AJUSTES CRIMINALES / CAPÍTULO 1 / 14 de mayo de 2010 / ASSI.
En la última reunión del Consejo de Asuntos Financieros y Económicos de la UE (ECOFIN, 10-05-10) se anunció que España y Portugal presentarán el próximo 18 de mayo sus planes de ajuste de acuerdo a las instrucciones del FMI. Anteayer, 12 de mayo, el gobierno español ya anticipó algunas de las perlas a incluir en dicho plan.
El Fondo Monetario Internacional no es ni ha sido, desde su mera fundación, otra cosa que una de las principales herramientas para la constitución de un orden global regido dictatorialmente por una élite político-económico-militar. Con él, el Banco Mundial y la OTAN. Tras él, el Banco Central Europeo. Debajo, el Banco de España. Y tantos otros organismos bailando al son de las grandes transnacionales. El escenario es dantesco: para empezar, todo se resuelve desde las políticas monetarias, sobre las que los gobiernos tienen una capacidad de decisión nula. Para acabar, las acciones en materia de política fiscal, aunque las emprendan los gobiernos, también competen al poder económico supranacional. Así éste cumple con sus objetivos, caiga quien caiga, mientras nosotros nos entretenemos con los debates de un hatajo de charlatanes bien pagados: parlamentarios, economistas, estrellas mediáticas, todólogos en general.
La Gran Europa, nos contaban. La Europa Social. La Europa con moneda única y sin política financiera. La versión europea del mercado libre mundial. La ocupación, económica y militar de Europa por el Imperio. La construcción de una identidad ficticia que justifica el expolio real, dentro y fuera de nuestras murallas. El crecimiento de una familia europea con hermanos grandes y pequeños, con hijos gordos y flacos, con élites enriquecidas y pueblos empobrecidos. El ataque del Imperio sobre sí mismo y en todas partes.
Del mismo modo que los países del llamado tercer mundo se hunden en su miserable papel de despensa mundial, los llamados países en vías de desarrollo viven la ilusión de una explosión productiva y consumista. En ambos casos, el secuestro financiero de las políticas estatales por parte de una banda internacional de ladrones y chantajistas ha hecho posible el aumento progresivo de las desigualdades y la ruina económica y social de una mayoría de la población mundial. Unas veces bajo la forma de la dictadura, otras bajo la forma de la democracia; unas veces masacrando, otras organizando el ritual de la hipoteca; unas veces invadiendo militarmente, otras ayudando con préstamos. Siempre colocando los derechos de personas y pueblos a años luz de su capacidad para satisfacerlos: la comida, la salud, la educación, la cultura, la información, el techo, la tierra, el agua, la energía,… la vida misma. Así se resume la práctica, sobre el terreno, de ese plan criminal que durante las dos últimas décadas hemos conocido como globalización. Nunca hubo más diferencia entre ricos y pobres.
Nunca hubo tantos pobres. Nunca los ricos fueron tan ricos. Nunca las personas vivimos tan ajenas a nuestra propia y dramática realidad. La marea sube, baja, va, viene y llega a Europa, empezando por Grecia y siguiendo por el resto de países débiles. Para que nos enteremos de que aquí también hay categorías: ya nos toca comprobarlo, como ocurrió en España en los años ochenta, como hace poquito en el Este de Europa, como en África asesinada de hambre o en Asia suicidada, como en Argentina hace apenas diez años, como en tantos lugares del planeta, en diferentes momentos y lugares, con sus distintas peculiaridades.
El poder económico (los mercados), que no es ningún ente abstracto sino que está compuesto por organizaciones y personas con nombres y apellidos, dicta las instrucciones en base a su objetivo de acumulación ilimitada de capital y poder. Los políticos cómplices se encargan del trabajo sucio. Los ejércitos y la policía aseguran una violencia redundante. El objetivo es tan viejo como lo es el capitalismo. Las instrucciones desde fuera demuestran que no existe capacidad de decisión en los estados, en los gobiernos o en esa maldita Unión Europea que nos quisieron vender como hazaña y no se ha dedicado más que a allanar el terreno a la guerra de la globalización capitalista contra el pueblo. Y nuestro problema consiste en habernos
olvidado de que somos pueblo. Es iluso y estúpido sorprenderse de que los gobiernos no tengan capacidad de acción, tan estúpido como protestar, de modo confuso y miope, las decisiones de éstos: de lo que realmente son culpables es de colocarse del bando del poder y en contra de los derechos fundamentales de sus gobernados. No cabe la presunción de inconsciencia, mucho menos la de inocencia. Que se vayan todos. No existe democracia con ellos. Habrá que practicarla sin ellos.
