encarados al futuro, donde la gente anduviera tranquilamente por las calles. Si entre esta calma apareciera uno de nosotros con el motorcillo que llevamos dentro, esa persona destacaría. Probablemente al ser su comportamiento diferente al resto se plantearía si está actuando bien. No revisamos nuestras creencias por la sencilla razón de que a veces son invisibles.

5. Blindadas. El caso de los Reyes Magos es una creencia hermosamente blindada. Cuando los adultos metemos la pata mil veces ante los niños, cuando se nos escapa, por ejemplo, que hemos ido a comprar los regalos, ¡no suele pasar nada! Les encaja tan poco lo que decimos con sus creencias que ni lo procesan. Cuando una persona confía en su pareja y esta le es infiel, suele ser la última en enterarse; como todas las posibles pistas no encajan en sus creencias, caen en saco roto. Cuando esas creencias se rompen, es cuando decimos que se nos ha caído la venda de los ojos.Los tozudos siempre suelen ser los demás. Los vemos siempre más rígidos e inflexibles que nosotros. Claro que no es así. Para comprobar nuestras propias rigideces basta con pensar de cuántas formas podríamos acabar esta frase: "A mí no me podrían convencer de...". Por ejemplo: de que Dios existe, de que mi partido político no es el mejor, de que mi objetivo no es el que me conviene... Juguemos con esta frase un rato y nos sorprenderemos de con cuántas inquebrantables certezas vivimos.

Comprensivo con uno mismo "La batalla más difícil la tengo todos los días conmigo mismo" (Napoleón)
Supongamos que existiera un ser "organizador de vidas" y nos propusiera el siguiente trato: "Te puedo dar un solo tipo de flexibilidad: o bien puedo otorgarte la oportunidad de que las circunstancias que te rodean sean más cómodas, pero tú seguirás siendo igual de exigente contigo mismo, o bien te regalaré flexibilidad en tus autoexigencias, te sabrás tratar mejor a ti mismo, aunque tu situación exterior seguirá igual". ¿Qué elegiríamos? Pensémoslo bien.Si aprendiéramos a ver las situaciones de diferentes formas, si supiéramos reforzarnos a nosotros mismos, perdonarnos, rebajar nuestras autoexigencias, no culpabilizarnos, las situaciones externas de rebote nos parecerían muy diferentes, no nos afectarían tanto. Incluso de agobiantes pasarían a ser cómodas. En cambio, si nos modificaran lo externo, pero continuáramos igual de rígidos, ¿notaríamos mucho avance en nuestras vidas?Nuestro jefe son esas creencias: rígidas, relativas, invisibles, limitadas y blindadas. No son muy buenas características para un jefe.

Es urgente que consigamos un director más flexible.tolerantes con los demás "Si de veras llegásemos a poder comprender, ya no podríamos juzgar" (André Malraux)
Qué complicado resulta entendernos los unos con los otros. Y es que somos como armaduras de certezas chocando entre nosotros. Cada uno tenemos nuestra verdad, que nunca acaba de encajar con la de los demás. ¿Por qué creemos siempre que nuestro pensamiento es más certero que el del otro? ¡Es ridículo! Y el primer paso para que funcione este complejo engranaje en el que estamos metidos es el respeto.Las palabras de Rafael Navarrete, un sabio filósofo, no lo podrían expresar con mayor claridad: "Cada uno ve el mundo y la vida desde un repliegue de la gran verdad que nadie puede pronunciar. A partir de ese descubrimiento, el hombre sabio emprende su camino. Sabe muy bien que solo podrá sentirse feliz si es fiel a la luz que él ha descubierto... A veces encuentra a otros hombres sabios que recorren otros caminos; al cruzarse se saludan y se respetan porque todos saben que son muchos los senderos".Ser flexible con los demás no significa ser sumisos ni doblegarnos. Significa, de entrada, respetarnos. Y a partir de aquí, a veces, llegar a entendernos.

