PERDONEN QUE NO ME LEVANTE Maduros para el populismo MARUJA TORRES EL PAIS SEMANAL - 14-02-2010
Coincidiendo con el Foro Económico Mundial reunido en Davos, leía yo a san Raymond Chandler: El simple arte de escribir. Cartas y ensayos escogidos (Emecé). La sensibilidad e inteligencia de uno de los más grandes escritores norteamericanos del siglo XX queda patente en esta selección, que recomiendo a todos sus seguidores porque reúne más material inédito y complementa las anteriores.
Llegué a un punto –mientras los pájaros de la Banca seguían reunidos, sin pedir disculpas por la que han armado– en que Chandler, que era más bien conservador del género inteligente, escribía: “Personalmente creo, sin ser socialista ni nada por el estilo, que hay una falacia básica en nuestro sistema financiero. Simplemente un engaño de base, una ganancia deshonesta, un valor inexistente”. Estas palabras fueron escritas a finales de 1948 por un autor que por entonces pasaba por no ser más que un buen representante de la novela negra, tratada como subgénero por quienes no entendían la realidad social que reflejaba.
Pero me estoy liando porque hoy quería hablarles de las posibilidades que tiene nuestro país de elegir en fecha no demasiado lejana a un político populista, o lo que conocemos como populista, uno capaz de gobernar halagando los bajos instintos de los votantes, cumpliendo promesas desastrosas pero llamativas, y actuando por lo general con la inteligencia de un koala. Se me ha ocurrido la amenazante idea al leer, en la información sobre Davos, que, según Larry Summers, “estamos ante una recuperación estadística y una recesión humana”. La frase parece un galimatías, pero quiere decir que a los banqueros vuelve a irles bien y que el paro no va a dejar de crecer en el próximo futuro. Resulta de lo más asqueroso que quien pronunció tal sentencia sea el mismo tipo que contribuyó a arruinar la Universidad de Harvard, que él presidía –estirando más el brazo que la manga: delirio de grandezas típico de los últimos años–, y que fue elevado por Obama –no hay como fracasar en un cargo para que te recompensen con otro– al rango de presidente del Consejo Económico Nacional de Estados Unidos. Él, integrante del grupo que, con mucho salero, Joseph E. Stiglitz definió como “capitalistas idiotas” –e impunes–, avanza que el paro propicia “una inminente crisis social”. Sí, pero ¿les importa a él y a sus compinches, ahora que ya han conseguido sus ayudas gubernamentales, su vía libre para la mano dura con los trabajadores?
Y a lo que iba. Sumen desempleo –el español, por delante– más una clase política que no abre la boca sino para soltar demagogias, unos más que otros, desde luego, y sumen la indiferencia ante la corrupción que muestran especialmente nuestros amigos del PP, más las señales de retroceso que se van apreciando –pero no admirando, al menos no yo– en diversos puntos de nuestro mapa autonómico, y tendrán un excelente sopicaldo de cultivo para la llegada del Vero Uomo, un populista a lo Berlusconi. Y entonces: qué bien que no dejen entrar negros en las discotecas, qué bien que no empadronen a los inmigrantes, qué bien que se instaure la cadena perpetua –y mañana, quién sabe, la pena de muerte–, qué bien que a las feministas y a los maricones el Vero Uomo los ponga en su sitio, qué bien que los nacionalistas –tan surtidos de populistas, ellos también– sean tratados como terroristas, qué buen rollito español podemos imponer en el mundo. No digo ya en Europa.
Nos hemos ido acostumbrando a la desaparición de la inteligencia y de la delicadeza en el discurso público. Las mentiras más burdas han endurecido nuestras entendederas y se nos ha agriado el paladar. Un desconocido trajeado a lo Camps, pero sin cara de cobra, con éxito en los negocios y un buen departamento de comunicación a sus espaldas, aquí se pondría las botas.
No es que esté pesimista, estoy realista. Es posible que llegue un momento en que nuestra generación, que conoció la dictadura y la civilización del regreso a la democracia, pueda, como el replicante en jefe de Blade Runner, decir a sus nietos: “Yo he visto cosas que vosotros no creeréis”.
Sólo que no se tratará de haber visto atacar naves en llamas más allá de Orión, sino de haber asistido a un razonable desarrollo y exposición de la política. De eso hace unos cuantos años.
