Hijos muertos. Hemorragias imparables. Infecciones. Dolor. Más dolor. Tres de cada cuatro mujeres mauritanas, como otros 130 millones en todo el mundo, están condenadas, sólo por serlo, a vivir con una marca indeleble: la ablación de clítoris. Asociaciones, agencias de la ONU, leyes, imanes y antiguas mutiladoras declaran la guerra a esta lacra. Una reportera de EL PAÍS viajó hasta Mauritania. Esto es lo que vio.
Debo Diop viste una túnica de algodón color crudo salpicado con diminutos bordados. "Yo lo diseñé, tengo mi propia línea de ropa", explica la mujer, la sonrisa franca, en un francés musical, mientras pasa la mano por su tocado. Cuando arranca su historia, tiembla su labio superior: "El día de mi boda, vinieron cuatro mujeres a mi habitación. Me inmovilizaron, me separaron las piernas y otra me abrió la vagina con una cuchilla de afeitar. Yo chillé y llamé a mi marido, que no sabía nada, pero fue inútil. Cuando me cortaron, vomité. Perdí el conocimiento".
Debo calla un momento y, sentada con las piernas cruzadas, se toca el pie desnudo. Una mosca se posa sobre uno de los bordados de su traje. El silencio se suma al espeso ambiente de la estancia. Una decena de mujeres escucha. Estamos en M'Bagne, poblado agrícola de 10.000 habitantes del sureste de Mauritania. El termómetro supera los 50 grados.
Cuando Debo era muy pequeña le sajaron el clítoris, como a tres de cada cuatro mujeres de su etnia (la poular). Como a tres de cada cuatro mujeres de Mauritania. Como a 130 millones de mujeres en el mundo, la mayoría africanas de 28 países. Cuando acabe 2006, tres millones de niñas habrán sido mutiladas.
Luego, a Debo le taponaron la zona con un coágulo de sangre, para cegarla en parte y reforzar su virginidad. Cuando Debo iba a casarse, su vagina estaba ya prácticamente cerrada. "Para cortarme, no me pidieron permiso, ni a mí ni a mi marido", dice muy alterada. "Luego me dejaron allí, sangrando, para que practicara el coito. Lloré toda la noche. La herida me quemaba. Sólo tenía 17 años".
Ahora Debo tiene 38. Es agente del Nissa Bank, una red de microcréditos para mujeres que ha impulsado Unicef en cinco regiones del país. La agencia de Naciones Unidas para la infancia apoya programas contra la ablación en 18 países de África.
75.000 mujeres
Es jueves, 1 de junio. Mientras Debo rememora el día más doloroso de su vida, la Organización Mundial de la Salud (OMS) difunde un estudio sobre la ablación basado en la observación a casi 30.000 parturientas de seis países africanos. La investigación demuestra que las mujeres a las que se les ha practicado la mutilación genital tienen más problemas en el parto -hemorragias, ingresos hospitalarios más largos-, y sus hijos, más posibilidad de morir en el periodo perinatal. Su riesgo de que el parto acabe en cesárea es de un 30% más que el de las mujeres que no han sido mutiladas. Fue el caso de Debo: "Cuando tuve a mi primer hijo, estuve tres días enteros de parto. El niño no podía salir por el canal vaginal a causa de las cicatrices. Al final me hicieron una cesárea. El bebé estaba muerto".
El calvario de esta mujer ahora llena de determinación comenzó cuando una anciana -las ejecutoras suelen ser mujeres mayores, mutiladoras profesionales o parteras tradicionales- buscó con su cuchilla la vagina de una adolescente recién casada. "Después, durante un año, tuve infecciones continuas. Estaba enamorada de mi marido, pero cada vez que hacía el amor con él me dolía mucho".
En diciembre de 2005, Mauritania, en pleno proceso de transición democrática, se adhirió a los 13 países africanos que prohíben la mutilación genital femenina con penas de tres años de prisión y multas de hasta 300.000 ouguiyas (unos 1.000 euros). Es el resultado de la presión de ONG y agencias internacionales, como Unicef.
