ANTONIO ELORZA El Pais DOMINGO 10-09-2006
Los terroristas de Al Qaeda deben sentirse incomprendidos. A pesar de todos sus esfuerzos a partir de 1998 para explicar a la comunidad de los creyentes y a todo el mundo cuáles son los fundamentos de su acción, qué objetivos buscan y por qué medios, un amplio sector de los medios occidentales, incluidos representantes de sus víctimas, sigue empeñado en buscar todo tipo de coartadas para no mirar de frente al fondo ideológico de su estrategia.
Los terroristas de Al Qaeda deben sentirse incomprendidos. A pesar de todos sus esfuerzos a partir de 1998 para explicar a la comunidad de los creyentes y a todo el mundo cuáles son los fundamentos de su acción, qué objetivos buscan y por qué medios, un amplio sector de los medios occidentales, incluidos representantes de sus víctimas, sigue empeñado en buscar todo tipo de coartadas para no mirar de frente al fondo ideológico de su estrategia.
Con gran frecuencia, el problema es abordado únicamente desde una óptica determinista, como si el factor económico -la explotación del Tercer Mundo en la globalización-, -la marginación de los jóvenes en los suburbios de Occidente-, el sociológicoel político -la proyección imperialista de Estados Unidos sobre Oriente Próximo- o el doctrinal -la incomprensión, o la aversión, ante el islam en Occidente- dieran como precipitado el actual fenómeno yihadista. Nadie puede negar, por supuesto, que esa pluralidad de factores, a la que se suman datos coyunturales, tales como la catastrófica política de Bush en la zona, desempeñan un papel importante, como lo hizo en el pasado el ensayo de occidentalización por vía colonial, pero dominación económica existe en otras regiones del planeta, y las alternativas, por ejemplo el resurgido indigenismo en Latinoamérica o las variantes del populismo caudillista, nada tienen que ver con la práctica del terror. Los ciclos de violencia juvenil forman ya un componente de la vida social en nuestras sociedades, pero sus manifestaciones no consisten en la formación de grupos de afinidad integristas que acaban preparando la voladura de aviones. Frente a Israel y su apoyo norteamericano, una cosa era la acción nacionalista de Al Fatah, y otra, la vertiente yihadista de Hamás o de Hezbolá. Y, cosa olvidada, la suerte de las minorías judías y cristianas en los países musulmanes no es muy ventajosa, más allá de los tópicos sobre la tolerancia y "la protección" prestada a las gentes del libro (pensemos en Sudán). Y nadie responde con el terror.
Exclusión estéril
En una palabra, resulta fácil, pero intelectualmente estéril, fundir en la línea de Edward Said la justa denuncia de la visión orientalista en Occidente con la exclusión de toda posibilidad de ejercer la crítica sobre el mundo árabe en general, y sobre las formas violentas del islam en particular. Para entender cuanto sucede en la órbita de Al Qaeda, cuya proyección tiene lugar hoy como organización y como inspirador doctrinal, y también la variante iraní, del terror de los ayatolás a Hezbolá, hay que acudir a los procesos endógenos de formación del yihadismo, desde que en la segunda mitad del siglo XX tiene lugar la radicalización del islamismo versión Hermanos Musulmanes, reforzada luego con otra radicalización, la del wahabismo saudí. La citada variante shií sigue una senda propia, no sólo por su original sustrato ideológico, sino por la excepcionalidad de contar con los medios económicos de un Estado. Es así como Hezbolá ha podido ir más allá de su condición inicial de simple grupo terrorista, inventor de los vehículos suicidas, y convertirse en una organización político-social que gracias al dinero de Irán desempeña una importante labor asistencial en medios shiíes libaneses, con vocación hegemónica tanto en el orden político como en el militar. El terrorismo de Estado de la era Jomeini, con el bueno de Salman Rushdie como más visible chivo expiatorio, y con víctimas tan entrañables como el ex primer ministro Shapur Bakhtiar, ha pasado a ser la base de una política expansiva, propia de una potencia regional, con un objetivo concreto: la eliminación de Israel. La lógica