¿Para qué tengo amigos? BORJA VILASECA EL PAIS SEMANAL - 17-10-2010
"El pájaro tiene su nido. La araña tiene su tela. Y el ser humano tiene la amistad". Son palabras del poeta inglés William Blake (1757-1827), que, como tantos otros escritores, filósofos y sabios, reflexionó sobre el lugar sagrado que pueden ocupar los amigos en nuestra existencia. Todo depende de los pilares (nuestras creencias y valores) sobre los que construimos este vínculo, que inevitablemente va cambiando en la medida en que cambiamos la relación que mantenemos con nosotros mismos.
Aunque se le parezca, no es lo mismo la amistad que mantienen los niños que la que comparten los adolescentes. Ni tampoco la que desarrollan muchos adultos, que dista bastante de la que cultivan las personas maduras e independientes emocionalmente. En todos estos casos, las motivaciones que nos llevan a relacionarnos con nuestros amigos son muy diferentes, así como las formas de practicar la amistad y los resultados de satisfacción que finalmente cosechamos.
De hecho, hay tantas maneras de entender y de vivir la amistad como seres humanos habitan en este mundo. En general, la palabra "amigo" no es más una etiqueta que le ponemos a una persona con la que compartimos de manera especial un momento dado de nuestra vida. Y esta flexibilidad también está presente en la cantidad (duración) de tiempo que compartimos y en la calidad (profundidad) que le damos a este vínculo afectivo. Tanto es así, que hay personas que consideran a sus amistades como parte de su familia, e incluso otros que afirman abiertamente no tener amigos.
Los primeros amigos que hacemos en nuestra vida los conocemos en la guardería, todavía en pañales. Juntos aprendemos a hablar, a leer, a escribir, a dibujar y a compartir. En ese estado de inocencia disfrutamos los unos de los otros casi sin darnos cuenta. En este contexto de "amistad infantil" apenas tenemos la oportunidad de elegir con quién nos relacionamos. Y no solo eso. Al carecer de la capacidad de complicarnos emocionalmente la existencia, el juego y el cariño son el motor de todas nuestras relaciones. Muchos de nosotros seguimos llevando en nuestro corazón a estos amigos de la infancia.
Con los años, algunos de estos compañeros nos acompañan también en las aulas del colegio y del instituto. Ya no compartimos lápices de colores, sino tabaco y bromas afiladas. A su lado nos sorprende ver cómo a los chicos nos crece el mostacho, y a las chicas, los pechos. Y de cómo nos salen granos en la cara, al tiempo que empezamos a entrar en conflicto con nuestros padres, que, resignados, nos repiten una y otra vez que estamos en "la edad del pavo".
Inseguros y desorientados, nos adentramos en la denominada "amistad adolescente", que suele caracterizarse por formar parte de un grupo de amigos con quienes nos sentimos plenamente identificados. De hecho, en muchas ocasiones, "al estar tan faltos de confianza y autoestima, entre todos los miembros se crea una personalidad colectiva, que no solo promueve un pensamiento único, sino que también limita la esencia individual de cada persona", explica el reconocido sociólogo italiano Francesco Alberoni, autor de La amistad.
La "amistad adolescente" también se caracteriza por tener un mejor amigo, con quien desarrollamos un vínculo basado en una dependencia excesiva. En algunos casos "podemos llegar a volvernos adictos a la compañía de esa persona, al igual que sucede con los miembros del grupo", sostiene Alberoni. En su opinión, "la mayor motivación de este tipo de amistad suele ser la búsqueda de placer y diversión".
Amparados por el cálido refugio que representa nuestro grupo de amigos, "cuando somos adolescentes tratamos desesperadamente de posponer enfrentarnos a nuestra sombra". Es decir, "a nuestro miedo a la soledad (por no ser nuestro mejor amigo), al vacío (por no saber disfrutar sin estímulos externos) y a la libertad, lo que pone de manifiesto que tememos tomar las riendas de nuestra vida", afirma este experto.
