lunes, enero 10, 2011

OBSOLESCENCIA PROGRAMADA

Fabricados para no durar

SUSANA RODRÍGUEZ 04.01.2011 foto: chip obsolescencia printer Epson

Baterías que se 'mueren' a los 18 meses de ser estrenadas, impresoras que se bloquean al llegar a un número determinado de impresiones, bombillas que se funden a las mil horas... ¿Por qué, pese a los avances tecnológicos, los productos de consumo duran cada vez menos?

La 2 de Televisión Española y RTVE.es emiten este domingo en prime time "Comprar, tirar, comprar" un documental que nos revela el secreto: obsolescencia programada, el motor de la economía moderna.

Rodado en Catalunya, Francia, Alemania, Estados Unidos y Ghana, Comprar, tirar, comprar, hace un recorrido por la historia de una práctica empresarial que consiste en la reducción deliberada de la vida de un producto para incrementar su consumo porque, como ya publicaba en 1928 una influyente revista de publicidad norteamericana, "un artículo que no se desgasta es una tragedia para los negocios".

El documental, dirigido por Cosima Dannoritzer y coproducido por Televisión Española, es el resultado de tres años de investigación, hace uso de imágenes de archivo poco conocidas; aporta pruebas documentales y muestra las desastrosas consecuencias medioambientales que se derivan de esta práctica. También presenta diversos ejemplos del espíritu de resistencia que está creciendo entre los consumidores y recoge el análisis y la opinión de economistas, diseñadores e intelectuales que proponen vías alternativas para salvar economía y medio ambiente

Una bombilla en el origen de la obsolescencia programada

Edison puso a la venta su primera bombilla en 1881. Duraba 1500 horas. En 1911 un anuncio en prensa española destacaba las bondades de una marca de bombillas con una duración certificada de 2500 horas. Pero, tal y como se revela en el documental, en 1924 un cártel que agrupaba a los principales fabricantes de Europa y Estados Unidos pactó limitar la vida útil de las bombillas eléctricas a 1000 horas. Este cártel se llamó Phoebus y oficialmente nunca existió pero en Comprar, tirar, comprar se nos muestra el documento que supone el punto de partida de la obsolescencia programada, que se aplica hoy a productos electrónicos de última generación como impresoras o iPods y que se aplicó también en la industria textil con la consiguiente desaparición de las medias a prueba de carreras.

Consumidores rebeldes en la era de Internet

A través de la historia de la caducidad programada, el documental pinta también un fresco de la historia de la Economía de los últimos cien años y aporta un dato interesante: el cambio de actitud en los consumidores gracias al uso de las redes sociales e Internet. El caso de los hermanos Neistat, el del programador informático Vitaly Kiselev o el catalán Marcos López, dan buena cuenta de ello.

África, vertedero electrónico del primer mundo


Este usar y tirar constante tiene graves consecuencias ambientales. Tal y como vemos en este trabajo de investigación, países como Ghana se están convirtiendo en el basurero electrónico del primer mundo. Hasta allí llegan periódicamente cientos de contenedores cargados de residuos bajo la etiqueta de 'material de segunda mano' y el paraguas de una aportación para reducir la brecha digital y acaban ocupando el espacio de los ríos o los campos de juego de los niños.

Más allá de la denuncia, el documental trata de dar visibilidad a emprendedores que ponen en práctica nuevos modelos de negocio y escucha las alternativas propuestas por intelectuales como Serge Latouche, que habla emprender la revolución del 'decrecimiento', la de la reducción del consumo y la producción para liberar tiempo y desarrollar otras forma de riqueza, como la amistad o el conocimiento, que no se agotan al usarlas.





¡Corta vida al producto!