Flexibilidad con la vida "Esto no es un ensayo general, señores. Esto es la vida"(Oscar Wilde)
El ideal, lo que se espera de nosotros, suele ser: que encontremos un trabajo estable (que nos guste mucho o no, no es tan importante), que nos entreguemos a él totalmente (si somos hombres, esa exigencia es más fuerte; si somos mujeres, no queda tan mal que el trabajo esté en un segundo lugar porque primero hemos de cuidar a nuestra prole), que encontremos una pareja y nos casemos, que tengamos hijos (y que nos volquemos en cuerpo y alma con ellos, sobre todo si somos mujeres, olvidándonos de nuestras propias necesidades e ilusiones), y además de todo esto está claro que hemos de estar delgados, hemos de hacer ejercicio a diario, hemos de tomar fruta y verdura tres veces al día, nos hemos de limpiar los dientes después de comer un cacahuete, y hemos de practicar meditación cada mañana después de despertarnos.¡Qué agobio!A esto se le llama presión social. ¿Pero realmente es la sociedad la que nos oprime? ¡No! Lo que nos lleva a sentirnos obligados a actuar de una determinada manera son nuestras propias creencias y valores. Sí es cierto que estas creencias y valores los tenemos porque la sociedad nos ha ido programando así. ¡Pero podemos desprogramarnos! Cuando una persona reconoce que lo hace no por una exigencia externa, sino por una propia autoexigencia, ya ha dado un paso de gigante. Ya ha abierto los ojos.Lo más liberador que existe en esta vida es romper con los propios esquemas. De repente, el mundo se vuelve más ancho. Es la experiencia más lúcida posible.

El roble y la caña Había un roble en la orilla de un río. A los pies del roble crecía una caña. Todos los días, el roble reprendía a la caña por doblarse a un lado y a otro según soplara el viento. "Mírame a mí, cañita", decía el roble. "Observa cómo no me doblego ante nadie, porque soy un roble y soy fuerte". La caña no decía nada; no valía la pena. Una noche hubo una tormenta terrible y el viento sopló ferozmente, con mucha más fuerza que de costumbre. Al amanecer, el roble estaba partido en dos, pero la cañita seguía en pie, meciéndose bajo la luz del sol.

Discrepar sin crear conflictos FERRAN RAMON-CORTÉS EL PAIS SEMANAL - 15-05-2011

PSICOLOGÍA Discrepar sin crear conflictos FERRAN RAMON-CORTÉS EL PAIS SEMANAL - 15-05-2011

"Ni con éstos ni con aquéllos, con todos consiento y disiento, en todos se ha de ver parte de verdad y parte de error" (Dialogorum de Trinitate, 1532) "Es un abuso condenar a muerte a aquellos que se equivocan en sus interpretaciones de la Biblia. Semejante castigo sólo debe recaer sobre los asesinos." (Carta a Ecolampadio, Calvini, op. VIII, 862) Miguel Servet

Participé recientemente en una reunión estratégica de una importante organización. Fue una sesión larga, donde el consejero delegado expuso las líneas maestras de gestión de los próximos dos años, y presentó diversos proyectos. Éramos 14 personas en la sala. Estábamos convocados con el objetivo de dar nuestro parecer a las propuestas que se nos presentaban. Yo era la primera vez que participaba en la reunión, así que opté por la discreción. Pero es que nadie dijo nada: ni un comentario, ni una discrepancia, ni la más mínima objeción. Podría ser porque todos estuvieran de acuerdo, pero no es lo que sus caras me transmitían. En el almuerzo posterior a la reunión, comenté este hecho con uno de los veteranos asistentes, y su respuesta fue elocuente: "Aquí, para tener paz, nos regimos por el artículo 22: el jefe siempre tiene razón...".

El valor de la discrepancia "Si en una reunión estáis los diez de acuerdo en todo, probablemente sobran nueve" (James Hunter)

En muchas organizaciones, en muchos grupos humanos y también en muchas relaciones, la discrepancia no solo no es bienvenida, sino que es temida. Se vive como un factor de potencial desestabilizador del grupo o de la relación, y se evita siempre que se puede. Sin embargo, la discrepancia en un grupo de trabajo o en una relación no solo no es peligrosa o dañina sino que es de gran ayuda y debería ser siempre deseable. Solo a través de la discrepancia las personas somos capaces de cuestionarnos las cosas, explorar nuevos caminos y buscar nuevas soluciones a viejos problemas. La discrepancia ayuda a los grupos a que crezcan intelectualmente y desarrollen su inteligencia colectiva, una inteligencia que poco tiene que ver con el coeficiente intelectual individual de los miembros del grupo, y mucho tiene que ver con los intercambios comunicativos entre sus miembros.
Ni en el contexto de un grupo, ni en el de ninguna relación deberíamos aspirar al acuerdo permanente, porque ello significaría renunciar automáticamente al crecimiento que nos aportan las diferentes maneras de afrontar una decisión o un problema.
Y si la discrepancia es positiva, ¿por qué tantas veces la tememos o la evitamos? Probablemente ello se debe a que demasiadas veces, lo que empezó como una legítima discrepancia acaba en una violenta discusión sin saber muy bien por qué. Lo que en realidad tememos no es la discrepancia, es el conflicto.

