viernes, agosto 17, 2007

La rebelión de los ateos contra los creyentes

La rebelión de los ateos
Premunidos, dicen, de las armas de la razón y atrincherados en la ciencia, un grupo de filósofos, científicos y periodistas está protagonizando en Estados Unidos la mayor ofensiva que hayan enfrentado los dogmas religiosos en muchas décadas. Liderados por el evolucionista Richard Dawkins y el periodista Christopher Hitchens, no sólo cuestionan los fundamentos de las religiones. También las culpan de ser las causantes de sangrientos conflictos. Organizados a través de internet, llaman a los ateos a "salir de clóset" y reconocerse como tales, mientras sus libros se instalan entre los más vendidos de la lista del New York Times. Es el comienzo de la nueva Guerra Santa. Por Fernando Paulsen
Durante décadas crecieron en silencio. Se parapetaron en la academia, como científicos, filósofos, profesores, médicos, pero no buscaron hacer un frente común. Cada uno en su disciplina se desarrollaba sin tomar contacto con quienes pensaban igual a ellos. Siglos atrás, el costo de verbalizar avances científicos que ponían en tela de juicio la ideas religiosas fundacionales había traído la hoguera, la humillación pública y la persecución explícita a quienes se aventuraron a rebelarse ante los dogmas y las páginas sagradas. La existencia de Dios y el cumplimiento legal de su omnipresencia aumentaban el riesgo del díscolo, aunque las matemáticas, el laboratorio o la lógica estuvieran de su lado.
Ser ateo era sinónimo de perversión, de indiferencia ante los demás, de incapacidad de actuar con bondad y buscar el beneficio común. En los países con más relación entre la vida cotidiana y la religión, como algunos musulmanes, profesar la descreencia en la existencia de Dios colocaba al rebelde en una categoría humana distinta: era infiel, falta que se podía castigar sumariamente con la muerte. En el caso del pueblo judío, el ateísmo atentaba contra una base esencial de su propia existencia: su derecho a una tierra específica y a su comunicación privilegiada y directa con el Supremo Hacedor, en tanto las escrituras señalaban que ése era el pueblo elegido por Dios de entre todos los pueblos del planeta.
Dios era una realidad que abarcaba todas las realidades. Los parlamentos juraban en nombre de Dios, las constituciones políticas lo hacían parte de su esencia, las monedas y los billetes llevaban su nombre, el lenguaje cotidiano estaba lleno de su eterna ubicuidad: "Nos vemos mañana si Dios quiere", "estoy bien gracias a Dios", "Dios no quiera que algo salga mal". Hasta las interjecciones más mundanas se llenaban de su presencia: desde esa exclamación de sorpresa ante lo imprevisto, "¡Dios santo!", hasta esa verdadera marca anglosajona para el clímax sexual: "¡Oh, My God!".
Siempre ha habido voces disonantes, pero nunca un movimiento coordinado y desafiante. Thomas Jefferson llenó de frases la prehistoria constitucional de Estados Unidos, advirtiendo contra el abandono de la razón y la lógica que traía la fe religiosa. Charles Darwin, menos militante, fue clave en otorgarle a la ciencia un punto de apoyo para enfrentar la enseñanza escolar de la creación del mundo en siete días y de la raza humana como independiente de todos los demás seres vivos. Centenares de otros humanistas y científicos, antes y después de Jefferson y Darwin, contribuyeron a agigantar la bodega de argumentos a favor de privilegiar la razón sobre la religión para entender el mundo. Pero, aun así, el proceso durante siglos fue básicamente cosa de individuos aislados. La excepción fueron episodios de aparición de pequeños grupos de fanáticos antirreligiosos, sin acceso a la difusión masiva de sus ideas o sin respaldo en evidencia alguna, más allá de su resentimiento contra el poder abusador existente.
Esto ha estado cambiando aceleradamente en los últimos años. Y está tomando una visibilidad manifiesta en la literatura, donde el ateísmo ha pasado a ser una materia recurrente de nuevos títulos publicados. No sólo sobre ideas que ponen en cuestión los dogmas religiosos de cualquier existencia divina, sino últimamente con un desarrollo agigantado -que no es respaldado por todos los autores ateos- del proselitismo ateo, de la formación de movimientos que desafíen los postulados religiosos y hagan crecer a quienes creen que la razón y la religión son antítesis, una -la razón- válida, comprobable y modificable, y otra -la fe- supersticiosa, absolutista e irracional.
Todo movimiento tiene líderes y, aunque el ateísmo del siglo XXI no está configurado como un ente coordinado y disciplinado, las voces más altisonantes atraen más atención que las que ocupan un nivel menos expuesto. El biólogo de Oxford Richard Dawkins, el filósofo Sam Harris, el periodista Christopher Hitchens, y la actriz y comediante Julia Sweeney son algunos de los ateos más locuaces del momento.