Consumo. Buena parte de la basura informática acaba en países del Tercer Mundo

TONI POLO BARCELONA 15/12/2010

La tecnología camina a mayor velocidad que la sociedad. O que el consumo. O, simplemente, el consumo y la tecnología no son compatibles. El documental Comprar, tirar, comprar, que estrena mañana TV3 (en enero se verá en TVE), dirigido por la alemana Cosima Dannoritzer y producido por Media 3.14 y Article Z, en coproducción con la televisión autonómica catalana, TVE y Arte France, denuncia una práctica común en la sociedad de consumo desde hace cerca de un siglo: la obsolescencia programada, es decir, el recorte deliberado de la vida de un producto para incrementar su consumo. Es la lucha del negocio contra la tecnología, y la ética contra el capitalismo.
Un ejemplo: una pieza de la impresora ha dejado de funcionar. Es imposible imprimir. Es ya una vieja cantinela. "Será difícil encontrar las piezas para repararla". "Repararla no le saldrá a cuenta". "Sin dudarlo, yo compraría otra". Las respuestas que el usuario obtiene en tres servicios técnicos distintos desembocan en una misma propuesta: cómprese una impresora nueva. No son una coincidencia: , el mecanismo secreto que mueve a nuestra sociedad de consumo", se explica en el documental."Si el usuario cede, será una víctima más de la obsolescencia programada
El episodio, cercano y cotidiano, permite a la directora alemana Cosima Dannoritzer repasar cómo la obsolescencia calculada incide en la sociedad occidental desde los años veinte del siglo pasado, cuando los fabricantes comenzaron a pensar en incrementar las ventas de sus productos a costa de la confianza de sus clientes. Un aparato que se estropease en poco tiempo llevaría al usuario, irremediablemente, a comprar uno nuevo.

La bombilla de Edison
Thomas Alva Edison quería crear una bombilla que iluminara el mayor tiempo posible. En 1881 puso a la venta una que duraba 1.500 horas. En 1924 se inventó otra de 2.500 horas. Con la sociedad de consumo en ciernes, aquello no era una buena noticia para todo el mundo. Diversos empresarios empezaron a plantearse una pregunta inquietante: "¿Qué hará la industria cuando todo el mundo tenga un producto y este no se renueve?". Una influyente revista advertía en 1928 de que "un artículo que no se estropea es una tragedia para los negocios".
Un poderoso lobby, el cártel Phoebus, presionó para limitar la duración de las bombillas. En los años cuarenta consiguió fijar un límite de 1.000 horas. De nada sirvió que en 1953 una sentencia revocara esta práctica, porque se mantuvo. No salió al mercado ninguna de las patentes que duraban más (una, 100.000 horas). Warner Philips, bisnieto del creador de la compañía Philips, cree que en aquella época no se pensaba en la sostenibilidad. "Entonces consideraban que el planeta tiene unos recursos ilimitados y todo lo miraban desde la óptica de la abundancia", comenta. Él está convencido de que la sostenibilidad y el negocio deberían haber ido de la mano.
Otro ejemplo destacado en el reportaje es el de la cadena de montaje de John Ford. El coche modelo T fue un éxito para la industria automovilística americana, pero tenía un problema que, por aquellas fechas (años veinte), era todavía incongruente: estaba concebido para durar. Ese fue su fracaso. Desde la competencia, General Motors, consciente de que no derrotaría a su rival en ingeniería, apostó por el diseño. Dio retoques cosméticos a sus coches, lo que le permitió que los clientes cambiaran de utilitario muy a menudo. ¿A quién le importaba que el motor funcionara diez años, si en poco tiempo cambiaría el coche por otro de distinto color o con algún arreglo superficial? En 1927, tras vender 15 millones de unidades, Ford retiró el modelo T.