de esa estrategia no debe ser pasada por alto: todos los medios son válidos para eliminar a quien se oponga, o se haya opuesto, al poder religioso y a sus dogmas. Al mismo tiempo que eran ajustadas las piezas de la construcción doctrinal, el contexto político interno y regional favoreció el paso a la violencia desde la década de 1970. La importancia del primer aspecto, casi siempre desdeñada, resulta fundamental, ya que, si bien en la fase de acción militar y elaboración religiosa como "profeta armado", a partir de 622, podían encontrarse suficientes recursos, simbólicos y ejemplares, para legitimar una yihad con terror, había que adaptar algunos elementos de ese escenario al presente. En el orden técnico no habrá dificultades, ya que vencer al adversario podía hacerse por la espada en el siglo VII y hoy por los explosivos o con el Kaláshnikov, como muestra la portada del folleto sobre la necesidad de la yihad, pagado con dinero saudí, que podía comprarse en cualquier librería cercana a las mezquitas de Londres hasta julio del año pasado. Pero había que mostrar, como hizo el paquistaní Maududi, tan bien retratado en el filme El silencio del agua, o como puso en práctica el sudanés Al Turabi, que con la ley coránica en la mano, aplicando estrictamente la sharía, la destrucción de la satánica libertad occidental era realizable, instaurando un orden social enjaulado en las reglas dictadas por el Corán y los hadices, leídos desde una óptica ultraconservadora. Ya el fundador de los Hermanos Musulmanes, Hassan al Banna, presentado por su nieto Tariq Ramadan bajo los rasgos de un reformador progresista, dejó claro qué tipo de sociedad cerrada aspiraba a implantar en todos los aspectos, desde la imposibilidad de una política laica hasta el fin de la libre expresión. Conviene recordarlo cuando con demasiada facilidad se ignora que la instauración del islamismo, propuesto en su versión moderada con suaves palabras, incorpora necesariamente la violencia contra el disidente. Por algo el juramento de entrada en los Hermanos Musulmanes se hacía sobre el Corán, con un revólver a su lado. Para que resultase eficaz la actuación de esos "caballeros bajo el estandarte del Profeta", como designó Al Zawahiri a los terroristas de su grupo en el 11-S, era necesario montar un tinglado de analogías, de manera que los aspectos más agresivos del Corán encontrasen aplicación a la realidad del siglo XX. Es así como el gobernante infiel es designado una y otra vez, de acuerdo con la ramplona caracterización coránica, como faraón: todo faraón, ejemplo Sadat, ha de ser eliminado. Otro tanto le sucede al tirano, o taghut, término con el que Jomeini se dirigía al Sha. Y sobre todo el estado de ignorancia primordial que caracterizara a los adversarios mequíes de Mahoma, yahiliyya, es al parecer del todo aplicable a las sociedades, intelectuales y Gobiernos occidentales del día, según sugirió Maududi y divulgó con éxito hasta hoy el egipcio Sayyid Qutb. Sólo falta la articulación de las distintas piezas por la codificación que desde el año 1300 proporcionó "el jeque del islam" (palabra de Bin Laden), Ibn Taymiyya, para que funcione el mecanismo de adhesión a la verdad religiosa, en el marco del sujeto de la acción, la umma o comunidad de los creyentes, y de rechazo radical del otro, con la consiguiente voluntad de destrucción. Ese momento de codificación es también el de las cruzadas, cuando la yihad elimina a los invasores cristianos. Nueva analogía, Israel, Estados Unidos, los occidentales en general, son los nuevos cruzados a los que los creyentes eliminarán con la ayuda de Alá. En la versión ofrecida por los dirigentes de Al Qaeda, el islamismo radical se convierte en yihadismo en la medida en que todos los elementos religiosos, utilizados con una sincera voluntad de ortodoxia, pasan a girar en torno a la guerra contra el infiel (gentes del libro incluidas). El yihadismo es un salafismo, porque se legitima por el regreso a la edad de oro de los "piadosos antepasados", el tiempo del Profeta. Pero también aquí introduce la simplificación de centrar todo en la voluntad de aniquilamiento del adversario.
