Por qué no se casan
Fernández Toxo y Cándido Méndez mantienen una suerte de bigamia aceptada por el público
Ignacio Fernández Toxo y Cándido Méndez se quieren, eso salta a la vista. Van juntos a las manis, a las ruedas de prensa, a los funerales; se les ve llegar, hombro con hombro, al Ministerio de Trabajo y permanecen el uno al lado del otro en las reuniones con la patronal; acuden de la mano a las mesas redondas, a los cursos de las universidades de verano, a las fiestas patronales de donde sea menester... Y jamás se les escucha una discrepancia, nunca les hemos oído discutir o desautorizarse. Son como esos matrimonios mayores en los que él vive pendiente de ella y ella de él. Quizá vayan al cine juntos también y compartan casa de veraneo y hagan barbacoas comunes de sardinas a la caída de la tarde…
Tal vez cuando Toxo va al médico le acompaña Méndez y cuando va Méndez le acompaña Toxo, cada uno con su frasco para el análisis de orina en una bolsa del Dia. Es posible que se recuerden mutuamente qué medicina tienen que tomar, y a qué hora. Lo más probable, dada esta comunión de intereses, es que sus leucocitos sean intercambiables, y no solo sus leucocitos, sino sus órganos. Toxo funcionaría perfectamente con el hígado de Méndez y Méndez, si fuera menester, con el páncreas de Toxo. Quiere decirse que nosotros, espectadores de televisión y de la vida, sabemos que si en un telediario aparece Méndez, a su lado está Toxo y viceversa. Y si un día, por casualidad, entrevistan solo a uno de ellos en la radio o en Antena 3, nos preocupamos por el otro. ¿Estará enfermo?, ¿le habrá ocurrido una desgracia?
Lo que no se nos ocurre, porque no está en la naturaleza de la relación, es que hayan discutido. Toxo y Méndez, o Méndez y Toxo funcionan en las cabezas de la gente (íbamos a decir en el imaginario colectivo, pero nos ha dado pudor) como los apellidos Ortega y Gasset. Y merecerían, igual que el filósofo, una calle, la calle de Toxo y Méndez, o al revés, situada en un barrio obrero de Madrid o Barcelona. ¿Por qué entonces no se casan? ¿Por qué Comisiones Obreras y UGT no forman un solo sindicato oficializando así la unión de hecho de la que todos somos testigos?
No pueden. No pueden casarse porque UGT está casada ya con el PSOE y CC OO con el Partido Comunista. Se trata de dos matrimonios antiguos, dos matrimonios desgastados, sin amor, pero bendecidos por la historia de tal modo que el divorcio de cualquiera de las dos parejas causaría más estragos que el de los Reyes de España, que siguen bajo el mismo techo también por mera conveniencia política. No decimos que UGT y PSOE se odien, como los Reyes, tampoco es eso, pero la relación actual nada tiene que ver con la de aquellos tiempos en los que el sindicato era correa de transmisión del partido. “Correa de transmisión”, qué bien sonaba este sintagma, con perdón, y qué bien comprendíamos su significado cuando el mundo estaba dominado por la mecánica. Parecía que estabas viendo aquella correa que funcionaba por fricción, como el cariño, al contrario de las cadenas dentadas, basadas en la interferencia.
En fin, que también CC OO era entonces la correa de transmisión del PC, del que en los últimos años ha estado a punto de enviudar en varias ocasiones. De hecho, el PC se encuentra diluido en una coalición de partidos, Izquierda Unida, que tampoco es que goce de una salud de hierro. Pero ahí siguen los dos sindicatos de izquierda, las dos formaciones de clase, que se decía antes, fieles a los partidos con los que contrajeron nupcias en un tiempo remoto y con los que continúan por miedo al qué dirán.
Ignacio Fernández Toxo y Cándido Méndez (CC OO y UGT) mantienen una suerte de bigamia perfectamente aceptada por el público. Lo que no sabemos es si para que este amor extraconyugal fuera posible Comisiones Obreras se aburguesó o UGT se radicalizó. En cualquier caso, se trata de una pasión llena de peligros ideológicos, pues en ocasiones (de momento, solo en ocasiones) uno de ellos parece la segunda marca el otro. Y cuando hablamos de “segunda marca” lo hacemos en el sentido que se le da en la industria a esta expresión. Al modo, por ejemplo, en el que el Skoda es una segunda marca del Volkswagen.
—¿Qué tal te va el Skoda?
—Muy bien, ten en cuenta que lleva motor Volkswagen.
—Pues no me digas más.
Esto de tener chasis propio y motor ajeno funciona de perlas a efectos comerciales en la industria automovilística, pero genera problemas sin cuento en las formaciones políticas. Si la gente, en las manifestaciones, grita “PSOE, PP, la misma mierda es” se debe a la sospecha de que la carrocería del PSOE oculta un motor del PP. Y hay momentos históricos en los que sobran razones para sospecharlo. El día, por ejemplo, en que Zapatero dijo cínicamente aquello de “me cueste lo que me cueste”, no pretendía tanto salvar la nave como imprimirle un rumbo ideológico que pasara por Génova, donde Rajoy tomó el puente de mando sin mayores dificultades.
El PSOE se convirtió aquel día en una segunda marca del PP. Sucedió algo parecido durante la jornada parlamentaria en la que Rajoy nos dejó sin la paga extraordinaria y eliminó a efectos prácticos la Ley de Dependencia, y subió el IVA y recortó las prestaciones por desempleo y se cagó públicamente en los ancianos y en los parados (“¡que se jodan!”) y en los pensionistas… ¿Qué hizo Rubalcaba? Salió a la tribuna, dio a la llave de contacto de la retórica, y todos pudimos comprobar que el motor ideológico del PSOE hacía un runrún idéntico al del PP. He ahí los problemas de una segunda marca. Rubalcaba parecía el Dia de Carrefour, o el Simago de El Corte Inglés, o el clónico de la oveja Dolly. O sea, que nos jodió.
CC OO y UGT son dos marcas distintas, aunque indiferenciables. Si se casaran, que parecería lo lógico, nos preguntaríamos quién se ha comido a quién y si el sindicato resultante funciona con el motor del comunismo o de la socialdemocracia. Pregunta incómoda en un momento en el que no sabemos en qué cosiste una cosa ni la otra. Por eso Toxo y Méndez, Méndez y Toxo, siguen obligados a amarse sin legalizar su situación.
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