Dawkins, evolucionista acérrimo, planteó en su libro El Gen Egoísta el curso de colisión que llevaba la ciencia con la religión. Han pasado 30 años desde su publicación y Dawkins, en los últimos años, parece haber tomado una montaña rusa en la materia, acelerando su enfrentamiento con la fe, al punto de lanzar hace pocas semanas una campaña mundial, a través del sitio web www.edge.org, que llama a todos los ateos del mundo "a salir del clóset" y reivindicar su buen nombre y mejores ideas. El año pasado, Dawkins publicó El Espejismo de Dios (ver Qué Pasa N° 1.883), que estuvo varias semanas en los primeros lugares de los libros más vendidos, de acuerdo al New York Times. De hecho sigue ahí, a casi dos años de su publicación, en el sitio 28 entre los más vendidos. Dice Richard Dawkins en la proclama de lanzamiento de su "Out campaign":
"Nuestro coro es más grande, pero gran parte de él sigue en el clóset. Nuestro repertorio puede incluir las mejores canciones, pero demasiados entre nosotros están cantando sotto voce, con la cabeza gacha y los ojos en el piso. De esto se deriva que buena parte de nuestro esfuerzo de elevar conciencias debe apuntar, no a convertir a los religiosos, sino a estimular a los no-religiosos a que admitan su condición, ante ellos mismos, ante su familia y ante todo el mundo. Ese es el propósito de la Out campaign".
La campaña tiene símbolos visibles: camisetas alusivas, con la letra A en primer plano, en una relación metafórica con la novela La Letra Escarlata, de Nathaniel Hawthorne, donde relata la persecución -en el Boston puritano del siglo XVII- de una muchacha, Hester Prynne, quien da a luz una niña, Pearl, siendo acusada de adulterio. Hester se niega a dar el nombre del padre y trata de vivir con su hija, con dignidad y rectitud, pero es obligada a usar una gigantesca letra A, de adúltera, en su pecho, para que toda la comunidad la reconozca como la pecadora que es.
Incluso más virulento que Dawkins, el filósofo Sam Harris ha escrito en tres años dos libros que van a la yugular: El Fin de la Fe y Carta a una Nación Cristiana. Como muchos de sus colegas ateos, Harris enfrenta los dogmas religiosos a partir de masticarlos con los dientes de la lógica. Y no teme utilizar ejemplos cotidianos, como esta referencia a las víctimas del huracán Katrina, que asoló Nueva Orleans hace dos años: "Más de mil personas murieron, decenas de miles perdieron todas sus posesiones en esta tierra y casi un millón fue obligada a abandonar su ciudad para siempre. Seguramente casi todas las personas que vivían en Nueva Orleans cuando los azotó el Katrina creían en un Dios compasivo, omnipotente y omnipresente. Él debió haber escuchado las plegarias de los ancianos y los niños, que se subían desesperados a los techos de sus casas mientras el agua subía, sólo para terminar lentamente tragados por la inundación. Estas eran personas de fe. Eran hombres y mujeres decentes y trabajadores que habían rezado durante toda su vida. Sólo el ateo tiene el coraje de admitir lo obvio: esta pobre gente murió hablándole a un amigo imaginario".
El periodista inglés, avecindado en Estados Unidos, Christopher Hitchens es un personaje curioso. Irreverente, extremadamente liberal, ha denunciado decenas de escándalos políticos y financieros, desde una biografía crítica de Henry Kissinger hasta una peculiar relación de financiamiento de la obra de Sor Teresa de Calcuta por parte del ex dictador haitiano Baby Doc Duvalier. Sin embargo, el mismo Hitchens apoyó a George Bush intensamente en la invasión a Irak, y hasta ahora defiende el mantenimiento de tropas norteamericanas en ese país. La respuesta a esta presunta incoherencia con su liberalismo, Hitchens la ha dado en parte a través de su libro Dios no es Grande, que lleva más de cuatro meses entre los tres más vendidos de acuerdo al New York Times. Según el británico, el peligro más inminente para la civilización hoy por hoy es el fanatismo religioso islámico, incluso más que su repudiado fanatismo cristiano evangélico, con la Casa Blanca convertida en papado.
Admirador de la postura de Tony Blair -expresada en un discurso de 1999 para definir a los aliados del futuro-, Christopher Hitchens argumenta sin temor a sus críticos: "La coexistencia con regímenes agresivos o expansionistas, teocráticos y de ideologías totalitarias no es posible. Uno debiera ir más lejos y sostener que tampoco ese tipo de relación es deseable".
