lunes, julio 18, 2011

SUSANNA CAMUSSO Líder de CGIL, el mayor sindicato de Italia. "La desigualdad se subsana legislando"

SUSANNA CAMUSSO Líder de CGIL, el mayor sindicato de Italia. "La desigualdad se subsana legislando" MIGUEL MORA DOMINGO - 03-04-2011

Susanna Camusso es la primera mujer que dirige un sindicato en Italia. Nacida en Milán en 1955, ha bregado desde 1975 en el sector más duro, los metalmecánicos de la FIOM de Lombardía. En noviembre fue elegida secretaria confederal de la Confederación General Italiana de Trabajadores (CGIL), el viejo sindicato unitario, de origen comunista y socialista, fundado en 1906 y que hoy sigue siendo el más fuerte del país.
Recibe a EL PAÍS en su despacho romano, cuarta planta de un imponente edificio de la época fascista, con casi 40 minutos de retraso. Inteligente, reflexiva y tímida, tiene facciones duras y ojos y sonrisa dulces. Madre tardía de una hija, y amante de la navegación a vela, se diría que ha llegado a esta potente poltrona del Sistema Italia en el momento más difícil. La unidad sindical se ha hecho pedazos ante una fórmula global que aquí se conjuga made in Italy: berlusconismo rampante + crisis financiera + Sergio Marchionne (el consejero delegado italocanadiense de Fiat).

En los últimos meses, la implacable CGIL, que controla 1.200 convenios colectivos en el país más sindicalizado del mundo (un 39% de afiliados), ha debido aceptar el leonino contrato (menos derechos de enfermedad, huelga y descansos) ofrecido por la Fiat como condición para no cerrar las fábricas de Mirafiori (Turín) y Pomigliano (Nápoles).

Una derrota histórica. Aunque dice que no se siente vencida -"el conflicto de Fiat sigue abierto"-, se nota que aún le cuesta asumir lo que ha pasado. Camusso se rebela además contra el "machismo profundo que retrasa al país", y defiende como "más necesaria que nunca" la huelga general de media jornada que la CGIL ha convocado para el próximo miércoles.

Pregunta. ¿Cuál es su diagnóstico de los problemas de Italia?
Respuesta. El país se ha quedado atrás, ha frenado su evolución material y cultural. Primero, en los servicios sociales. Siempre bromeamos diciendo que las guarderías son infraestructuras. Teníamos un sistema educativo envidiado en Europa, pero eso se acabó hace 20 años. Segundo, somos el país de la precariedad, sobre todo en el empleo femenino. Las mujeres se dedican sobre todo a la ayuda social, a hacer comidas, a ser camareras... Se ha frenado su reconocimiento como persona. Y, para colmo, nuestros jóvenes se quedan en casa hasta los 35 años porque no tienen dinero para irse.

P. ¿El machismo explica esa decadencia?
R. En los setenta aprobamos el divorcio y el aborto. El proyecto de dar ciudadanía plena a la mujer se abandonó. Fue un movimiento de resistencia cultural espontáneo. No tenía quien lo defendiera en las esferas del poder. El liberalismo ha generado desigualdad, y tenemos un jefe del Gobierno populista que apela al peor machismo para imponer su modelo. Conviven dos países: uno real, con familias evolucionadas, y una representación violentamente machista, que ve a las mujeres escindidas en cuerpo y mente. El jefe de Gobierno tiene una relación enferma con los géneros, y ha afirmado esa servidumbre.

P. Las ministras se hacen llamar ministro. ¿Usted?
R. Dejo que me llamen como quieran. El italiano no tiene neutro y es una lengua muy burocrática, que tiende a identificar los cargos con la función y no con la persona. Más que el lenguaje, importa la actitud del poder y de los políticos. Nuestra izquierda no sabe aún que la desigualdad solo se subsana legislando. En España han aprobado normas específicas, y por eso han avanzado tanto y nos han sobrepasado. En el sindicato lo hemos hecho; la política no ha dado ese salto.

