“Después de la vida no hay ‘na-da’. O sea, lo mismo que antes del nacimiento. A nadie le da miedo pensar qué era antes de ser concebido”
André Comte-Sponville es un filósofo (París, 1952) de gran éxito editorial, lo que parece corrobora una de sus premisas básicas: que el abandono de las religiones demanda más respuestas filosóficas. Vino al Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona a hablar de capitalismo, y dijo que confía en la política como instrumento moralizador de la sociedad frente a la actividad económica, por esencia amoral. Y también vino a hablar de libros y humanismo. Además, reedita “Pequeño tratado de las grandes virtudes”, que ayuda a pensar y a sentirse mejor.
André Comte-Sponville es un filósofo (París, 1952) de gran éxito editorial, lo que parece corrobora una de sus premisas básicas: que el abandono de las religiones demanda más respuestas filosóficas. Vino al Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona a hablar de capitalismo, y dijo que confía en la política como instrumento moralizador de la sociedad frente a la actividad económica, por esencia amoral. Y también vino a hablar de libros y humanismo. Además, reedita “Pequeño tratado de las grandes virtudes”, que ayuda a pensar y a sentirse mejor.
Monsieur Sponville es un señor normal con aire de profesor y aspecto callado que se dedica a enseñar y divulgar asuntos sorprendentes. No se trata de ciencia ficción ni del más allá, sino de algo mucho más terreno: André Comte-Sponville enseña a pensar. Pero lo que dice, de pura lucidez, inteligencia extrema, estalla en los sentidos como una boutade hasta que atraviesa el entendimiento. Entonces, su predicado se vuelve simple, tremendamente simple, razón pura. Enseña a pensar porque dice que, cuanto más piensa uno, mejor vive, y ya que la felicidad son sólo momentos de amor a la vida, y que la mejor vida que conocemos (y existe) es ésta de aquí, el pensamiento (o saber) es la única fórmula posible para ser felices. Además recomienda no esperar nada, porque la esperanza acarrea desilusión y/o frustración. Aconseja desear, eso sí, porque el deseo es la potencia de los actos humanos; pero desear sólo aquello que se tiene o que depende de uno mismo. Para este filósofo, “de creencia ateo”, fiel a la tradición judeocristiana, agnóstico y liberal de izquierdas (término de propio cuño), la esperanza es al deseo como el hambre al apetito. Tomen nota: más gratifican unos pinchitos que una henchida de cocido.
P.El objetivo de la filosofía, proclama, es la felicidad. ¿Usted lo ha logrado?
R. Depende de los días, como todo el mundo. La felicidad no es un estado definitivo, sino provisional y frágil. Pero puedo decir que soy más feliz gracias a la filosofía, que ni es una panacea ni un euforizante ni un ansiolítico ni una droga, sino una forma de vivir la vida tal como es. Prefiero sentirme cansado o triste que artificialmente alegre, la felicidad no es real si no es lúcida.
P. Es decir, que la felicidad apenas son momentos de placer y alegría, ¿cierto?
R. Uno es feliz si está contento de vivir, incluso en momentos de tristeza o angustia: prefiero estar vivo que muerto, luego soy feliz. La verdadera felicidad es el amor a la vida, y esto incluye los momentos desagradables. Lo sabio es amar la vida y no simplemente la felicidad, porque quien ama la felicidad sólo amará la vida en los momentos de alegría.
P. La felicidad, dice además, es el estado en el que nada esperas, la desesperanza. ¿Y el deseo, no es útil para vivir y amar?
R. El deseo es muy útil, pero no es lo mismo que la esperanza. Como no es lo mismo el apetito (deseo) que el hambre (esperanza): si espero comer significa que no he comido, implica sufrimiento, puedo morir de hambre. En cambio el deseo de comer implica un placer, no un sufrimiento. Lo mismo puede aplicarse a la sexualidad, por ejemplo, si yo espero hacer el amor implica una frustración o carencia, mientras que el deseo sexual alude al placer durante el acto. Se trata de aprender a desear lo que se tiene (o sea, a amarlo) en lugar de esperar lo que no se tiene. Estoy de acuerdo con Spinoza cuando dice que el deseo es el sentido mismo del hombre; si el deseo se acaba, se acaba la Humanidad.
P. Dice que la filosofía nos aporta una felicidad basada en la verdad. Pero ¿la verdad no es siempre subjetiva? ¿Se refiere a su verdad? ¿Qué es la verdad?
R. Sí, efectivamente hay que distinguir entre la verdad objetiva y el conocimiento de uno o su pequeña verdad, pero aunque la verdad nunca se conozca absolutamente, sí lo suficiente para diferenciar entre verdad y mentira, conocimiento e ignorancia. Y este conocimiento nuestro parcial y relativo es suficiente para evitar el sufrimiento. La filosofía conduce a la felicidad a través de la verdad: ser lo más feliz posible siendo lo más lúcido posible; no es una panacea pero ayuda a no sufrir.
