DISIDENCIA EN LA IGLESIA La vara del cardenal. Una ex monja que pasó 60 años en un convento de clausura denuncia a Rouco Varela ante el Papa por coaccionar a los teólogos disidentes. JOSÉ LUIS BARBERÍA. DOMINGO - 04-07-2010
Por qué levanta el dedo acusador contra sus obispos esta mujer de 84 años después de haber vivido seis décadas en un convento de clausura de las monjas redentoristas? ¿Es la "santa audacia" lo que guía sus pasos o esa "frescura laica" aborrecida por el fundador del Opus Dei, Escrivá de Balaguer? La feligresa que ha osado denunciar al cardenal Antonio Rouco Varela ante el papa Benedicto XVI tiene un físico quebradizo, mirada límpida, memoria y reflejos intelectuales extraordinarios para su edad y la alegría pintada en la cara. "¿Y qué aportaría yo a este mundo si le añadiera la tristeza? Soy una cristiana alegre, consciente de ser hija de Dios", dice. Y eso que, a causa de la escoliosis y de otras dolencias, María Victoria Gómez Morales tiene un andar inestable y una salud frágil que ya no le permite ayudar como antes a los heroinómanos con sida de su barrio de Madrid.
Cuando todavía era monja -se salió del convento hace cuatro años por una cuestión de conciencia-, discutió con Rouco Varela sobre las instrucciones de aplicación de la nueva liturgia que, entre otras cosas, plantea volver a decir misa de espaldas al pueblo. Este es el extracto que María Victoria Gómez guarda de aquella charla:
-¿Cómo están ustedes, hermanas?
-Bien, don Antonio, la nueva instrucción sobre la liturgia...
-¿Ah?, pues no sé.
-Sí, la nueva instrucción que...
-¿Y cómo se ha enterado usted?
-Por la prensa. Me ha parecido horrible.
-¿Por qué?
-Obliga a delatar a los que no cumplan las instrucciones.
-¿Eso le parece mal?
-Me parece fatal.
-¿Y cómo me voy a enterar yo si no se hace así?
Dice que cuando el Vaticano se opuso a la despenalización de los homosexuales sintió como si una daga le atravesara el corazón y que por eso le escribió a Rouco, arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, para preguntarle si se podía actuar así desde el Evangelio. "Su respuesta fue si es que yo ignoraba la doctrina de la Iglesia sobre la homosexualidad".
Con paso renqueante, pero gesto decidido, el pasado 22 de abril, la sierva de Dios María Victoria Gómez presentó al nuncio apostólico de Su Santidad en España, Renzo Fratini, una denuncia contra Rouco Varela, Agustín García-Gascó, arzobispo emérito de Valencia, y Fernando Sebastián, arzobispo emérito de Pamplona, por violación del derecho canónico, omisión de deberes pastorales, coacciones y consentimiento de denuncias calumniosas en medios católicos. Es una denuncia de más de 400 folios, muy documentada en las publicaciones digitales que, bajo el barniz de un catolicismo militante, denigran, humillan y acosan a teólogos refractarios al integrismo religioso.
Aunque los clérigos poco ortodoxos constituyen el blanco preferido de las insidias que algunos predican en esas webs, las furias digitales del rebrotado nacionalcatolicismo no tienen empacho en arrastrar por el lodo a cualquiera. "Juan Carlos ya no solo es traidor y doblemente perjuro, sino doblemente abortero. (...) El Rey es culpable de crímenes de lesa humanidad, genocidio y prevaricación", se lee en la web en la que participan algunos de los obispos ahora denunciados. La antigua religiosa les acusa de ejercer la coacción, directamente o a través de grupos ultras, con el propósito de doblegar voluntades y conseguir el silenciamiento de las voces que respiran los aires aperturistas aprobados hace 45 años en el Concilio Vaticano II. "No nos consta que esa denuncia haya sido presentada", sostiene un portavoz anónimo de la Nunciatura, a despecho de la documentación que certifica el acuse de recibo efectuado por el propio nuncio Fratini.