El Reino de España y su endémico retraso histórico tenía un papel asignado en todo este circo desde que transitó a la democracia liberal: pasamos del subdesarrollo fascista al desarrollo postfascista en un santiamén (nunca mejor dicho) y nos convertimos en una potencia con segundas viviendas, automóviles caros, empresarios emprendedores, fraude fiscal masivo, grandes fortunas, paraísos fiscales, empresas transnacionales que saquean en el extranjero. Para eso, por supuesto, habíamos sido invadidos financiera, cultural y militarmente. Construimos un estado de bienestar de cartón piedra mientras en el resto de Europa el auténtico estado de bienestar ya se derrumbaba. Nació la clase media, ese logro consolidado (a nivel estructural, institucional y social) por el desarrollo postfascista y levantado sobre los pilares del endeudamiento. Para que esto fuese posible había que acometer reconversiones industriales, reformas laborales, privatizaciones,… a costa de mayores desigualdades, despidos, paro estructural, desmovilización social y política, precariedad generalizada, creación de guetos y multiplicación de la población penitenciaria. Burda domesticación de las masas por la vía del palo democrático y la zanahoria consumista. La incorporación del Reino de España al neoliberalismo global arranca con el gobierno del PSOE (Partido Socialista Obrero Español) y, casualidades de la vida, encuentra con él también su capítulo actual. No le falta razón a Santiago Alba cuando explica que “en España, gane quien gane las elecciones, siempre gobierna la derecha”. Precisamente porque una democracia neoliberal funciona si sólo y siempre gobierna la derecha.
Precisamente porque la visión del mundo que considera natural el enriquecimiento de unos pocos contra la miseria del resto es de derechas.
Precisamente porque para ello se necesita convertir a la población en súbditos- espectadores-consumidores que sólo pueden ser buenos ciudadanos si son profundamente de derechas. Por eso no debemos hablar de democracia sino de dictadura capitalista. La política, que ya no cuenta entre nuestras facultades como seres sociales sino que se nos suministra por un embudo desde la cosmética propagandística de una casta de parásitos profesionales, no tiene que ver con nosotros. Decir eso es como obligarnos a pensar sin cerebro, respirar sin pulmones, hablar sin boca o correr sin piernas.
Zapatero y su réplica griega, Papandreu y su copia española, hablan en el parlamento con las mismas palabras que usaron tantos y tan infames presidentes argentinos.
Todos iguales. Atravesamos una crisis, dicen. Nos piden un esfuerzo. Qué importante debe ser la crisis cuando se habla de ella tanto como se ignora la catástrofe permanente de un sistema económico genocida que elimina del mapa a miles de personas por día. Una crisis financiera, dicen. Pero la crisis no es financiera sino de origen financiero, que es bien diferente: no hablemos de crisis financiera sino de otra fase de la catástrofe estructural provocada desde el sector financiero. Antes que eso está la relación de chantaje a nivel global que, con armas económicas (o con las armas de las de toda la vida cuando es necesario), se pretende extender al último rincón del mapa. Sumidos en una estupidez comatosa, creíamos que Europa estaba en el primer mundo pero el mundo sólo es uno, como el pueblo. No somos inocentes, más bien hemos sido idiotas, pero siempre hay una última oportunidad de reaccionar. Evitemos caer en la trampa más antigua de la historia: evitemos actuar en la dirección equivocada. Evitemos identificarnos como parados contra funcionarios, mujeres contra hombres, jóvenes contra jubilados, blancos contra negros, o viceversa. Tenemos una nueva oportunidad, ésta más grave que las anteriores, de demostrar que no es tan fácil engañarnos como cree nuestro enemigo –por muchas muestras que le hayamos dado para pensarlo.
Fukuyama pretendió anunciar en 1989 que todo había acabado, que la democracia liberal sellaba el fin de la historia. Con ello expresaba la voluntad del neoliberalismo, de sus mercados y de quienes los gobiernan. Contra ello debemos demostrar, como están haciendo en Grecia, que aún nos late el corazón y que somos capaces de identificarnos en como colectivo agredido a la vez que señalamos a los culpables de este crimen.
Culpables son quienes se enriquecen a costa de la miseria ajena y siguen intentando convencernos de que es por el bien de todos; quienes no dejan de enriquecerse aún cuando se nos vende una crisis ante la que hemos de unir nuestra fuerzas; quienes argumentan pseudocientíficamente, desde una mentira llamada teoría económica, a favor de éstos; quienes pelean por el campeonato de la mentira desde los carteles y pantallas de una campaña electoral permanente; quienes no persiguen otra ilusión que la de ser tan ricos como ellos; quienes miran para otro lado intentando salvar su propio trasero; quienes protegen con su porra (avión, tanque o misil) a unos y otros por un puñado de monedas manchadas de sangre.