P. ¿Cómo ha influido la Iglesia en eso?
R. El ejemplo español es muy claro. España es tan católica como Italia, la jerarquía eclesial promueve una idea de familia parecida. La política allí ha hecho su trabajo y el país ha cambiado. Me impresiona que la jerarquía católica insista tanto con la política provida, el aborto, los condones, y al mismo tiempo guarde silencio absoluto con lo que sucede en Italia con la mercantilización del cuerpo de las mujeres. España nos enseña que si la política hace su tarea, la Iglesia puede gritar lo que quiera. Italia es la prueba de que cuando no hay una política autónoma, la Iglesia manda.

P. ¿Cuánto cuenta la televisión en el éxito de Berlusconi?
R. La televisión es un elemento de resignación, el canal que ha sustituido a los espacios colectivos a los que la política ha renunciado. Puede condicionar como la publicidad: repitiendo una mentira, al final es verdad. Pero su poder se debe sobre todo a la desaparición de los lugares colectivos; si la gente pudiera participar en las tomas de decisiones, lo haría. El conflicto de intereses es gigantesco, pero Gran Hermano lo ven cuatro millones, y el programa de Roberto Saviano lo vieron doce millones.

P. El centro izquierda parece más cómplice que enemigo. ¿Es así?
R. Desde que los iconoclastas renunciaron a la ideología para dejar a la derecha el privilegio de seguir utilizándola, nuestra clase política se ha hecho más compacta. Napolitano enseña que el respeto a las instituciones, a los valores fundacionales, a la Constitución, gustan a la inmensa mayoría. La izquierda no ha podido conservar esos valores.

P. ¿Sergio Marchionne cambiará Italia?
R. Nosotros no tenemos ningún miedo. Es un conflicto que sigue abierto. Nos han vencido, porque ha sido una derrota, pero las derrotas no son definitivas. El país tiende a mixtificar, pero Marchionne calla demasiadas cosas. Es probable que Fiat se convierta en una empresa americana; desgraciadamente llegará el momento y el Gobierno y la oposición entenderán que la industria del automóvil es estratégica, no tanto por el volumen de trabajadores, sino por su impulso a la innovación de otros sectores. Obama, Alemania y Francia lo saben. Berlusconi y la Liga han renunciado a ella.

P. ¿Quizá porque eso implica dividir al sindicato?
R. Desde luego, el objetivo del Gobierno y de Marchionne es dividirnos. Al llegar la crisis, el Gobierno pensó que un sindicato débil podía ser útil para recortar el Estado social. A eso ha contribuido la escasa autonomía de la patronal, que ha creído que el berlusconismo podría desmantelar los sindicatos, y la actitud de las otras centrales, que han pensado que así podrían sacar beneficios en el sector público. Este Gobierno se mueve solo por venganza, y ha decidido que la crisis la pague el trabajador.

P. ¿Fiat tiene un plan industrial para Italia?
R. No lo hemos visto, así que no creo que lo tenga. Ha anunciado que va a invertir 1.700 millones, pero el resto, hasta los 20.000 millones prometidos, no sabemos dónde está. Por ese anuncio hemos perdido de vista la Constitución y nos hemos comportado como un país subdesarrollado. El Gobierno no ha tenido el coraje de sentar a Fiat en una mesa y discutir. Alemania lo hizo y les dijo: "Ciao, ha sido un placer". Aquí Marchionne parece el salvador de la patria. Pero no sabemos si tiene otro modelo que el de reducir la pausa de la comida en 10 minutos. Se ha querido cargar sobre Mirafiori el destino del país entero. Pero solo un país débil necesita un salvapatrias.

P. ¿La CGIL ha cambiado lo que debía para ayudar a modernizar el país?
R. Estamos en transformación. Somos un gran sindicato. Debemos innovar, pero defendemos nuestra historia. Con la crisis hemos crecido; crece la demanda de defensa de los trabajadores. Sabemos que hemos infravalorado el trabajo precario, que necesita grandes reformas. Somos el país con el trabajo más pobre y la evasión más alta.

P. ¿No teme que sea contraproducente una huelga general?
R. Sabemos que tiene impacto. Nos dicen unas 25 veces al día que no viene bien a nadie. Vamos solos, y la división es una señal clara. No puede ser que la clase dirigente no diga que estamos en un callejón sin salida. Llevamos tres años fingiendo que no hay crisis, pero estamos viviendo la situación más trágica de la historia, dejando aparte las guerras. Los daños del berlusconismo han sido y serán terribles. -

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