ENTREVISTA a Nadine Gordimer. "El materialismo lo ha conquistado todo" MICHAEL SKAFIDES DOMINGO - 20-05-2007
Nadine Gordimer, de 83 años, recibió el Premio Nobel de Literatura en 1991. La escritora surafricana mantuvo esta conversación durante la reunión que la asociación de escritores PEN International ha celebrado recientemente en Nueva York.
Pregunta. Cuando hablamos después de que ganara el Nobel en 1991, reinaba cierta euforia ante un mundo cambiante en el umbral del nuevo milenio. El Muro de Berlín acababa de caer, Mandela iba camino de la presidencia, y el apartheid, al cubo de la basura de la historia. Globalización ni siquiera era una palabra por aquel entonces.Cuando cambió el siglo, usted ya manifestó su decepción al afirmar: "Hemos conseguido mucho, pero no siempre hemos mantenido el control de nuestros propósitos". El cambio, al parecer impulsado únicamente por las crisis, ¿tiene que decepcionar por fuerza?
Respuesta. Eso parece, y es algo que no podemos aceptar. Debemos luchar contra ello en nuestro fuero interno. Por expresarlo en términos muy sencillos, la gente se conoce, y a través de esta interacción progresa la historia. Se producen toda clase de encuentros entre naciones y Estados para cambiar el orden desigual del mundo. Surgen ideas muy buenas; se discuten y se reducen a la que parece ser la única posibilidad realista para ponerlas en práctica. Pero siempre falta algo: capacidad. Pongamos el sencillo ejemplo del control de la malaria. Hace un par de años asistí al Foro Económico Mundial de Davos. Cuando salió el tema de la malaria, una actriz famosa, Sharon Stone, se levantó y dijo que donaría equis cientos de miles de dólares para comprar mosquiteros. Me entraron ganas de decirle: "¿Ha visto cómo vive la gente? Ni siquiera tienen una cama en la que colocar la red. ¡No pueden tumbarse y ponérsela encima de la cara!".
Recuerdo cuando Bill Gates donó ordenadores a África. En aquel entonces, yo estaba en Tombuctú, donde un centro comunitario local iba a recibir algunos de esos ordenadores. ¡Pero, como es lógico, tampoco tenían por desgracia un generador para la electricidad!
P. Parece usted más pragmática que en el pasado. A principios de los noventa dijo que, aunque el comunismo hubiera fracasado, la sociedad aún podría conservar algunos de sus ideales, concretamente el deseo de cambiar el mundo y convertirlo en un lugar mejor. ¿Todavía queda espacio para los ideales?
R. Fijémonos en los aspectos positivos. Para hacerlo, debemos remontarnos a otras revoluciones, a la francesa, a 1848 o 1917. Hay terribles decepciones sobre lo ocurrido. Pero algunas ideas, algunos cambios de cada revolución, han perdurado para transformar el mundo: los derechos de los trabajadores y las mujeres se han ampliado en cierta medida, pero a expensas de un sufrimiento tremendo.
Mucha gente de mi generación seguía creyendo que la gran esperanza para un mundo justo realmente era el comunismo o el socialismo. Hemos visto cómo fracasaba de forma estrepitosa y creaba la ilusión de que el capitalismo es lo correcto. ¡Pero hemos visto cómo fracasa el capitalismo a diario con tanta pobreza y desigualdad!
Parece que el materialismo lo ha conquistado todo. Cada día nos animan a comprar y a ver nuestra imagen en función del coche que tenemos. En los países en vías de desarrollo, esto es especialmente desastroso. En Suráfrica ha llevado a algunas de nuestras personalidades más destacadas, que eran héroes de la liberación, a ponerse en ridículo. ¡En cuanto alcanzan una posición importante se vuelven corruptos porque su mujer quiere tener un Mercedes!