Terror sin límites
De ahí la apología de un terror que, dada la disparidad de fuerzas existente, "lleve el miedo hasta los fetos en los vientres de sus madres". Ese terror es explícitamente alabado, lo mismo que el mártir, que sigue el patrón definido en los libros sagrados y recibe la correspondiente recompensa. Una vez fijados estos principios, que en países como Inglaterra fueron hasta hace un año objeto de una divulgación sin trabas en mezquitas, casetes, vídeos y folletos, los problemas tácticos adquieren una decisiva importancia. En su extensa enciclopedia de la yihad, el hoy desaparecido Mustafá Setmarian proporciona datos que contribuyen a explicar cómo ya no se trata de una pirámide articulada, propia del tiempo que existía la plataforma afgana, sino de un centro que difunde posiciones y elabora consignas, con células aisladas y combatientes individuales, encargados de protagonizar las acciones terroristas. Sin la eficacia inicial. Lo cual no significa la eliminación de un riesgo persistente de imperio del terror, dado el impacto cada vez mayor de las doctrinas que propugnan el enfrentamiento a Occidente y la cohesión de tipo religioso que va adquiriendo la umma, gracias a los trágicos errores del tipo de "guerra antiterrorista" puesta en práctica por Washington. Con su estrategia en Palestina e Irak, Bush ha sido el principal colaborador del proyecto político yihadista.
Exclusión estéril
En una palabra, resulta fácil, pero intelectualmente estéril, fundir en la línea de Edward Said la justa denuncia de la visión orientalista en Occidente con la exclusión de toda posibilidad de ejercer la crítica sobre el mundo árabe en general, y sobre las formas violentas del islam en particular. Para entender cuanto sucede en la órbita de Al Qaeda, cuya proyección tiene lugar hoy como organización y como inspirador doctrinal, y también la variante iraní, del terror de los ayatolás a Hezbolá, hay que acudir a los procesos endógenos de formación del yihadismo, desde que en la segunda mitad del siglo XX tiene lugar la radicalización del islamismo versión Hermanos Musulmanes, reforzada luego con otra radicalización, la del wahabismo saudí. La citada variante shií sigue una senda propia, no sólo por su original sustrato ideológico, sino por la excepcionalidad de contar con los medios económicos de un Estado. Es así como Hezbolá ha podido ir más allá de su condición inicial de simple grupo terrorista, inventor de los vehículos suicidas, y convertirse en una organización político-social que gracias al dinero de Irán desempeña una importante labor asistencial en medios shiíes libaneses, con vocación hegemónica tanto en el orden político como en el militar. El terrorismo de Estado de la era Jomeini, con el bueno de Salman Rushdie como más visible chivo expiatorio, y con víctimas tan entrañables como el ex primer ministro Shapur Bakhtiar, ha pasado a ser la base de una política expansiva, propia de una potencia regional, con un objetivo concreto: la eliminación de Israel. La lógica de esa estrategia no debe ser pasada por alto: todos los medios son válidos para eliminar a quien se oponga, o se haya opuesto, al poder religioso y a sus dogmas. Al mismo tiempo que eran ajustadas las piezas de la construcción doctrinal, el contexto político interno y regional favoreció el paso a la violencia desde la década de 1970. La importancia del primer aspecto, casi siempre desdeñada, resulta fundamental, ya que, si bien en la fase de acción militar y elaboración religiosa como "profeta armado", a partir de 622, podían encontrarse suficientes recursos, simbólicos y ejemplares, para legitimar una yihad con terror, había que adaptar algunos elementos de ese escenario al presente. En el orden técnico no habrá dificultades, ya que vencer al adversario podía hacerse por la espada en el siglo VII y hoy por los explosivos o con el Kaláshnikov, como muestra la portada del folleto sobre la necesidad de la yihad, pagado con dinero saudí, que podía comprarse en cualquier librería cercana a las mezquitas de Londres hasta julio del año pasado. Pero había que mostrar, como hizo el paquistaní Maududi, tan bien retratado en el filme El silencio del agua, o como puso en práctica el sudanés Al Turabi, que con la ley coránica en la mano, aplicando estrictamente la sharía, la