Leonardo Boff tenía 26 años en 1965, cuando concluyó en Alemania su tesis doctoral sobre la Iglesia como sacramento. Eran 600 páginas de "deslumbrante teología", según escribió entonces el gran Yves Congar. Pero no tenía editor. Se lo buscó Joseph Ratzinger, que puso 14.000 marcos para cofinanciar el proyecto. "Siempre lo he agradecido. Teníamos muy buena relación: pertenecíamos al consejo de la revista Concilium, intercambiamos artículos...". El teólogo brasileño se encuentra en España dando conferencias en numerosos foros universitarios y sociales, arropado por su colega Juan José Tamayo, también investigado y castigado por los policías de la fe vaticanos.
Pregunta. ¿Qué sintió cuando entró en la sala de la Inquisición, donde fueron juzgados y condenados Galileo y Giordano Bruno? ¿Cómo le trató Ratzinger?
Respuesta. Antes de empezar el diálogo, abrí mi maletín y le mostré las 100.000 firmas que me apoyaban, donde había cardenales, obispos y teólogos de todo el mundo. "Eso es manipulación", dijo. Repliqué que ya no era posible manipular, sino que las firmas eran manifestación del rechazo a cortar lenguas como en el pasado. Me dijo: "No vamos a discutir. Siéntate ahí y vamos a empezar". Le advertí: "Cardenal, en Brasil somos cristianos y empezamos el trabajo con una oración". Nos pusimos de rodillas y rezamos en latín.
P. El castigo fue entonces liviano: "Silencio obsequioso" durante un año. ¿Por qué la ruptura final?
R. Ratzinger conocía mi teología y sospecho que a él también le pareció un proceso excesivo, que le dolía. Cuando se publica su decisión no hay condena, sólo se dice que yo proponía "opciones que pueden poner en riesgo la fe cristiana", sin decir cuáles, sin condenar ninguna doctrina. Acepté el silencio. Pensé que querían con mi castigo alcanzar a la Conferencia Episcopal de Brasil, a la teología de la liberación, a las comunidades de base... En alemán hay este proverbio: "Man schlägt den Sak / und meint den Esel" ("Tú golpeas el saco / y piensas en el burro"). En 1992 participé en una mesa sobre ética y religión y cayó muy mal. El cardenal Sebastián Baggio me dijo: "Tienes que salir de América Latina. O te vas a Filipinas o eliges tu camino". Me dio un día para pensarlo. Le dije: "El primer castigo, el silencio, lo acepté porque fue un acto de humildad y disciplina. Ahora es un acto de humillación. La humildad es una virtud, la humillación es pecado. En la Iglesia debe haber derechos humanos".
P. Siguió su camino: abandono de la orden franciscana, reducción al laicado, reclamado en todo el mundo como conferenciante. Pero aún no ha dicho qué sensación tuvo en la sala del Inquisidor.
R. Se siente uno aplastado. El poder religioso tiene una dimensión simbólica. Como cristianos, aceptamos la función del Papa, pero ahora, allí, sientes que todo ese poder está encima de ti, que estás solo, que nadie te defiende.
P. ¿En qué idioma hablaron?
R. Ratzinger quería hablar en alemán. "Usted es más fuerte que yo en alemán", dije. Pedí que fuera en portugués, la lengua de mis libros, y replicó que en ese idioma él no se sentía fuerte. Acordamos hablar español. Fue una conversación de dos horas. Él no preguntaba mucho. Se quejaba de que siempre hablásemos de "lucha", no entendía que en Brasil solemos decir: "¿Cómo va la lucha?", en vez de "¿Cómo va la vida?". Pensaba que detrás estaba el marxismo. Había desconfianza por las iglesias de base, como si la teología de la liberación fuese caballo de Troya del marxismo. Más tarde, cuando cayó el muro de Berlín y el capitalismo enseñó en Polonia su verdadero rostro, reconocieron entender la teología de la liberación. Desde entonces nos dejaron en paz, hasta hoy. Por fin nos han entendido.
P. ¿Cuál es esa vigencia de la teología de la liberación?
R. Nació para escuchar el grito del oprimido, por la vida y por la justicia. Había y hay una experiencia espiritual: cómo anunciar que Dios es Padre y Madre de bondad en un mundo de miserables. Es lo que ha hecho la teología de la liberación: mostrar que Dios es un Dios vivo y de la vida. De este capital religioso se han derivado prácticas liberadoras como las comunidades cristianas de base, grupos de derechos humanos, células de sindicatos auténticos y participación en partidos que quieren cambios sustanciales.
P. Se quejaba Helder Cámara, obispo de Recife (Brasil), de que si daba una limosna a un pobre le llamaban santo, pero que si preguntaba por qué había tantos pobres le tachaban de comunista.
R. Marx no fue ni padre ni padrino de la teología de la liberación. Sí lo fueron los profetas bíblicos, la práctica de Jesús y el compromiso de los cristianos por la justicia y la libertad. Esto no quiere decir que no hayamos aprendido mucho de Marx, especialmente la verificación de que los pobres no son simplemente pobres; son oprimidos, hechos pobres por mecanismos de explotación económica sustentada por políticas que crean desigualdades y que por eso son injustas.
P. Pero no existen sólo pobres económicos. Hay otras formas de pobreza.
R. El primer paso fue concentrarse en los pobres económicos porque se trata de salvar vidas y no permitir que mueran de hambre y de enfermedades. Luego, los teólogos se dieron cuenta de que la pobreza tiene muchos rostros. Hay una pobreza étnica de indígenas y negros, que fueron sometidos y esclavizados. Tienen derecho a sus culturas y religiones. Así emergió una teología de la liberación indígena y negra, elaborada por indígenas y negros, y nosotros como sus aliados. Yo soy blanco, pero nadie puede impedirme ser negro por opción teológica e ideológica en la medida que me asocio a su causa y a su lucha. Se ha descubierto también la pobreza y opresión de las mujeres, sometidas a la cultura patriarcal. La pobreza latinoamericana y mundial tiene un rostro femenino porque las mujeres son las más estigmatizadas por la pobreza. De esta conciencia nació la fuerte teología de la liberación hecha por mujeres.
P. ¿Espera que Roma les pida perdón en un próximo futuro?
R. Roma no suele pedir perdón; cuando lo hace, sólo es para con los muertos, no con los vivos. Pero las actitudes actuales no son ni siquiera de sospecha. Nos reunimos, nos comprendemos. Pero miro poco a Roma; en Brasil, la mayoría de los obispos, y son más de 350, son pastores que están ocupados en su trabajo pastoral. Miran a Roma lo justo y necesario."
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