Lo curioso de la "amistad adolescente" es que se sabe cuándo empieza, pero no cuándo termina. En algunos casos, "la presión ejercida por el grupo es tan alta y la autoestima de sus miembros tan baja, que estos se siguen reuniendo con la misma frecuencia, incluso cuando la media de edad ha superado la treintena", apunta el sociólogo Francesco Alberoni. Como en cualquier otra relación afectiva construida sobre el apego emocional, tomar la decisión de romper con el grupo es un asunto difícil y, en ocasiones, doloroso.
De hecho, "se sabe de personas que siguen fichando por no soportar el sentimiento de culpa que implica sentir que se está abandonando a los amigos", subraya Alberoni. En otros casos, "este vínculo se mantiene por una cuestión de comodidad e inercia, en la que la persona carece de una alternativa social más acorde con sus nuevas necesidades". Es entonces cuando, tal y como explica Nuria González Novoa, confundimos la relación que mantenemos con nuestros compañeros de fiestas y aventuras adolescentes con la verdadera amistad.
Eso sí, dado el carácter insostenible de este tipo de vínculo, con los años estos grupos cerrados de amigos suelen irse desmembrando. Y lo hacen poco a poco, "en la medida que cada uno de los miembros va conectando de forma individual con otras motivaciones, como pueden ser el compromiso sentimental y familiar, la carrera profesional o, simplemente, el sentir que han quemado una etapa y que es hora de pasar página", sostiene Alberoni. Y concluye: "Así es como finalmente la dinámica establecida por el grupo deja de tener sentido para sus miembros, provocando que en muchos casos se pierda el interés y la necesidad de seguir en contacto con estos amigos".
Una vez superada la "amistad adolescente", muchos de nosotros empezamos a cultivar la denominada "amistad adulta". Y esta tiene mucho que ver con la manera en la que hemos sido condicionados por la sociedad. Es decir, con las creencias, los valores y las aspiraciones que promueve el sistema monetario sobre el que se edifican el resto de organizaciones, instituciones y estructuras socioeconómicas que tanta influencia tienen sobre nuestro estilo de vida.
En este contexto, el filósofo Stephen R. Covey explica que la "amistad adulta" está limitada por tres motivaciones que suelen condicionarnos de forma inconsciente. La primera es el interés personal, que se refleja sobre todo en las relaciones que mantenemos en nuestro ámbito profesional. No en vano, "nuestra existencia se asienta sobre un sistema que nos incentiva a competir entre nosotros para ganar un salario que nos permita pagar nuestros costes de vida", sostiene Covey, autor de Los siete hábitos de la gente altamente efectiva.
Esta es la razón por la que "normalmente tomamos decisiones guiados por nuestro instinto de supervivencia, marginando por completo nuestros valores y nuestra conciencia ética". Así, "muchas personas etiquetan como 'amigo' a aquellas personas que les aportan, directa o indirectamente, algún tipo de beneficio profesional o económico", añade este experto. Por eso, "en cuanto se termina el interés, suele desaparecer la relación de amistad".
La segunda motivación que más condiciona nuestros vínculos afectivos en la edad adulta es la obligación. Y esta se da, en general, en nuestro ámbito social y familiar. "Muchas personas se relacionan entre sí no porque quieran o les apetezca, sino porque sienten que tienen que hacerlo y deben hacerlo. En cada núcleo familiar se han establecido una serie de ritos y tradiciones, muchos impuestos por la propia sociedad". Cenas navideñas, bodas, bautizos, cumpleaños, aniversarios, fiestas mayores y un largo etcétera componen esta lista de compromisos sociales que aunque nunca hemos asumido, se da por hecho que hemos de cumplir. Si bien a muchos acudimos con alegría, a otros vamos con cierta pereza y resignación.
Por último, Covey reflexiona sobre los vínculos que creamos por necesidad. "Esta motivación inconsciente está basada en la falsa creencia de que nuestra autoestima y nuestra felicidad dependen de la relación que mantenemos con los demás, especialmente con nuestra pareja y amigos". Esta necesidad pone de manifiesto que "todavía no hemos aprendido a ser felices por nosotros mismos y que seguimos sin haber resuelto nuestras carencias y conflictos internos", apunta Covey. De ahí que sin darnos cuenta solamos apegarnos emocionalmente a según qué personas. La paradoja es que "mientras necesitamos y dependemos de nuestros amigos, somos incapaces de amarlos". He ahí la cuestión. La "amistad adulta" basada en el interés, la obligación y la necesidad es utilitarista. Es decir, "utiliza a los amigos como un medio para conseguir nuestros fines egoístas y egocéntricos", afirma Covey.
