Violencia escolar en Chile: La rebelión de los pingüinos Jueves 25 de octubre de 2007 FERNANDA GARCÍA
La imagen captada por celular de un alumno de un colegio en Quillota que arremete contra otro, fierro en mano, reabre el debate respecto a la creciente indisciplina y matonaje que hoy se vive al interior de los establecimientos educacionales. Profesores, autoridades y expertos pasan revista a esta situación que adquiere preocupantes ribetes porque claramente revela cómo en nuestra sociedad se ha instalado la cultura de la violencia para resolver cualquier conflicto.
Quedamos atragantados con el caso de Pamela, alumna de trece años de un colegio de Iquique que hace poco menos de un año se quitó la vida agobiada por las constantes burlas y agresiones de sus compañeras. Se creyó que la conmoción que causó en la comunidad escolar la drástica decisión de Pamela Pizarro podría ayudar a tomarle el peso al asunto y, de alguna manera, evitar que siguieran sucediendo hechos de esta naturaleza.
No obstante, la reciente secuencia de la golpiza que un estudiante le propina a un compañero a la salida del colegio en Quillota, fierrazo incluido, no deja de horrorizar por el nivel de violencia y ensañamiento del autor de la agresión. La imagen, que se repitió insistentemente y fue transmitida por los canales de televisión como si estuvieran en cadena nacional, es una más de las que, prácticamente, se han puesto de moda a través de algunos portales de Internet, el antro.cl o YouTube, por nombrar algunos, lo que constatan la existencia de esta peligrosa tendencia que se expande y hace rato viene instalándose en las aulas de clase y a la que la sociedad en conjunto busca una explicación.
Hasta ahora nadie la tiene, por lo menos con la suficiente claridad como para poder saber por dónde abordarla y ponerle atajo de una vez por todas.
TENDENCIA MUNDIAL
Peor el pronóstico si al estudiar el fenómeno nos damos cuenta de que la violencia en los colegios, entre alumnos, de los alumnos hacia los profesores y viceversa, amen del contingente de apoderados que también ha resuelto resolver los conflictos de sus vástagos mediante agresiones físicas y verbales contra los docentes, es un problema mundial. Eso sin detenernos en episodios extremos como el ocurrido recientemente en una escuela de Cleveland, Ohio, en el que un joven de 14 años que había sido suspendido días antes por pelear con algunos de sus compañeros, abrió fuego, mató a dos de sus profesores e hirió a varios alumnos. Después se quitó la vida.
En Inglaterra la escalada no es menor. Debido al incremento de estos actos, solamente por indisciplina, en escuelas de Londres y Gales se decidió incorporar nuevas penas en el régimen previsto para faltas severas. Este tipo de sanciones, que ya rige en Escocia, incluye arrestos domiciliarios para los alumnos que debe cumplirse bajo el control de los padres.
Pero si allá llueve, en nuestro vecindario no escampa. En Rosario, Argentina, todavía no se recuperan de lo ocurrido el pasado 27 de julio. Ocho alumnos del primer año de una escuela técnica, sin mediar explicación, destrozaron un salón de clases y luego, como si se tratara de una hazaña ejemplar, subieron las imágenes de la destrucción a YouTube. En el video se aprecia a los adolescentes de 15 y 16 años lanzando bancos, arrancando caños y golpeando las instalaciones violentamente.
Los autores fueron amonestados con 15 días de suspensión cada uno, aunque no expulsados. De la misma manera deberán realizar trabajos comunitarios, junto a sus progenitores, para reparar los daños. Lo ocurrido fue motivo de artículos editoriales en los principales diarios trasandinos.
