martes, febrero 14, 2006

El derecho a la irreverencia por Mario Vargas LLosa

PIEDRA DE TOQUE: El derecho a la irreverencia Mario Vargas Llosa 12 de febrero de 2006

Como un editor danés no consiguió ilustradores para un libro infantil dedicado a Mahoma, Fleming Rose, editor de cultura del Jyllands Posten, importante diario de Dinamarca, sospechando que entre los artistas gráficos de su país se practicaba la autocensura, encargó a un grupo de dibujantes una serie de viñetas en las que imaginaran la figura de Mahoma como mejor les pareciera. Entre las 12 viñetas publicadas por el diario danés había dos particularmente beligerantes: una, muestra a Mahoma enturbantado con una bomba y, en otra, el profeta exhorta a una fila de terroristas a poner punto final a sus suicidios “porque ya no quedan vírgenes” en el paraíso para premiarlos.

Es comprensible que el dudoso buen gusto de estas sátiras ofendiera a los creyentes de una religión que, además de ser intolerante como suelen serlo casi todas, es iconoclasta y considera un sacrilegio la representación en imagen de Mahoma, Alá y todos los profetas. Pero nadie imaginó que la protesta contra aquellas viñetas satíricas alcanzaría las proporciones que ha tenido en todo el mundo islámico: boicot a los productos daneses y noruegos (un diario de Oslo publicó también las caricaturas), quema, asalto y destrucción de embajadas y consulados de aquellos dos países en Siria, Líbano, Gaza, y manifestaciones multitudinarias en todas las grandes ciudades de países musulmanes en las que se quemaban y pisoteaban banderas y amenazaban y agredían a turistas sospechosos de ser nórdicos o, simplemente, occidentales. Además, la exigencia por parte de gobiernos como los de Arabia Saudita, Irán, Libia y Pakistán de que el gobierno danés presente excusas y sancione a los autores y editores de las viñetas incriminadas. (¿Azotándolos en una plaza pública? ¿Cortándoles las manos blasfemas? ¿O sólo metiéndolos a la cárcel?) Toda esta movilización y violencia de las turbas ha sido orquestada, de El Cairo a Damasco y de Yemen a Indonesia, por una campaña mediática en que, de manera sistemática, se presenta lo ocurrido como un complot, una vasta conspiración del Occidente racista e imperialista para destruir al islam.

A diferencia de lo ocurrido con Salman Rushdie y su novela Los versos satánicos, escándalo que surgió de manera más o menos espontánea, en este caso es casi seguro que la publicación de las viñetas hubiera pasado desapercibida fuera de Oslo y Copenhague, si los líderes religiosos musulmanes de Dinamarca no hubieran exigido, primero, excusas públicas del gobierno y del periódico, y cuando éstos se negaron —recordando que en un país democrático el gobierno no puede censurar la prensa, y que para dirimir y sancionar cuestiones de libelo están los tribunales— recorriendo las capitales principales de los países musulmanes y pidiendo a los gobiernos y a los clérigos solidaridad para vengar la afrenta. La obtuvieron, por supuesto, y todas las organizaciones islámicas fundamentalistas hicieron causa común con la campaña.

¿Hay en el mundo musulmán sectores suficientemente sensatos para medir la desproporción flagrante entre las viñetas y la casi declaración de yihad o guerra santa contra Occidente desatada a raíz de aquellas caricaturas? Desde luego que los hay, y la mejor y la más valerosa prueba de ello la dio, en Amán, el musulmán Yihad Momani, editor del semanario jordano Shihan, que se atrevió a reproducir tres de las viñetas blasfemas para mostrar a sus compatriotas lo excesivo de la reacción contra lo que, al fin y al cabo, no eran más que unas figurillas de estúpido mal gusto. ¿Qué le ocurrió a este temerario? Fue destituido en el acto, los ejemplares de Shihan retirados del mercado y la empresa hizo pública promesa de “castigar a todos quienes estuvieran envueltos en esta acción irresponsable y vergonzosa”. Dicho sea de paso, algo semejante ocurrió en Francia, donde el dueño de France Soir despidió en el acto a Jacques Lefranc, director del diario, por haber publicado las 12 caricaturas en solidaridad con sus colegas del Jyllands Posten.

Nunca he dudado de que en los países musulmanes hay vastos sectores, y sin duda mayoritarios, que no comparten la visión guerrera y fanática de la fe que está detrás de actitudes tan manifiestamente criminales como la de las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa —es un ejemplo, porque las hay aun peores— que, a raíz de este asunto, amenazaron con asesinar a todo ciudadano francés, danés y noruego si no se clausuraban de inmediato en Gaza los consulados de esos tres países. En Naplusa, la misma organización dio un plazo de 72 horas a los ciudadanos de Francia, Dinamarca y Noruega para que abandonaran la ciudad, so pena de ser secuestrados. Frente a la tiranía de los fusiles y las bombas y la convicción de que todo el que no ajuste su conducta milimétricamente a lo estipulado por el Corán puede ser castigado de manera implacable, es comprensible que esos sectores moderados guarden silencio, repriman su rechazo o indignación frente a la barbarie que los rodea y parezcan consentir y plegarse a las minorías fanáticas.