Cabe preguntarse si la voz de María Victoria puede algo contra el todopoderoso presidente de la Conferencia Episcopal y si el destino de su denuncia no será otro que el de engordar el apartado reservado a los "locos y desesperados" en el archivo vaticano. "Jesús le dijo a la samaritana que perdonaría todos los pecados, pero no los cometidos contra la luz", indica María Victoria, licenciada en Ciencias Bíblicas. Quiere decir que amordazar a los teólogos que tratan de iluminar a los creyentes es volver a las tinieblas de la fe del carbonero, esa fe muerta escondida en la oficialidad y los dogmas de la que habló Unamuno. "Desde el amor permanente a Jesús he buscado y seguiré buscando la luz hasta mi último aliento. La ley del Evangelio es la ley del amor fraterno, no la del chantaje, ni la del martillo y el yunque", subraya. Dice que su denuncia supone un gesto de rechazo a la obediencia servil que ha consentido el arrinconamiento de cerca de 300 teólogos en las últimas décadas y "una invitación a ponerse en pie de luz, humanidad y respeto".
Habla con el brillo en los ojos y la sonrisa franca, convencida de que hay que construir una Iglesia fraternal, humana y libre. "Me fui del convento con 80 años, sin saber muy bien cómo sobrevivir, pero libre y alegre como unas castañuelas porque el Señor sostiene mi vida", afirma. Buena parte de su denuncia está articulada sobre los casos recientes del catedrático de Bioética Juan Masiá, que vive en Japón, y del antiguo vicario de la diócesis donostiarra José Antonio Pagola. La Conferencia Episcopal ha obligado a la editorial a retirar el libro sobre Jesús escrito por Pagola pese a que contaba con el níhil óbstat de José María Uriarte, el anterior obispo de la diócesis. Para los teólogos ajenos a la ortodoxia integrista, la descalificación de esta obra que humaniza la figura de Jesús viene a ser la prueba de que la caza de brujas desatada ha alcanzado un punto irracional.
Juan Masiá ha sido sometido a una persecución implacable desde que en el curso de un ciclo de conferencias en enero de 2005 se declaró "desconcertado" por el comportamiento "anómalo" de la Iglesia española en asuntos como la investigación con células madre y comentó que no sabía si echarse a reír o a llorar ante la condena eclesial del uso del preservativo. Al día siguiente, el ahora obispo Juan Antonio Martínez Camino llamó a los superiores del jesuita y quedó activado un proceso en el que gentes que se autodenominan "fieles sencillos" acosan a Pagola con denuncias y vejaciones desde sus tribunas periodísticas. "Te van apretando, apretando, para ver si pueden romperte los nervios y conseguir que saltes, que cometas un error que les permita decir: '¿Veis cómo es este hombre?", explica el jesuita. Aunque ha sido expulsado de la cátedra de Bioética de la Universidad Pontificia de Comillas y puesto en la picota digital, la jerarquía no se ha molestado en señalarle sus supuestos errores doctrinales.
Cuando se enteró de la campaña, María Victoria Gómez pensó que debía lanzar el SOS "Salvad al padre Masiá" para contrarrestar la ofensiva político-religiosa que, en su opinión, está acabando con las mejores cabezas pensantes de la Iglesia. Se pertenezca o no a la comunidad creyente, produce rubor intelectual, vergüenza ajena, constatar cómo finos y creativos teólogos son despedazados por insultos y calumnias proferidos por algunos abanderados de la obediencia ciega y la renuncia a cualquier otra reflexión teológica propia. En su denuncia ante el Papa, la antigua religiosa detalla las coacciones ejercidas sobre los superiores de congregaciones con el propósito de silenciar a los teólogos disidentes, los chantajes a las editoriales católicas, las presiones dirigidas a impedir que los grupos cristianos de base se reúnan en locales de la Iglesia.
En abierto contraste con esa actitud, la jerarquía avala expresa o implícitamente a colectivos laicos identificados con la extrema derecha ideológica que afloran en plataformas digitales como Infocatólica, Intereconomía, Hazte Oír y otras. He aquí una simple muestra de las diatribas de esa partida digital. "¡Basta de impunidad para los enemigos de la cruz dentro de la Iglesia! No se trata de que se callen. Se trata de que se larguen". (...) "Esos cristianos socialistas, y toda la chusma progre eclesial que les apoya...". (...) "Esta gente no forma parte de nuestra Iglesia". (...) "Estos no son pedófilos, ni gays, ni homosexuales; estos son, sencillamente, unos maricones de mierda". Sobre Masiá han escrito que es "una mente enferma y preocupada por perdurar expeliendo heces" y que "es más peligroso que un pederasta". A los obispos considerados tibios se les coloca el sambenito de "obispos perros mudos".
