“Que se jodan”. Un alarido de victoria. Francisco Javier Vivas | Escritor nuevatribuna.es | 14 Julio 2012 - 17:25 h.
Hay ocasiones en que unas pocas palabras, una frase sencilla o unos simples gestos explican mejor lo que ocurre que un discurso de varias horas o la lectura de varios libros, porque esos pocos términos coloquiales tienen el acierto de desvelar la realidad y mostrar la lógica profunda que mueve los hechos.
Al conjuro de unas palabras comunes, la realidad social, generalmente opaca, pierde complejidad, sus elementos se ordenan y, como por ensalmo, despojada de demagogia y vana palabrería, aparece clara, desnuda y coherente la verdad que encierran los actos dictados por la intención política.
En el que caso al que me refiero, este mérito no corresponde al trabajo de un sociólogo, de un politólogo o de otro experto en interpretar la conducta pública, sino al acto espontáneo de una persona corriente, que no tenía la intención de ejercer un papel tan esclarecedor.
Hay que preguntarse muchas cosas acerca de este país y de quienes lo gobiernan, cuando, en el pleno del Congreso más importante de lo que va de legislatura, en el que el jefe del Gobierno, en una de sus raras comparecencias, presenta el plan para efectuar el mayor recorte de gasto público de la reciente historia de España, un coro de aplausos de los diputados de su partido ratifica las antipopulares medidas que va anunciando con gesto falsamente afligido.
¿Aplauden porque se prepara una colosal expropiación de bienes y servicios públicos? ¿Aplauden porque se consuma el expolio del patrimonio social y se marca un camino hacia el futuro lleno de penuria económica y de explotación laboral? ¿Aplauden porque se carga únicamente sobre la clase media y las clases trabajadoras (y a la fuerza destrabajadoras) el esfuerzo de devolver la deuda contraída para enjugar un gigantesco descalabro financiero? ¿Aplauden, acaso, la impunidad de los responsables? ¿Aplauden la pasividad de quienes debían controlarlo? ¿Aplauden porque los ricos quedan exentos de un sacrificio similar? ¿Aplauden porque se desprecia a los pobres y se maltrata a los débiles? ¿Aplauden porque el país quedará hipotecado durante largos años? ¿Aplauden porque vamos a retroceder décadas en nivel y calidad de vida, acercándonos a los parámetros de cuando regía la dictadura?
Hay que seguirse preguntando sobre quienes nos gobiernan, cuando en medio de los aplausos, sale un grito exultante de los escaños del Partido Popular -“¡Que se jodan¡”-, que es como un espontáneo alarido de victoria ante los despojos del vencido.
El chillido proferido por Andrea Fabra, diputada que es un claro ejemplo de lo que es ese partido, era visceralidad política, pedagogía pura, porque salía de dentro, sin cálculo; era la expresión de una emoción, que revelaba no sólo el programa del Partido Popular, sino la tradición y la ideología que empapan sus filas.
El grito de Andrea Fabra mostraba, por encima de la fingida compunción del Presidente, la exultante alegría de su partido por saberse vencedores en una batalla donde el enemigo -eso somos- está dividido, inerme y perplejo. Los aplausos mostraban una moral de victoria por encima de lo que aconsejaban el buen tono y la prudencia política, en una ocasión en que el Gobierno hacía trizas el país y decidía con frialdad cómo privaba de esperanza a millones de personas sin empleo, cómo condenaba a una generación de jóvenes a emigrar, cómo obligaba a la inmensa mayoría de los ciudadanos a vivir mucho peor y se enviaban miles de familias a la pobreza; esas familias que, de boquilla, tanto preocupan a la Iglesia, que es otra de las grandes beneficiadas por esta colosal expropiación.
Ese grito era una manifestación intestinal, que salía de muy adentro y de muy atrás, porque expresaba el resentimiento de siglos de los conservadores. En ese alarido estaban concentrados los miedos y las fobias de la vieja derecha española, porque resumía su posición en la historia contemporánea de España: era un grito contra los afrancesados, contra los liberales (los verdaderos, no los de hoy), contra la Pepa, contra la desamortización, contra la libertad de opinión y asociación, contra la democracia y el Estado de derecho, contra las dos repúblicas, contra el movimiento obrero, los sindicatos y los partidos de la izquierda; contra el Estado del bienestar, contra el laicismo y la liberación de la mujer, contra la autonomía de los individuos; contra la modernidad, en suma.
Hay quien ha pedido que Andrea Fabra dimita. Es un error. Que no dimita ni pida perdón, (pero que tampoco espere clemencia), que siga en su escaño sirviendo de luz a los imbéciles y de faro a los despistados que creen todavía que el Partido Popular es un partido que defiende los intereses de España, y no lo que realmente es: un partido plagado de vicios y corruptelas, que defiende los intereses de los ricos y los defraudadores, y por tanto, es el partido de un grupito de españoles, que curiosamente son los más ricos, pero no los más honrados ni los más patriotas.
Y nosotros, la nación de los que trabajan y pagan impuestos, los destinatarios de tales medidas y del grito de la diputada, los perjudicados, los jodidos, hemos entendido el mensaje: todo esto no es para salir de la crisis, porque así no se sale, sino para aplicar de manera rápida, concentrada y brutal las medidas que exige vuestro programa máximo: que es traspasar la mayor cantidad de riqueza en el menor tiempo posible a los bolsillos de los ricos, aunque España quede hipotecada durante años.
Lo hemos entendido y tomamos nota; nos queréis hacer daño. Vale. Lo ha entendido mucha gente que hasta ahora estaba en la inopia; lo han entendido los más tontos. Pero Rubalcaba, no; debía estar sordo, y eso que estaba cerca.
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