Cuestión de fe: la conversión QUINO PETIT EL PAIS SEMANAL - 09-08-2007
Del judaísmo a la Iglesia evangélica. Del cristianismo al islam. Del islam a la fe bahaí. Viajes espirituales que históricamente han provocado intransigencias y todavía hoy suscitan conflictos sociales. Ésta es la historia de personas que un día decidieron cambiar de credo.
A los argelinos Mohamed y Djamila Belhani su fe les pudo costar la vida. El supuesto pecado: secundar en una nación mayoritariamente musulmana los postulados de la religión bahaí, perseguida incluso hasta la muerte en algunos países árabes. Cuando se enteraron en el trabajo, varios compañeros de Mohamed llegaron a amenazarle con secuestrar a su hijo de tres años para alejarle de la tutela de un "infiel". El miedo convirtió al exilio en la única esperanza. Mientras su país se desangraba en una guerra civil que acabó sepultando a más de 150.000 víctimas, la familia encontró asilo en España en 1994. Pero para entonces hacía ya muchos años que su viaje espiritual había comenzado.
Originarios de Orán, la pareja se conoció en un colegio universitario de Argel. Él compartía habitación en el campus con un seguidor de la religión bahaí poco acostumbrado a exteriorizar sus creencias. Hasta que una tarde manifestó ante Mohamed una especie de revelación: "Existe otro profeta, posterior a Mahoma". Y le habló del persa Bahaulá, fundador de la fe bahaí en 1844 como creencia basada en un único Dios que se revela a través de todos los mensajeros divinos. Sin renegar de ninguno, desde Jesucristo hasta Buda. "Yo me crié bajo un islam más de tradición que de confesión, como pasa en España con el catolicismo. Pero desde pequeño me machacaron con aquello de que Mahoma era el último; mi dimensión del mundo se reducía a este salón", recuerda hoy Mohamed, a los 43 años, en su casa de Cambrils (Tarragona). "Ante la sociedad argelina podías mostrarte rebelde, opinar sobre lo que no te gustaba. Pero decir que había otro profeta después de él... ¡Eso no podías ni planteártelo! Era algo así como pasarte al enemigo".
El primer reflejo de Mohamed fue afanarse en desmontar los argumentos de su amigo. La mejor manera que se le ocurrió para lograrlo fue regresar a la casa de su familia, tras licenciarse en ingeniería, y encerrarse todo un verano a estudiar el Corán, la Biblia y varios escritos bahaís. "La religión en los países árabes es muy importante; en cuanto alguien te plantea una cuestión relacionada con ella, intentas resolverla", explica Djamila. A remolque de su novio, ella también se interesó por aquellas lecturas sagradas. Y juntos empezaron a encontrar similitudes entre las distintas religiones, a cuestionarse si era posible quedarse con lo mejor de cada una. A sospechar que no era tan descabellada la idea de aglutinarlas a todas en una sola. Finalmente dieron el paso. "El conocimiento en profundidad del Corán nos ayudó a abrazar la fe bahaí, a evolucionar hacia una religión más completa".
Pronto se lo comunicaron a sus familiares. Atónitos, recibieron de propina la noticia de un enlace inminente de la joven pareja bajo los ritos musulmán y bahaí. "A mi padre le di el disgusto de su vida", admite Mohamed. Dejó de rezar cinco veces al día, abandonó la mezquita y sustituyó el Ramadán por un ayuno durante los 19 días anteriores a cada 21 de marzo, fecha del año nuevo bahaí. Djamila tampoco encontró comprensión entre los suyos: "Mi madre me respetaba, pero mis hermanos me dieron de lado". Después de contraer matrimonio encontraron trabajo en la Empresa Estatal de Hidrocarburos y optaron por no airear en público sus inquietudes espirituales. Hasta que Mohamed decidió que estaba cansado de ocultarse en la oficina para ayunar fuera del Ramadán o justificar su ausencia durante los rezos en horario laboral.
En pleno ayuno previo al 21 de marzo, un compañero le invitó a bajar al comedor de la empresa. Mohamed le explicó la razón de su falta de apetito y su vida dio un giro radical.
"¿Por qué tuviste que contarlo?". Djamila todavía se lamenta. El rumor se extendió por la empresa. Entre las amistades y el vecindario. Muchos amigos fallaron. Algunos les señalaron por la calle. La guerra civil argelina se recrudecía a principios de los noventa, y el matrimonio, con dos hijos pequeños, se sintió presa del miedo. Mohamed logró un visado de turista para un mes en España y la familia llegó a Madrid con lo puesto. En el centro bahaí de la capital encontraron ayuda económica. Tras mucho insistir, Mohamed logró la concesión del asilo territorial con permiso de trabajo. Y volvió a empezar de cero, montando cuadros de luz; Djamila entró en depresión a los tres años: "Ésta ha sido la tragedia de mi vida. Abandonar mi casa, a mi gente. Ya sólo regresamos a Argelia una semana cada año durante el verano. Aunque echo de menos a mi familia, nunca podría volver a vivir allí. Sólo guardo recuerdos de pánico. De intolerancia".