P. ¿Es feliz quien más sabe o quien más ignora? ¿El saber no es dolor?
R. Ésa es la fórmula del Eclesiastés de la Biblia: a mayor dolor, mayor sufrimiento. Sí, por un lado es más fácil ser feliz sin la noción de muerte o del sufrimiento en el mundo, como les sucede a los niños. Pero precisamente por esto es tan importante buscar a la vez felicidad y verdad, porque ser feliz a base de fantasías sólo conduce a la desilusión. Entonces, en una primera instancia es verdad que el saber aumenta el sufrimiento, pero precisamente por eso es necesario filosofar: hacer que el saber se convierta en un código de alegría y no de sufrimiento, para lo cual es preciso amar la verdad. En el fondo, la principal virtud filosófica es el amor a la verdad por la verdad.
P. Sabio, dice, es el que nada teme. Usted, que perdió a un hijo, que conoce ese dolor, ¿no teme lo que pueda ocurrirles a sus otros tres hijos, por ejemplo?
R. Sí, por supuesto que tengo miedo, y precisamente por eso no soy un sabio. Me importa más la Humanidad que la sabiduría. El retrato de los sabios en la antigüedad clásica me parece exagerado. Montaigne dice que la sabiduría en exceso no es sino la locura. No deseo una sabiduría que me haga indiferente a la salud de mis hijos. Se trata de amar la vida más que la felicidad, la Humanidad más que la sabiduría, y el sentimiento y la inquietud hacia los hijos es humano. Mi única sabiduría es aceptar que no soy un sabio. La sabiduría no sirve para erradicar la angustia, en todo caso para aliviarla y ayudar a vivir con ella.
P. Dice que la pasión amorosa es sólo la ilusión por lo desconocido. ¿Qué ocurre cuando llegas a conocer al otro? ¿Es inevitable el desamor?
R. No, no, hay una diferencia efectiva entre enamorarse, que supone una ilusión por la persona que se ama y no se conoce, y amar verdaderamente, que es ilusionarse por alguien a quien sí se conoce. La cuestión es conseguir que este amor hacia el desconocido se transforme en amor hacia el conocido, porque cuando esto no sucede, entonces sí, viene el desamor. ¿Qué es un amigo?: alguien a quien se conoce muy bien y pese a ello se ama. Qué es la pareja, dos que se aman y son amigos.
P. ¿Cómo es su experiencia amatoria personal?, ¿conoce ese amor verdadero?
R. Bueno, yo he tenido varias parejas. Desde hace algunos años tengo una relación de la que me siento muy satisfecho, precisamente porque la vivo como una experiencia verdadera, de conocimiento, que a la vez es de alegría, ternura, sensualidad. No puedo esperar más. La cuestión es, si uno prefiere amar a quien no conoce, no está sino amándose a sí mismo.
P. Se define “ateo fiel”. ¿Hacia quién o qué profesa esta fidelidad?
R. En general, soy fiel a la Humanidad, que ha producido lo mejor que conocemos, Buda, Lao-Tse, etcétera. Pero en particular soy fiel a la civilización judeocristiana, porque es la nuestra. Soy ateo porque no creo en Dios, pero fiel: considero que el valor moral del cristianismo, el espíritu de los Evangelios, continúa siendo esencial y esclarecedor. Lo que la Iglesia haya hecho a partir de esto es discutible, pero no el contenido humanístico evangélico.
P. De hecho, sus nociones de verdad, su proclama de amor a los enemigos (Bush incluido), ¿no son axiomas judeocristianos?
R. No exactamente. Lo que pretendo es reconocer que el hombre tiene enemigos y que, al contrario del cristianismo, no creo que haya que renunciar al combate, pero digo: en lugar de odiarlos, intenta amarlos. Admiro al que se bate sin odio, como aquel francés fusilado por los nazis que ante el pelotón de fusilamiento proclamó: muero sin odio al pueblo alemán. Es admirable. Yo reconozco que hay odio en el corazón humano, y el evangelio no.
P. Dice que la filosofía debe tomar el relevo de las religiones. ¿Explica esto el creciente interés por la ética?
R. No. Cuanto menos religiosos somos más necesitamos la filosofía y la ética. Una religión es un conjunto de respuestas y de convenciones, cuando esto desaparece es necesario buscar respuestas, que es lo que llamamos filosofar, y además uno necesita interrogarse sobre sus propios deberes: si no hay Dios al que obedecer, deberé gobernarme a mí mismo.
P. “Las religiones se nutren de la miseria”, le leo: ¿el hombre ético es más sabio y más rico que el hombre religioso?
R. Depende del individuo. No, yo diría que el ateo tiene una necesidad más urgente de filosofía y sabiduría, porque ayuda a vivir lo mejor que uno pueda, aquí y ahora. El creyente, como piensa que lo esencial llegará después de la muerte, no necesita ser sabio porque espera una salvación tras la muerte.