Dicen las víctimas que lo peor son la manipulación de sus palabras, las mofas y befas humillantes que en el caso de las religiosas sin hábito llega al insulto y a comentarios vejatorios como "la pasarela de adefesios". Por mucho que cueste creer que la jerarquía católica pueda servirse de estas gentes zafias y de mal corazón, no consta reprimenda alguna ni desautorización a quienes tratan así a sus hermanos de fe.
La Fundación Infocatólica tiene su domicilio declarado en el número 28 de la calle de Fermín Tirapu de Villaba (Navarra), el mismo en que reside la comunidad de las Esclavas del Amor Misericordioso. Y los procaces animadores de esa web encuentran cumplida promoción en Ecclesia, revista de la Conferencia Episcopal, de igual manera que los obispos más caracterizados de la corriente involucionista -el de San Sebastián, José Ignacio Munilla, ha publicado medio centenar largo de artículos- participan con sus escritos en ese espacio del nacionalcatolicismo.
Estigmatizado en una campaña sostenida -solo en el último año ha sido vilipendiado en no menos de 50 artículos-, Juan Masiá ve en su caso y en el de otros el secretismo inmoral que practicó la curia en el escándalo de la pederastia dentro de la Iglesia. "Son procesos en los que la víctima pasa de ser acosada a ser acusada. Cierto mitrado de la cúpula eclesiástica anima a la ultraderecha político-religiosa a que delate a un teólogo disidente. Cuando eso se produce, el mitrado, aparentemente sorprendido, muestra las acusaciones a su auxiliar y este persuade a los superiores del disidente para que lo silencien, pero sin decir de qué honda sale la piedra. Les dice que si se portan bien, protegerán su institución y dejarán de poner zancadillas a su congregación", describe Juan Masiá.
No hace falta jugar a las adivinanzas para deducir que la figura del presidente de la Conferencia Episcopal encaja perfectamente en la de ese mitrado que lanza la piedra y esconde la mano. Quienes conocen al cardenal comparten la descripción del personaje hecha por el periodista José Antonio Zarzalejos. "Es un eclesiástico con una fuerte pulsión de poder" (...) "habilísimo en el manejo de los resortes de la política -ora persuasión, ora coacción, ora dejar pasar, ora plantar cara-, y destaca en su carácter una forma galaica de retranca que le lleva a presentarse como el ser más ingenuo y menos informado de la tierra, según convenga a cada circunstancia".
Más inquietante resulta el acendrado "afán de gobernanza temporal" que el destituido director de Abc detectó en el arzobispo de Madrid. "Antonio María Rouco Varela ha interiorizado que la esencia de España es su catolicismo y atribuye a los poderes públicos el fenómeno de increencia que se produce en nuestro país. (...) Sus tesis me interesaban tanto como me inquietaban sus conclusiones, porque observaba en él una dureza ideológica muchas veces reñida con el sentido pastoral que se supone a todo obispo católico". La Conferencia Episcopal exigió a los superiores de Juan Masiá que le prohibieran pisar tierra española y ejercer cualquier tipo de actividad académica o pastoral hablada o escrita en su país natal. Como quiera que en marzo último vino a España desde Japón para presentar su libro Vivir en la frontera, ha sido advertido de que puede ser expulsado de la Compañía por desobediencia en materia grave.
"Llegará un momento en que lo que se dijo de noche, se gritará a plena luz del día; lo que se susurró al oído, se proclamará desde las azoteas". La profecía de Lucas y Mateo parece cumplida en el caso de Masiá, de forma que el jesuita se encuentra ya con la amenaza de ser arrojado a las tinieblas exteriores, a la intemperie profesional, salarial y psicológica que bien conocen los purgados. La pregunta es si una organización como la Iglesia puede prohibir a uno de sus miembros volver a su patria o utilizar su lengua materna. La Constitución establece que el derecho a fijar residencia, circular, salir y entrar libremente en el territorio nacional "no puede ser limitado por motivos políticos o ideológicos".
"Para la sociedad es importante que la Iglesia sea democrática porque en países como España, poco secularizados históricamente, la Iglesia ha sido la transmisora de los valores de fraternidad, dignidad humana y solidaridad. Si la jerarquía continúa entrampada en la intransigencia, impedirá que esos valores pasen a la sociedad", señala, a su vez, Antonio Duato, promotor del espacio digital Atrio y editor de la Revista Iglesia Viva. También él detecta una efervescencia político-religiosa integrista avalada por la hornada de obispos educados en el molde que el cardenal Marcelo González Martín, el mismo que ofició el funeral por Franco, creó en el seminario de Toledo.