CIFRAS ELOCUENTES
En Chile diversas investigaciones relacionadas con violencia escolar muestran una realidad paradójica. Un estudio de la Organización de Naciones Unidas para la educación (UNESCO, 2005) señala que en si bien el 81% del alumnado se siente feliz en el colegio, el 23,7% de los alumnos declara que hay violencia en el establecimiento. Sólo el 9% de los alumnos dice haber sido víctima de agresión física, sin embargo el 14% expresa haber sufrido aislamiento social o ignorancia de sus pares; el 23% afirma haber sido víctima de robo o daño a sus pertenencias; y un 28% asevera ser víctima frecuente de insultos y maledicencias. Todas formas de violencia que han sido menos consideradas, pero que conllevan consecuencias de no menores.
A su vez, se ha estudiado que no sólo los alumnos se sienten víctimas de formas alternativas de violencia, también los profesores. Un 67% siente que le faltan al respeto; y un 14% dice sufrir agresión física por parte de alumnos. Además, un 32% de los profesores señala que en las escuelas se ridiculiza a alumnos (40% de los alumnos dice haberse sentido ridiculizado) y el 13% señala que se le intimida con amenazas (16% de los alumnos dice haber sido víctima).
Otro estudio realizado por el Programa Interdisciplinario de Investigación en Educación, PIIE (Magendzo, 1999), muestra que los jóvenes chilenos perciben gran discriminación al interior de las escuelas, principalmente producto de la negación de la legitimidad de las diferencias y de la descalificación de la individualidad.
Sin embargo, la única aproximación en cifras que se ha hecho en profundidad es el Primer Estudio Nacional de Violencia Escolar (2005) realizado por el Ministerio de Educación y que señala que el 44,7% de los alumnos y el 31,5% de los profesores declaran haber sido agredidos en su colegio.
EN AUMENTO
No obstante, Jessica Miranda Gálvez, de la Unidad de Apoyo a la Transversalidad e integrante del equipo de trabajo de Convivencia Escolar del Ministerio de Educación llama a mirar con cautela estas cifras. "44, 7% ha sido agredido según la encuesta, pero eso no es necesariamente 'bullying". Aclara que el dato que contiene el estudio referido a este fenómeno y que habla de una amenaza permanente, se empina al 7%. "No es poco ni para desestimarlo, pero no es esta vorágine en que la gente cree que la escuela se ha convertido prácticamente en un centro de delincuentes".
De la misma manera niega rotundamente que la violencia escolar, así como el "bullying", sean fenómenos en aumento. "Nadie científicamente en Chile puede decirlo porque sólo hay un estudio que se hizo el 2005. No hay un segundo ni un tercero para poder hablar de tendencias".
No es de la misma opinión Jorge Pavez, presidente saliente del Colegio de Profesores, quien recalca que no sólo es la situación de agresividad que se expresa en un trato violento entre los alumnos sino también hacia los docentes. "Son hechos que obedecen al modelo de desarrollo que sigue el país, notablemente individualista, que ha hecho que se potencie como un valor el quién está primero por sobre el otro y que haya una mirada permanentemente de competencia. Eso no deja de ser complejo cuando el sistema escolar está sujeto también a pruebas que asumen grados de competencia objetiva a través de la prueba SIMCE o la PSU".
Acota que el modelo también repercute en los alumnos que ven en general que no tienen muchas posibilidades de futuro estando en el sistema escolar y eso hace que sientan la permanencia en un establecimiento como algo que no les da sino una situación de encierro y frustración. "Esto hace que reaccionen con bastante violencia, la que expresan contra sus compañeros y muchas veces también contra cualquier imagen de autoridad. Los más cercanos son los profesores".
ESTILO SOCIAL
El análisis del médico psiquiatra infantil y de la adolescencia Julio Volenski es que "nuestro estilo de sociedad facilita el enfrentamiento violento de los conflictos. Lo vemos en lo laboral, en la violencia de género, en la televisión, en las calles, en los conductores y al interior de nuestras familias". Enfatiza que esta tendencia se ve pavimentada por el estrés, la sobrecarga de trabajo, el exitismo, la competitividad exagerada asociada a bienes de consumo y servicios superfluos o prescindibles.