Discrepancias que derivan en discusiones "En toda discusión no es una tesis lo que se defiende, sino a uno mismo" (Paul Valéry)
Caemos en la discusión no porque estemos en desacuerdo sobre algo, sino porque reaccionamos emocionalmente a lo que el otro ha dicho. La explicación al hecho de convertir una conversación en discusión la encontramos en el cómo decimos las cosas, más que en el qué decimos.
Podemos estar en desacuerdo sobre un tema, y podemos discrepar abiertamente sobre él sin que entremos en conflicto, pero para que esto suceda, hay una delgada línea roja que no debemos cruzar, y que es el juicio personal. En el momento en que la otra persona se sienta juzgada, y por extensión atacada, el conflicto está servido.
Muchas veces traspasamos esta línea roja de forma inconsciente. Pero la cruzamos. Imaginemos que alguien nos presenta una propuesta y no nos gusta. Es muy distinto decir algo como "la idea no me ha levantado de la silla", a soltar que "se nota que no te lo has currado". En el primer caso hablo de mí y de la impresión que me ha causado la propuesta, mientras que en el segundo caso juzgo al otro, sin ni siquiera saber si mi juicio es cierto, con un riesgo de que se sienta atacado. Lo mismo ocurrirá en el terreno personal de las relaciones. Si alguien me levanta la voz será distinto decirle "la forma en que me hablas me duele" que optar por un juicio como "eres un histérico".
Así pues la clave está en el impacto emocional de nuestras palabras, no en su contenido. No es el desacuerdo lo que nos hace discutir. Es el sentirnos ofendidos, atacados, menospreciados, o cualquier otro sentimiento que se desprenda de la manera en que nos hablan.

Buscando la 'Pax Romana' "La única forma de salir ganando de una discusión es evitándola" (Dale Carnegie)
Esta afirmación es sin duda cierta, pero no por ello siempre deseable. Porque aunque debemos evitar siempre que podamos el conflicto, no debemos renunciar, por evitarlo, a hablar y confrontar las cosas cuando tenemos discrepancias.
Hay organizaciones, y sobre todo hay relaciones, que huyen sistemáticamente de toda discrepancia, instalándose en una ficticia pax romana que crea una ilusión de permanente bienestar. Pero las organizaciones (y las relaciones) que optan por este camino, se estancan y acaban muriendo de inanición. En primer lugar, porque renunciando a contrastar opiniones e ideas se renuncia también al crecimiento. Y en segundo lugar, porque esta pax romana no es natural, y la organización (o relación) se acaba asentando en una asfixiante hipocresía que es claramente desmotivante.
El debate de ideas es el motor de crecimiento personal y organizativo. Y renunciar a él para evitar los conflictos es firmar la sentencia de muerte de la empresa o la relación. Como afirmó Joseph Joubert, "es mejor debatir una cuestión sin resolverla, que resolver una cuestión sin debatirla".
Adicionalmente hay que tener en cuenta que la ficticia pax romana, cuando se rompe, lo hace de forma agresiva y descontrolada, pues salen a la luz sentimientos escondidos y reprimidos durante tiempo. Hay un efecto péndulo, y pasamos en un instante de la paz a la guerra, sin un punto intermedio.

Volver a retomar el camino "No porque hayas hecho enmudecer a una persona la has convencido" (Joseph Morley)
El conflicto en una discusión proviene siempre de una reacción emocional. Así pues, si hemos caído en él, y queremos solucionarlo, debemos resolver las emociones.
En lugar de enzarzarnos en interminables defensas de nuestros argumentos, busquemos qué nos ha separado en el terreno emocional, e intentemos superarlo. Lo podremos hacer si somos capaces de expresar estas emociones. No es un diálogo fácil. Requiere que se lleve a término en serenidad, no en pleno fragor de la batalla. Requiere muchas veces también una preparación previa: avisar al otro que queremos tener este tipo de conversación, para que venga emocionalmente preparado y no ponga por delante todos sus mecanismos de defensa.
Y hemos de saber que no siempre lo podemos lograr. Dos no se entienden si uno no quiere. Pero es bueno tener la iniciativa, y probarlo, porque la mayoría de nosotros sí queremos entendernos con los demás.