Ahora el Gobierno prepara un plan nacional. Se trata de concienciar a una sociedad donde la ablación es algo tan natural como imponerle un nombre a una recién nacida. "Se practica generalmente una semana después del parto. A la niña se le bautiza y luego se le corta. Así se convierte en una verdadera mujer, se le da una identidad social más marcada", explicaba el día anterior en Nuakchot, la capital de Mauritania, Marian Baba Sy, representante de la Secretaría de la Condición Femenina y estudiosa de la ablación. "Pero hay más razones. Por ejemplo entre los soniqués [la etnia donde la mutilación es más frecuente: afecta a un 92% de las mujeres], el motivo es religioso. No se usa la palabra ablación, sino saliunde, que significa 'preparada para rezar".
"Si no están mutiladas son impuras, sacrílegas, no podrían orar", añade Diagana Yacouba, un experto de la ONG Actions, que habla sentado en su oficina de Nuakchot bajo dos carteles estremecedores. En ellos se ilustran las consecuencias de la ablación: hay dibujos en los que se ve cómo mana una sangre muy roja de entre las piernas de una niña. "Miedo, dolor, infección", se lee. Suena a poco: las complicaciones están estudiadas por los médicos: dolor atroz, shock, retención de orina, fístulas, daños en los tejidos de la zona, infecciones (incluyendo tétanos o sida, por uso de material contaminado), además de esterilidad. Las hemorragias graves y la septicemia pueden llegar a ser fatales.
La lámina incluye una pavorosa fotografía en blanco y negro que muestra el perineo de una mujer sin genitales. El subtítulo reza: "Ablación de clítoris y de labios menores y sutura de labios mayores". Se trata de la infibulación, que se practica en Mauritania a un 5% de las niñas. Un cálculo rápido hiela la sangre. Sólo en ese país, que tiene tres millones de habitantes, hay 75.000 mujeres con la vagina cegada y sin clítoris.
"Para los poular [la etnia a la que pertenece Debo, en la que se mutila al 72% de las niñas], la ablación tiene dos significados: mujer tranquila, y rito de iniciación", prosigue Baba Sy. En Mauritania, la forma más común de ablación es el corte o cercenamiento del clítoris, sin tocar los labios menores o suturar. Lo que sí se acerca a la infibulación es el taponamiento de la vagina, lo que le ocurrió a Debo.
Una niña que denuncia
Después de aquel desgraciado primer intento de convertirse en madre, Debo tuvo una hija, Fátima, que ahora cumple 10 años. No permitió que se la mutilase. Pero durante un viaje de estudios a la capital, la abuela materna y la tía llevaron a la niña, que entonces sólo tenía cuatro años, a ser cercenada. "A mi regreso, Fátima me contó lo que le habían hecho. Ella se dio cuenta de que era algo muy malo, y me dijo: 'mamá, vamos a denunciarlas a la policía".
La española Rocío Berzal, de Unicef, la escucha consternada. Entre otras cosas porque, hace ocho años, cuando ella trabajaba en Mauritania, la ablación era un tabú. Algo de lo que no se hablaba. Ahora, acaba de presentar un proyecto a la Comunidad de Madrid para que financie un programa de sensibilización contra la ablación en Brakna, la región en la que estamos, una de las que tiene más casos de mutilación.
No es una práctica en vías de extinción en Mauritania, contrariamente a la tendencia de otros nueve países africanos, según datos de 18 naciones recogidas por Unicef. Una encuesta de 2001 revela que el 69% de mujeres con al menos una hija ya la han mutilado (66%) o la van a mutilar (3%).
"Entre nuestra gente, no se cree que el clítoris sea un órgano; es sólo algo que está ahí y no debe de estar. Hay que quitarlo para que la niña sea normal", prosigue la experta, Baba Sy. "Es un órgano de erección que debe desaparecer porque la mujer ha de estar en estado de sumisión respecto al hombre, sin experimentar placer; es él quien debe tenerlo. La ablación es un valor social. Es una más de las marcas del cuerpo de las mujeres, doloroso y grave, eso sí".
Los imanes toman nota
El imán Diagana Mohamed Issa suda bajo su palestina blanquinegra mientras garabatea. Ha venido hasta Aleg, la capital de Brakna, desde Kaëdi, una población sureña de 34.000 habitantes, a un seminario con otros 10 líderes religiosos de cinco regiones que también promueve Unicef. Los imanes son otro de los objetivos a convencer, otros agentes de cambio.