Desde hace seis años, su casa está en Cambrils. Se sienten a gusto y practican en familia los ritos de su creencia. Mohamed ostenta hoy doble nacionalidad, española y argelina. Mantiene a los suyos montando centrales eléctricas. Pero ya no habla de su religión prácticamente con nadie ajeno a la fe bahaí. Prácticamente.
"La persecución a los bahaís es coetánea a su fundación y se prolonga hasta nuestros días, sobre todo en países como Irán. Las ejecuciones durante la revolución islámica estuvieron a la orden del día. Y todavía constituyen allí una minoría oprimida". Esta misma denuncia de Kasra Mottahedeh, secretario general de la Comunidad Bahaí de España, ha sido constatada por numerosos organismos internacionales que siguen clamando al cielo por que estas personas vean reconocidos sus derechos.
En España, la Comunidad Bahaí se engloba dentro de las llamadas confesiones minoritarias y representa alrededor de tres mil seguidores. Si bien no reúnen un número elevado de nuevos adeptos cada año, mantienen un número constante de advenedizos ajenos a los problemas que afrontaron Mohamed y Djamila. Como José Luis Marqués, de 62 años, quien no puso en peligro su vida, pero armó un buen revuelo en casa de sus padres poco después de ordenarse sacerdote. Tenía 24 años cuando encontró sentido a su existencia en la fe bahaí. "A través del estudio comprendí que esta religión explicaba mejor que ninguna otra por qué existe una pluralidad de creencias".
Cambiar de credo. De rito. De postulados. Conversiones que tuvieron su periodo de auge en la Península durante los siglos XIV y XV, cuando los judíos y los musulmanes que permanecieron en territorio ibérico tras la expulsión se vieron obligados a aceptar la fe de los monarcas de Castilla y Aragón para sobrevivir. Para huir del estigma en un territorio unificado políticamente por los Reyes Católicos a través de la religión. Conversiones que evocan los trágicos episodios de represión inquisitorial a protestantes durante la Contrarreforma, algunos de ellos recopilados por Miguel Delibes en El hereje. "Sin olvidar la represión franquista contra todo lo no católico en general, y lo protestante en particular", apunta el incombustible teólogo Enrique Miret Magdalena. Para el autor de las memorias Luces y sombras de una larga vida, de 93 años, "tendríamos que remontarnos a épocas anteriores al Siglo de Oro para encontrar sorprendentes periodos de libertad de discusión sobre asuntos religiosos".
¿Y hoy? ¿Qué puede llevar a una persona a buscar calor espiritual en una parroquia diferente a la que ha venerado por tradición o por devoción? "Pulverizada tras la dictadura la identificación entre hispanidad y catolicidad, el flujo de unas religiones a otras se ha normalizado en España. En buena medida se produce desde la Iglesia católica hacia confesiones minoritarias, donde los fieles encuentran una atención más personalizada a sus inquietudes. Donde se insiste menos en el cumplimiento de determinadas normas y se fomenta el encuentro y el intercambio de experiencias. La libertad para hacerlo sin tener que apostatar, también juega como elemento a favor", argumenta Juan José Tamayo, director de la Cátedra de Teología y Ciencia de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid.
"¿Apostasía? No la he solicitado, pero yo apostato de la Iglesia católica. Nunca llegué a encontrar sentido a la existencia en el catolicismo. Me resultaba incompleto. El islam me ayudó a convertir la religión en una forma de vida". Es curioso caminar junto a Silvia Cerrada por el madrileño paseo de Recoletos. Sobre todo por las miradas de escrutinio que despierta entre los veraneantes de la urbe repantingados sobre los bancos. "Si me acompañas al cercanías, verás cómo mira un español a los musulmanes en un tren. Yo sospecho que a mí han dejado de darme algunos trabajos por llevar velo".
Silvia tiene 39 años, prepara unas oposiciones, cubre su cabeza con hiyab desde hace dos, reza cinco veces al día en el descansillo de la escalera de la casa de sus padres y lleva un pequeño ejemplar del Corán en el bolso traducido al inglés. Su viaje hasta aquí empezó en un cementerio cercano al barrio de Vallecas (Madrid) a los ocho años. Acompañaba a menudo a su abuela y una tarde se le ocurrió bajar al osario. La niña encontró un amasijo de huesos y pasó la tarde interrogando "a la yaya" sobre el destino de aquellos restos fúnebres. Ni ella ni las monjas de su colegio supieron darle la respuesta que esperaba.