En la última reunión del Consejo de Asuntos Financieros y Económicos de la UE (ECOFIN, 10-05-10) se anunció que España y Portugal presentarán el próximo 18 de mayo sus planes de ajuste de acuerdo a las instrucciones del FMI. Anteayer, 12 de mayo, el gobierno español ya anticipó algunas de las perlas a incluir en dicho plan.
El Fondo Monetario Internacional no es ni ha sido, desde su mera fundación, otra cosa que una de las principales herramientas para la constitución de un orden global regido dictatorialmente por una élite político-económico-militar. Con él, el Banco Mundial y la OTAN. Tras él, el Banco Central Europeo. Debajo, el Banco de España. Y tantos otros organismos bailando al son de las grandes transnacionales. El escenario es dantesco: para empezar, todo se resuelve desde las políticas monetarias, sobre las que los gobiernos tienen una capacidad de decisión nula. Para acabar, las acciones en materia de política fiscal, aunque las emprendan los gobiernos, también competen al poder económico supranacional. Así éste cumple con sus objetivos, caiga quien caiga, mientras nosotros nos entretenemos con los debates de un hatajo de charlatanes bien pagados: parlamentarios, economistas, estrellas mediáticas, todólogos en general.
La Gran Europa, nos contaban. La Europa Social. La Europa con moneda única y sin política financiera. La versión europea del mercado libre mundial. La ocupación, económica y militar de Europa por el Imperio. La construcción de una identidad ficticia que justifica el expolio real, dentro y fuera de nuestras murallas. El crecimiento de una familia europea con hermanos grandes y pequeños, con hijos gordos y flacos, con élites enriquecidas y pueblos empobrecidos. El ataque del Imperio sobre sí mismo y en todas partes.
Del mismo modo que los países del llamado tercer mundo se hunden en su miserable papel de despensa mundial, los llamados países en vías de desarrollo viven la ilusión de una explosión productiva y consumista. En ambos casos, el secuestro financiero de las políticas estatales por parte de una banda internacional de ladrones y chantajistas ha hecho posible el aumento progresivo de las desigualdades y la ruina económica y social de una mayoría de la población mundial. Unas veces bajo la forma de la dictadura, otras bajo la forma de la democracia; unas veces masacrando, otras organizando el ritual de la hipoteca; unas veces invadiendo militarmente, otras ayudando con préstamos. Siempre colocando los derechos de personas y pueblos a años luz de su capacidad para satisfacerlos: la comida, la salud, la educación, la cultura, la información, el techo, la tierra, el agua, la energía,… la vida misma. Así se resume la práctica, sobre el terreno, de ese plan criminal que durante las dos últimas décadas hemos conocido como globalización. Nunca hubo más diferencia entre ricos y pobres.
Nunca hubo tantos pobres. Nunca los ricos fueron tan ricos. Nunca las personas vivimos tan ajenas a nuestra propia y dramática realidad. La marea sube, baja, va, viene y llega a Europa, empezando por Grecia y siguiendo por el resto de países débiles. Para que nos enteremos de que aquí también hay categorías: ya nos toca comprobarlo, como ocurrió en España en los años ochenta, como hace poquito en el Este de Europa, como en África asesinada de hambre o en Asia suicidada, como en Argentina hace apenas diez años, como en tantos lugares del planeta, en diferentes momentos y lugares, con sus distintas peculiaridades.
El poder económico (los mercados), que no es ningún ente abstracto sino que está compuesto por organizaciones y personas con nombres y apellidos, dicta las instrucciones en base a su objetivo de acumulación ilimitada de capital y poder. Los políticos cómplices se encargan del trabajo sucio. Los ejércitos y la policía aseguran una violencia redundante. El objetivo es tan viejo como lo es el capitalismo. Las instrucciones desde fuera demuestran que no existe capacidad de decisión en los estados, en los gobiernos o en esa maldita Unión Europea que nos quisieron vender como hazaña y no se ha dedicado más que a allanar el terreno a la guerra de la globalización capitalista contra el pueblo. Y nuestro problema consiste en habernos
olvidado de que somos pueblo. Es iluso y estúpido sorprenderse de que los gobiernos no tengan capacidad de acción, tan estúpido como protestar, de modo confuso y miope, las decisiones de éstos: de lo que realmente son culpables es de colocarse del bando del poder y en contra de los derechos fundamentales de sus gobernados. No cabe la presunción de inconsciencia, mucho menos la de inocencia. Que se vayan todos. No existe democracia con ellos. Habrá que practicarla sin ellos.