En su libro La destitución, José Antonio Zarzalejos asegura que el cardenal Rouco formó un complot para escorar al PP y a la misma Iglesia hacia la derecha. Mientras monseñor Demetrio Fernández Madrid, obispo de Córdoba, cree llegado el momento de "que salga a la palestra un partido político de inspiración cristiana", el obispo donostiarra José Ignacio Munilla dice que "España está siendo utilizada como campo de experimentación de una ideología que atenta contra la antropología cristiana, la razón y la naturaleza".
Una de las primeras decisiones de Munilla ha sido la de silenciar al teólogo franciscano de Aranzazu José Arregui y reclamar su destierro a América. Ha dicho de él que es "como agua sucia que contamina a todos, a los de fuera de la Iglesia igual que a los de dentro". Cabe también preguntarse con qué autoridad moral los prelados pueden llamar "pecadores públicos" a los representantes de la ciudadanía y permitir que sus propagandistas tachen de "asesinos" o "aborteros" a los partidarios de regular cuestiones como el derecho a una muerte digna o a la interrupción voluntaria del embarazo. ¿Hay que seguirles el juego a estos reaccionarios dogmáticos que pontifican y ven al diablo apostado en todas las esquinas?
"También la Iglesia debe usar la vara de pastor, la vara con la que protege la fe de los farsantes", reclaman los apologistas de la involución repitiendo las palabras de Benedicto XVI en la clausura del Año Sacerdotal. Y a fe que Masiá y los demás teólogos tienen la prueba de que esa vara se está usando, como se usó contra los "amonestados" Marciano Vidal, Casiano Floristán, José María Díez Alegría, Benjamín Forcano, Juan José Tamayo, Pedro M. Lamet, Manuel Fraijó, Xabier Pikaza, J. M. Castillo, J. A. Estrada y Juan Bosch, entre otros. Después de haber dedicado su vida a la contemplación espiritual, la oración y la meditación, María Victoria Gómez está convencida de que las predicadas "santa intransigencia" y "santa intolerancia", la coacción, la mordaza y el secretismo viciado tienen tan poco de cristiano como la mano que dirige el golpe del martillo en el yunque.
Por qué levanta el dedo acusador contra sus obispos esta mujer de 84 años después de haber vivido seis décadas en un convento de clausura de las monjas redentoristas? ¿Es la "santa audacia" lo que guía sus pasos o esa "frescura laica" aborrecida por el fundador del Opus Dei, Escrivá de Balaguer? La feligresa que ha osado denunciar al cardenal Antonio Rouco Varela ante el papa Benedicto XVI tiene un físico quebradizo, mirada límpida, memoria y reflejos intelectuales extraordinarios para su edad y la alegría pintada en la cara. "¿Y qué aportaría yo a este mundo si le añadiera la tristeza? Soy una cristiana alegre, consciente de ser hija de Dios", dice. Y eso que, a causa de la escoliosis y de otras dolencias, María Victoria Gómez Morales tiene un andar inestable y una salud frágil que ya no le permite ayudar como antes a los heroinómanos con sida de su barrio de Madrid.
Cuando todavía era monja -se salió del convento hace cuatro años por una cuestión de conciencia-, discutió con Rouco Varela sobre las instrucciones de aplicación de la nueva liturgia que, entre otras cosas, plantea volver a decir misa de espaldas al pueblo. Este es el extracto que María Victoria Gómez guarda de aquella charla:
-¿Cómo están ustedes, hermanas?
-Bien, don Antonio, la nueva instrucción sobre la liturgia...
-¿Ah?, pues no sé.
-Sí, la nueva instrucción que...
-¿Y cómo se ha enterado usted?
-Por la prensa. Me ha parecido horrible.
-¿Por qué?
-Obliga a delatar a los que no cumplan las instrucciones.
-¿Eso le parece mal?
-Me parece fatal.
-¿Y cómo me voy a enterar yo si no se hace así?
Dice que cuando el Vaticano se opuso a la despenalización de los homosexuales sintió como si una daga le atravesara el corazón y que por eso le escribió a Rouco, arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, para preguntarle si se podía actuar así desde el Evangelio. "Su respuesta fue si es que yo ignoraba la doctrina de la Iglesia sobre la homosexualidad".