A pesar de ser diferentes, la "amistad adulta" y la "amistad adolescente" se construyen ambas sobre la necesidad y las expectativas. De ahí que "las personas que practican este tipo de amistad cosechen conflictos, frustraciones y decepciones, pues de forma inconsciente esperan que sus amigos se relacionen con ellas de una determinada manera", sostiene el filósofo Stephen R. Covey. Y añade: "El sentir que un amigo nos está fallando es un signo inequívoco de que nuestra relación esconde una sutil forma de control y esclavitud".
Y entonces, ¿qué es la amistad? Etimológicamente, su origen procede del vocablo latino amicus (amigo), que viene del verbo amare, que significa amar. En paralelo, también se dice que se trata de un vocablo griego compuesto por a y ego, cuyo significado es sin mi yo. Es decir, que la amistad implica amar a nuestros amigos, más allá de nuestros deseos, necesidades y expectativas. Así, para "poder construir este tipo de relaciones hemos de resolver primero nuestros miedos, carencias y conflictos internos, superando así nuestras creencias y limitaciones egocéntricas", señala Covey.
De hecho, esta transformación personal es la base sobre la que se asienta la "amistad madura". La paradoja es que sólo podemos disfrutar plenamente de nuestros amigos cuando no los necesitamos ni dependemos emocionalmente de su compañía. "Al forjar nuestros vínculos afectivos desde la libertad, gozamos de nuestras amistades sin movernos por el interés, la obligación ni la necesidad", apunta Covey. Y concluye: "La ausencia de deseos y expectativas nos permite respetar y aceptar a nuestros amigos tal y como son, animándoles y apoyándoles incondicionalmente para que sigan su camino".
La "amistad madura" trasciende el tiempo y el espacio. Así, "cuando nos encontramos con un verdadero amigo, incluso después de meses o años sin verlo, nuestro corazón se llena de alegría e ilusión", afirma Mitch Albom, autor de Martes con mi viejo profesor. "La confianza cosechada nos permite retomar el vínculo y la conversación de una forma sorprendentemente fácil y fluida". Es entonces cuando "nuestra mutua compañía se convierte en un goce en sí mismo, donde no caben la hipocresía ni los silencios incómodos".
Con el tiempo y la experiencia, la "amistad madura" nos permite cultivar la cualidad de la "amigabilidad". Es decir, ser amigable con las personas que se cruzan en nuestro camino. "Si bien sólo podemos estar unidos en amistad a unas cuantas personas, podemos desarrollar la amigabilidad hacia todo el mundo", señala Albom. Y concluye: "La práctica diaria de esta actitud amable y amorosa es la llave que abre las puertas de la abundancia, la plenitud y la prosperidad dentro de nuestra gigantesca red de relaciones".
En esta misma línea apunta uno de los cuentos más bellos que se han escrito sobre la amistad. Había una vez un chico de 13 años que paseaba por la playa con su abuelo. Hubo un momento en que el chaval lo miró con insistencia y le preguntó: "Abuelo, ¿qué puedo hacer para conservar un amigo que he tenido mucha suerte de encontrar?". El hombre reflexionó unos instantes, se inclinó hacia el suelo y recogió arena con sus dos manos. Con las dos palmas hacia arriba, apretó una de ellas con fuerza, haciendo que la arena se colara entre sus dedos. Y cuanto más apretaba, más arena se escapaba. En cambio, la otra mano permanecía bien abierta: allí se había quedado intacta la arena que había recogido. El chico observó maravillado el ejemplo que le acababa de mostrar su sabio abuelo. Así fue como comprendió que cuando intentamos retener y encerrar una amistad estamos en el camino de perderla, mientras que cuando la tratamos con respeto, confianza y libertad podemos llegar a mantenerla para siempre.