En Dios no es Grande, Hitchens se va con todo el carrete. El subtítulo del libro es "Cómo la religión envenena casi todo". En el capítulo dos recuerda que un animador de televisión en Estados Unidos le preguntó: "Si en una ciudad extraña un grupo de personas que usted desconoce se le acercara en la calle cada vez más, ¿se sentiría más seguro si supiera que ellas vienen de una sesión de oración?". Hitchens no duda en responder que, a juzgar por su experiencia, si esa gente viniera de un momento de plegaria se sentiría más amenazado que si fueran simples transeúntes o hinchas del fútbol. En un largo párrafo, el columnista británico recuerda la ciudades que ha reporteado y que empiezan con B: Belfast, Bombay, Bagdad, Belgrado, Beirut y Belén. Detalla la guerra sectaria irlandesa entre católicos y protestantes; la destrucción de una bella ciudad como Beirut por la imposición de una dictadura religiosa; la forma como un movimiento nacional terminó en Bombay con grupos musulmanes pidiendo la partición de la India en dos países y castigando a los infieles a sangre y fuego; la "limpieza religiosa" que partió a Belgrado y transformó a Bosnia y Sarajevo en símbolos de genocidio; y por último a Belén, que de ser el pueblo donde el Nuevo Testamento asegura que nació Jesús de su madre virgen, se convirtió en una ciudad -en su control árabe- vigilada, sitiada y donde se aplican castigos religiosos a las mujeres que pasean con sus novios sin chaperonas. El costo, según Hitchens, de que Palestina abandonara su tradición secular, para ingresar a las naciones que miran el mundo bajo el prisma religioso.
En esas ciudades, concluye Hitchens, que se te acerque un grupo que viene de una ceremonia religiosa, da terror, no confianza.
De alguna forma, Dawkins, Harris y Hitchens están en su ley. No han necesitado el establishment para progresar y mantenerse. Son irreverentes, desde la intelectualidad, la ciencia o el periodismo, disciplinas que tienen vida propia y dependen menos de mentores que exigen acatamiento de reglas de urbanidad. Por eso el caso de Julia Sweeney es distinto. Ella es una actriz y comediante que vive de Hollywood y de la aceptación del establishment de la entretención masiva norteamericana. Y ese establishment es profundamente enemigo de los cuestionamientos en serio de las bases de la fe popular.
Sweeney escribió una obra teatral, un monólogo, titulado "Dejando ir a Dios", donde describe cómo pasó de ser una católica convencida a abrazar un ateísmo declarado. Con humor, reflexión y desde una posición muy respetuosa con su antigua fe, transformó el monólogo en libro y, ahora, en DVD, planteando su ateísmo desde una postura no académica, ni intelectual, ni de elite avanzada, sino de alguien que, como millones de otros en EE.UU., decidió que no bastaba con creer, sino que había que entender por qué creer en lo que creía. Y allí, para Sweeney, las explicaciones bíblicas y sacerdotales perdieron todo sentido: la literalidad de la Creación; la visión de ese Dios castigador y cruel del Antiguo Testamento; o la asociación tolerada entre la fe cristiana y Santa Claus, quien legitimaba cada Navidad la desigual distribución del ingreso, donde los niños pobres recibían del Viejito Pascuero un regalo o ninguno y los niños ricos, montones de paquetes. Y eso era legítimo. Como la filósofa Louise M. Antony al recordar su infancia en Filósofos sin Dioses (ver recuadro), Sweeney también se pregunta por qué el Viejito no corrige con sus regalos el desequilibrio, si los niños pobres se portan bien. Y por qué la Iglesia no desenmascara este paganismo que consolida las injusticias. Concluye que Santa Claus es funcional a la visión mágica y milagrosa del nacimiento de Jesús, profesada por el cristianismo, por lo que no hay interés en denunciar al intruso Viejito, aunque su mensaje de desigualdad consolidada sea más poderoso que el mensaje cristiano de un nacimiento que cambió la historia.
A los más locuaces, se les debe sumar una serie de personas que, sin buscar proselitismo ateo, no están dispuestas a tolerar que los avances de la ciencia sean ignorados en función de revelaciones sin evidencia incluidas en libros milenarios.
El conocido astrónomo Carl Sagan -fallecido hace algunos años-, quien se hizo famoso por llevar el tema del espacio a las casas de millones de telespectadores, a través de su serie Cosmos, escribió una serie de conferencias, conocidas como las Gifford Lectures, en Escocia, donde establece la evidencia científica de nuestra diminuta realidad respecto del universo a nuestro alrededor. En un libro que hace pocos meses fue reeditado y relanzado en medio de la ola ateísta, llamado "Las variedades de la experiencia científica: un vistazo personal a la búsqueda de Dios", Sagan reduce las probabilidades de que este fragmento de un granito de arena haya sido bendecido entre todos los planetas, estrellas, sistemas solares y galaxias como el único capaz de generar vida y de ser el destinado a dominar todo el universo, por un designio divino revelado hace poco más de tres mil años, el cual debe creerse a pie juntillas y no cuestionarse.