Coincidiendo con el Foro Económico Mundial reunido en Davos, leía yo a san Raymond Chandler: El simple arte de escribir. Cartas y ensayos escogidos (Emecé). La sensibilidad e inteligencia de uno de los más grandes escritores norteamericanos del siglo XX queda patente en esta selección, que recomiendo a todos sus seguidores porque reúne más material inédito y complementa las anteriores.
Llegué a un punto –mientras los pájaros de la Banca seguían reunidos, sin pedir disculpas por la que han armado– en que Chandler, que era más bien conservador del género inteligente, escribía: “Personalmente creo, sin ser socialista ni nada por el estilo, que hay una falacia básica en nuestro sistema financiero. Simplemente un engaño de base, una ganancia deshonesta, un valor inexistente”. Estas palabras fueron escritas a finales de 1948 por un autor que por entonces pasaba por no ser más que un buen representante de la novela negra, tratada como subgénero por quienes no entendían la realidad social que reflejaba.
Pero me estoy liando porque hoy quería hablarles de las posibilidades que tiene nuestro país de elegir en fecha no demasiado lejana a un político populista, o lo que conocemos como populista, uno capaz de gobernar halagando los bajos instintos de los votantes, cumpliendo promesas desastrosas pero llamativas, y actuando por lo general con la inteligencia de un koala. Se me ha ocurrido la amenazante idea al leer, en la información sobre Davos, que, según Larry Summers, “estamos ante una recuperación estadística y una recesión humana”. La frase parece un galimatías, pero quiere decir que a los banqueros vuelve a irles bien y que el paro no va a dejar de crecer en el próximo futuro. Resulta de lo más asqueroso que quien pronunció tal sentencia sea el mismo tipo que contribuyó a arruinar la Universidad de Harvard, que él presidía –estirando más el brazo que la manga: delirio de grandezas típico de los últimos años–, y que fue elevado por Obama –no hay como fracasar en un cargo para que te recompensen con otro– al rango de presidente del Consejo Económico Nacional de Estados Unidos. Él, integrante del grupo que, con mucho salero, Joseph E. Stiglitz definió como “capitalistas idiotas” –e impunes–, avanza que el paro propicia “una inminente crisis social”. Sí, pero ¿les importa a él y a sus compinches, ahora que ya han conseguido sus ayudas gubernamentales, su vía libre para la mano dura con los trabajadores?
Y a lo que iba. Sumen desempleo –el español, por delante– más una clase política que no abre la boca sino para soltar demagogias, unos más que otros, desde luego, y sumen la indiferencia ante la corrupción que muestran especialmente nuestros amigos del PP, más las señales de retroceso que se van apreciando –pero no admirando, al menos no yo– en diversos puntos de nuestro mapa autonómico, y tendrán un excelente sopicaldo de cultivo para la llegada del Vero Uomo, un populista a lo Berlusconi. Y entonces: qué bien que no dejen entrar negros en las discotecas, qué bien que no empadronen a los inmigrantes, qué bien que se instaure la cadena perpetua –y mañana, quién sabe, la pena de muerte–, qué bien que a las feministas y a los maricones el Vero Uomo los ponga en su sitio, qué bien que los nacionalistas –tan surtidos de populistas, ellos también– sean tratados como terroristas, qué buen rollito español podemos imponer en el mundo. No digo ya en Europa.
Nos hemos ido acostumbrando a la desaparición de la inteligencia y de la delicadeza en el discurso público. Las mentiras más burdas han endurecido nuestras entendederas y se nos ha agriado el paladar. Un desconocido trajeado a lo Camps, pero sin cara de cobra, con éxito en los negocios y un buen departamento de comunicación a sus espaldas, aquí se pondría las botas.
No es que esté pesimista, estoy realista. Es posible que llegue un momento en que nuestra generación, que conoció la dictadura y la civilización del regreso a la democracia, pueda, como el replicante en jefe de Blade Runner, decir a sus nietos: “Yo he visto cosas que vosotros no creeréis”.
Sólo que no se tratará de haber visto atacar naves en llamas más allá de Orión, sino de haber asistido a un razonable desarrollo y exposición de la política. De eso hace unos cuantos años.
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