El texto de Educación para la Ciudadanía más usado en Bachillerato cuestiona la teoría de la evolución

Darwin y el Gobierno no son de fiar JOAQUINA PRADES - Madrid EL PAÍS - Sociedad - 22-05-2011
El texto de Educación para la Ciudadanía más usado en Bachillerato cuestiona la teoría de la evolución - Reivindica los derechos del embrión frente al aborto

El manual de texto más usado en clase de Educación para la Ciuda
danía en el Bachillerato cuestiona las teorías de Darwin sobre la evolución, reivindica la creación del estatuto del embrión -que niega el aborto desde el mismo instante de la concepción- y rechaza la filosofía que interpreta el mundo sin la fe cristiana. También llama a la rebelión cívica si España avanzara hacia un Estado laico y no considera posible ser "patriota" sin "amar, además del territorio, la religión". Esta polémica asignatura, obligatoria desde 2007 en Primaria, Secundaria y Bachillerato, fue atacada en su día por la jerarquía católica y el Partido Popular por entender que su objetivo real era imponer el "catecismo socialista" a los escolares. El líder del PP, Mariano Rajoy, se ha comprometido a eliminarla si llega a La Moncloa.
El capítulo dedicado a la Evolución y desarrollo científico, en el libro de texto de la editorial Casals, el más usado en los colegios -según los editores-, cuestiona la teoría de la evolución de Darwin más allá de lo expresado por Juan Pablo II, cuya doctrina reproducen como referente. El Papa polaco admitió siglo y medio después de que Darwin publicara El origen de las especies que "nuevos conocimientos llevan a pensar que la teoría de la evolución es más que una hipótesis. (...) La convergencia, de ningún modo buscada o provocada, de los resultados de trabajos realizados independientemente unos de otros, constituye de suyo un argumento significativo en favor de esta teoría".
El alumno, sin embargo, pueda acabar algo confundido en este apartado, ya que las seis páginas precedentes a las palabras de Juan Pablo II insisten en que "ninguna teoría llega a explicar todo el proceso de la formación de las especies" y que "a la vez que avanzan los descubrimientos surgen más interrogantes. Puede afirmarse, fuera de toda duda, que en este campo tendrán que aparecer nuevos descubrimientos y nuevas teorías". Y también: "Muy pocos principios de la evolución de Darwin han superado el avance de la investigación; de hecho, solo perviven intactos los que quedan fuera del ámbito científico, es decir, aquellos que no son demostrables experimentalmente".
En el tema IX, Los fundamentos de la acción moral, el texto de Casals no siembra dudas sobre teorías incuestionadas por la comunidad científica como el evolucionismo, pero sí las siembra en la ley española sobre la interrupción del embarazo, convertido en un derecho de la mujer en la reforma de 2010. El aborto se presenta en el manual como paradigma de "reducción de la ética a un relativismo irracional". Preguntan: "La primera y decisiva cuestión científico-ética que hay que abordar es la del estatuto del embrión. ¿Es la vida embrionaria solo un bien que hay que proteger o un derecho inviolable del ser humano ya concebido?".
Y responden: "La primera posición no es suficientemente nítida para garantizar el derecho a la vida, ya que solo se lo considera un bien que hay que medir o sopesar con otros bienes. En la mentalidad científica actual pesa todavía la concepción que identifica a la persona con el puro yo consciente y que niega, en consecuencia, los derechos a quien no tiene conciencia de sí mismo y que, por lo tanto, pueda reivindicarlos".
El manual cierra la prolija exposición de la doctrina católica contra el aborto con la consideración de que "la vida del individuo desarrollado no es otra que la de ese mismo ser cuando se encuentra en estado embrionario o en la llamada fase preembrionaria".
Filosofía y Ciudadanía es el título que la asignatura recibe en el último tramo de la enseñanza preuniversitaria. El decreto de contenidos mínimos fijados por el Gobierno en 2007 divide la asignatura en tres bloques: historia de la filosofía; el ser humano como persona individual y social, y relación entre filosofía y política. Aunque el Ministerio de Educación detalla el desarrollo de estos tres enunciados, la frontal oposición de la Conferencia Episcopal -que perdía con esta asignatura el monopolio en la transmisión de valores morales, según denunció la Fundación Cives- y del Partido Popular, cuyos líderes temieron un totalitarismo ideológico socialista a través de la asignatura, la han transformado en ocasiones en lo contrario de lo que se pretendía. La fundación FAES, presidida por José María Aznar, la definió como "Catecismo del buen socialista" y su aprobación originó dos manifestaciones multitudinarias en Madrid.

