Se multiplican los estudios y teorías sobre el poder de seducción de las formas simétricas. ¿Es la armónica perfección lo que más nos atrae? No está claro. Lo desigual tiene cada vez más adeptos, dicen que es más evolucionado. Nuestro cerebro, nuestro cuerpo, nuestros besos son asimétricos
¿La perfección serena de Claudia Schiffer o la imponente presencia cubista de Rossy de Palma? ¿El matemático reflejo de una montaña en un lago o las emociones deformadas del Guernica? La belleza, ¿es simétrica o asimétrica? ¿Y el cosmos y sus habitantes? Los físicos aseguran que lo más íntimo de la materia y del universo está gobernado por la simetría. Sin embargo, los investigadores más cercanos a la biología afirman que la asimetría es lo que realmente nos hace humanos, el cerebro es asimétrico y hasta los besos son asimétricos. Las desigualdades anatómicas son, además, discretos portavoces de la biología del individuo, de su personalidad, y determinan el poder de atracción para el sexo opuesto.
La simetría se ha asociado siempre al orden, la perfección, lo inmutable. La asimetría, al caos, el movimiento, lo imprevisible. Los físicos Leon M. Lederman y Christopher T. Hill escriben en su libro La simetría y la belleza (Tusquets Editores), a la venta en octubre: “La simetría dicta las leyes básicas de la física […] y define las fuerzas fundamentales de la naturaleza”. Pero, “a pesar del irrefrenable deseo por parte de los científicos de encontrar simetrías, el mundo parece ser asimétrico a todos los niveles”, opina Chris McManus, un investigador del University College of London que lleva años estudiando la asimetría en la vida, el cuerpo y el arte. Filósofos e historiadores del arte aprecian el atractivo de la simetría, pero opinan que tiene algo rígido y estático, comparado con el carácter dinámico e imprevisible de la asimetría. Kant afirmaba que la simetría es demasiado aburrida y alejada de la vida real.
Tal disparidad de opiniones tiene su origen en los campos de estudio de unos y otros. Para comprender lo que pasa en el mundo subatómico, para explicar lo que ocurre en el interior de los grandes aceleradores de partículas donde se recrea el inicio de los tiempos, los físicos han desarrollado formulaciones matemáticas basadas en la simetría, en la perfección, en lo inamovible. De hecho, Leon y Lederman hablan en su libro de la teoría de las supercuerdas, que se considera teoría de todo porque se espera que explique el universo y su contenido al completo, y la definen como “quizá el sistema lógico más simétrico de todos los concebidos por la mente humana”. Para estar a la altura ya se ha inventado el concepto de supersimetría.
Lo cierto es que el universo surgió de un caos de la materia. Incluso la simetría milimétrica del reflejo de una montaña sobre un lago y la supuesta perfección de Claudia Schiffer proceden de un desordenado grupo de partículas flotando en una no menos caótica niebla primigenia. Nuestro azul planeta, que gracias a las teorías erróneas de Tolomeo tuvo durante siglos la forma de la simetría por excelencia, la esfera, y giró en otra perfección geométrica, el círculo, resulta que está achatado por los polos y se mueve en una órbita elíptica. ¡No tan simétrico como parecía!
Pero el auténtico reino de la asimetría parece ser la biología. Stuart Kauffman, un estudioso del origen de la vida de la Universidad de Calgary (Canadá), asegura que la vida evoluciona “en el filo del caos”, o sea, en la asimetría. El Nobel de Medicina Jacques Monod decía que en el mundo biológico la simetría existe, pero que con frecuencia aparece por accidente. El humano parece la criatura que más ha encarnado su condición de hijo del desorden original y el que más inclinación siente por la asimetría. Empezando por el cerebro, cada una de sus mitades funciona con un plan diferente, realiza tareas distintas; y siguiendo por todo el interior del cuerpo, que es claramente asimétrico –un hígado, dos pulmones diferentes…
Los animales, sin embargo, parece que sienten una atracción especial por los miembros de su especie con mayor simetría bilateral, es decir, izquierda-derecha. La razón de semejante inclinación es que un alto parecido entre los dos lados del cuerpo es la señal inequívoca de que hay genes de alta calidad y, en consecuencia, la indicación de que el individuo es un excelente compañero o compañera para procrear. En numerosas ocasiones se ha dicho que entre los humanos también se perciben como más bellas las personas simétricas, pero los resultados de diferentes experimentos son contradictorios y no acaban de confirmar que el gusto de los sapiens coincida con el resto del reino animal.