"Ese contexto nos lleva a una solución que modélicamente se traspasa a los hijos. Llegan al colegio después de haber presenciado una concatenación de garabatos que el papá le dijo al de la micro, o reclamó por el estacionamiento en la puerta del colegio, bocinazos a destajo y en esas condiciones llega el niño que a lo mejor ya había presenciado una discusión de los papás la noche anterior. Por el lado del profesor hay una sobrecarga de trabajo, en un ambiente por parte de los establecimientos educacionales que compiten por lograr tener los mejores alumnos y estar más arriba en el ranking de evaluación. Eso hace que tanto los alumnos como los profesores tengan respuestas que exceden lo que podríamos llamar una sana convivencia".
ROL DE LOS PADRES
La mirada de Valentina Haas, profesora básica que trabaja en didáctica de las ciencias sociales y coordinadora de práctica y orientación en la Escuela de Pedagogía de la UCV, se centra en los padres. "La escuela es co-formadora, no es un lugar donde uno vaya a dejar al niño y que ellos se encarguen y tú lo vayas a buscar. Tiene que ser una instancia en la que los padres estén dispuestos a ser parte y eso significa consultar qué hay que hacer para apoyar a los niños".
Para la docente hay un aspecto que no es menor y que tiene alta incidencia en los niveles de violencia. "El alumno a veces va acumulando una carga negativa respecto al trato que los profesores le han dado. Muchos se dejan llevar por las palabras y las palabras destruyen. Los profesores estigmatizan a los alumnos, en lugar de decir todo lo que tiene como fortaleza como posibilidades. Y eso es un desafío, no una debilidad, remarcar la posibilidad que el niño tiene de mejorar, pero no es así, entonces al alumno se le dice 'usted es un pastelito, no sirve para nada'. Y eso a la larga lo va asimilando y después en la adolescencia claramente explota".
Las miradas respecto a la génesis de la violencia en los colegios son diversas y dispersas. De la misma manera, la forma de plantear soluciones es amplia, aunque todas apuntan a los mismo: la prevención.
Según Jessica Miranda, cuando se habla de violencia estamos hablando de la calidad de la convivencia escolar. Y en relación a hechos específicos aclara que el Ministerio de Educación ha adoptado diversas estrategias u orientaciones para actuar en situaciones de violencia, aunque fundamentalmente la tarea se dirige a generar buenas prácticas de convivencia.
Para Pavez, esta realidad abre la necesidad de enfrentar la convivencia escolar sobre la base de espacios que permitan resolver estos problemas con una mirada pedagógica. "Más allá de las distintas soluciones que se puedan dar pasa por, efectivamente, otorgar un grado de autoridad que en este momento el profesor ha perdido".
DEDO EN LA LLAGA
Con esta afirmación el presidente saliente del Colegio de Profesores pone el dedo en la llaga, porque a su juicio los intentos del Ministerio de resolver los problemas por la vía de la convivencia escolar no han dado resultado. "Sigue habiendo una mirada autoritaria en el sistema escolar. Hay una cierta negativa de parte de los sostenedores a que padres, apoderados y alumnos puedan participar colectivamente en los consejos escolares que en este proyecto de ley general aparece como obligatorio. La idea es que esté presente en cada establecimiento, pero en la práctica nuestros docentes no son mirados como componentes de un mismo esfuerzo educativo. Muchas veces, para los padres no están cumpliendo su labor y son los responsables de lo que ocurre, pero por otro lado no se dan cuenta de que esa disciplina mínima que existía antes en el hogar ya no existe".
Argumenta además que hay situaciones nuevas para las cuales los docentes no están siendo preparados en los centros de educación superior. "Tampoco hay orientadores en los establecimientos, ni sicólogos ni una mirada interprofesional; por lo tanto, es el docente el que está sujeto a esta situación sumamente estresante en que además se trabaja con un número muy alto de alumnos en cada curso", acota.
