miércoles, julio 30, 2008

Ay, Marina d’Or. MARUJA TORRES. Y es que me alegro in-fi-ni-ta-mente de que se hundan las inmobiliarias

PERDONEN QUE NO ME LEVANTE. Ay, Marina d’Or. MARUJA TORRES. EL PAIS SEMANAL - 18-04-2008
Qué me pasa? ¿Qué nos sucede? Uso el plural plebeyo porque he consultado con más gente, y la mayoría siente lo mismo que yo. Algo que bien podríamos denominar el SMCT (Síndrome de los Músicos en la Cubierta del Titanic). Una especie de abyecta euforia –en el umbral, o ya con el pie dentro de la crisis económica– que nos impele a desenfundar el violín y a fundirnos en un majestuoso y vibrante (allegro, pero no debería resultar troppo allegro) coro de instrumentos de cuerda al que deberíamos bautizar como Orfeón de la Soga al Cuello.
Y es que me alegro in-fi-ni-ta-mente de que se hundan las inmobiliarias.
¿Debo justificarme? Hagamos para ello un poco de historia íntima e inútil. La relación más duradera de mi vida se llama Hipoteca y se apellida Inconmovible. En esto tengo más suerte que otros compatriotas. No empeora. Voy pagando y, al menos, no empeora. Como no tengo descendencia no me preocupa que, cuando la diñe, el Banco –con mayúsculas, por favor: gracias a él establecimos nuestra conexión– se quede con mi… ¿Cómo dijeron? La frase exacta fue: “Por fin tiene usted un Bien Patrimonial”. Pero llamadla Hipoteca. El espíritu que habita en mi apartamento, la señora Danvers de este juego doméstico-infernal a lo Rebeca en el que todos perseguimos la sombra del Euríbor.
Tengo, por tanto, razones personales para celebrar, aunque sea con la amarga mueca del resentimiento y con la carcajada estúpida del pirado, que la codicia promotora haya empezado a ver el fondo del saco roto. Cierto, se perderán muchas puestos de trabajo. Es lo mismo que ocurre cuando cierran centrales nucleares o fábricas de minas antipersona (me parece que lo último no ha ocurrido nunca, y lo otro, por fuerza mayor)… Más, si cabe, se perderán empleos. Una lamentable tragedia, mucho más sensible debido a que nadie se preocupará de reconvertir a esos trabajadores para que obtengan otros puestos, no ya equivalentes, sino mejores. Pese a ello, sigo contenta. Me sirve de consuelo, tal vez, que cuando las vacas gordas, al ver que una máquina de demoler la emprendía con un edificio precioso pero poco rentable, o cuando un parque desaparecía para dar cabida a un rascacielos, o cuando, en una hermosa isla balear, una playa era engullida por una urbanización, no pensaba entonces en las muchas familias que iban a encontrar su pan, no exclamaba: “¡Oh, qué feliz idea! ¡Cuántos empleos van a crearse gracias a esta iniciativa inmobiliaria!”. Ni siquiera me dolía por anticipado la de obreros que iban a estrellarse desde un andamio, en los muchos accidentes laborales que accidentalmente ocurrían. Nada que se relacione con el mercado del suelo me conmueve, quizá porque en los sesenta –tiempos de expansión también: y de chabolas ocultas– pasé un par de años como secretaria en una empresa constructora, y los endurecidos endurecieron mi corazón tanto como merecían. Es un gremio que carece de piedad, cualquiera que sea la época, antes de los parques temáticos o después de J. G. Ballard. Por eso se llevan tan bien con los arquitectos, dicho sea de paso y con el respeto de siempre.
Por ejemplo, los promotores inmobiliarios insisten en que la solución para amortizar el frenazo consiste en que las administraciones públicas reactiven el sector (qué interés tan malsano tienen los privados en la obra pública) para que los trabajadores sigan comprando viviendas, es decir, empeñándose con los bancos. En un sistema menos benevolente, semejantes declaraciones deberían estar prohibidas por el Código Penal. Pero nadie le reprocha al fundamentalismo constructor su culpable avaricia.
Así las cosas, no me parece extraño, ni siquiera malsano, que al oír la frase mágica –“¡Marina d’Or!”– que tanto nos acompañó en veladas y maitines radiofónicos, un rictus espectacular, de soberbio gozo orgásmico total (tres adjetivos por sustantivo, y me quedo corta), nos invada y nos anime, porque ya no la encontramos en la publicidad, sino en las noticias. Marina hace aguas, vaya por Dios. Sin campos de golf y yo con estos pelos. Tocando el violín.

No hay comentarios:

.

Archivo del blog

.