De cualquier modo, belleza y atractivo no necesariamente van unidos. Karl Grammer, director del Instituto Ludwig-Boltzmann de etología urbana de Viena, asegura que el gusto de las mujeres varía según el momento de su ciclo menstrual. Durante la ovulación, las féminas se inclinan por hombres con rasgos masculinos más marcados y con olores mucho más intensos. La razón, no hay que pensar mucho: la reproducción. Tales características se consideran pruebas visibles de una mayor fertilidad y una calidad genética superior que transmitir a los vástagos.
Curiosamente, otros investigadores han llegado a la conclusión de que esos varones con la etiqueta de soy un excelente procreador son los que tienen caras más asimétricas. Otro dato curioso al respecto: algunas investigaciones sugieren que los hombres con mayor cantidad de espermatozoides y más hijos tienen el dedo índice de la mano significativamente menor que el anular. Este rasgo está directamente relacionado con el nivel de hormonas masculinas que el feto recibe durante el embarazo. A mayor cantidad de andrógenos, más diferencia entre el tamaño de los dedos y rasgos más masculinos. O sea, que en la atracción carnal por lo simétrico no nos parecemos a nuestros primos. Sin embargo, Grammer afirma que las mujeres con rostros más atrayentes son las más simétricas y también las que desprenden un olor corporal más sexy.
Obviamente, nuestra forma de valorar el atractivo o la belleza de nuestros semejantes es un proceso infinitamente más complejo en el que entran en juego numerosos factores. “Cuando miramos las caras como lo hacemos todos los días, cada mitad envía señales diferentes a los dos hemisferios cerebrales, que también son asimétricos en sus funciones. Esto podría explicar por qué una simetría facial perfecta no es crucial”, asegura Dahlia Zaidel, de la Universidad de California. Los aspectos emocionales tienen sin duda un importante papel en el teatro de la atracción.
Como consecuencia de la especialización emocional de los hemisferios cerebrales, el izquierdo más bien racional y el derecho creativo, se han extraído teorías sobre la simbología psíquica de cada lado de la cara y la interpretación de su morfología. La mitad izquierda del rostro manifestaría el inconsciente del individuo, su mundo oculto, mientras que la derecha sería el reflejo del consciente, la cara pública. El conocido psiquiatra Juan Antonio Vallejo-Nágera, en su libro Mishima o el placer de morir, invita al lector a descubrir la naturaleza atormentada que se escondía en el interior del poeta japonés observando la diferencia de expresión entre la mitad derecha y la izquierda. No dejen de estudiar una fotografía propia, es muy interesante. Este simbolismo de la derecha y la izquierda se definía ya en las grandes tradiciones. Según la cábala, parte del libro sagrado de los judíos, la derecha representa el alma, y la izquierda, el egoísmo. En la simbología oriental, la derecha corresponde a la madre, y la izquierda, al padre.
Siguiendo con la dualidad derecha-izquierda, otro aspecto en el que se manifiesta claramente la asimetría de los humanos es en el uso de las manos. Mientras que los chimpancés utilizan indistintamente las dos manos, el 90% de los monos desnudos es diestro. La razón de esta asimetría en el uso de las manos todavía no se ha desvelado, aunque se cree que es la consecuencia, una vez más, de la especialización lateral que ha experimentado nuestro cerebro a lo largo de la evolución para ganar en potencia. El lenguaje y las tareas más racionales, más activas, se desarrollan en el hemisferio izquierdo, que controla el lado derecho. ¿Y los zurdos? Según la hipótesis de McManus, estos individuos tienen una ventaja cerebral, puesto que sus hemisferios son más flexibles, es decir, que tareas que en un diestro se ejecutan exclusivamente en el lado izquierdo, un zurdo puede también gestionarlas en el derecho. El investigador asegura que esto les proporciona talentos especiales. Pero en lo que se refiere a los besos, parece que los zurdos tienen la misma tendencia que los diestros. Al menos a esa conclusión llegaba Onur Güntürkün, investigador de la Universidad de Rühr en Alemania: dos de cada tres de los cientos de parejas que espió Güntürkün inclinaban la cabeza hacia la derecha en el momento del ósculo apasionado. En opinión del científico, el origen de esta inclinación se encuentra en el comportamiento en el útero. En las últimas semanas de gestación y los primeros meses de vida, el recién nacido se inclina a la derecha, y esta tendencia, asegura, permanece en el adulto.