"¿Por qué estamos aquí? Es gracioso, pero encontré en el teatro una primera pista a mis dudas sobre la existencia. Trabajando desde la tramoya, observando el mundo de sombras que da vida al otro mundo, el visible". Se trasladó a Londres a estudiar escenografía y conoció a un magrebí que le habló del islam y después se convirtió en su marido. "Me casé engañada. Tenía 31 años y quería tener hijos, fundar una familia conforme a la religión musulmana. Pero él no. En ese matrimonio, la única que estuvo casada fui yo".
Silvia se separó, volvió a Madrid y, en lugar de renegar de la religión de aquel hombre, reafirmó su fe en el islam. Hoy forma parte de los 1.080.478 musulmanes que desde la Unión de Comunidades Islámicas calculan en España. "De todos ellos, sólo un 5% somos conversos; una minoría dentro de otra como es el islam", estima Félix Herrero, presidente de la Federación Española de Entidades Religiosas islámicas. "Casi todas las conversiones nacen de las parejas o familias mixtas". Una realidad constatada en su despacho por Moneir Mahmoud, el imán del Centro Cultural Islámico o mezquita de la M-30 de Madrid. "La mayoría de los que vienen a preguntarme cosas sobre el islam lo hacen porque van a casarse o tienen una pareja musulmana. No se requieren trámites para abrazarlo, pero a los que lo solicitan, les doy este papelito donde pueden refrendar sus testimonios de fe".
Si en el islam ese trámite resulta sencillo, un adulto que aspire a convertirse en judío requiere aprobar un complejo examen ante un tribunal rabínico, previo al baño ritual en el mikve de la sinagoga. Como hizo la barcelonesa María Teresa Massons, de 64 años, hace dos décadas. Ella se crió en una familia católica. "Mi padre lo era, claro; la gente en España es católica. Fui una niña de misa diaria, ángelus a mediodía y rosario por la noche". Pero con 23 años viajó a Inglaterra a realizar prácticas de voluntariado y conoció a tres monjes baptistas que dejaron de serlo. "Dios no existe", argumentaron. "Aquello sí que era comprometerse con un ideal. Tenían hijos a los que mantener y acababan de quedarse sin trabajo". María Teresa volvió a España, se casó, tuvo dos hijas y empezó a ejercer como trabajadora social.
El impacto de una pregunta. ¿Dios existe? Con 43 años, divorciada, y dos hijas mayores de edad, el cuestionamiento divino de aquellos monjes baptistas volvió a golpearle. "Tengo la impresión de haberme comido mucha soledad en mi vida. Mucho discurso interno". Un amigo le dijo: "¿Sabes que Dios era judío?". Y empezó a investigar en las raíces del judaísmo. A través del estudio se convirtió en 1987. Y desde entonces reza con chal de oración, observa la alimentación kosher, celebra el Januká y respeta el sabbat. "Durante el sabbat no trabajas, pero estudias y lees. Es un momento de absoluta espiritualidad". María Teresa es hoy una de las más de 40.000 personas que profesan el judaísmo en España, según las cifras de la Federación de Comunidades Judías.
El dato sobre la diversidad de religiones en España publicado con mayor insistencia, citando en ocasiones al Registro de Entidades Religiosas del Ministerio de Justicia, sitúa en torno al 7% los españoles que profesan una fe distinta a la católica. Pero desde esta Iglesia niegan a considerar una fuga de fieles. El director de la Oficina de Estadística y Sociología de la Iglesia, Jesús Domínguez Rojas, prefiere, por el contrario, hablar de un aumento en el número de bautismos. "Las diócesis registraron 279.309 en 1996, mientras que en 2005, la cifra alcanzó los 313.262". En nueve años, el ascenso se torna cuanto menos tímido. Algo que Domínguez achaca al descenso paulatino de la natalidad. ¿Pero y el número de nuevos católicos por convicción? "De los 313.262 bautizos de 2005, más de 8.000 correspondieron a personas mayores de siete años, que englobarían sobre todo a nuevos católicos llegados tras un periodo de reflexión. Son los que podríamos considerar como conversos al catolicismo durante ese año".
Cifras todas que, al fin y al cabo, sólo manejan las propias confesiones, ante la inexistencia de un registro oficial en España. Algunos sociólogos, tradicionalmente opuestos a un archivo de estas características por su posible asociación con "listas negras", empiezan ahora a considerarlo interesante, ante la pluralidad de confesiones y el interés creciente por obtener un mapa medianamente fiable de la realidad espiritual de España.