Desde el estrado, Hademine Ould Saleck, tocado con un turbante y un bubú (túnica), habla sobre la fetua (estudio jurídico) que el grupo que ha fundado, la Asociación de Imanes y Ulemas Defensores de los Derechos de las Mujeres y los Niños, ha elaborado sobre la mutilación genital femenina. "La referencia de todos los jurisconsultos sobre la ablación se basa en hadiths
[palabras del profeta consideradas como ejemplo a seguir para los musulmanes] poco creíbles. No conocían los riesgos recientemente descubiertos de la ablación que requieren detener esta práctica", subraya. Hademine sabe que la mitad de los imanes que le escucha están perplejos. Creen que la oposición a la ablación, algo de lo que antes no se hablaba, no es más que una súbita campaña de intromisión.
Diagana está sorprendido. Pensaba que la ablación era obligatoria para el islam, porque se hace de manera generalizada. También creía que las mujeres que no han sido mutiladas tienen un deseo sexual más fuerte. Ahora se entera de que no es así. "La mujer privada de este placer sigue buscándolo, algo que le puede conducir a la desviación, contrariamente a la creencia de que la ablación lleva a la castidad", lee en la fetua.
La sorpresa del imán sería la de muchos de sus compatriotas. Opinan que la ablación es exigida por la religión (el 57% de las mujeres y el 60% de los hombres) y que constituye un medio de rebajar el deseo sexual (52% de las mujeres y 37% de los hombres). Diagana ya lo tiene claro. Hablará en el sermón del próximo viernes. Sus 3.000 feligreses escucharán que la ablación es algo nefasto.
Furor de conversas
Las cuatro mujeres se encaminan a un hangar, rodeadas de niños. Acaban de echar el cerrojo a la bulliciosa tienda de baratijas y telas de su cooperativa, en un barrio humilde de Nuakchot. Aicha, la más joven, lleva un gran cuaderno de láminas bajo el brazo. Cuando toman asiento formando círculo con una veintena de mujeres, su compañera Zeinobu empieza a dar órdenes, a espantar al aluvión de críos que se pelean por posar ante la cámara de la periodista. Ya se sabe quién manda aquí.
La enérgica Zeinobu es la presidenta de la cooperativa de 12 mujeres, promovida por la ONG Asociación Mauritana de Prácticas Tradicionales Nefastas. Hasta hace tres años vivía de practicar ablaciones, como sus tres compañeras. Lo hacía una o dos veces al día. Cobraba la voluntad, lo que los padres de las niñas quisiesen darle; 500 ougiyas, por ejemplo. Dice que ella nunca tuvo problemas, pero sabe de casos de niñas muertas. Cuando, en un taller, supo lo que podría pasarles a las más de 4.000 niñas que mutiló, adquirió el furor de los conversos.
Comienza el taller de sensibilización que ahora ellas conducen. Aicha va pasando las láminas de colores, explicándolas: una niña va a ser mutilada; sufrirá hemorragias, tendrá problemas en el parto, dice un médico; será estéril, le dolerán las relaciones con su esposo. Zeinobu apostilla, gesticula, grita. Su euforia es el resultado de un proceso: 1. Educar en derechos humanos y salud. 2. Talleres de sensibilización en las comunidades, no coercitivos. 3. La comunidad decide abandonar la práctica. 4. Lo comunica a otras comunidades. 5. El Gobierno lo prohíbe.
Una lámina muestra un mapa de Mauritania y una ilustración de La Meca. Debajo, dos datos: mauritanas, 72% de ablación; saudíes, 0%. La cartulina pretende mostrar que las mujeres saudíes, no mutiladas, son tan religiosas como las mauritanas. En ese punto, la hija de Aicha, una niña de pelo rizado y grandes ojos oscuros, se levanta la falda, provocando la risa de la concurrencia: quiere mostrar su sexo. Su sexo sin marcas.
La narración acaba. Con la ecuación: islam + salud = ley. La mujer mutiladora está dibujada entre rejas. La niña coge el cuaderno y lo levanta: "¡No a la ablación!", se lee en la última página.
A 400 kilómetros de Nuakchot, Debo prepara la cena para su hija en M'Bagne. Vive sola. La ablación es una marca más de la desigualdad de género. Se divorció porque su suegra exigió que dejase de estudiar para mudarse a trabajar en su casa. Ella sigue queriendo a su ex marido. Le duele.
Dolor sigue sintiendo Debo. En el vientre. Infecciones continuas. Será así hasta que muera. Huellas indelebles en una mujer marcada.