Imprescindibles
1. LIBRO. 'El libro de la amistad', de Ramiro A. Calle (editorial Jaguar). Un libro repleto de cuentos filosóficos que, por un lado, cuestionan la amistad interesada y, por el otro, inspiran la verdadera amistad. A través de estos relatos cortos, el autor también aporta reflexiones muy prácticas sobre cómo cultivar vínculos afectivos honestos y auténticos, aportando no solo la perspectiva occidental, sino también la oriental.
2. PELÍCULA. 'E. T., el extraterrestre', de Steven Spielberg. Esta película narra la relación de amistad que mantiene un niño pequeño con un tierno y cabezón alienígena que se encuentra en nuestro planeta tras haber sido dejado atrás por su nave espacial. Superado el miedo inicial, los dos construyen una amistad basada en el afecto incondicional. Y esta llevará al niño a arriesgar su vida para salvar la de su poco convencional amigo de los experimentos científicos a los que las autoridades le quieren someter.
"El pájaro tiene su nido. La araña tiene su tela. Y el ser humano tiene la amistad". Son palabras del poeta inglés William Blake (1757-1827), que, como tantos otros escritores, filósofos y sabios, reflexionó sobre el lugar sagrado que pueden ocupar los amigos en nuestra existencia. Todo depende de los pilares (nuestras creencias y valores) sobre los que construimos este vínculo, que inevitablemente va cambiando en la medida en que cambiamos la relación que mantenemos con nosotros mismos.
Aunque se le parezca, no es lo mismo la amistad que mantienen los niños que la que comparten los adolescentes. Ni tampoco la que desarrollan muchos adultos, que dista bastante de la que cultivan las personas maduras e independientes emocionalmente. En todos estos casos, las motivaciones que nos llevan a relacionarnos con nuestros amigos son muy diferentes, así como las formas de practicar la amistad y los resultados de satisfacción que finalmente cosechamos.
De hecho, hay tantas maneras de entender y de vivir la amistad como seres humanos habitan en este mundo. En general, la palabra "amigo" no es más una etiqueta que le ponemos a una persona con la que compartimos de manera especial un momento dado de nuestra vida. Y esta flexibilidad también está presente en la cantidad (duración) de tiempo que compartimos y en la calidad (profundidad) que le damos a este vínculo afectivo. Tanto es así, que hay personas que consideran a sus amistades como parte de su familia, e incluso otros que afirman abiertamente no tener amigos.
Los primeros amigos que hacemos en nuestra vida los conocemos en la guardería, todavía en pañales. Juntos aprendemos a hablar, a leer, a escribir, a dibujar y a compartir. En ese estado de inocencia disfrutamos los unos de los otros casi sin darnos cuenta. En este contexto de "amistad infantil" apenas tenemos la oportunidad de elegir con quién nos relacionamos. Y no solo eso. Al carecer de la capacidad de complicarnos emocionalmente la existencia, el juego y el cariño son el motor de todas nuestras relaciones. Muchos de nosotros seguimos llevando en nuestro corazón a estos amigos de la infancia.
Con los años, algunos de estos compañeros nos acompañan también en las aulas del colegio y del instituto. Ya no compartimos lápices de colores, sino tabaco y bromas afiladas. A su lado nos sorprende ver cómo a los chicos nos crece el mostacho, y a las chicas, los pechos. Y de cómo nos salen granos en la cara, al tiempo que empezamos a entrar en conflicto con nuestros padres, que, resignados, nos repiten una y otra vez que estamos en "la edad del pavo".
Inseguros y desorientados, nos adentramos en la denominada "amistad adolescente", que suele caracterizarse por formar parte de un grupo de amigos con quienes nos sentimos plenamente identificados. De hecho, en muchas ocasiones, "al estar tan faltos de confianza y autoestima, entre todos los miembros se crea una personalidad colectiva, que no solo promueve un pensamiento único, sino que también limita la esencia individual de cada persona", explica el reconocido sociólogo italiano Francesco Alberoni, autor de La amistad.
La "amistad adolescente" también se caracteriza por tener un mejor amigo, con quien desarrollamos un vínculo basado en una dependencia excesiva. En algunos casos "podemos llegar a volvernos adictos a la compañía de esa persona, al igual que sucede con los miembros del grupo", sostiene Alberoni. En su opinión, "la mayor motivación de este tipo de amistad suele ser la búsqueda de placer y diversión".