En la química que nos da la vida también hay diestros y zurdos. El ADN es diestro, la hélice que lo define gira hacia la derecha. Sin embargo, los aminoácidos que necesitamos para sobrevivir son zurdos. Un buen número de moléculas de las que nos componen pueden existir en dos formas, una es la imagen especular de la otra. Se conocen como levógira y dextrógira porque una desvía la luz a la izquierda, y la otra, a la derecha. Ése es el caso de los aminoácidos y también de los azúcares presentes en los seres vivos. Los primeros son levógiros, mientras que los segundos son dextrógiros. Si comiéramos alimentos con aminoácidos dextrógiros y azúcares levógiros, muy probablemente moriríamos por falta de nutrientes porque nuestro organismo no los asimila.
Retomando simetría y belleza, pero en el mundo del arte, que de algún modo materializa los ideales y aspiraciones humanos, algunos estudiosos aseguran que la simetría es una forma más primitiva y simple de expresión. Sostienen que cuando el arte evoluciona, se hace más sofisticado, tiende a la asimetría. Muchas obras clásicas aparentemente simétricas incluyen un elemento que rompe la perfección.
También se han detectado tendencias particulares a la hora de mostrar el lado derecho o izquierdo del rostro. Varios estudios han demostrado que en los retratos es mucho más frecuente que el protagonista ofrezca la mejilla izquierda. ¿La razón? Aunque hay varias teorías, no hay respuestas claras. Sin embargo, existe una corriente que asegura que la belleza o la perfección no es una cuestión de simetría, sino de proporción. Y no una proporción cualquiera, la proporción divina. “Llamada así por sus propiedades excelsas, supremas, excelentísimas, incomprensibles, inestimables, innumerables, admirables, inefables, singulares…, que corresponde por semejanza a Dios mismo”, escribía Luca Pacioli, un matemático del siglo XV. El Partenón; el Hombre de Vitruvio, de Leonardo da Vinci; la espiral de las galaxias, los girasoles y también el ADN y los agujeros negros encierran en sus formas la proporción divina, también conocida como áurea y definida por el número Phi (pronunciado fi).
Phi se ha hecho famoso gracias a la novela El código Da Vinci, de Dan Brown, pero ya lo conocían los babilonios, los egipcios y los griegos. La relación 1,618033988, valor de Phi, también se da en el cuerpo humano –entre la altura total y la distancia de los pies al ombligo, por ejemplo– y es considerada por algunos como la que define la belleza. Tanto es así que Stephen Marquardt, un cirujano maxilofacial estadounidense, ha creado matemáticamente una máscara que asegura que es el arquetipo de un rostro bello. La idea: cuanto más encaje una cara en la máscara, más bella será. Su creador propone que se use para dirigir la forma de maquillarse e incluso para programar una intervención de estética. Tal como apunta José R. Galo, profesor de matemáticas de la Universidad de Córdoba, se podría decir que Phi refleja una aspiración hacia la divinidad, hacia la semejanza con los dioses, porque Rafael de la Hoz, un arquitecto español recientemente desaparecido, encontró la proporción humana “que se da en las construcciones cordobesas y que más tarde también descubrió en el cuerpo humano”, explica Galo.
Tal vez la búsqueda de la belleza sea una aspiración a lo divino, y quizá la belleza se encuentre en la unión de los opuestos, asumir que la realidad completa y el propio ser humano están hechos del maridaje de contrarios, el yin y el yang. Lo decía el filósofo Theodor Adorno: la asimetría es más bella cuando se encuentra en contraste con la simetría.
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