En este contexto, la única vía encontrada por el Gobierno para garantizar paz en los centros escolares fue permitir textos elaborados a gusto de cada corriente de pensamiento, aunque ello significara desvirtuar la asignatura.
La patronal de los centros religiosos concertados -los regentados por los católicos y pagados con fondos de los Presupuestos Generales del Estado- exigió para no sumarse a la beligerante campaña contra el Gobierno que "la vida de los santos", como dijeron los responsables de la FERE (Federación Religiosa de Religiosos de la Enseñanza), inspirara la asignatura. Así, santo Tomás de Aquino, san Agustín y la doctrina de los papas se convierten en hilos conductores de la "interpretación libre del mundo actual" y la "formación de ciudadanos autónomos y críticos" que pretendía el Ministerio de Educación, según se argumenta en el preámbulo del decreto de regulación de contenidos.
Desde entonces, en las aulas españolas se estudian textos que van contra algunas leyes, como la del aborto -que en los manuales de Casals para la etapa de Primaria se equipara al Holocausto- y contra la ley que permite el matrimonio gay. El Gobierno no los ha cuestionado. Los más conservadores han dado un paso adelante y en el manual destinado a los adolescentes de Bachillerato se afirma con rotundidad que Dios existe, tal y como lo ha probado santo Tomás de Aquino: por el movimiento, causalidad eficiente, contingencia, gradación de las perfecciones y la finalidad. Dos pensadores, Marx y Nietzsche, niegan su existencia "pero se quedan con lo divino", porque, "como demuestran los ilustrados, el hombre no puede ser dueño de su destino si Dios no existe".

Laicos "antidemocráticos y totalitarios"
Un agnóstico no puede ser libre porque la libertad, según el manual Filosofía y educación, de la editorial Casals, es consustancial con la "trascendencia", que "en filosofía se llama causa última, ser supremo o Dios". Y si el Estado camina en una dirección laica, pregunta si habría que asumirlo. La respuesta es "no, porque el fin último del hombre es de orden trascendente".

"El cristianismo ejerce su benéfica influencia sobre la sociedad". Y el Estado tiene que asumirlo. En el análisis entre las relaciones Iglesia-Estado que el manual ofrece en sus páginas finales tildan a los laicistas de "antidemocráticos" y "totalitarios".
Y advierte: "Según una interpretación totalitaria que ha tenido eco en algunos sectores de partidos de talante democrático, no existirían relaciones entre la Iglesia y el Estado, sino una separación total entre ambos". Tamaña pretensión generaría, en opinión de los autores del libro, "que la religión quedase relegada a una marginal dimensión privada". Y entonces no valdrían medias tintas: "Frente a esta interpretación antidemocrática contraria a los derechos humanos, los ciudadanos pueden y deben poner en práctica todos los medios legítimos de autodefensa que el Estado democrático de derecho les proporciona para impedir que lesionen sus derechos y libertades".

Un manual de Ciudadanía indigna a los gays. Colectivos homosexuales consideran que el manual de Casals falta el respeto a los valores democráticos.

Trabajadores en vilo Empleo precario, paro y mileuristas en España

Trabajadores en vilo LUZ SÁNCHEZ-MELLADO
EL PAIS SEMANAL - 01-05-2011
Domingo 1 de mayo, Día de la Madre. Comida familiar en casa de los abuelos. Quince personas de tres generaciones apiñadas en la típica mesa de 1,80 con las alas de par en par. Paella para parar un tren. Padres setentones, hijos entre los 30 y los 50, nietos entre la niñez y la veintena. El abuelo se prejubiló hace años, a los 62, después de cuatro décadas de operario en una compañía del INI. La abuela sigue con su eterna jornada de ama de casa, aumentada con el cuidado de algún nieto porque los cuatro hijos y sus parejas trabajan. Bueno, trabajaban. Tres están en paro. Uno es aparejador. Ot
ro, contable. Otra, abogada. Dos cobran prestación; el tercero la ha agotado. Pero los tres cuentan con el salario de sus cónyuges: dos con trabajos sólidos, otro con un ERE planeando sobre su empresa. A la única pareja que conserva sus puestos les han bajado el sueldo un 5% por decreto: son funcionarios. Todos los nietos estudian, menos el mayor. Un chico de 25 años que dejó los libros en la ESO y hoy, sin trabajo ni paro, piensa volver a clase. En la televisión, el telediario abre con la manifestación del Primero de Mayo. Cándido Méndez e Ignacio Fernández Toxo detrás de la consabida pancarta por el empleo digno. Hoy es también la Fiesta del Trabajo, pero ¿hay algo que celebrar?