Con paso renqueante, pero gesto decidido, el pasado 22 de abril, la sierva de Dios María Victoria Gómez presentó al nuncio apostólico de Su Santidad en España, Renzo Fratini, una denuncia contra Rouco Varela, Agustín García-Gascó, arzobispo emérito de Valencia, y Fernando Sebastián, arzobispo emérito de Pamplona, por violación del derecho canónico, omisión de deberes pastorales, coacciones y consentimiento de denuncias calumniosas en medios católicos. Es una denuncia de más de 400 folios, muy documentada en las publicaciones digitales que, bajo el barniz de un catolicismo militante, denigran, humillan y acosan a teólogos refractarios al integrismo religioso.
Aunque los clérigos poco ortodoxos constituyen el blanco preferido de las insidias que algunos predican en esas webs, las furias digitales del rebrotado nacionalcatolicismo no tienen empacho en arrastrar por el lodo a cualquiera. "Juan Carlos ya no solo es traidor y doblemente perjuro, sino doblemente abortero. (...) El Rey es culpable de crímenes de lesa humanidad, genocidio y prevaricación", se lee en la web en la que participan algunos de los obispos ahora denunciados. La antigua religiosa les acusa de ejercer la coacción, directamente o a través de grupos ultras, con el propósito de doblegar voluntades y conseguir el silenciamiento de las voces que respiran los aires aperturistas aprobados hace 45 años en el Concilio Vaticano II. "No nos consta que esa denuncia haya sido presentada", sostiene un portavoz anónimo de la Nunciatura, a despecho de la documentación que certifica el acuse de recibo efectuado por el propio nuncio Fratini.
Cabe preguntarse si la voz de María Victoria puede algo contra el todopoderoso presidente de la Conferencia Episcopal y si el destino de su denuncia no será otro que el de engordar el apartado reservado a los "locos y desesperados" en el archivo vaticano. "Jesús le dijo a la samaritana que perdonaría todos los pecados, pero no los cometidos contra la luz", indica María Victoria, licenciada en Ciencias Bíblicas. Quiere decir que amordazar a los teólogos que tratan de iluminar a los creyentes es volver a las tinieblas de la fe del carbonero, esa fe muerta escondida en la oficialidad y los dogmas de la que habló Unamuno. "Desde el amor permanente a Jesús he buscado y seguiré buscando la luz hasta mi último aliento. La ley del Evangelio es la ley del amor fraterno, no la del chantaje, ni la del martillo y el yunque", subraya. Dice que su denuncia supone un gesto de rechazo a la obediencia servil que ha consentido el arrinconamiento de cerca de 300 teólogos en las últimas décadas y "una invitación a ponerse en pie de luz, humanidad y respeto".
Habla con el brillo en los ojos y la sonrisa franca, convencida de que hay que construir una Iglesia fraternal, humana y libre. "Me fui del convento con 80 años, sin saber muy bien cómo sobrevivir, pero libre y alegre como unas castañuelas porque el Señor sostiene mi vida", afirma. Buena parte de su denuncia está articulada sobre los casos recientes del catedrático de Bioética Juan Masiá, que vive en Japón, y del antiguo vicario de la diócesis donostiarra José Antonio Pagola. La Conferencia Episcopal ha obligado a la editorial a retirar el libro sobre Jesús escrito por Pagola pese a que contaba con el níhil óbstat de José María Uriarte, el anterior obispo de la diócesis. Para los teólogos ajenos a la ortodoxia integrista, la descalificación de esta obra que humaniza la figura de Jesús viene a ser la prueba de que la caza de brujas desatada ha alcanzado un punto irracional.
Juan Masiá ha sido sometido a una persecución implacable desde que en el curso de un ciclo de conferencias en enero de 2005 se declaró "desconcertado" por el comportamiento "anómalo" de la Iglesia española en asuntos como la investigación con células madre y comentó que no sabía si echarse a reír o a llorar ante la condena eclesial del uso del preservativo. Al día siguiente, el ahora obispo Juan Antonio Martínez Camino llamó a los superiores del jesuita y quedó activado un proceso en el que gentes que se autodenominan "fieles sencillos" acosan a Pagola con denuncias y vejaciones desde sus tribunas periodísticas. "Te van apretando, apretando, para ver si pueden romperte los nervios y conseguir que saltes, que cometas un error que les permita decir: '¿Veis cómo es este hombre?", explica el jesuita. Aunque ha sido expulsado de la cátedra de Bioética de la Universidad Pontificia de Comillas y puesto en la picota digital, la jerarquía no se ha molestado en señalarle sus supuestos errores doctrinales.
