Israel y los refugiados palestinos AMOS OZ DOMINGO - 20-05-2007
Los líderes israelíes deben participar en la solución de la catástrofe
Cada vez que los israelíes escuchamos las palabras "el problema de los refugiados de 1948", la inquietud y el rechazo nos producen un nudo en el estómago. Para nosotros, el "problema de los refugiados" se ha convertido en sinónimo de "derecho al retorno", y conceder a los palestinos el derecho a volver a sus hogares originarios significa el fin de Israel.
Quizá haya llegado el momento de poner en orden nuestros pensamientos, con el fin de distinguir entre el problema de los refugiados y lo que se denomina derecho al retorno. Porque el primer asunto puede y debe resolverse, pero no mediante el regreso de los refugiados a un territorio del Estado de Israel con fronteras fijadas por un tratado de paz. Hay que rechazar la exigencia de que los refugiados vuelvan al territorio israelí porque, si así ocurriera, habría dos Estados palestinos y ningún Estado para el pueblo judío. Sin embargo, el problema de los refugiados de 1948 precisa de un remedio. Además, resolverlo es de interés vital para Israel, porque mientras no se haga -mientras cientos de miles de refugiados palestinos se pudran en los campos en condiciones inhumanas- no tendremos paz.
¿Quién es el culpable de la catástrofe de los refugiados palestinos? Según Israel, la culpa es de los líderes palestinos, que iniciaron la guerra con él en 1948, y de los propios refugiados, que abandonaron sus hogares presos del pánico. Según los árabes, Israel es culpable de haber expulsado de sus casas, con crueldad y por la fuerza, a los palestinos. Unos y otros tienen parte de razón: la contienda de 1948 fue una guerra total, de pueblo contra pueblo, barrio contra barrio, casa contra casa. En esas guerras, las poblaciones son arrancadas de sus hogares. En esa fecha, en torno a 12 localidades judías, entre ellas el barrio hebreo de la ciudad vieja de Jerusalén, fueron conquistadas por los árabes. Todas las poblaciones judías de esos lugares fueron o bien asesinadas o bien expulsadas a la fuerza. Por su parte, cientos de localidades árabes, habitadas por cientos de miles de civiles, fueron privadas de su población en 1948. Algunos de esos civiles árabes huyeron y otros fueron expulsados por el Ejército israelí.
Ha llegado el momento de reconocer abiertamente nuestra participación en la catástrofe de los refugiados palestinos. No somos los únicos responsables ni los únicos culpables, pero no tenemos las manos limpias. El Estado de Israel es lo suficientemente maduro y fuerte como para admitir su parte de culpa y para llegar a la necesaria conclusión: es necesario que participemos del esfuerzo por reasentar a los refugiados, en el marco de los acuerdos de paz, y fuera de las futuras fronteras israelíes que éstos fijen.
Puede que el hecho de que Israel admita su parte de culpa en la catástrofe de los refugiados palestinos, y que exprese su voluntad de soportar parcialmente el peso de una solución, haga que el lado palestino sienta un positivo estremecimiento. Sería una especie de gran paso emocional que facilitaría mucho el diálogo futuro. Porque la catástrofe de los refugiados de 1948 es la herida más sangrienta que sufre en sus carnes la nación palestina.
En la parte israelí existe la tendencia constante a posponer, tanto como sea posible, la solución de los "problemas clave" del conflicto: refugiados, Jerusalén, fronteras, asentamientos. Puede que esta postergación fuera la ruina de los acuerdos de Oslo y, sin duda, no es buena para las negociaciones, tal como ahora se encuentran: la tendencia de Israel a evadir cualquier conversación sobre los problemas principales hace que la parte árabe sospeche con razón que lo que el Estado judío quiere es tranquilidad, pero que no está dispuesto a llegar a una solución global.
Quizá valiera la pena que los líderes israelíes comenzaran a discutir el problema de los refugiados y que se ofrecieran a participar en su resolución, es decir, en el traslado de todos ellos desde los campos en los que en la actualidad se pudren, y en la concesión de trabajo y de nacionalidad a los que deseen tenerla, dentro de los límites del futuro Estado palestino. Evidentemente, para resolver el problema de forma global, Israel tendrá que reconocer su culpa parcial en la Nakba palestina y la responsabilidad que conlleva esa culpa. Para alcanzar dicha solución también será preciso tratar el caso de los cientos de miles de judíos que fueron arrancados de sus hogares en los países árabes, con todo lo que ello implica.
Israel, tanto por razones morales como por su propia seguridad, debe buscar una solución para el problema de los refugiados de 1948. La solución tendrá un precio que habrán de asumir el mundo occidental, Israel y los acaudalados países árabes. La violencia disminuirá y la desesperación que da lugar al fanatismo comenzará a desvanecerse cuando esos campos de sufrimiento y degeneración escuchen que su vida en una montaña de basura está llegando a su fin. En cuanto a Israel, aunque firmemos acuerdos de paz con todos nuestros enemigos, nunca tendremos paz a no ser que pongamos remedio a las penalidades de los refugiados.