A juicio de Volenski, la autoridad legítima del profesor no se ha perdido. "El maestro que irradia su conocimiento, su sabiduría, que tiene una forma de acercamiento al estudiante con una combinación de sapiencia con afectividad y con una metodología pedagógica que llega a los estudiantes, no se ha perdido".
Reconoce sí que se requieren cambios importantes en la educación, que apunten a la dignificación del trabajo docente, e invertir en tareas puntuales tales como menos alumnos por aula, mayores condiciones didácticas, mayor cantidad de horas de permanencia no asociadas a estar haciendo clases para atender mejor situaciones individuales de los alumnos y de los profesores. Su recomendación para recuperar la disciplina es trabajar sobre la convivencia escolar de manera preventiva. "Al estudiante que comete falta lo echamos, lo sancionamos, lo suspendemos. Todas las cosas tienen su razón y trabajar en forma preventiva, anticipándose a los conflictos me parece una buena vía".
Haas, en tanto, propone ternura y firmeza. "Rayar la cancha con cariño. Pedir respeto, pero también darlo. Los alumnos son interlocutores válidos y hay que decirles lo que uno espera de ellos y saber qué esperan ellos de uno, hacerlos partícipes de cómo vamos a trabajar, darles los lineamientos y ser consecuente. Mucho diálogo, constantemente evaluar lo que se está haciendo y conciliar los puntos, pero dentro de un marco que debe ser fijado desde el principio o si no el alumno se desorienta y eso lo lleva a portarse mal y ver hasta dónde estira el elástico".
Frente a las sanciones que deben existir ante los hechos de violencia, Jessica Miranda subraya que cualesquiera que sean deben permitir un proceso pedagógico. "Un niño no puede ser expulsado por el hecho de cometer una falta. Los sostenedores, por los menos los municipales, tiene que asegurar el derecho de educación de ese niño, sea cual sea su condición; tiene que ocurrir durante un debido proceso, no es una cuestión automática, escuchar a todas las partes involucradas y evaluar la gravedad de la falta. Expulsar al niño del colegio, muchas veces no resuelve ningún problema".
La imagen captada por celular de un alumno de un colegio en Quillota que arremete contra otro, fierro en mano, reabre el debate respecto a la creciente indisciplina y matonaje que hoy se vive al interior de los establecimientos educacionales. Profesores, autoridades y expertos pasan revista a esta situación que adquiere preocupantes ribetes porque claramente revela cómo en nuestra sociedad se ha instalado la cultura de la violencia para resolver cualquier conflicto.
Quedamos atragantados con el caso de Pamela, alumna de trece años de un colegio de Iquique que hace poco menos de un año se quitó la vida agobiada por las constantes burlas y agresiones de sus compañeras. Se creyó que la conmoción que causó en la comunidad escolar la drástica decisión de Pamela Pizarro podría ayudar a tomarle el peso al asunto y, de alguna manera, evitar que siguieran sucediendo hechos de esta naturaleza.
No obstante, la reciente secuencia de la golpiza que un estudiante le propina a un compañero a la salida del colegio en Quillota, fierrazo incluido, no deja de horrorizar por el nivel de violencia y ensañamiento del autor de la agresión. La imagen, que se repitió insistentemente y fue transmitida por los canales de televisión como si estuvieran en cadena nacional, es una más de las que, prácticamente, se han puesto de moda a través de algunos portales de Internet, el antro.cl o YouTube, por nombrar algunos, lo que constatan la existencia de esta peligrosa tendencia que se expande y hace rato viene instalándose en las aulas de clase y a la que la sociedad en conjunto busca una explicación.
Hasta ahora nadie la tiene, por lo menos con la suficiente claridad como para poder saber por dónde abordarla y ponerle atajo de una vez por todas.