Justificaciones sociales
Tras el crash del 29, Bernard London introdujo el concepto de obsolescencia programada y propuso poner fecha de caducidad a los productos. "Esto animaría el consumo y la necesidad de producir mercancías", declara la hija del socio de London. "Encuentro que era una idea genial: las fábricas continuarían produciendo, la gente seguiría comprando y todo el mundo tendría trabajo".
En los años cincuenta la sociedad de consumo se había instalado en todo Occidente. El diseñador industrial Brooks Stevens sentó las bases de esa obsolescencia programada: "Es el deseo del consumidor de poseer una cosa un poco más nueva, un poco mejor y un poco antes de que sea necesario". Ya no se trata de obligar al consumidor a cambiar de tecnologías, sino de seducirlo para que lo haga.
Las fibras de nailon que crearon medias irrompibles no duraron mucho tiempo en los mercados. No convenía. Tampoco una presunta fibra que repelía la suciedad. Ni los motores de las neveras que duraran años y años. "Programan estos cacharros para que cuando los hayas acabado de pagar se rompan", se quejaba el protagonista de Muerte de un viajante, de Arthur Miller.
Pero en nuestros días, la era de la informática ha creado al consumidor rebelde. La abogada Elisabeth Pritzker demandó a Apple tras descubrir que las baterías de litio de los reproductores de música iPod estaban diseñadas para tener una duración corta. Algo similar le ocurre al usuario al que su servicio técnico aconseja, en el documental, que cambie de impresora. Después de muchas investigaciones y rastreos, descubre que la propia máquina, mediante un chip instalado en sus tripas, es la que provoca que el ordenador envíe un mensaje para que el cliente acuda al servicio técnico. El usuario se puso en contacto con un programador informático ruso, que ha dado con la trampa y ha desarrollado un software para evitar ese abuso. Pero la inmensa mayoría de los usuarios cede ante la demanda de la máquina, y se compra otra impresora.

Vertederos en África
Esa nueva impresora, como esa nueva lavadora, tostadora, plancha u ordenador se convierten en chatarra. Y se recicla. Sin embargo, el documental también destapa malas prácticas en este terreno. "Antes teníamos un río precioso aquí", dice el activista medioambiental ghanés Mike Anane.Habla desde un vertedero en el que destacan las montañas de basura informática.
Ahora, los niños queman el plástico que recubre los cables para recuperar el metal que está en su interior. "A veces nos ponemos enfermos y tosemos", declaran esos niños en el documental. El material entra en estos países como producto de segunda mano, pero sólo el 20% se aprovecha, denuncia la película.








"Todos participamos en este juego" Entrevista a Cosima Dannoritzer, directora del documental. 15/12/2010

1. ¿Cómo se le ocurrió la idea de hacer este documental?
Quería separar las muchas leyendas urbanas que existen de los hechos. Se habla de una bombilla que no se gasta, de un coche que funciona con agua...

2. ¿Qué es lo más preocupante?
Dos aspectos. El primero es el medioambiental; se generan demasiados residuos. Sólo con que cambiáramos de móvil cada dos años en lugar de cada año, reduciríamos los cerca de nueve millones de toneladas que se generan en Europa, el 75% de las cuales va a parar ilegalmente a países del Tercer Mundo. El otro aspecto es plantearnos si no será ya demasiado tarde para cambiar.

3. ¿Siente que nos están tomando el pelo?
No, por la sencilla razón de que lo permitimos. Todos participamos en el juego del consumismo. Por ejemplo, nos encanta ir de compras. Y es cierto que cada modelo tiene algo nuevo que no tenía el anterior, pero no hace falta ir tan deprisa. Cuando nos aprendemos el manual de instrucciones de un aparato ya lo tenemos que cambiar. Por otro lado, estamos tan absorbidos que cuesta pensar de otra manera.

4. ¿El documental es una denuncia?
No. Sólo pretende motivar al espectador, que debata, busque ideas y se apunte a proyectos. Se trata de plantearnos que las cosas podrían funcionar de otra manera. También pretendo que la gente se lo pase bien, claro.

5. ¿Es optimista ante el futuro?
Sí, porque hay mucho interés. En el documental aparece gente que ofrece alternativas. He oído que Ikea vende ahora un mueble para que lo hereden tus hijos, eso es una gran noticia.

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