España intentará medir la calidad de vida y la sostenibilidad social. El INE trabaja en el diseño de indicadores de desarrollo diferentes al PIB. AMANDA MARS - Madrid - 26/12/2010 foto: Una mujer camina por una plaza de Vitoria, una ciudad considerada referente en calidad de vida y desarrollo sostenible.- PRADIP J. PHANSE
España se ha sumado a los países que en los últimos años se han interesado por calibrar el bienestar de los ciudadanos más allá del crecimiento económico puro y duro. La idea de que el producto interior bruto (PIB) ya no es un indicador suficiente para medir el progreso de las economías desarrolladas -no mide la sostenibilidad medioambiental o la inclusión social, por ejemplo- empezó a preocupar en 2004 en el seno de la OCDE, el club de los países más ricos del mundo. Pero ha tenido un gran impulso político en Europa y repercusión mediática a partir de 2008, con el proyecto que emprendió el presidente francés, Nicolas Sarkozy, y recientemente, por el interés del líder británico, David Cameron.
El objetivo es lograr criterios comunes para comparar con otros países
En España, el Observatorio de la Sostenibilidad, el Club de Roma y el Instituto Nacional de Estadística (INE) están poniendo en marcha tres grupos de trabajo para desarrollar unas variables que sirvan para medir la calidad de vida de los ciudadanos, con el fin de tener una propuesta que poner en común con el resto de países de la OCDE, que aglutina a las economías más desarrolladas.
"Nuestro trabajo será explicar qué criterios objetivos y subjetivos pueden servir para medir la felicidad desde la perspectiva española, aunque la finalidad es tratar de diseñar unas variables comunes que sirvan para hacer comparaciones internacionales", explica Luis Jiménez, director del Observatorio de la Sostenibilidad en España.
Los grupos españoles replican el modelo de lo que se está realizando en el seno de la Unión Europea. Uno de ellos trabajará en el diseño de mejores medidas de rendimiento económico, es decir, en la mejora del PIB como indicador, ya que este "no mide cuestiones como el trabajo doméstico o el voluntariado, por ejemplo", apunta Jiménez. El segundo se dedicará a seleccionar los indicadores que mejor miden la temperatura del bienestar (salud, educación, relaciones familiares, seguridad o riqueza, entre otros) y el tercero estudiará la sostenibilidad, ya que la contabilidad nacional no recoge hoy en día ni el desgaste de los recursos naturales (que tiene un coste económico) ni los bienes y servicios que el propio ecosistema es capaz de generar.
Mariano Gómez del Moral, asesor de presidencia del INE, participa en uno de los grupos de Bruselas y también va a colaborar en la iniciativa española. A su juicio, "es importante que unos trabajos y otros estén coordinados". Más que hablar de felicidad, para Gómez, "en lo que se puede avanzar es en calibrar mejor la calidad de vida". El proyecto europeo arrancó en julio y espera sus primeras conclusiones para 2011.
Pero el ejemplo de Bután, el pequeño país asiático célebre por calcular su felicidad interior bruta (FIB), queda muy lejos. Desde el Observatorio, Luis Jiménez es realista: "Es difícil alcanzar un consenso internacional para elaborar un indicador sintético que sustituya al PIB. Pesan las diferencias culturales, por ejemplo. La inercia será seguir con el PIB, pero sí podemos hacerlo más completo".
La iniciativa española sigue la recomendación de la OCDE, que en 2004 puso en marcha el proyecto global sobre Medición del Progreso de las Sociedades. Está coordinada por la Embajada española de esta organización y cuenta con el Observatorio de la Sostenibilidad y la representación española del Club de Roma como secretariado permanente. Una mesa nacional de debate también incorpora las opiniones de los agentes sociales y el mundo académico.
El objetivo final no es la medición en sí misma, claro, sino que alguna de todas estas conclusiones influyan en las políticas públicas. El proyecto del Gobierno francés sobre la Medición del Rendimiento Económico y el Progreso Social, presidido por el Nobel de Economía Joseph Stiglitz también concluyó en la necesidad de elaborar indicadores "más allá de la religión del número", por citar al propio Sarkozy. Y puso como uno de los ejemplos a cuestionar que la gasolina consumida en un atasco sea considerada crecimiento económico.
El precedente francés
"En todo el mundo, los ciudadanos creen que se les miente, que las cifras son falsas y, peor aún, que están manipuladas; nada es más destructor para la democracia", proclamó solemne Nicolas Sarkozy hace más de un año, al presentar su idea de medición de la felicidad. En plena crisis, cuando la atención internacional parecía centrada en indicadores mucho más ortodoxos que vislumbraran la luz al final del túnel, el presidente francés irrumpió en el debate con una idea transgresora sobre el progreso.