El filósofo Daniel Dennett, de la Universidad de Tufts, en Boston, Estados Unidos, también sacó su propio libro en medio de la avanzada atea, titulado "Rompiendo el maleficio, la religión como un fenómeno natural". Dennett encabeza un Centro de Estudios de la Cognición, en la Universidad de Tufts, con énfasis en la filosofía de la mente y de la biología. En su libro, Dennett se propone explorar la posibilidad de que las religiones se hayan instalado como programas estables de la conciencia humana de una forma biológica, evolutiva. El aparente beneficio de historias repetidas por milenios hizo que el cerebro evolucionara necesitando cuentos que generaran moralejas normativas y figuras autoritarias, que revelaran las verdades eternas.
Junto a Dawkins y otros, Dennett forma parte de uno de los grupos más polémicos entre los ateos: los Brights. Este movimiento, nacido el 2003, define a sus miembros como individuos cuya visión del mundo es naturalista, libre de elementos místicos y sobrenaturales. Pero, en inglés, Bright significa brillante, por lo que este juego de palabras y definiciones les ha granjeado a sus cultores la imagen de arrogancia y soberbia extrema. Como la mayoría de los cultores del nuevo ateísmo, los Brights hacen uso intensivo de internet. De hecho, se relacionan entre sí a través de un sitio web (http://www.the-brights.net/) y mantienen autonomía en su trabajo y vinculaciones profesionales.
Si se necesitara encontrar a alguien que forma parte del movimiento de los ateos, pero que considera que más que batallar con los religiosos hay que buscar puntos en común para obtener beneficios para todos, esa persona puede ser el zoólogo de la Universidad de Harvard Edward O. Wilson. Uno de los entomólogos más reconocidos del mundo, experto en hormigas y a cargo del Museo de Zoología Comparativa de la universidad bostoniana, Wilson el año pasado sacó su propio libro en medio de la marejada literaria en la materia, La Creación. Su tesis es simple y ha ganado muchos adeptos en el mundo académico, especialmente a partir de la toma de conciencia sobre la situación del calentamiento global. Wilson plantea que más importante que definir si el mundo obedece a un diseño inteligente, o si éste es fruto de siglos de evolución, lo imperativo hoy es proteger la creación, indiferente de quién la haya creado. Edward Wilson propone posponer la batalla científica y religiosa, para asegurarse que habrá continuidad de la existencia humana, amenazada como nunca antes por la posibilidad del exterminio nuclear y la intolerancia que puede llevar a las masacres y sensaciones de inseguridad extremas que motiven aniquilar a otros para salvarse unos. En ese contexto, dice Wilson, antes que se establezca la verdad de quién creó qué, la propia creación habrá terminado.
En su libro, Wilson no esconde que él es un científico no creyente. Pero advierte que el estado actual de falta de respeto, miedo y los cambios en el medio ambiente producidos por el hombre son más relevantes que la discusión intelectual sobre si la fe o la razón debe prevalecer en los textos y las aulas. La prestigiosa revista científica Seed dedicó su portada a Wilson el año pasado, bajo el sugerente título de El Sintetizador. En un elocuente párrafo Wilson detalla su postura:
"En general, los científicos que han escrito sobre religión y ciencia han tomado uno de dos caminos. O critican desde la ciencia las creencias religiosas, lo que es en esencia un enfoque hostil. O, por otra parte, se dedican a registrar la forma como la evidencia científica puede combinarse con el punto de vista religioso, en la forma de pruebas y hechos documentados. Yo he tomado un ángulo absolutamente distinto, que es solicitar una tregua; poner a un lado los temas metafísicos que han forjado las guerras culturales, para concentrarme en el gran tema de la decadencia de la creación como un bien común, y haciéndolo de una manera respetuosa".
¿Tendrá éxito Wilson en su síntesis con gentileza? ¿Logrará Dawkins el éxito en su campaña para que los ateos salgan del ostracismo y se presenten a cara descubierta en la sociedad? ¿Seguirá vigente la moda editorial que trae títulos y más títulos cada año a ambos lados de la disputa, con altísimas cifras de lectura y difusión masiva?
Los ateos dicen que están aquí para quedarse y que la ciencia está de su lado. El mundo religioso los mira con recelo y lamenta su incapacidad de creer en algo más que lo que puedan comprobar en un laboratorio. El Creador está en entredicho público. La Creación está amenazada.
En algún laboratorio alguien está a punto de descubrir que lo que se pensaba era milagroso es hoy racionalmente comprensible. En alguna ciudad, un joven sueña con forrarse en dinamita y volarse de la historia junto a decenas de infieles, todo por la gloria de su Dios.

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