destrucción de la satánica libertad occidental era realizable, instaurando un orden social enjaulado en las reglas dictadas por el Corán y los hadices, leídos desde una óptica ultraconservadora. Ya el fundador de los Hermanos Musulmanes, Hassan al Banna, presentado por su nieto Tariq Ramadan bajo los rasgos de un reformador progresista, dejó claro qué tipo de sociedad cerrada aspiraba a implantar en todos los aspectos, desde la imposibilidad de una política laica hasta el fin de la libre expresión. Conviene recordarlo cuando con demasiada facilidad se ignora que la instauración del islamismo, propuesto en su versión moderada con suaves palabras, incorpora necesariamente la violencia contra el disidente. Por algo el juramento de entrada en los Hermanos Musulmanes se hacía sobre el Corán, con un revólver a su lado. Para que resultase eficaz la actuación de esos "caballeros bajo el estandarte del Profeta", como designó Al Zawahiri a los terroristas de su grupo en el 11-S, era necesario montar un tinglado de analogías, de manera que los aspectos más agresivos del Corán encontrasen aplicación a la realidad del siglo XX. Es así como el gobernante infiel es designado una y otra vez, de acuerdo con la ramplona caracterización coránica, como faraón: todo faraón, ejemplo Sadat, ha de ser eliminado. Otro tanto le sucede al tirano, o taghut, término con el que Jomeini se dirigía al Sha. Y sobre todo el estado de ignorancia primordial que caracterizara a los adversarios mequíes de Mahoma, yahiliyya, es al parecer del todo aplicable a las sociedades, intelectuales y Gobiernos occidentales del día, según sugirió Maududi y divulgó con éxito hasta hoy el egipcio Sayyid Qutb. Sólo falta la articulación de las distintas piezas por la codificación que desde el año 1300 proporcionó "el jeque del islam" (palabra de Bin Laden), Ibn Taymiyya, para que funcione el mecanismo de adhesión a la verdad religiosa, en el marco del sujeto de la acción, la umma o comunidad de los creyentes, y de rechazo radical del otro, con la consiguiente voluntad de destrucción. Ese momento de codificación es también el de las cruzadas, cuando la yihad elimina a los invasores cristianos. Nueva analogía, Israel, Estados Unidos, los occidentales en general, son los nuevos cruzados a los que los creyentes eliminarán con la ayuda de Alá. En la versión ofrecida por los dirigentes de Al Qaeda, el islamismo radical se convierte en yihadismo en la medida en que todos los elementos religiosos, utilizados con una sincera voluntad de ortodoxia, pasan a girar en torno a la guerra contra el infiel (gentes del libro incluidas). El yihadismo es un salafismo, porque se legitima por el regreso a la edad de oro de los "piadosos antepasados", el tiempo del Profeta. Pero también aquí introduce la simplificación de centrar todo en la voluntad de aniquilamiento del adversario.
Terror sin límites
De ahí la apología de un terror que, dada la disparidad de fuerzas existente, "lleve el miedo hasta los fetos en los vientres de sus madres". Ese terror es explícitamente alabado, lo mismo que el mártir, que sigue el patrón definido en los libros sagrados y recibe la correspondiente recompensa. Una vez fijados estos principios, que en países como Inglaterra fueron hasta hace un año objeto de una divulgación sin trabas en mezquitas, casetes, vídeos y folletos, los problemas tácticos adquieren una decisiva importancia. En su extensa enciclopedia de la yihad, el hoy desaparecido Mustafá Setmarian proporciona datos que contribuyen a explicar cómo ya no se trata de una pirámide articulada, propia del tiempo que existía la plataforma afgana, sino de un centro que difunde posiciones y elabora consignas, con células aisladas y combatientes individuales, encargados de protagonizar las acciones terroristas. Sin la eficacia inicial. Lo cual no significa la eliminación de un riesgo persistente de imperio del terror, dado el impacto cada vez mayor de las doctrinas que propugnan el enfrentamiento a Occidente y la cohesión de tipo religioso que va adquiriendo la umma, gracias a los trágicos errores del tipo de "guerra antiterrorista" puesta en práctica por Washington. Con su estrategia en Palestina e Irak, Bush ha sido el principal colaborador del proyecto político yihadista.
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