El Reino de España y su endémico retraso histórico tenía un papel asignado en todo este circo desde que transitó a la democracia liberal: pasamos del subdesarrollo fascista al desarrollo postfascista en un santiamén (nunca mejor dicho) y nos convertimos en una potencia con segundas viviendas, automóviles caros, empresarios emprendedores, fraude fiscal masivo, grandes fortunas, paraísos fiscales, empresas transnacionales que saquean en el extranjero. Para eso, por supuesto, habíamos sido invadidos financiera, cultural y militarmente. Construimos un estado de bienestar de cartón piedra mientras en el resto de Europa el auténtico estado de bienestar ya se derrumbaba. Nació la clase media, ese logro consolidado (a nivel estructural, institucional y social) por el desarrollo postfascista y levantado sobre los pilares del endeudamiento. Para que esto fuese posible había que acometer reconversiones industriales, reformas laborales, privatizaciones,… a costa de mayores desigualdades, despidos, paro estructural, desmovilización social y política, precariedad generalizada, creación de guetos y multiplicación de la población penitenciaria. Burda domesticación de las masas por la vía del palo democrático y la zanahoria consumista. La incorporación del Reino de España al neoliberalismo global arranca con el gobierno del PSOE (Partido Socialista Obrero Español) y, casualidades de la vida, encuentra con él también su capítulo actual. No le falta razón a Santiago Alba cuando explica que “en España, gane quien gane las elecciones, siempre gobierna la derecha”. Precisamente porque una democracia neoliberal funciona si sólo y siempre gobierna la derecha.
Precisamente porque la visión del mundo que considera natural el enriquecimiento de unos pocos contra la miseria del resto es de derechas.
Precisamente porque para ello se necesita convertir a la población en súbditos- espectadores-consumidores que sólo pueden ser buenos ciudadanos si son profundamente de derechas. Por eso no debemos hablar de democracia sino de dictadura capitalista. La política, que ya no cuenta entre nuestras facultades como seres sociales sino que se nos suministra por un embudo desde la cosmética propagandística de una casta de parásitos profesionales, no tiene que ver con nosotros. Decir eso es como obligarnos a pensar sin cerebro, respirar sin pulmones, hablar sin boca o correr sin piernas.
Zapatero y su réplica griega, Papandreu y su copia española, hablan en el parlamento con las mismas palabras que usaron tantos y tan infames presidentes argentinos.
Todos iguales. Atravesamos una crisis, dicen. Nos piden un esfuerzo. Qué importante debe ser la crisis cuando se habla de ella tanto como se ignora la catástrofe permanente de un sistema económico genocida que elimina del mapa a miles de personas por día. Una crisis financiera, dicen. Pero la crisis no es financiera sino de origen financiero, que es bien diferente: no hablemos de crisis financiera sino de otra fase de la catástrofe estructural provocada desde el sector financiero. Antes que eso está la relación de chantaje a nivel global que, con armas económicas (o con las armas de las de toda la vida cuando es necesario), se pretende extender al último rincón del mapa. Sumidos en una estupidez comatosa, creíamos que Europa estaba en el primer mundo pero el mundo sólo es uno, como el pueblo. No somos inocentes, más bien hemos sido idiotas, pero siempre hay una última oportunidad de reaccionar. Evitemos caer en la trampa más antigua de la historia: evitemos actuar en la dirección equivocada. Evitemos identificarnos como parados contra funcionarios, mujeres contra hombres, jóvenes contra jubilados, blancos contra negros, o viceversa. Tenemos una nueva oportunidad, ésta más grave que las anteriores, de demostrar que no es tan fácil engañarnos como cree nuestro enemigo –por muchas muestras que le hayamos dado para pensarlo.
Fukuyama pretendió anunciar en 1989 que todo había acabado, que la democracia liberal sellaba el fin de la historia. Con ello expresaba la voluntad del neoliberalismo, de sus mercados y de quienes los gobiernan. Contra ello debemos demostrar, como están haciendo en Grecia, que aún nos late el corazón y que somos capaces de identificarnos en como colectivo agredido a la vez que señalamos a los culpables de este crimen.
Culpables son quienes se enriquecen a costa de la miseria ajena y siguen intentando convencernos de que es por el bien de todos; quienes no dejan de enriquecerse aún cuando se nos vende una crisis ante la que hemos de unir nuestra fuerzas; quienes argumentan pseudocientíficamente, desde una mentira llamada teoría económica, a favor de éstos; quienes pelean por el campeonato de la mentira desde los carteles y pantallas de una campaña electoral permanente; quienes no persiguen otra ilusión que la de ser tan ricos como ellos; quienes miran para otro lado intentando salvar su propio trasero; quienes protegen con su porra (avión, tanque o misil) a unos y otros por un puñado de monedas manchadas de sangre.
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