Este es probablemente el peor 1 de mayo desde que, en 1976, se informatizara la Encuesta de Población Activa. Esta comilona podría ser una EPA en miniatura. Una familia golpeada por la crisis. No de las mejor paradas. Tampoco de las peores. Con 4,3 millones de desempleados registrados en marzo -se esperaba que ronden los cinco en la EPA de abril-, un 42% de paro juvenil y 1,3 millones de hogares con todos sus miembros en paro, parece que no hay mucho que fest
ejar. El ministro de Trabajo, Valeriano Gómez, que ha encanecido a ojos vista desde su nombramiento, anuncia "lustros" de contención salarial. Y la de Economía, Elena Salgado, reconoce que el paro solo descenderá al desesperante ritmo
de un 1% anual hasta llegar al 16% en 2014. No es para sacar pecho. A pesar de los parabienes que reciben en Bruselas por sus recortes y reformas, puede que en casa Gómez y Salgado sientan moverse la tierra bajo sus pies. Algo así les sucede a muchos de los 18 millones y medio de trabajadores que ejercen legalmente en España. Viven en vilo.
Se debaten entre la tranquilidad de tener un empleo, cualquier empleo, y el miedo a perderlo. Entre la zozobra de ver despedir a sus familiares, amigos, incluso a su compañero de al lado, y el alivio de no ser uno de ellos. Entre la responsabilidad a la hora de asumir sacrificios para conservar el puesto y la sospecha de estar cediendo un terreno conquistado durante generaciones solo para engordar el beneficio del patrón. Claro que hay quien está ilusionado, motivado, con ganas de comerse el mundo. Pero existe una sensación latente de inquietud. De miedo, en el peor de los casos. De virgencita, virgencita, que me quede como estoy, en el mejor.
"Gensanta, vienen a por mi puesto de trabajo". Este es, "tacos aparte", según el humorista gráfico Antonio Fraguas Forges, el "pensamiento más neuronado silenciosamente por los currantes". Forges, medalla al Mérito en el Trabajo 2007, lleva 40 años retratando en sus viñetas la flora y fauna del ecosistema laboral. "El teatro del trabajo siempre ha sido el reflejo de los seres humanos luchando por hacer suyo el poder". Así dibuja a los trepas. A los explotados. A los pelotas. A los jefes y a los esbirros. Hace años que incorporó un nuevo espécimen: el becario. En uno de sus últimos chistes, un jefazo fumaba un puro con decenas de ellos como picadura. Fraguas, de 69 añ
os, comenzó a trabajar a los 14 de aprendiz en TVE y sabe lo que es empezar desde abajo. "En estas décadas ha habido grandes cambios, pero no para mejor", opina. "Ahora se está intentando imponer por los amos de la pasta el 'esto es lo que hay', la 'dispersión' y el 'sálvese quien pueda'. Los neoliberales y el chamullo-capitalismo han logrado diezmar la unión de los trabajadores para poderlos esclavizar con el miedo a la nada del paro. Y los sindicatos, con fórmulas reivindicativas del siglo XIX. ¿Para cuándo las huelgas en las gasolineras regalando combustible en vez de jorobar al prójimo currante no dejándole repostar? A los del 'esto es lo que hay' habría que contestarles: 'Atreveos, que estamos unidos, pero con modos del siglo XXI".
Almudena Fontecha estará hoy tras la pancarta del Primero de Mayo. Fontecha, de 48 años, auxiliar de enfermería y responsable de igualdad de UGT, cree que sí hay algo que celebrar: "El trabajo". "Parece que está de moda menospreciarlo. Este día es un recordatorio de que la sociedad, los derechos, el Estado de bienestar se construyen en torno al trabajo. Se puede ser albañil o informático, pero todos somos trabajadores". Claro que hay incertidumbre, y miedo, admite, "pero también cabreo e indignación por las causas de todo esto". Todo esto es la crisis, la precariedad, el paro masivo. Fontecha tiene el problema en casa. Su marido se jubiló en enero, después de años sin trabajo. "El paro es devastador. Se rompe el esquema familiar. Es duro para el que se queda y para el que se va a trabajar". Su hijo mayor, "un adolescente de 32 años", según su propia expresión, tampoco tiene empleo. "Vive fuera, pero hace la compra en mi nevera". El tráfico de tuppers, el colchón familiar, está evitando, sostiene, la conflictividad que parece inevitable con estas cifras de paro: "Cuántas pensiones de abuelos mantienen a hijos y nietos. Con eso se pone el puchero para todos".
Fontecha ha asistido a otras crisis. "Pero esta sensación tan global es nueva. Nos afecta a todos". También a los sindicalistas. "Con trabajadores tan diversos en sectores tan distintos ya no vale una respuesta única. Estamos intentando vertebrar otras". Admite las críticas, pero le indigna "la guerra" que, según ella, se ha emprendido contra los sindicatos. "Dicen que no representamos a nadie. Tenemos un millón de afiliados, y nos sometemos a su voto. Las armas sindicales no están obsoletas. Lo que falta es unidad. Hay una pérdida de conciencia de clase trabajadora. Las élites que deciden nos han contagiado a las bases. ¿Cómo? Individualizando las relaciones laborales, prejubilando a la generación transmisora de valores, dividiéndonos, enfrentándonos, creando clases entre nosotros. En nosotros está rebelarnos".