TENDENCIA MUNDIAL
Peor el pronóstico si al estudiar el fenómeno nos damos cuenta de que la violencia en los colegios, entre alumnos, de los alumnos hacia los profesores y viceversa, amen del contingente de apoderados que también ha resuelto resolver los conflictos de sus vástagos mediante agresiones físicas y verbales contra los docentes, es un problema mundial. Eso sin detenernos en episodios extremos como el ocurrido recientemente en una escuela de Cleveland, Ohio, en el que un joven de 14 años que había sido suspendido días antes por pelear con algunos de sus compañeros, abrió fuego, mató a dos de sus profesores e hirió a varios alumnos. Después se quitó la vida.
En Inglaterra la escalada no es menor. Debido al incremento de estos actos, solamente por indisciplina, en escuelas de Londres y Gales se decidió incorporar nuevas penas en el régimen previsto para faltas severas. Este tipo de sanciones, que ya rige en Escocia, incluye arrestos domiciliarios para los alumnos que debe cumplirse bajo el control de los padres.
Pero si allá llueve, en nuestro vecindario no escampa. En Rosario, Argentina, todavía no se recuperan de lo ocurrido el pasado 27 de julio. Ocho alumnos del primer año de una escuela técnica, sin mediar explicación, destrozaron un salón de clases y luego, como si se tratara de una hazaña ejemplar, subieron las imágenes de la destrucción a YouTube. En el video se aprecia a los adolescentes de 15 y 16 años lanzando bancos, arrancando caños y golpeando las instalaciones violentamente.
Los autores fueron amonestados con 15 días de suspensión cada uno, aunque no expulsados. De la misma manera deberán realizar trabajos comunitarios, junto a sus progenitores, para reparar los daños. Lo ocurrido fue motivo de artículos editoriales en los principales diarios trasandinos.
CIFRAS ELOCUENTES
En Chile diversas investigaciones relacionadas con violencia escolar muestran una realidad paradójica. Un estudio de la Organización de Naciones Unidas para la educación (UNESCO, 2005) señala que en si bien el 81% del alumnado se siente feliz en el colegio, el 23,7% de los alumnos declara que hay violencia en el establecimiento. Sólo el 9% de los alumnos dice haber sido víctima de agresión física, sin embargo el 14% expresa haber sufrido aislamiento social o ignorancia de sus pares; el 23% afirma haber sido víctima de robo o daño a sus pertenencias; y un 28% asevera ser víctima frecuente de insultos y maledicencias. Todas formas de violencia que han sido menos consideradas, pero que conllevan consecuencias de no menores.
A su vez, se ha estudiado que no sólo los alumnos se sienten víctimas de formas alternativas de violencia, también los profesores. Un 67% siente que le faltan al respeto; y un 14% dice sufrir agresión física por parte de alumnos. Además, un 32% de los profesores señala que en las escuelas se ridiculiza a alumnos (40% de los alumnos dice haberse sentido ridiculizado) y el 13% señala que se le intimida con amenazas (16% de los alumnos dice haber sido víctima).
Otro estudio realizado por el Programa Interdisciplinario de Investigación en Educación, PIIE (Magendzo, 1999), muestra que los jóvenes chilenos perciben gran discriminación al interior de las escuelas, principalmente producto de la negación de la legitimidad de las diferencias y de la descalificación de la individualidad.
Sin embargo, la única aproximación en cifras que se ha hecho en profundidad es el Primer Estudio Nacional de Violencia Escolar (2005) realizado por el Ministerio de Educación y que señala que el 44,7% de los alumnos y el 31,5% de los profesores declaran haber sido agredidos en su colegio.
EN AUMENTO
No obstante, Jessica Miranda Gálvez, de la Unidad de Apoyo a la Transversalidad e integrante del equipo de trabajo de Convivencia Escolar del Ministerio de Educación llama a mirar con cautela estas cifras. "44, 7% ha sido agredido según la encuesta, pero eso no es necesariamente 'bullying". Aclara que el dato que contiene el estudio referido a este fenómeno y que habla de una amenaza permanente, se empina al 7%. "No es poco ni para desestimarlo, pero no es esta vorágine en que la gente cree que la escuela se ha convertido prácticamente en un centro de delincuentes".