Historias de una práctica terrible
1
EL DÍA MÁS LARGO DE NENÉ
Cada vez que una niña iba a pasar por el trauma de la ablación, las vecinas reclamaban los servicios de la corpulenta Hany Sour, alias Nené, que hoy tiene 49 años. "Yo les abría las piernas y se las sujetaba para que no las cerrasen durante la operación". Nené, una mujer de la etnia poular, una de las cuatro de Mauritania, también se decidió a mutilar a su hija cuando era un bebé de medio año: "La ablación se hace para que las niñas sean puras, limpias, según nuestra tradición. Sin pasar por eso, ni siquiera pueden servir la comida o la bebida". Una mañana de hace 15 años, Nené abrió las piernas de su propia hija. Aún oye los gritos, el llanto. Pasaron las horas, pero ni el lloro ni la sangre cesaban. "Fue el día más largo de mi vida. Hubo un momento en que la vi pálida y pensé: mi hija se muere", recuerda. A las seis de la tarde la llevó al dispensario. "El enfermero preguntó tres veces qué le había hecho a la niña y no quise decírselo. Cuando se lo confesé, me amenazó con no curarla. Yo le conté que es algo que exige la comunidad. Sin pasar por ahí, ella estaría excluida". El enfermero accedió a curar a la niña, y tres horas más tarde la herida empezó a coagular. Aquella noche, Nené se juró a sí misma no volver a ayudar en una ablación. Pero su hija no volvió a ser la misma.
2
LA MUJER DE LA CUCHILLA
Una mujer cuenta cómo su hija estuvo a punto de morir por una hemorragia tras ser mutilada. Otra, que su primer bebé nació muerto porque no podía parirlo. Por eso, en esta reunión, Marian Dadda rehúye la mirada. Ella empuñó la cuchilla de afeitar al menos 100 veces en un año para cercenar el clítoris de las niñas. Cuando llegó en 2003 a M'Bagne, con su marido, albañil, sus vecinas le pidieron que amputase el órgano eréctil de sus hijas. Un año después, la misma comunidad, sensibilizada tras la implantación de una red de microcréditos local, le solicitó que dejara de hacerlo. A sus 27 años, ella ya ha ha parido siete veces. Es analfabeta. Desde muy joven acompañaba a una anciana a practicar la ablación. Un día le pasó la cuchilla a ella. La cuchilla de afeitar es el instrumental moderno de la ablación. Sucedió a la tijera, y ésta, al cuchillo. Marian cortaba el clítoris de las niñas con una cuchilla hervida y después aplicaba perfume y aplacaba la quemazón con agua fresca. Incluso aplicaba a la herida un preparado a base de excrementos de cabra, a los que se reconocen propiedades cicatrizantes. "Me siento como si hubiera matado a alguien", dice. Marian baja los ojos.
3
EL IMÁN Y SU HIJA
El sabio se sienta sobre un viejo cojín de cuero en el patio de su casa de adobe donde alfombras, colchonetas y cabras comparten el mismo recinto. Le escuchan una decena de familiares. El imán Thierno Abdallá, uno de los más influyentes de Mauritania, exclama: "No estoy convencido de que haya que acabar con la ablación. Si el profeta recomienda algo, tiene que estar bien". Sentada a su lado, su hija Mariata le responde: "Yo soy científica. Mi padre no busca explicaciones, se queda con lo que dice el profeta". El imán tiene 72 años. Su hija, profesora de Ciencias Naturales en el instituto de Boghé, 43.
"La planificación familiar y la limitación de los nacimientos persiguen debilitar el islam", prosigue su padre. La ablación está prohibida en Mauritania, le dicen. Él replica: "El Gobierno no nos puede imponer a los religiosos lo que tenemos que hacer".
4
HEMORRAGIA FATAL
Kadijetter Diko tiene 34 años. Se divide entre tres criaturas. A una, la más pequeña, la lleva en brazos. Las otras, dos niñas, se esconden por turnos en los pliegues de su túnica. Una va vestida de rosa, y otra, de verde. Tienen cuatro años. Son gemelas. Rouguiyatán, la chavalilla de verde, está viva de milagro. Cuando tenía seis meses, Kadijetter mutiló a las niñas. Como todas las mujeres que conocía. Aicha no sufrió problemas. Su hermana no paraba de sangrar. Por eso, la madre no ha tocado el sexo de la más pequeña.
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