¿Puede llegar a ocurrir lo mismo algún día en la Europa de Voltaire, la de las luces, la que instauró como un principio básico de la civilización el derecho de crítica, de irreverencia, no sólo ante los gobiernos, sino también ante los dioses, la libertad de expresión y la convivencia de diversos credos, costumbres e ideas en una sociedad abierta? Vale la pena preguntárselo, porque, a raíz del escándalo de las viñetas blasfemas, una buena parte de la Europa que disfruta de esa cultura de la libertad ha mostrado una prudencia o desgano en la defensa de lo mejor que tiene y que ha legado al mundo, que parecería que el poder de intimidación del extremismo islamista comienza también a tener efectos estupefacientes en el corazón mismo de la cuna de la democracia.

Hasta el momento en que escribo estas páginas, con la excepción de los gobiernos de Francia e Inglaterra, ningún otro gobierno europeo ha mostrado de manera inequívoca su solidaridad con Dinamarca. El primer ministro danés Rasmussen ha rechazado las amenazas y los chantajes de los gobiernos musulmanes que quisieran ver introducidas en Dinamarca las prácticas intimidatorias, censoras y brutales con que ellos suelen manipular a sus medios de información. Pero su orfandad en el seno de la Unión Europea ha sido patética y ello lo llevó, al final, a hacer un pequeño gesto, igual que el director del diario Jyllands Posten, pidiendo disculpas a quienes hubieran podido verse ofendidos en sus creencias por las viñetas. Gesto perfectamente inútil, por lo demás, porque los gobiernos de las dictaduras y satrapías que protestan no quieren excusas, sino que el escándalo y las movilizaciones contra “el complot” duren lo más posible, pues así distraen con un enemigo exterior a las desdichadas masas a las que mantienen en el hambre, la explotación y la ignorancia.

Por lo menos una docena de diarios europeos reprodujo las viñetas para hacer pública su adhesión a los principios de la libertad de expresión y en solidaridad con el Jyllands Posten, y Le Monde, por su parte, encargó a su dibujante estrella una caricatura de Mahoma que, además, era una acerada crítica a la campaña oscurantista del extremismo islamista contra la libertad de prensa. ¡Bravo por esos valientes. ¡Pero, qué poquitos son, en una Europa donde millares de publicaciones de todas las tendencias gozan del privilegio de poder opinar y criticar lo que les parece sin otras limitaciones que las que fija el código penal.

Curiosamente, los diarios que han corrido el riesgo de reproducir las viñetas son casi todos de centro o de centro derecha (como Die Welt, en Alemania, La Stampa y Corriere della Sera, en Italia, Abc y El Periódico de Catalunya, en España, La Tribune de Genève, y De Telegraph de Holanda, entre otros), en tanto que con escasísimas excepciones, como la de De Volkskrant de Ámsterdam, la prensa de izquierda ha mostrado una extraordinaria prudencia, al igual que los llamados intelectuales progresistas, que, con las admirables pero mínimas excepciones consabidas —entre ellos, el primero, por supuesto, André Glucksmann— no parecen haberse enterado siquiera de lo que está ocurriendo. Ojalá este mutismo se debiera sólo a la humana y respetable cobardía. Es muy legítimo no querer terminar como el cineasta holandés Theo van Gogh, asesinado por un fanático musulmán por ofender al islam ejerciendo su derecho a pensar sin orejeras. Pero creo que la razón profunda es más grave y que buena parte del silencio de cierta izquierda ante este asunto se debe a que tiene serias dudas sobre cuál es la opción políticamente correcta en este caso. ¿Echarle la culpa de todo al pasado colonialista y racista del Occidente que por su política de humillación y saqueo de los países musulmanes creó el resentimiento y el odio que hoy se vuelven contra él? ¿Defender las actitudes de los extremistas musulmanes en nombre del multiculturalismo? ¿Demostrar, acogotando la sindéresis, que detrás de todo esto están las torvas garras de los Estados Unidos? ¿O, mejor, evitar pringarse en un asunto tan especioso y replegarse una vez más en lo seguro, lanzando las valientes arengas contra la guerra de Irak y la avidez de la Casa Blanca para apropiarse del codiciable oro negro del ocupado Irak y del pobre Irán que se ve obligado a armarse de armas atómicas para no verse engullido por las trasnacionales?

Cuando uno piensa que la izquierda estuvo en Europa en la vanguardia de la lucha por conseguir aquella libertad de expresión y de crítica que hoy día está cuestionada por el fanatismo y la compara con la de nuestros días, dan ganas de llorar.

© Mario Vargas Llosa, 2006.© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El País, SL, 2006.

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