P. La religión, la fe, ¿es la aceptación de la ignorancia?
R. No, ésta no corresponde ni a la religión ni al ateísmo. La ignorancia es inherente a la condición humana: nadie sabe si Dios existe o no. Yo soy ateo porque creo que Dios no existe, pero no lo sé; de ahí que me defina como un ateo fiel y además no dogmático. Mi ateísmo no es una certeza sino una creencia negativa. Y lo mismo: el creyente es el que cree que Dios existe. Por tanto, ateos y creyentes deben tolerarse mutuamente, porque nadie conoce la verdad sobre este extremo.
P. Los fundamentalistas sí “saben” que Dios existe, están seguros.
R. Pero se equivocan. Yo diría que creen saber que Dios existe, que no es lo mismo. Según la teología cristiana, la fe no existirá en el paraíso, no habrá necesidad de creer en Dios porque se le conocerá. Esto quiere decir que la fe no es un saber, sino una necesidad para paliar su carencia. Creer en Dios, pues, no es lo mismo que saber que Dios existe.
P. ¿Y usted cree en algo parecido al paraíso?
R. No. Yo soy partidario de disfrutar de la vida. Como alguien escribió tan acertadamente en un muro de París: “Hay una vida antes de la muerte”.
P. ¿Y después, qué más?
R. Na-da (en castellano). O sea, lo mismo que antes del nacimiento. Es un argumento bien conocido de la tradición materialista: a nadie le da miedo pensar dónde o qué era antes de ser concebido, entonces qué sentido tiene temer la misma nada después de la muerte. P. ¿Cree que después de escucharle hemos aprendido a vivir mejor?
P. No soy un psicoterapeuta ni un confesor, mi trabajo consiste en enseñar a la gente a pensar, que es el objetivo de la filosofía, y sí, espero que después de haberme escuchado o leído la gente piense un poco mejor y entonces viva un poco mejor.
Contra el presentismo, cultura
El filósofo vive alarmado por lo que él llama el presentismo de los tiempos, que ataca especialmente a los jóvenes, “que saben mucha actualidad, datos, sucesos, y nada de Historia”. Y de este modo, cuenta, cada vez son menos y menos cultos, “porque la cultura es la fidelidad, la memoria del pasado; ambas cuestiones, actualidad e Historia, deben ir de la mano”. Por eso vino a Barcelona a hablar sobre libros y humanismo hoy. “La persona culta es aquella que ha leído muchos libros, y no la que ha ‘surfeado’ mucho en Internet. Atendemos a una clarísima regresión de la lectura frente a las novedades tecnológicas y las nuevas formas de placer y diversión, un mal que ataca más a los chicos que a las chicas. Y es urgente devolverle al libro su importancia, porque es un instrumento de saber y reflexión formidable, algo que no proporciona ni la televisión ni Internet”. Le he preguntado qué solución propone y el filósofo, cartesiano puro, dice que esto no tiene solución alguna. “Incluso hasta en mi generación, el libro era el mayor entretenimiento. E imaginémonos el siglo XIX, por ejemplo, sin radio ni televisión ni cine ni ordenadores: el libro era el gran divertimiento, la gente leía para no aburrirse, pero la civilización del ocio ha acabado con el aburrimiento. El libro nunca podrá recuperar el lugar que ocupó, pero debemos devolverle su utilidad como instrumento para aprender, reflexionar y cultivarse”.
¡Liberalismo de izquierdas!
Sponville tiene un libro titulado “El capitalismo ¿es moral?” El filósofo se responde a sí mismo: “La economía es una ciencia, y por tanto amoral, pero no inmoral. No es cierto que la Humanidad sea generosa y que por culpa del capitalismo se haya vuelto egoísta; no, la Humanidad, como toda especie animal, es egoísta, y esa es la razón de ser del capitalismo, que es eficaz porque es amoral, pero precisamente por eso, también insuficiente. Entre la racionalidad amoral del capitalismo y los valores morales del individuo debe interponerse la política”. Y en ello confía, es optimista, “sí, la política sigue siendo una cuestión importante”. ¿Pese a estar gobernada por la economía? “Yo no creo que los políticos estén gobernados por las empresas: en una democracia, es el pueblo quien gobierna”. Gesto escéptico: “Sí, sí, yo creo que los estados son más fuertes que las empresas. La economía capitalista es mucho más eficaz que la estatal, pero en una sociedad no todo es mercado: la salud, la justicia, la libertad, la educación, necesitan al estado para que se ocupe de ellas”. Sponville militó en el PCF entre los años 70 y 80, hasta que el marxismo, dice, evidenció su arcaísmo. Ahora se define como un liberal de izquierdas, “aunque suene paradójico: apoyo el liberalismo económico, pero soy socialdemócrata en cuanto a lo social: es el estado y no el mercado quien debe crear la justicia y defender a los más débiles”.
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