P. ¿Cómo se enfrenta una atea declarada como usted al resurgimiento generalizado de la religión?
R. La religión es una gran fuente de violencia. Por eso es tan importante el libro Identidad y violencia, de Amartya Sen. En pocas palabras: nos encasillan. Te dicen que eres musulmán o judío, y a mí me dicen que soy cristiana, y ésta es nuestra identidad. Sen señala que no hay una sola identidad. Todos albergamos muchas identidades. El encasillar la identidad de una persona contradice el espíritu de la modernidad. Y esto es válido tanto para la raza o la etnia como para la religión.
P. Durante el pasado año se ha mantenido un debate acalorado sobre la política que hay detrás del Premio Nobel de Literatura y sobre si el comité que toma la decisión está más influido por la política que por el contenido de la obra de un autor. Usted misma ha declarado. "Si el destino es político, literatura y política no pueden mantenerse jerárquicamente apartadas". En ese caso, ¿cómo puede excluirse al Nobel de esta ecuación?
R. No se puede, y creo que el comité del Nobel lo hace bastante bien. Me considero bastante leída, pero no conocía el trabajo de José Saramago, porque apenas se ha traducido. Recibió el Nobel hace unos años y descubrí a un escritor absolutamente maravilloso. Le eligieron porque es un magnífico escritor. El hecho de que tuviera problemas políticos con el régimen autoritario portugués de su época se reflejaba en sus escritos. Estaba exponiendo esa pequeña verdad sobre lo que le ocurría a la gente de Portugal en aquel momento.
P. A los periodistas les gusta preguntar a la gente mayor y más sabia qué ha aprendido de la vida. ¿Puedo formularle esa pregunta?
R. Ahora que estoy sola con mi vejez -mi marido durante 47 años murió hace seis-, me encuentro con la sorpresa de que es como una vuelta a la adolescencia, porque lo cuestionas todo y observas cómo reaccionas con los demás y lo que esperas de ellos. He oído un mito precioso de que la vejez es una especie de hermosa meseta de calma y aceptación del mundo, llena de sabiduría. Pues bien, no hay sabiduría en la vejez. Son las mismas viejas preguntas que me hacía a mí misma y a los demás cuando tenía 15 años. Me temo que esa paz de la vejez no me ha llegado.
Nadine Gordimer, de 83 años, recibió el Premio Nobel de Literatura en 1991. La escritora surafricana mantuvo esta conversación durante la reunión que la asociación de escritores PEN International ha celebrado recientemente en Nueva York.
Pregunta. Cuando hablamos después de que ganara el Nobel en 1991, reinaba cierta euforia ante un mundo cambiante en el umbral del nuevo milenio. El Muro de Berlín acababa de caer, Mandela iba camino de la presidencia, y el apartheid, al cubo de la basura de la historia. Globalización ni siquiera era una palabra por aquel entonces.Cuando cambió el siglo, usted ya manifestó su decepción al afirmar: "Hemos conseguido mucho, pero no siempre hemos mantenido el control de nuestros propósitos". El cambio, al parecer impulsado únicamente por las crisis, ¿tiene que decepcionar por fuerza?
Respuesta. Eso parece, y es algo que no podemos aceptar. Debemos luchar contra ello en nuestro fuero interno. Por expresarlo en términos muy sencillos, la gente se conoce, y a través de esta interacción progresa la historia. Se producen toda clase de encuentros entre naciones y Estados para cambiar el orden desigual del mundo. Surgen ideas muy buenas; se discuten y se reducen a la que parece ser la única posibilidad realista para ponerlas en práctica. Pero siempre falta algo: capacidad. Pongamos el sencillo ejemplo del control de la malaria. Hace un par de años asistí al Foro Económico Mundial de Davos. Cuando salió el tema de la malaria, una actriz famosa, Sharon Stone, se levantó y dijo que donaría equis cientos de miles de dólares para comprar mosquiteros. Me entraron ganas de decirle: "¿Ha visto cómo vive la gente? Ni siquiera tienen una cama en la que colocar la red. ¡No pueden tumbarse y ponérsela encima de la cara!".
