martes, noviembre 24, 2009

La Iglesia de Rouco se resiste a abandonar los privilegios de los que gozó en la teocracia franquista

La sociedad no necesita a quienes sólo usan a Dios como excusa. La Iglesia de Rouco se resiste a abandonar los privilegios de los que gozó en la teocracia franquista
Primero fue Martinez Camino, ahora Rouco Varela. Como bien informaba El Plural, el cardenal arzobispo de Madrid y presidente de la Confe
rencia Episcopal Española, Antonio María Rouco Varela, ha refrendado las palabras de monseñor Martínez Camino asegurando que "dio a conocer la doctrina de la Iglesia", cuando dijo que los políticos que votaran a favor del aborto serían excomulgados.
Por una vez y sin que sirva de precedente, habrá que darle la razón. Es cierto que la Iglesia Católica prohíbe a sus fieles abortar o practicar abortos. Pero ahí está el quid de la cuestión: a sus fieles. ¿Cuando, pues, dejará la iglesia de pretender imponer al conjunto de la sociedad civil unos criterios que sólo competen a los bautizados?
Garantes de la Dictadura
Es evidente que el sector más conservador de la Iglesia Católica se resiste a abandonar los privilegios de que gozó durante la Dictadura. La prueba está en el entusiasmo con que han celebrado Misas en memoria del dictador o la impunidad con la que se han saltado el artículo el artículo 16 de la Ley de Memoria Histórica que prohíbe expresamente la celebración en el Valle de los Caídos de “actos de naturaleza política o exaltadores de la Guerra Civil, sus protagonistas o del franquismo"
No hay que olvidar que la Iglesia Católica bendijo la sublevación contra la legitimidad republicana calificando a la contienda de “cruzada contra el materialismo ateo” y entronizando a Francisco Franco como a un nuevo Mesías escogido por la Divina Providencia para salvar a España del comunismo.
Un Caudillo “por la gracia de Dios”
La Iglesia no titubeó a la hora de proclamar al General Franco "Caudillo de España por la gracia de Dios", convirtiendo al régimen en la última teocracia de Occidente. Es más, al “Generalísimo” se le concedieron sin el menor rubor honores como el de entrar bajo palio en las iglesias, o proponer obispos ante el Vaticano. Triunfó así la visión más integrista del catolicismo, que no dudó siquiera en oponerse al Vaticano cuando el Papa Pablo VI intercedió personalmente ante el Dictador a fin de parar las ejecuciones de tres militantes del FRAP y dos de ETA en septiembre de 1975.
Una Iglesia privilegiada
Entre 1940 y 1975, la Iglesia Católica española gozó de enormes privilegios. Los sacerdotes ingresaron en la nómina del Estado y se puso en manos de las Órdenes religiosas la enseñanza privada y diversos sectores de la sanidad. Asimismo la censura impuso su férreo control sobre el cine, el teatro y la prensa e incluso los libros de texto precisaban del “nihil obstat”, es decir, de la autorización del obispado correspondiente.
La vida civil asumió como propios ritos y conmemoraciones católicas, se prohibieron otras confesiones religiosas y se suprimió el matrimonio civil (y en consecuencia, el divorcio) y el aborto, lo que no impidió que éste último se siguiera practicando bien clandestinamente, bien con rápidos y sigilosos viajes a Londres de las hijas de las clases más privilegiadas.
Voces disconformes
No obstante, a partir de finales de los años cincuenta, determinados intelectuales católicos (recordemos a Enrique Miret Magdalena o a Alfonso Comín, entre otros) comenzaron a alzar sus voces contra tal estado de cosas. Mientras, en los barrios dormitorio de las grandes ciudades aparecieron los llamados curas-obreros que hicieron suyas las reivindicaciones de los más desfavorecidos y secundaron más tarde la apertura hacia las corrientes de pensamiento cristiano que propugnaba el Concilio Vaticano II. Es más, muchos sacerdotes y jóvenes católicos participaron en movimientos antifranquistas, mientras el Papa Pablo VI nombraba, sin el beneplácito del régimen, a obispos críticos con el sistema como el cardenal Vicente Enrique Tarancón, un personaje clave en la transición democrática.
Cuestionando la democracia
Me pregunto qué sería ahora de una figura como la del cardenal Tarancón. Cómo le consideraría un episcopado que, en la inauguración del XI Congreso Católicos y Vida Pública, no duda en proclamar por medio de Monseñor Rouco que “el Estado no puede invadirlo todo” (por lo visto, la Iglesia Católica sí) y cuestiona la democracia asimilándola al relativismo moral, para después reclamar la “presencia imperiosa de católicos en política”.
¿Católicos o nacionalcatólicos? Posiblemente, monseñor Rouco Varela no se refiera a sacerdotes o militantes de movimientos como el que gira en torno a la parroquia madrileña de San Carlos Borromeo. Porque de esa clase de católicos, siempre al lado del que sufre, del marginado, del pobre…; siempre dispuestos a no imponer criterios, a darlo todo y a no tener nada, de esa clase de católicos si que está necesitada la sociedad. Pero no de aquellos que sólo pretenden utilizar a Dios como una excusa para medrar y conservar sus privilegios. Lo dijo Jesucristo: “Mi Reino no es de este mundo”. Tomen nota, señores.
María Pilar Queralt del Hierro es escritora e historiadora
Rouco Varela se levanta el 20-N y proclama que “el Estado no puede invadirlo todo”

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