Cuando se enteró de la campaña, María Victoria Gómez pensó que debía lanzar el SOS "Salvad al padre Masiá" para contrarrestar la ofensiva político-religiosa que, en su opinión, está acabando con las mejores cabezas pensantes de la Iglesia. Se pertenezca o no a la comunidad creyente, produce rubor intelectual, vergüenza ajena, constatar cómo finos y creativos teólogos son despedazados por insultos y calumnias proferidos por algunos abanderados de la obediencia ciega y la renuncia a cualquier otra reflexión teológica propia. En su denuncia ante el Papa, la antigua religiosa detalla las coacciones ejercidas sobre los superiores de congregaciones con el propósito de silenciar a los teólogos disidentes, los chantajes a las editoriales católicas, las presiones dirigidas a impedir que los grupos cristianos de base se reúnan en locales de la Iglesia.
En abierto contraste con esa actitud, la jerarquía avala expresa o implícitamente a colectivos laicos identificados con la extrema derecha ideológica que afloran en plataformas digitales como Infocatólica, Intereconomía, Hazte Oír y otras. He aquí una simple muestra de las diatribas de esa partida digital. "¡Basta de impunidad para los enemigos de la cruz dentro de la Iglesia! No se trata de que se callen. Se trata de que se larguen". (...) "Esos cristianos socialistas, y toda la chusma progre eclesial que les apoya...". (...) "Esta gente no forma parte de nuestra Iglesia". (...) "Estos no son pedófilos, ni gays, ni homosexuales; estos son, sencillamente, unos maricones de mierda". Sobre Masiá han escrito que es "una mente enferma y preocupada por perdurar expeliendo heces" y que "es más peligroso que un pederasta". A los obispos considerados tibios se les coloca el sambenito de "obispos perros mudos".
Dicen las víctimas que lo peor son la manipulación de sus palabras, las mofas y befas humillantes que en el caso de las religiosas sin hábito llega al insulto y a comentarios vejatorios como "la pasarela de adefesios". Por mucho que cueste creer que la jerarquía católica pueda servirse de estas gentes zafias y de mal corazón, no consta reprimenda alguna ni desautorización a quienes tratan así a sus hermanos de fe.
La Fundación Infocatólica tiene su domicilio declarado en el número 28 de la calle de Fermín Tirapu de Villaba (Navarra), el mismo en que reside la comunidad de las Esclavas del Amor Misericordioso. Y los procaces animadores de esa web encuentran cumplida promoción en Ecclesia, revista de la Conferencia Episcopal, de igual manera que los obispos más caracterizados de la corriente involucionista -el de San Sebastián, José Ignacio Munilla, ha publicado medio centenar largo de artículos- participan con sus escritos en ese espacio del nacionalcatolicismo.
Estigmatizado en una campaña sostenida -solo en el último año ha sido vilipendiado en no menos de 50 artículos-, Juan Masiá ve en su caso y en el de otros el secretismo inmoral que practicó la curia en el escándalo de la pederastia dentro de la Iglesia. "Son procesos en los que la víctima pasa de ser acosada a ser acusada. Cierto mitrado de la cúpula eclesiástica anima a la ultraderecha político-religiosa a que delate a un teólogo disidente. Cuando eso se produce, el mitrado, aparentemente sorprendido, muestra las acusaciones a su auxiliar y este persuade a los superiores del disidente para que lo silencien, pero sin decir de qué honda sale la piedra. Les dice que si se portan bien, protegerán su institución y dejarán de poner zancadillas a su congregación", describe Juan Masiá.
No hace falta jugar a las adivinanzas para deducir que la figura del presidente de la Conferencia Episcopal encaja perfectamente en la de ese mitrado que lanza la piedra y esconde la mano. Quienes conocen al cardenal comparten la descripción del personaje hecha por el periodista José Antonio Zarzalejos. "Es un eclesiástico con una fuerte pulsión de poder" (...) "habilísimo en el manejo de los resortes de la política -ora persuasión, ora coacción, ora dejar pasar, ora plantar cara-, y destaca en su carácter una forma galaica de retranca que le lleva a presentarse como el ser más ingenuo y menos informado de la tierra, según convenga a cada circunstancia".