De existir tal registro, podrían acreditarse valoraciones más allá de las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas -que siguen considerando católica a cerca del 80% de la población española- o los estudios y memorias de fundaciones como la de Pluralismo y Convivencia o la de Santa María. Pero como insisten desde la Dirección General de Asuntos Religiosos, la posibilidad de crear un registro de estas características ni se contempla, en arreglo al derecho constitucional de libertad religiosa. A la hora de inscribirse en el Registro de Entidades Religiosas, a las comunidades no se les requiere informar sobre su número de fieles. La única orientación posible consiste por tanto en atender los cálculos de las confesiones. Una pescadilla que se muerde la cola cuando esos mismos números son los que también ayudan al Estado a la hora de valorar la concesión de categorías de notorio arraigo a una religión o estimar la posibilidad de su inclusión en la casilla del impuesto de la renta sobre las personas físicas (IRPF).
En materia tributaria, la noticia saltó en el mes de mayo: el Estado había iniciado contactos con representantes de la Iglesia evangélica para su inclusión en la casilla del impreso del IRPF. Era el anuncio de un nuevo cisma en el seno del protestantismo, entre partidarios de la apertura a las relaciones económicas con el Estado y los que se decantan por la independencia. "A mí me entristecería aparecer reflejado en esa casilla", reconoce Pedro Tarquis, director de Protestante Digital y converso desde el catolicismo. Implicaría abandonar la separación de nuestra Iglesia con el Estado". Desde la Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España, su portavoz, Jorge Fernández, argumenta que el debate no ha impedido alcanzar un consenso para entablar relaciones futuras con las instituciones. "Si bien la inclusión en esa casilla quedaría excluida de la posibilidad de financiar la Iglesia con fondos públicos", matiza.
Sai Schemer, de origen judío, forma parte de los 1,2 millones de seguidores de la fe protestante en España. Prefiere mantenerse ajeno al debate de la financiación y jugar un papel activo en la Iglesia evangélica. Como maestro bíblico, su ministerio es "móvil". Pero suele frecuentar la madrileña iglesia Cuerpo de Cristo, levantada sobre un antiguo cine de la madrileña calle del General Ricardos. Su evolución partió del judaísmo mesiánico. Una corriente que le permite no renegar de sus costumbres judías. Las observa en privado y hoy se declara plenamente evangélico. "He llegado hasta aquí mediante un perfeccionamiento del judaísmo".
Sai nació en Argentina en 1959. Descendiente de judíos rusos y alemanes, se crió bajo la influencia de su abuelo, rabino de una sinagoga de Buenos Aires. Perdió a su padre cuando tenía 15 años. "La muerte me suscitó preguntas. Empecé a estudiar las raíces de la fe judía y viajé con frecuencia a Israel durante largas temporadas". Después regresó a Argentina, donde contrajo matrimonio con una protestante. "Le pedí que se acercara al judaísmo. Y ella lo hizo. Al poco tiempo, un hombre me habló de la fe evangélica y decidí estudiar el Nuevo Testamento. Encontré la fe. La paz". Pasaron los años y se bautizó, alcanzó el grado de maestro y comenzó a predicar. Primero en países latinoamericanos, y después, en España, donde vive con su esposa y sus tres hijos desde 2001. "La situación económica favorable había alejado a mucha gente de Dios en este país. Dios es aquí el ladrillo. Y sí, vivo del Evangelio; del Evangelio se puede vivir con mucho recato".
-¿Y aquellas preguntas sobre la vida y la muerte?
-Algunos encuentran explicación a la muerte mediante el psicoanálisis; yo lo hice a través de la religión.
Probablemente poco psicoanalíticas, pero sí muy filosóficas, son las enseñanzas de Buda. En España cuentan con más de 50.000 adeptos, y Amparo Ruiz, de 46 años, es una de ellas. El Centro Budista Tibetano de Madrid empieza a llenarse de asistentes a las prácticas impartidas por el monje Tsering Palden mientras Amparo recibe al periodista en un pequeño despacho. Aquí suele venir cuando le deja tiempo su otro despacho, el de abogada. Nació en León y se educó en las carmelitas. "Siempre estuve interesada por la religión. Era lógico, fui educada en un lugar donde se fomentaba. ¿Quién hace la lista de los pecados? ¿Es tan importante la virginidad de la Virgen? Me di cuenta de que mi relación con Dios no admitía intermediarios". Amparo se casó a los 17 años, tuvo una hija y abandonó la Iglesia católica por el agnosticismo. Con 32 años alguien le recomendó el Libro tibetano de los muertos y sus inquietudes espirituales salieron de nuevo a flote. "Encontré postulados sin fisuras. Enseñanzas sobre la muerte que respondían a la pregunta que todos nos hacemos: ¿Qué sentido tiene la vida?".
Interrogantes. Cuestiones de fe. Mientras tanto, en Barcelona, María Teresa Massons intenta escoger entre varios chales judíos de oración para el retrato del reportaje. En voz baja, hablando casi para ella, susurra: "Uno muere dudando; en eso consiste ser persona, por encima de la religión".
