"Aquí en Polonia la gente se piensa que la Unión Europea es sólo dinero, autopistas, subvenciones, posibilidad de emigrar; no piensa que también es una cuestión de valores, de respeto a los demás, de aceptar otras ideas y estilos de vida", subraya Tomasz Szypula, secretario general de Campaña contra la Homofobia, una organización que lucha en circunstancias muy adversas por eliminar un tabú que goza de muy buena salud en el centro y, sobre todo, Este del continente. El Parlamento Europeo acaba de poner a Polonia como reprobable ejemplo de intolerancia sexual y ha recomendado que se mire qué hacer para poner coto a las instigaciones homófobas de unos partidos que se levantan sobre una sólida base popular: el 41% de los polacos considera que la homosexualidad es una perversión intolerable y el 81% no querría tener un vecino homosexual.
"Que la sociedad crea que la homofobia es aceptable es un verdadero problema", dice Piotr, un cosmopolita que pide el anonimato. "Eso es lo peculiar de Polonia: que la homofobia es tolerada y hasta alentada por el Gobierno y que tiene notable seguimiento electoral. Si en otros países dijeran las cosas que dicen en Polonia, a los políticos se les acababa la carrera". No sólo no se les acaba, sino que medran gracias a una homofobia convertida en instrumento de lucha política. "Si una persona trata de contaminar a otras con su homosexualidad, el Estado debe intervenir contra ese atentado a la libertad", dijo el primer ministro polaco, Kazimierz Marcinkiewicz, del partido Ley y Orden: "La homosexualidad no es algo natural. Lo natural es la familia y el Estado está obligado a protegerla".
El influjo de la idea de la familia se enraíza en los tiempos del socialismo real, cuando familia y hogar eran el único refugio ante un medio externo muy insatisfactorio. A eso se une la imposición por los regímenes comunistas de un modelo que no admitía disidencias. "Fueron décadas de sociedad uniformada, de partido único, de pensamiento único", rememora Szypula que, si a sus 26 años apenas recuerda los coletazos de aquellos tiempos, sufre en carne propia sus efectos. "No se hablaba ni se permitían otras ideas o estilos de vida. Y eso creó el hábito social: los polacos piensan que se puede prohibir, como se hacía antes con lo que no gustaba".
En los dos pasados años, las celebraciones del Día del Orgullo Gay fueron prohibidas por el anterior alcalde de Varsovia y hoy presidente, Lech Kaczynski, cuyo sucesor en el Consistorio ha tenido que renunciar al veto por prevenciones judiciales y protestas de la UE. Por primera vez, 2.500 gays pudieron recorrer la semana pasada las calles de la capital, tras jornadas de incertidumbre y amenazas de violencia. Unos 2.000 policías y un helicóptero controlaron la seguridad y mantuvieron a distancia a manifestantes con pancartas: "Alto a la eurosodomía". Las cosas no están en Polonia para alardes, y la semántica se aplicó a fondo. En Varsovia se llamó Desfile de la Igualdad. En la universitaria Cracovia fue una Marcha por la Igualdad. "Desfile, con su connotación celebratoria, les pareció demasiado", explica Szypula.
Demasiado le parece al presidente Kaczynski toda la idea: no es que esas manifestaciones sean "sexualmente obscenas", sino que "no hay motivo para alentar la homosexualidad porque acabaría por terminar con la humanidad". Más expeditivo, Wojciech Wierzejski, ex eurodiputado y vicepresidente de la Liga de las Familias Polacas, grupo integrante del tripartito gubernamental, lanzó: "Si esos pervertidos se manifiestan, habría que machacarles a palos. Un gay es cobarde por definición". Luego dijo que se le había malinterpretado, lo que nadie en Varsovia se cree.
Marek Kotlinowski, otro alto responsable de la Liga, es menos estridente y asegura que las críticas del Parlamento Europeo a Polonia están injustificadas. "Quieren crear la falsa impresión de que somos unos intolerantes. Es una injerencia de la Unión, que intenta imponer políticas que se deben dejar a los países", dice en Cracovia.
"Aquí los homosexuales se pueden manifestar libremente, pero pidiendo cosas como el derecho al matrimonio, que es algo que la sociedad no acepta. Nuestro partido, como cualquier otro, no hace más que defender sus propias ideas".
Por cualquier medio. Wierzejski denunció recientemente a las organizaciones de homosexuales, acusándolas de ser un nido de pederastas y de estar vinculadas al mundo de la delincuencia y el narcotráfico. La fiscalía está investigando. El líder del partido y ministro de Educación, Roman Giertych, reputado eurófobo para quien la UE está controlada por homosexuales, acaba de destituir al responsable de formación continua del ministerio por traducir un folleto del Consejo de Europa con recomendaciones sobre la enseñanza de la tolerancia. "Eso da una idea de la atmósfera en que vivimos", se lamenta Szypula.
"Tenemos unos políticos que son unos irresponsables", apunta el jesuita Jacek Prusak, que niega la complicidad de la iglesia con los homófobos del Gobierno. "La iglesia no está dispuesta a cambiar las tradiciones familiares. Pero no es hostil a la homosexualidad. Polonia es católica, pero democrática. Pero el 80% de la sociedad no apoya el matrimonio entre personas del mismo sexo o la adopción".
"Estamos viendo una revolución conservadora dirigida desde el Gobierno, pero no hay discriminación ni se habla de quitar derechos, aunque tampoco de extenderlos", hace notar Krzysztof Bobinski, del centro de estudios Unia & Polska. "Hay más ruido que nueces, aunque indudablemente todo esto afecta a la imagen del país en el exterior, donde el consenso es liberal y por ello Polonia no logra aliados suficientes para cosas que quisiera, por ejemplo en la UE", dice Bobinski.
El ruido verbal afecta a los más encendidos, que ofrecen las nueces de violencia. No hace mucho, un chico fue perseguido y gravemente apuñalado al grito de: "¡Muere, maricón!". En la Polonia rural es impensable que viva un homosexual. "En las ciudades es distinto. Puedes vivir en un piso y nadie pregunta. Pero es un secreto para los padres o en el trabajo. Sólo los más amigos lo saben. No nos cogemos de la mano en la calle", explica Szypula, quien, a pesar de todo, ve aclararse el lejano horizonte: "Es bueno que haya debate. No sé qué haríamos sin la UE. Hay un cierto cambio, pero llevará al menos una generación. Nos lo tomamos con un poco de humor". Algo ya se mueve en Polonia: la televisión privada emite una serie de producción nacional en la que aparece un personaje discretamente gay.
RICARDO M. DE RITUERTO (ENVIADO ESPECIAL) - Varsovia EL PAÍS - Sociedad - 18-06-2006
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