Más inquietante resulta el acendrado "afán de gobernanza temporal" que el destituido director de Abc detectó en el arzobispo de Madrid. "Antonio María Rouco Varela ha interiorizado que la esencia de España es su catolicismo y atribuye a los poderes públicos el fenómeno de increencia que se produce en nuestro país. (...) Sus tesis me interesaban tanto como me inquietaban sus conclusiones, porque observaba en él una dureza ideológica muchas veces reñida con el sentido pastoral que se supone a todo obispo católico". La Conferencia Episcopal exigió a los superiores de Juan Masiá que le prohibieran pisar tierra española y ejercer cualquier tipo de actividad académica o pastoral hablada o escrita en su país natal. Como quiera que en marzo último vino a España desde Japón para presentar su libro Vivir en la frontera, ha sido advertido de que puede ser expulsado de la Compañía por desobediencia en materia grave.
"Llegará un momento en que lo que se dijo de noche, se gritará a plena luz del día; lo que se susurró al oído, se proclamará desde las azoteas". La profecía de Lucas y Mateo parece cumplida en el caso de Masiá, de forma que el jesuita se encuentra ya con la amenaza de ser arrojado a las tinieblas exteriores, a la intemperie profesional, salarial y psicológica que bien conocen los purgados. La pregunta es si una organización como la Iglesia puede prohibir a uno de sus miembros volver a su patria o utilizar su lengua materna. La Constitución establece que el derecho a fijar residencia, circular, salir y entrar libremente en el territorio nacional "no puede ser limitado por motivos políticos o ideológicos".
"Para la sociedad es importante que la Iglesia sea democrática porque en países como España, poco secularizados históricamente, la Iglesia ha sido la transmisora de los valores de fraternidad, dignidad humana y solidaridad. Si la jerarquía continúa entrampada en la intransigencia, impedirá que esos valores pasen a la sociedad", señala, a su vez, Antonio Duato, promotor del espacio digital Atrio y editor de la Revista Iglesia Viva. También él detecta una efervescencia político-religiosa integrista avalada por la hornada de obispos educados en el molde que el cardenal Marcelo González Martín, el mismo que ofició el funeral por Franco, creó en el seminario de Toledo.
En su libro La destitución, José Antonio Zarzalejos asegura que el cardenal Rouco formó un complot para escorar al PP y a la misma Iglesia hacia la derecha. Mientras monseñor Demetrio Fernández Madrid, obispo de Córdoba, cree llegado el momento de "que salga a la palestra un partido político de inspiración cristiana", el obispo donostiarra José Ignacio Munilla dice que "España está siendo utilizada como campo de experimentación de una ideología que atenta contra la antropología cristiana, la razón y la naturaleza".
Una de las primeras decisiones de Munilla ha sido la de silenciar al teólogo franciscano de Aranzazu José Arregui y reclamar su destierro a América. Ha dicho de él que es "como agua sucia que contamina a todos, a los de fuera de la Iglesia igual que a los de dentro". Cabe también preguntarse con qué autoridad moral los prelados pueden llamar "pecadores públicos" a los representantes de la ciudadanía y permitir que sus propagandistas tachen de "asesinos" o "aborteros" a los partidarios de regular cuestiones como el derecho a una muerte digna o a la interrupción voluntaria del embarazo. ¿Hay que seguirles el juego a estos reaccionarios dogmáticos que pontifican y ven al diablo apostado en todas las esquinas?
"También la Iglesia debe usar la vara de pastor, la vara con la que protege la fe de los farsantes", reclaman los apologistas de la involución repitiendo las palabras de Benedicto XVI en la clausura del Año Sacerdotal. Y a fe que Masiá y los demás teólogos tienen la prueba de que esa vara se está usando, como se usó contra los "amonestados" Marciano Vidal, Casiano Floristán, José María Díez Alegría, Benjamín Forcano, Juan José Tamayo, Pedro M. Lamet, Manuel Fraijó, Xabier Pikaza, J. M. Castillo, J. A. Estrada y Juan Bosch, entre otros. Después de haber dedicado su vida a la contemplación espiritual, la oración y la meditación, María Victoria Gómez está convencida de que las predicadas "santa intransigencia" y "santa intolerancia", la coacción, la mordaza y el secretismo viciado tienen tan poco de cristiano como la mano que dirige el golpe del martillo en el yunque.
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