Los líderes israelíes deben participar en la solución de la catástrofe
Cada vez que los israelíes escuchamos las palabras "el problema de los refugiados de 1948", la inquietud y el rechazo nos producen un nudo en el estómago. Para nosotros, el "problema de los refugiados" se ha convertido en sinónimo de "derecho al retorno", y conceder a los palestinos el derecho a volver a sus hogares originarios significa el fin de Israel.
Quizá haya llegado el momento de poner en orden nuestros pensamientos, con el fin de distinguir entre el problema de los refugiados y lo que se denomina derecho al retorno. Porque el primer asunto puede y debe resolverse, pero no mediante el regreso de los refugiados a un territorio del Estado de Israel con fronteras fijadas por un tratado de paz. Hay que rechazar la exigencia de que los refugiados vuelvan al territorio israelí porque, si así ocurriera, habría dos Estados palestinos y ningún Estado para el pueblo judío. Sin embargo, el problema de los refugiados de 1948 precisa de un remedio. Además, resolverlo es de interés vital para Israel, porque mientras no se haga -mientras cientos de miles de refugiados palestinos se pudran en los campos en condiciones inhumanas- no tendremos paz.
¿Quién es el culpable de la catástrofe de los refugiados palestinos? Según Israel, la culpa es de los líderes palestinos, que iniciaron la guerra con él en 1948, y de los propios refugiados, que abandonaron sus hogares presos del pánico. Según los árabes, Israel es culpable de haber expulsado de sus casas, con crueldad y por la fuerza, a los palestinos. Unos y otros tienen parte de razón: la contienda de 1948 fue una guerra total, de pueblo contra pueblo, barrio contra barrio, casa contra casa. En esas guerras, las poblaciones son arrancadas de sus hogares. En esa fecha, en torno a 12 localidades judías, entre ellas el barrio hebreo de la ciudad vieja de Jerusalén, fueron conquistadas por los árabes. Todas las poblaciones judías de esos lugares fueron o bien asesinadas o bien expulsadas a la fuerza. Por su parte, cientos de localidades árabes, habitadas por cientos de miles de civiles, fueron privadas de su población en 1948. Algunos de esos civiles árabes huyeron y otros fueron expulsados por el Ejército israelí.
Ha llegado el momento de reconocer abiertamente nuestra participación en la catástrofe de los refugiados palestinos. No somos los únicos responsables ni los únicos culpables, pero no tenemos las manos limpias. El Estado de Israel es lo suficientemente maduro y fuerte como para admitir su parte de culpa y para llegar a la necesaria conclusión: es necesario que participemos del esfuerzo por reasentar a los refugiados, en el marco de los acuerdos de paz, y fuera de las futuras fronteras israelíes que éstos fijen.
Puede que el hecho de que Israel admita su parte de culpa en la catástrofe de los refugiados palestinos, y que exprese su voluntad de soportar parcialmente el peso de una solución, haga que el lado palestino sienta un positivo estremecimiento. Sería una especie de gran paso emocional que facilitaría mucho el diálogo futuro. Porque la catástrofe de los refugiados de 1948 es la herida más sangrienta que sufre en sus carnes la nación palestina.
En la parte israelí existe la tendencia constante a posponer, tanto como sea posible, la solución de los "problemas clave" del conflicto: refugiados, Jerusalén, fronteras, asentamientos. Puede que esta postergación fuera la ruina de los acuerdos de Oslo y, sin duda, no es buena para las negociaciones, tal como ahora se encuentran: la tendencia de Israel a evadir cualquier conversación sobre los problemas principales hace que la parte árabe sospeche con razón que lo que el Estado judío quiere es tranquilidad, pero que no está dispuesto a llegar a una solución global.
Quizá valiera la pena que los líderes israelíes comenzaran a discutir el problema de los refugiados y que se ofrecieran a participar en su resolución, es decir, en el traslado de todos ellos desde los campos en los que en la actualidad se pudren, y en la concesión de trabajo y de nacionalidad a los que deseen tenerla, dentro de los límites del futuro Estado palestino. Evidentemente, para resolver el problema de forma global, Israel tendrá que reconocer su culpa parcial en la Nakba palestina y la responsabilidad que conlleva esa culpa. Para alcanzar dicha solución también será preciso tratar el caso de los cientos de miles de judíos que fueron arrancados de sus hogares en los países árabes, con todo lo que ello implica.
Israel, tanto por razones morales como por su propia seguridad, debe buscar una solución para el problema de los refugiados de 1948. La solución tendrá un precio que habrán de asumir el mundo occidental, Israel y los acaudalados países árabes. La violencia disminuirá y la desesperación que da lugar al fanatismo comenzará a desvanecerse cuando esos campos de sufrimiento y degeneración escuchen que su vida en una montaña de basura está llegando a su fin. En cuanto a Israel, aunque firmemos acuerdos de paz con todos nuestros enemigos, nunca tendremos paz a no ser que pongamos remedio a las penalidades de los refugiados.
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