Del judaísmo a la Iglesia evangélica. Del cristianismo al islam. Del islam a la fe bahaí. Viajes espirituales que históricamente han provocado intransigencias y todavía hoy suscitan conflictos sociales. Ésta es la historia de personas que un día decidieron cambiar de credo.
A los argelinos Mohamed y Djamila Belhani su fe les pudo costar la vida. El supuesto pecado: secundar en una nación mayoritariamente musulmana los postulados de la religión bahaí, perseguida incluso hasta la muerte en algunos países árabes. Cuando se enteraron en el trabajo, varios compañeros de Mohamed llegaron a amenazarle con secuestrar a su hijo de tres años para alejarle de la tutela de un "infiel". El miedo convirtió al exilio en la única esperanza. Mientras su país se desangraba en una guerra civil que acabó sepultando a más de 150.000 víctimas, la familia encontró asilo en España en 1994. Pero para entonces hacía ya muchos años que su viaje espiritual había comenzado.
Originarios de Orán, la pareja se conoció en un colegio universitario de Argel. Él compartía habitación en el campus con un seguidor de la religión bahaí poco acostumbrado a exteriorizar sus creencias. Hasta que una tarde manifestó ante Mohamed una especie de revelación: "Existe otro profeta, posterior a Mahoma". Y le habló del persa Bahaulá, fundador de la fe bahaí en 1844 como creencia basada en un único Dios que se revela a través de todos los mensajeros divinos. Sin renegar de ninguno, desde Jesucristo hasta Buda. "Yo me crié bajo un islam más de tradición que de confesión, como pasa en España con el catolicismo. Pero desde pequeño me machacaron con aquello de que Mahoma era el último; mi dimensión del mundo se reducía a este salón", recuerda hoy Mohamed, a los 43 años, en su casa de Cambrils (Tarragona). "Ante la sociedad argelina podías mostrarte rebelde, opinar sobre lo que no te gustaba. Pero decir que había otro profeta después de él... ¡Eso no podías ni planteártelo! Era algo así como pasarte al enemigo".
El primer reflejo de Mohamed fue afanarse en desmontar los argumentos de su amigo. La mejor manera que se le ocurrió para lograrlo fue regresar a la casa de su familia, tras licenciarse en ingeniería, y encerrarse todo un verano a estudiar el Corán, la Biblia y varios escritos bahaís. "La religión en los países árabes es muy importante; en cuanto alguien te plantea una cuestión relacionada con ella, intentas resolverla", explica Djamila. A remolque de su novio, ella también se interesó por aquellas lecturas sagradas. Y juntos empezaron a encontrar similitudes entre las distintas religiones, a cuestionarse si era posible quedarse con lo mejor de cada una. A sospechar que no era tan descabellada la idea de aglutinarlas a todas en una sola. Finalmente dieron el paso. "El conocimiento en profundidad del Corán nos ayudó a abrazar la fe bahaí, a evolucionar hacia una religión más completa".
Pronto se lo comunicaron a sus familiares. Atónitos, recibieron de propina la noticia de un enlace inminente de la joven pareja bajo los ritos musulmán y bahaí. "A mi padre le di el disgusto de su vida", admite Mohamed. Dejó de rezar cinco veces al día, abandonó la mezquita y sustituyó el Ramadán por un ayuno durante los 19 días anteriores a cada 21 de marzo, fecha del año nuevo bahaí. Djamila tampoco encontró comprensión entre los suyos: "Mi madre me respetaba, pero mis hermanos me dieron de lado". Después de contraer matrimonio encontraron trabajo en la Empresa Estatal de Hidrocarburos y optaron por no airear en público sus inquietudes espirituales. Hasta que Mohamed decidió que estaba cansado de ocultarse en la oficina para ayunar fuera del Ramadán o justificar su ausencia durante los rezos en horario laboral.
En pleno ayuno previo al 21 de marzo, un compañero le invitó a bajar al comedor de la empresa. Mohamed le explicó la razón de su falta de apetito y su vida dio un giro radical.
"¿Por qué tuviste que contarlo?". Djamila todavía se lamenta. El rumor se extendió por la empresa. Entre las amistades y el vecindario. Muchos amigos fallaron. Algunos les señalaron por la calle. La guerra civil argelina se recrudecía a principios de los noventa, y el matrimonio, con dos hijos pequeños, se sintió presa del miedo. Mohamed logró un visado de turista para un mes en España y la familia llegó a Madrid con lo puesto. En el centro bahaí de la capital encontraron ayuda económica. Tras mucho insistir, Mohamed logró la concesión del asilo territorial con permiso de trabajo. Y volvió a empezar de cero, montando cuadros de luz; Djamila entró en depresión a los tres años: "Ésta ha sido la tragedia de mi vida. Abandonar mi casa, a mi gente. Ya sólo regresamos a Argelia una semana cada año durante el verano. Aunque echo de menos a mi familia, nunca podría volver a vivir allí. Sólo guardo recuerdos de pánico. De intolerancia".