De la misma manera niega rotundamente que la violencia escolar, así como el "bullying", sean fenómenos en aumento. "Nadie científicamente en Chile puede decirlo porque sólo hay un estudio que se hizo el 2005. No hay un segundo ni un tercero para poder hablar de tendencias".
No es de la misma opinión Jorge Pavez, presidente saliente del Colegio de Profesores, quien recalca que no sólo es la situación de agresividad que se expresa en un trato violento entre los alumnos sino también hacia los docentes. "Son hechos que obedecen al modelo de desarrollo que sigue el país, notablemente individualista, que ha hecho que se potencie como un valor el quién está primero por sobre el otro y que haya una mirada permanentemente de competencia. Eso no deja de ser complejo cuando el sistema escolar está sujeto también a pruebas que asumen grados de competencia objetiva a través de la prueba SIMCE o la PSU".
Acota que el modelo también repercute en los alumnos que ven en general que no tienen muchas posibilidades de futuro estando en el sistema escolar y eso hace que sientan la permanencia en un establecimiento como algo que no les da sino una situación de encierro y frustración. "Esto hace que reaccionen con bastante violencia, la que expresan contra sus compañeros y muchas veces también contra cualquier imagen de autoridad. Los más cercanos son los profesores".
ESTILO SOCIAL
El análisis del médico psiquiatra infantil y de la adolescencia Julio Volenski es que "nuestro estilo de sociedad facilita el enfrentamiento violento de los conflictos. Lo vemos en lo laboral, en la violencia de género, en la televisión, en las calles, en los conductores y al interior de nuestras familias". Enfatiza que esta tendencia se ve pavimentada por el estrés, la sobrecarga de trabajo, el exitismo, la competitividad exagerada asociada a bienes de consumo y servicios superfluos o prescindibles.
"Ese contexto nos lleva a una solución que modélicamente se traspasa a los hijos. Llegan al colegio después de haber presenciado una concatenación de garabatos que el papá le dijo al de la micro, o reclamó por el estacionamiento en la puerta del colegio, bocinazos a destajo y en esas condiciones llega el niño que a lo mejor ya había presenciado una discusión de los papás la noche anterior. Por el lado del profesor hay una sobrecarga de trabajo, en un ambiente por parte de los establecimientos educacionales que compiten por lograr tener los mejores alumnos y estar más arriba en el ranking de evaluación. Eso hace que tanto los alumnos como los profesores tengan respuestas que exceden lo que podríamos llamar una sana convivencia".
ROL DE LOS PADRES
La mirada de Valentina Haas, profesora básica que trabaja en didáctica de las ciencias sociales y coordinadora de práctica y orientación en la Escuela de Pedagogía de la UCV, se centra en los padres. "La escuela es co-formadora, no es un lugar donde uno vaya a dejar al niño y que ellos se encarguen y tú lo vayas a buscar. Tiene que ser una instancia en la que los padres estén dispuestos a ser parte y eso significa consultar qué hay que hacer para apoyar a los niños".
Para la docente hay un aspecto que no es menor y que tiene alta incidencia en los niveles de violencia. "El alumno a veces va acumulando una carga negativa respecto al trato que los profesores le han dado. Muchos se dejan llevar por las palabras y las palabras destruyen. Los profesores estigmatizan a los alumnos, en lugar de decir todo lo que tiene como fortaleza como posibilidades. Y eso es un desafío, no una debilidad, remarcar la posibilidad que el niño tiene de mejorar, pero no es así, entonces al alumno se le dice 'usted es un pastelito, no sirve para nada'. Y eso a la larga lo va asimilando y después en la adolescencia claramente explota".
Las miradas respecto a la génesis de la violencia en los colegios son diversas y dispersas. De la misma manera, la forma de plantear soluciones es amplia, aunque todas apuntan a los mismo: la prevención.