Aunque las conclusiones son diferentes, la iniciativa de Sarkozy comparte algunos fundamentos con la llamada teoría del decrecimiento, alumbrada también en Francia aunque desde grupos de izquierdas, y que rechaza el avance ilimitado del PIB como medidor del desarrollo, pues provoca desequilibrios.
España se ha sumado a los países que en los últimos años se han interesado por calibrar el bienestar de los ciudadanos más allá del crecimiento económico puro y duro. La idea de que el producto interior bruto (PIB) ya no es un indicador suficiente para medir el progreso de las economías desarrolladas -no mide la sostenibilidad medioambiental o la inclusión social, por ejemplo- empezó a preocupar en 2004 en el seno de la OCDE, el club de los países más ricos del mundo. Pero ha tenido un gran impulso político en Europa y repercusión mediática a partir de 2008, con el proyecto que emprendió el presidente francés, Nicolas Sarkozy, y recientemente, por el interés del líder británico, David Cameron.
El objetivo es lograr criterios comunes para comparar con otros países
En España, el Observatorio de la Sostenibilidad, el Club de Roma y el Instituto Nacional de Estadística (INE) están poniendo en marcha tres grupos de trabajo para desarrollar unas variables que sirvan para medir la calidad de vida de los ciudadanos, con el fin de tener una propuesta que poner en común con el resto de países de la OCDE, que aglutina a las economías más desarrolladas.
"Nuestro trabajo será explicar qué criterios objetivos y subjetivos pueden servir para medir la felicidad desde la perspectiva española, aunque la finalidad es tratar de diseñar unas variables comunes que sirvan para hacer comparaciones internacionales", explica Luis Jiménez, director del Observatorio de la Sostenibilidad en España.
Los grupos españoles replican el modelo de lo que se está realizando en el seno de la Unión Europea. Uno de ellos trabajará en el diseño de mejores medidas de rendimiento económico, es decir, en la mejora del PIB como indicador, ya que este "no mide cuestiones como el trabajo doméstico o el voluntariado, por ejemplo", apunta Jiménez. El segundo se dedicará a seleccionar los indicadores que mejor miden la temperatura del bienestar (salud, educación, relaciones familiares, seguridad o riqueza, entre otros) y el tercero estudiará la sostenibilidad, ya que la contabilidad nacional no recoge hoy en día ni el desgaste de los recursos naturales (que tiene un coste económico) ni los bienes y servicios que el propio ecosistema es capaz de generar.
Mariano Gómez del Moral, asesor de presidencia del INE, participa en uno de los grupos de Bruselas y también va a colaborar en la iniciativa española. A su juicio, "es importante que unos trabajos y otros estén coordinados". Más que hablar de felicidad, para Gómez, "en lo que se puede avanzar es en calibrar mejor la calidad de vida". El proyecto europeo arrancó en julio y espera sus primeras conclusiones para 2011.
Pero el ejemplo de Bután, el pequeño país asiático célebre por calcular su felicidad interior bruta (FIB), queda muy lejos. Desde el Observatorio, Luis Jiménez es realista: "Es difícil alcanzar un consenso internacional para elaborar un indicador sintético que sustituya al PIB. Pesan las diferencias culturales, por ejemplo. La inercia será seguir con el PIB, pero sí podemos hacerlo más completo".
La iniciativa española sigue la recomendación de la OCDE, que en 2004 puso en marcha el proyecto global sobre Medición del Progreso de las Sociedades. Está coordinada por la Embajada española de esta organización y cuenta con el Observatorio de la Sostenibilidad y la representación española del Club de Roma como secretariado permanente. Una mesa nacional de debate también incorpora las opiniones de los agentes sociales y el mundo académico.
El objetivo final no es la medición en sí misma, claro, sino que alguna de todas estas conclusiones influyan en las políticas públicas. El proyecto del Gobierno francés sobre la Medición del Rendimiento Económico y el Progreso Social, presidido por el Nobel de Economía Joseph Stiglitz también concluyó en la necesidad de elaborar indicadores "más allá de la religión del número", por citar al propio Sarkozy. Y puso como uno de los ejemplos a cuestionar que la gasolina consumida en un atasco sea considerada crecimiento económico.
El precedente francés
"En todo el mundo, los ciudadanos creen que se les miente, que las cifras son falsas y, peor aún, que están manipuladas; nada es más destructor para la democracia", proclamó solemne Nicolas Sarkozy hace más de un año, al presentar su idea de medición de la felicidad. En plena crisis, cuando la atención internacional parecía centrada en indicadores mucho más ortodoxos que vislumbraran la luz al final del túnel, el presidente francés irrumpió en el debate con una idea transgresora sobre el progreso.
Aunque las conclusiones son diferentes, la iniciativa de Sarkozy comparte algunos fundamentos con la llamada teoría del decrecimiento, alumbrada también en Francia aunque desde grupos de izquierdas, y que rechaza el avance ilimitado del PIB como medidor del desarrollo, pues provoca desequilibrios.
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