Desde hace seis años, su casa está en Cambrils. Se sienten a gusto y practican en familia los ritos de su creencia. Mohamed ostenta hoy doble nacionalidad, española y argelina. Mantiene a los suyos montando centrales eléctricas. Pero ya no habla de su religión prácticamente con nadie ajeno a la fe bahaí. Prácticamente.
"La persecución a los bahaís es coetánea a su fundación y se prolonga hasta nuestros días, sobre todo en países como Irán. Las ejecuciones durante la revolución islámica estuvieron a la orden del día. Y todavía constituyen allí una minoría oprimida". Esta misma denuncia de Kasra Mottahedeh, secretario general de la Comunidad Bahaí de España, ha sido constatada por numerosos organismos internacionales que siguen clamando al cielo por que estas personas vean reconocidos sus derechos.
En España, la Comunidad Bahaí se engloba dentro de las llamadas confesiones minoritarias y representa alrededor de tres mil seguidores. Si bien no reúnen un número elevado de nuevos adeptos cada año, mantienen un número constante de advenedizos ajenos a los problemas que afrontaron Mohamed y Djamila. Como José Luis Marqués, de 62 años, quien no puso en peligro su vida, pero armó un buen revuelo en casa de sus padres poco después de ordenarse sacerdote. Tenía 24 años cuando encontró sentido a su existencia en la fe bahaí. "A través del estudio comprendí que esta religión explicaba mejor que ninguna otra por qué existe una pluralidad de creencias".
Cambiar de credo. De rito. De postulados. Conversiones que tuvieron su periodo de auge en la Península durante los siglos XIV y XV, cuando los judíos y los musulmanes que permanecieron en territorio ibérico tras la expulsión se vieron obligados a aceptar la fe de los monarcas de Castilla y Aragón para sobrevivir. Para huir del estigma en un territorio unificado políticamente por los Reyes Católicos a través de la religión. Conversiones que evocan los trágicos episodios de represión inquisitorial a protestantes durante la Contrarreforma, algunos de ellos recopilados por Miguel Delibes en El hereje. "Sin olvidar la represión franquista contra todo lo no católico en general, y lo protestante en particular", apunta el incombustible teólogo Enrique Miret Magdalena. Para el autor de las memorias Luces y sombras de una larga vida, de 93 años, "tendríamos que remontarnos a épocas anteriores al Siglo de Oro para encontrar sorprendentes periodos de libertad de discusión sobre asuntos religiosos".
¿Y hoy? ¿Qué puede llevar a una persona a buscar calor espiritual en una parroquia diferente a la que ha venerado por tradición o por devoción? "Pulverizada tras la dictadura la identificación entre hispanidad y catolicidad, el flujo de unas religiones a otras se ha normalizado en España. En buena medida se produce desde la Iglesia católica hacia confesiones minoritarias, donde los fieles encuentran una atención más personalizada a sus inquietudes. Donde se insiste menos en el cumplimiento de determinadas normas y se fomenta el encuentro y el intercambio de experiencias. La libertad para hacerlo sin tener que apostatar, también juega como elemento a favor", argumenta Juan José Tamayo, director de la Cátedra de Teología y Ciencia de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid.
"¿Apostasía? No la he solicitado, pero yo apostato de la Iglesia católica. Nunca llegué a encontrar sentido a la existencia en el catolicismo. Me resultaba incompleto. El islam me ayudó a convertir la religión en una forma de vida". Es curioso caminar junto a Silvia Cerrada por el madrileño paseo de Recoletos. Sobre todo por las miradas de escrutinio que despierta entre los veraneantes de la urbe repantingados sobre los bancos. "Si me acompañas al cercanías, verás cómo mira un español a los musulmanes en un tren. Yo sospecho que a mí han dejado de darme algunos trabajos por llevar velo".
Silvia tiene 39 años, prepara unas oposiciones, cubre su cabeza con hiyab desde hace dos, reza cinco veces al día en el descansillo de la escalera de la casa de sus padres y lleva un pequeño ejemplar del Corán en el bolso traducido al inglés. Su viaje hasta aquí empezó en un cementerio cercano al barrio de Vallecas (Madrid) a los ocho años. Acompañaba a menudo a su abuela y una tarde se le ocurrió bajar al osario. La niña encontró un amasijo de huesos y pasó la tarde interrogando "a la yaya" sobre el destino de aquellos restos fúnebres. Ni ella ni las monjas de su colegio supieron darle la respuesta que esperaba.