Según Jessica Miranda, cuando se habla de violencia estamos hablando de la calidad de la convivencia escolar. Y en relación a hechos específicos aclara que el Ministerio de Educación ha adoptado diversas estrategias u orientaciones para actuar en situaciones de violencia, aunque fundamentalmente la tarea se dirige a generar buenas prácticas de convivencia.
Para Pavez, esta realidad abre la necesidad de enfrentar la convivencia escolar sobre la base de espacios que permitan resolver estos problemas con una mirada pedagógica. "Más allá de las distintas soluciones que se puedan dar pasa por, efectivamente, otorgar un grado de autoridad que en este momento el profesor ha perdido".
DEDO EN LA LLAGA
Con esta afirmación el presidente saliente del Colegio de Profesores pone el dedo en la llaga, porque a su juicio los intentos del Ministerio de resolver los problemas por la vía de la convivencia escolar no han dado resultado. "Sigue habiendo una mirada autoritaria en el sistema escolar. Hay una cierta negativa de parte de los sostenedores a que padres, apoderados y alumnos puedan participar colectivamente en los consejos escolares que en este proyecto de ley general aparece como obligatorio. La idea es que esté presente en cada establecimiento, pero en la práctica nuestros docentes no son mirados como componentes de un mismo esfuerzo educativo. Muchas veces, para los padres no están cumpliendo su labor y son los responsables de lo que ocurre, pero por otro lado no se dan cuenta de que esa disciplina mínima que existía antes en el hogar ya no existe".
Argumenta además que hay situaciones nuevas para las cuales los docentes no están siendo preparados en los centros de educación superior. "Tampoco hay orientadores en los establecimientos, ni sicólogos ni una mirada interprofesional; por lo tanto, es el docente el que está sujeto a esta situación sumamente estresante en que además se trabaja con un número muy alto de alumnos en cada curso", acota.
A juicio de Volenski, la autoridad legítima del profesor no se ha perdido. "El maestro que irradia su conocimiento, su sabiduría, que tiene una forma de acercamiento al estudiante con una combinación de sapiencia con afectividad y con una metodología pedagógica que llega a los estudiantes, no se ha perdido".
Reconoce sí que se requieren cambios importantes en la educación, que apunten a la dignificación del trabajo docente, e invertir en tareas puntuales tales como menos alumnos por aula, mayores condiciones didácticas, mayor cantidad de horas de permanencia no asociadas a estar haciendo clases para atender mejor situaciones individuales de los alumnos y de los profesores. Su recomendación para recuperar la disciplina es trabajar sobre la convivencia escolar de manera preventiva. "Al estudiante que comete falta lo echamos, lo sancionamos, lo suspendemos. Todas las cosas tienen su razón y trabajar en forma preventiva, anticipándose a los conflictos me parece una buena vía".
Haas, en tanto, propone ternura y firmeza. "Rayar la cancha con cariño. Pedir respeto, pero también darlo. Los alumnos son interlocutores válidos y hay que decirles lo que uno espera de ellos y saber qué esperan ellos de uno, hacerlos partícipes de cómo vamos a trabajar, darles los lineamientos y ser consecuente. Mucho diálogo, constantemente evaluar lo que se está haciendo y conciliar los puntos, pero dentro de un marco que debe ser fijado desde el principio o si no el alumno se desorienta y eso lo lleva a portarse mal y ver hasta dónde estira el elástico".
Frente a las sanciones que deben existir ante los hechos de violencia, Jessica Miranda subraya que cualesquiera que sean deben permitir un proceso pedagógico. "Un niño no puede ser expulsado por el hecho de cometer una falta. Los sostenedores, por los menos los municipales, tiene que asegurar el derecho de educación de ese niño, sea cual sea su condición; tiene que ocurrir durante un debido proceso, no es una cuestión automática, escuchar a todas las partes involucradas y evaluar la gravedad de la falta. Expulsar al niño del colegio, muchas veces no resuelve ningún problema".
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