Recuerdo cuando Bill Gates donó ordenadores a África. En aquel entonces, yo estaba en Tombuctú, donde un centro comunitario local iba a recibir algunos de esos ordenadores. ¡Pero, como es lógico, tampoco tenían por desgracia un generador para la electricidad!
P. Parece usted más pragmática que en el pasado. A principios de los noventa dijo que, aunque el comunismo hubiera fracasado, la sociedad aún podría conservar algunos de sus ideales, concretamente el deseo de cambiar el mundo y convertirlo en un lugar mejor. ¿Todavía queda espacio para los ideales?
R. Fijémonos en los aspectos positivos. Para hacerlo, debemos remontarnos a otras revoluciones, a la francesa, a 1848 o 1917. Hay terribles decepciones sobre lo ocurrido. Pero algunas ideas, algunos cambios de cada revolución, han perdurado para transformar el mundo: los derechos de los trabajadores y las mujeres se han ampliado en cierta medida, pero a expensas de un sufrimiento tremendo.
Mucha gente de mi generación seguía creyendo que la gran esperanza para un mundo justo realmente era el comunismo o el socialismo. Hemos visto cómo fracasaba de forma estrepitosa y creaba la ilusión de que el capitalismo es lo correcto. ¡Pero hemos visto cómo fracasa el capitalismo a diario con tanta pobreza y desigualdad!
Parece que el materialismo lo ha conquistado todo. Cada día nos animan a comprar y a ver nuestra imagen en función del coche que tenemos. En los países en vías de desarrollo, esto es especialmente desastroso. En Suráfrica ha llevado a algunas de nuestras personalidades más destacadas, que eran héroes de la liberación, a ponerse en ridículo. ¡En cuanto alcanzan una posición importante se vuelven corruptos porque su mujer quiere tener un Mercedes!
P. ¿Cómo se enfrenta una atea declarada como usted al resurgimiento generalizado de la religión?
R. La religión es una gran fuente de violencia. Por eso es tan importante el libro Identidad y violencia, de Amartya Sen. En pocas palabras: nos encasillan. Te dicen que eres musulmán o judío, y a mí me dicen que soy cristiana, y ésta es nuestra identidad. Sen señala que no hay una sola identidad. Todos albergamos muchas identidades. El encasillar la identidad de una persona contradice el espíritu de la modernidad. Y esto es válido tanto para la raza o la etnia como para la religión.
P. Durante el pasado año se ha mantenido un debate acalorado sobre la política que hay detrás del Premio Nobel de Literatura y sobre si el comité que toma la decisión está más influido por la política que por el contenido de la obra de un autor. Usted misma ha declarado. "Si el destino es político, literatura y política no pueden mantenerse jerárquicamente apartadas". En ese caso, ¿cómo puede excluirse al Nobel de esta ecuación?
R. No se puede, y creo que el comité del Nobel lo hace bastante bien. Me considero bastante leída, pero no conocía el trabajo de José Saramago, porque apenas se ha traducido. Recibió el Nobel hace unos años y descubrí a un escritor absolutamente maravilloso. Le eligieron porque es un magnífico escritor. El hecho de que tuviera problemas políticos con el régimen autoritario portugués de su época se reflejaba en sus escritos. Estaba exponiendo esa pequeña verdad sobre lo que le ocurría a la gente de Portugal en aquel momento.
P. A los periodistas les gusta preguntar a la gente mayor y más sabia qué ha aprendido de la vida. ¿Puedo formularle esa pregunta?
R. Ahora que estoy sola con mi vejez -mi marido durante 47 años murió hace seis-, me encuentro con la sorpresa de que es como una vuelta a la adolescencia, porque lo cuestionas todo y observas cómo reaccionas con los demás y lo que esperas de ellos. He oído un mito precioso de que la vejez es una especie de hermosa meseta de calma y aceptación del mundo, llena de sabiduría. Pues bien, no hay sabiduría en la vejez. Son las mismas viejas preguntas que me hacía a mí misma y a los demás cuando tenía 15 años. Me temo que esa paz de la vejez no me ha llegado.
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