Aislados, inconexos, distantes, solos. Así se sienten muchos trabajadores hoy, según Juan José Castillo, autor de La soledad del trabajador globalizado (Los Libros de la Catarata) y catedrático de Sociología en la Universidad Complutense. Castillo recibe en su facultad, en cuyo atrio una pancarta convoca a una manifestación del colectivo Juventud sin Futuro a la que acudieron 2.000 personas. "Piensa en una teleoperadora confinada en un box", sugiere. "Está sola, pero eso no tiene que ver solo con trabajar en condiciones de aislamiento. También con las externalizaciones, las deslocalizaciones, la fragmentación de la producción. La soledad es también no poder defenderse". Castillo investiga cómo el trabajo y las condiciones en las que se organiza influyen en el estilo de vida."Hay empresas con cinco convenios diferentes para gente que trabaja codo con codo. Patrones que dicen a la plantilla que o trabaja más y cobra menos, o se llevan la fábrica fuera. Firmas que forman a sus mandos para motivar al personal y luego no le facilitan u
n lugar donde comer. Por no hablar de los mal pagados, los precarios, los eternos temporales, o los becarios haciendo funciones de séniors". Admirador de Forges -"he dado muchas clases a partir de sus chistes"-, Castillo ve a diario a sus personajes en carne mortal. Entonces, la risa se convierte en rabia: "El discurso de 'esto es la modernidad, la globalización y el futuro' es una moto", denuncia. "Esto no es determinismo social, no ha venido porque sí. No solo tiene que ver con la tecnología, sino con la especulación y la búsqueda del máximo beneficio. Hay otra forma de hacer las cosas, y no menos productiva. Algunos nos rebelamos, pero no se nos oye. No me explico cómo esto no estalla".
Luis Garrido discrepa de su colega. Catedrático de Sociología de la UNED y uno de los padres de la EPA, Garrido es considerado una autoridad en el análisis del mercado de trabajo. Según él, "nos gusta pensar que la culpa de todo es del mercado, que es insaciable; de los empresarios, que explotan; del Gobierno, que no lo vio venir y no lo arregla. El sistema culpa a las personas, y ellas al sistema, pero todos somos responsables". Esta mala conciencia estaría detrás de la relativa tranquilidad social a pesar de unas cifras de paro que él matiza. "El 40% de paro juvenil es engañoso. En realidad, es un 20%, el resto está estudiando. A los jóvenes formados se les ha estancado la integración laboral, pero los peor parados son los no formados. Esos tienen un 50% de paro. Y un futuro crudo".Son esos jóvenes que dejaron de estudiar en los años de vacas gordas para trabajar en la construcción o la hostelería. "Querían su coche y sus cien euros en la cartera. Hicieron una apuesta y han perdido. Sienten que la sociedad les dice: 'Esto te pasa por dejar de estudiar'. Pero es que los que han estudiado mucho tienen que rebajar su currículo. El 45% de los universitarios trabaja en empleos no universitarios. Y oyen a la sociedad: 'Esto te pasa por no estudiar algo práctico'. En el fondo, es verdad. Hay que estudiar lo que se precisa, con el Infoempleo delante, sí. Elegir carrera por los cinco años de facultad es muy bonito, pero luego hay que vivir de ello 50".
Garrido cree que vivimos en la "dictadura del trabajador mediano". Se explica: "Si hay algo que favorece al 51% de la gente, cuesta cambiarlo, y los jóvenes siempre están en el otro 49%. Los trabajadores fijos son el 66%, y ganan siempre. Las reformas laborales, que han sido un desastre, y los sind
icatos se han sometido a ellos. Para acabar con esto habría que poner todo patas arriba". Mientras, los jóvenes viven gracias al "pacto generacional". "Han cedido el espacio público y los trabajos fijos a los mayores a cambio de libertad en casa. Viven en la república independiente de su cuarto, con unos eurillos encima, tirando". No es una generación perdida, asegura. "Una generación no se pierde, pero un terremoto así, en un momento delicado, puede hacer daño. Ya lo cantaba Celentano: Chi non lavora, non fa l'amore"."Una persona mentalmente sana es aquella capaz de amar y trabajar". Antonio Espino cita a Freud para ilustrar la importancia del trabajo en la salud. Espino es psiquiatra y jefe del servicio público de salud mental de Majadahonda, una localidad del cinturón de Madrid donde residen desde altos ejecutivos hasta operarios a destajo. Su equipo ve "más casos de estrés laboral que de alcoholismo y trastornos alimentarios juntos". El estrés no es una patología, sino una alerta, explica. "Puede ser una oportunidad para crecer o un riesgo desestructurante que te haga quedarte en el camino. La diferencia está en la vulnerabilidad de la persona. En su capacidad de respuesta al conflicto en base a su bagaje genético, su aprendizaje, sus apoyos, sus armas para enfrentar la vida". El estrés que puede causar a la larga un deterioro de la salud mental es, según él, el derivado de un trabajo excesivo (burn-out), de la violencia en el mismo (mobbing) o del hecho de no tener trabajo a pesar de uno mismo. "El resto, todo eso del síndrome posvacacional y los jefes tóxicos, es cosa de los chicos de la psicología laboral. ¿A que si te preguntan si tu jefe es pésimo o te molesta volver a trabajar dices que sí?", ironiza. "Estamos creando toda una patología del disconfort al confundir un malestar con un trastorno. Se están sobreutilizando los servicios de salud mental y estamos sobremedicando a estas personas con antidepresivos que no siempre son eficaces y, sin embargo, pueden crear dependencia".El 35% de los trabajadores presenta síntomas de estrés grave, el 13% se considera víctima de acoso laboral -un 40% más que antes de la crisis- y el 11% admite estar en "dimisión interior", según Iñaki Piñuel, psicólogo, profesor de recursos humanos en la Universidad de Alcalá de Henares y responsable del Barómetro Cisneros, un estudio que mide los riesgos psicosociales en el trabajo. Piñuel considera que la crisis está machacando tanto a los parados como a los ocupados. "No es que ahora haya más mobbing porque haya más jefes malos, sino porque hay más trabajadores que tragan. Quien tiene trabajo se aferra a él. La crisis está obligando a muchos a aceptar condiciones inaceptables por miedo al abismo del paro. Jornadas eternas, dirección nefasta, trabajar más, cobrar menos. Su rebelión consiste en desconectarse emocionalmente del trabajo, eso es la dimisión interior", explica.