"¿Por qué estamos aquí? Es gracioso, pero encontré en el teatro una primera pista a mis dudas sobre la existencia. Trabajando desde la tramoya, observando el mundo de sombras que da vida al otro mundo, el visible". Se trasladó a Londres a estudiar escenografía y conoció a un magrebí que le habló del islam y después se convirtió en su marido. "Me casé engañada. Tenía 31 años y quería tener hijos, fundar una familia conforme a la religión musulmana. Pero él no. En ese matrimonio, la única que estuvo casada fui yo".
Silvia se separó, volvió a Madrid y, en lugar de renegar de la religión de aquel hombre, reafirmó su fe en el islam. Hoy forma parte de los 1.080.478 musulmanes que desde la Unión de Comunidades Islámicas calculan en España. "De todos ellos, sólo un 5% somos conversos; una minoría dentro de otra como es el islam", estima Félix Herrero, presidente de la Federación Española de Entidades Religiosas islámicas. "Casi todas las conversiones nacen de las parejas o familias mixtas". Una realidad constatada en su despacho por Moneir Mahmoud, el imán del Centro Cultural Islámico o mezquita de la M-30 de Madrid. "La mayoría de los que vienen a preguntarme cosas sobre el islam lo hacen porque van a casarse o tienen una pareja musulmana. No se requieren trámites para abrazarlo, pero a los que lo solicitan, les doy este papelito donde pueden refrendar sus testimonios de fe".
Si en el islam ese trámite resulta sencillo, un adulto que aspire a convertirse en judío requiere aprobar un complejo examen ante un tribunal rabínico, previo al baño ritual en el mikve de la sinagoga. Como hizo la barcelonesa María Teresa Massons, de 64 años, hace dos décadas. Ella se crió en una familia católica. "Mi padre lo era, claro; la gente en España es católica. Fui una niña de misa diaria, ángelus a mediodía y rosario por la noche". Pero con 23 años viajó a Inglaterra a realizar prácticas de voluntariado y conoció a tres monjes baptistas que dejaron de serlo. "Dios no existe", argumentaron. "Aquello sí que era comprometerse con un ideal. Tenían hijos a los que mantener y acababan de quedarse sin trabajo". María Teresa volvió a España, se casó, tuvo dos hijas y empezó a ejercer como trabajadora social.
El impacto de una pregunta. ¿Dios existe? Con 43 años, divorciada, y dos hijas mayores de edad, el cuestionamiento divino de aquellos monjes baptistas volvió a golpearle. "Tengo la impresión de haberme comido mucha soledad en mi vida. Mucho discurso interno". Un amigo le dijo: "¿Sabes que Dios era judío?". Y empezó a investigar en las raíces del judaísmo. A través del estudio se convirtió en 1987. Y desde entonces reza con chal de oración, observa la alimentación kosher, celebra el Januká y respeta el sabbat. "Durante el sabbat no trabajas, pero estudias y lees. Es un momento de absoluta espiritualidad". María Teresa es hoy una de las más de 40.000 personas que profesan el judaísmo en España, según las cifras de la Federación de Comunidades Judías.
El dato sobre la diversidad de religiones en España publicado con mayor insistencia, citando en ocasiones al Registro de Entidades Religiosas del Ministerio de Justicia, sitúa en torno al 7% los españoles que profesan una fe distinta a la católica. Pero desde esta Iglesia niegan a considerar una fuga de fieles. El director de la Oficina de Estadística y Sociología de la Iglesia, Jesús Domínguez Rojas, prefiere, por el contrario, hablar de un aumento en el número de bautismos. "Las diócesis registraron 279.309 en 1996, mientras que en 2005, la cifra alcanzó los 313.262". En nueve años, el ascenso se torna cuanto menos tímido. Algo que Domínguez achaca al descenso paulatino de la natalidad. ¿Pero y el número de nuevos católicos por convicción? "De los 313.262 bautizos de 2005, más de 8.000 correspondieron a personas mayores de siete años, que englobarían sobre todo a nuevos católicos llegados tras un periodo de reflexión. Son los que podríamos considerar como conversos al catolicismo durante ese año".
Cifras todas que, al fin y al cabo, sólo manejan las propias confesiones, ante la inexistencia de un registro oficial en España. Algunos sociólogos, tradicionalmente opuestos a un archivo de estas características por su posible asociación con "listas negras", empiezan ahora a considerarlo interesante, ante la pluralidad de confesiones y el interés creciente por obtener un mapa medianamente fiable de la realidad espiritual de España.