Son empleados de cuerpo presente. Están, pero no están. No protestan. No actúan. No se mojan. Tratan de cubrir el expediente. Y de salvar su pellejo. Esperando que no le toque a ellos. Zancadilleando y traicionando al compañero si es preciso. "No son buenos tiempos para reivindicaciones. Las huelgas fracasan, además de porque los sindicatos se han convertido en parte del statu quo, porque funciona una especie de pacto de mutua indiferencia. Nadie apoya a nadie. Y como eso, la insolidaridad, nos repugna moralmente, nos hemos inventado una coartada: yo no me solidarizo contigo, pero tampoco espero que tú lo hagas conmigo. Puede parecer un panorama apocalíptico, pero esto es lo que hay. Y alguien tiene que decirlo si queremos que cambie", sentencia.
Manuel Pimentel sabe lo que es cambiar de rumbo a medio camino. Abogado e ingeniero, fue ministro de Trabajo con el PP. Antes de dimitir -a los 40 años, por discrepancias con Aznar- y reconvertirse en editor al frente de la editorial Almuzara, lidió desde el Gobierno con una tasa de más del 20% de paro. Acaba de ejercer, con éxito, como mediador entre AENA y los controladores aéreos en la negociación de las condiciones de trabajo y remuneración de uno de los colectivos mejor pagados del país. Incluso algunos de ellos se sienten explotados y mal remunerados, constata. En su opinión, hay una especie de "estado del malestar" entre los trabajadores que, aun teniendo su base en "la emergencia nacional" del paro, "tiene algo de psicológico, y el peligro de cronificarse".
"Hay cierto consuelo en la autocompasión. Parece que estamos deseando oír malas noticias, nos encanta el fatalismo. Pero la realidad va por delante, y se están sentando las bases para salir de esto. Cambiando de mentalidad, eso sí". Según Pimentel, todo el mundo quiere ser asalariado, y eso ya no es posible. "Los jóvenes tienen futuro, pero tendrán que buscárselas. El Estado tiene que dar la mejor educación, pero no va a garantizar el empleo. Necesitamos una generación que emprenda. Hemos pasado de una lírica complaciente del trabajo a una épica darwiniana. La épica requiere sacrificio, tensión permanente, y la tensión no gusta a nadie. Pero si te paras, te mueres".
En casa de los abuelos, la sobremesa se alarga. Se habla de todo menos del paro. Sucede en las mejores familias. Cuando un problema se enquista, se obvia. No hace falta meter el dedo en la llaga. Las campanadas de las siete en el reloj de cuco disuelven la reunión. Cada mochuelo a su olivo. Todos han comido demasiado. Aun así, ha sobrado paella para dar y tomar. La abuela se afana en la cocina. Cada hija o nuera sale con un tupper de arroz bajo el brazo. Hasta el próximo domingo. A ver si para entonces hay alguna noticia. Una buena noticia.
(Conchita Méndez. 30 años. Maestra: 1.646€/mes)

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