De existir tal registro, podrían acreditarse valoraciones más allá de las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas -que siguen considerando católica a cerca del 80% de la población española- o los estudios y memorias de fundaciones como la de Pluralismo y Convivencia o la de Santa María. Pero como insisten desde la Dirección General de Asuntos Religiosos, la posibilidad de crear un registro de estas características ni se contempla, en arreglo al derecho constitucional de libertad religiosa. A la hora de inscribirse en el Registro de Entidades Religiosas, a las comunidades no se les requiere informar sobre su número de fieles. La única orientación posible consiste por tanto en atender los cálculos de las confesiones. Una pescadilla que se muerde la cola cuando esos mismos números son los que también ayudan al Estado a la hora de valorar la concesión de categorías de notorio arraigo a una religión o estimar la posibilidad de su inclusión en la casilla del impuesto de la renta sobre las personas físicas (IRPF).
En materia tributaria, la noticia saltó en el mes de mayo: el Estado había iniciado contactos con representantes de la Iglesia evangélica para su inclusión en la casilla del impreso del IRPF. Era el anuncio de un nuevo cisma en el seno del protestantismo, entre partidarios de la apertura a las relaciones económicas con el Estado y los que se decantan por la independencia. "A mí me entristecería aparecer reflejado en esa casilla", reconoce Pedro Tarquis, director de Protestante Digital y converso desde el catolicismo. Implicaría abandonar la separación de nuestra Iglesia con el Estado". Desde la Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España, su portavoz, Jorge Fernández, argumenta que el debate no ha impedido alcanzar un consenso para entablar relaciones futuras con las instituciones. "Si bien la inclusión en esa casilla quedaría excluida de la posibilidad de financiar la Iglesia con fondos públicos", matiza.
Sai Schemer, de origen judío, forma parte de los 1,2 millones de seguidores de la fe protestante en España. Prefiere mantenerse ajeno al debate de la financiación y jugar un papel activo en la Iglesia evangélica. Como maestro bíblico, su ministerio es "móvil". Pero suele frecuentar la madrileña iglesia Cuerpo de Cristo, levantada sobre un antiguo cine de la madrileña calle del General Ricardos. Su evolución partió del judaísmo mesiánico. Una corriente que le permite no renegar de sus costumbres judías. Las observa en privado y hoy se declara plenamente evangélico. "He llegado hasta aquí mediante un perfeccionamiento del judaísmo".
Sai nació en Argentina en 1959. Descendiente de judíos rusos y alemanes, se crió bajo la influencia de su abuelo, rabino de una sinagoga de Buenos Aires. Perdió a su padre cuando tenía 15 años. "La muerte me suscitó preguntas. Empecé a estudiar las raíces de la fe judía y viajé con frecuencia a Israel durante largas temporadas". Después regresó a Argentina, donde contrajo matrimonio con una protestante. "Le pedí que se acercara al judaísmo. Y ella lo hizo. Al poco tiempo, un hombre me habló de la fe evangélica y decidí estudiar el Nuevo Testamento. Encontré la fe. La paz". Pasaron los años y se bautizó, alcanzó el grado de maestro y comenzó a predicar. Primero en países latinoamericanos, y después, en España, donde vive con su esposa y sus tres hijos desde 2001. "La situación económica favorable había alejado a mucha gente de Dios en este país. Dios es aquí el ladrillo. Y sí, vivo del Evangelio; del Evangelio se puede vivir con mucho recato".
-¿Y aquellas preguntas sobre la vida y la muerte?
-Algunos encuentran explicación a la muerte mediante el psicoanálisis; yo lo hice a través de la religión.
Probablemente poco psicoanalíticas, pero sí muy filosóficas, son las enseñanzas de Buda. En España cuentan con más de 50.000 adeptos, y Amparo Ruiz, de 46 años, es una de ellas. El Centro Budista Tibetano de Madrid empieza a llenarse de asistentes a las prácticas impartidas por el monje Tsering Palden mientras Amparo recibe al periodista en un pequeño despacho. Aquí suele venir cuando le deja tiempo su otro despacho, el de abogada. Nació en León y se educó en las carmelitas. "Siempre estuve interesada por la religión. Era lógico, fui educada en un lugar donde se fomentaba. ¿Quién hace la lista de los pecados? ¿Es tan importante la virginidad de la Virgen? Me di cuenta de que mi relación con Dios no admitía intermediarios". Amparo se casó a los 17 años, tuvo una hija y abandonó la Iglesia católica por el agnosticismo. Con 32 años alguien le recomendó el Libro tibetano de los muertos y sus inquietudes espirituales salieron de nuevo a flote. "Encontré postulados sin fisuras. Enseñanzas sobre la muerte que respondían a la pregunta que todos nos hacemos: ¿Qué sentido tiene la vida?".
Interrogantes. Cuestiones de fe. Mientras tanto, en Barcelona, María Teresa Massons intenta escoger entre varios chales judíos de oración para el retrato del reportaje. En voz baja, hablando casi para ella, susurra: "Uno muere dudando; en eso consiste ser persona, por encima de la religión".
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