Amparados por el cálido refugio que representa nuestro grupo de amigos, "cuando somos adolescentes tratamos desesperadamente de posponer enfrentarnos a nuestra sombra". Es decir, "a nuestro miedo a la soledad (por no ser nuestro mejor amigo), al vacío (por no saber disfrutar sin estímulos externos) y a la libertad, lo que pone de manifiesto que tememos tomar las riendas de nuestra vida", afirma este experto.
Lo curioso de la "amistad adolescente" es que se sabe cuándo empieza, pero no cuándo termina. En algunos casos, "la presión ejercida por el grupo es tan alta y la autoestima de sus miembros tan baja, que estos se siguen reuniendo con la misma frecuencia, incluso cuando la media de edad ha superado la treintena", apunta el sociólogo Francesco Alberoni. Como en cualquier otra relación afectiva construida sobre el apego emocional, tomar la decisión de romper con el grupo es un asunto difícil y, en ocasiones, doloroso.
De hecho, "se sabe de personas que siguen fichando por no soportar el sentimiento de culpa que implica sentir que se está abandonando a los amigos", subraya Alberoni. En otros casos, "este vínculo se mantiene por una cuestión de comodidad e inercia, en la que la persona carece de una alternativa social más acorde con sus nuevas necesidades". Es entonces cuando, tal y como explica Nuria González Novoa, confundimos la relación que mantenemos con nuestros compañeros de fiestas y aventuras adolescentes con la verdadera amistad.
Eso sí, dado el carácter insostenible de este tipo de vínculo, con los años estos grupos cerrados de amigos suelen irse desmembrando. Y lo hacen poco a poco, "en la medida que cada uno de los miembros va conectando de forma individual con otras motivaciones, como pueden ser el compromiso sentimental y familiar, la carrera profesional o, simplemente, el sentir que han quemado una etapa y que es hora de pasar página", sostiene Alberoni. Y concluye: "Así es como finalmente la dinámica establecida por el grupo deja de tener sentido para sus miembros, provocando que en muchos casos se pierda el interés y la necesidad de seguir en contacto con estos amigos".
Una vez superada la "amistad adolescente", muchos de nosotros empezamos a cultivar la denominada "amistad adulta". Y esta tiene mucho que ver con la manera en la que hemos sido condicionados por la sociedad. Es decir, con las creencias, los valores y las aspiraciones que promueve el sistema monetario sobre el que se edifican el resto de organizaciones, instituciones y estructuras socioeconómicas que tanta influencia tienen sobre nuestro estilo de vida.
En este contexto, el filósofo Stephen R. Covey explica que la "amistad adulta" está limitada por tres motivaciones que suelen condicionarnos de forma inconsciente. La primera es el interés personal, que se refleja sobre todo en las relaciones que mantenemos en nuestro ámbito profesional. No en vano, "nuestra existencia se asienta sobre un sistema que nos incentiva a competir entre nosotros para ganar un salario que nos permita pagar nuestros costes de vida", sostiene Covey, autor de Los siete hábitos de la gente altamente efectiva.
Esta es la razón por la que "normalmente tomamos decisiones guiados por nuestro instinto de supervivencia, marginando por completo nuestros valores y nuestra conciencia ética". Así, "muchas personas etiquetan como 'amigo' a aquellas personas que les aportan, directa o indirectamente, algún tipo de beneficio profesional o económico", añade este experto. Por eso, "en cuanto se termina el interés, suele desaparecer la relación de amistad".
La segunda motivación que más condiciona nuestros vínculos afectivos en la edad adulta es la obligación. Y esta se da, en general, en nuestro ámbito social y familiar. "Muchas personas se relacionan entre sí no porque quieran o les apetezca, sino porque sienten que tienen que hacerlo y deben hacerlo. En cada núcleo familiar se han establecido una serie de ritos y tradiciones, muchos impuestos por la propia sociedad". Cenas navideñas, bodas, bautizos, cumpleaños, aniversarios, fiestas mayores y un largo etcétera componen esta lista de compromisos sociales que aunque nunca hemos asumido, se da por hecho que hemos de cumplir. Si bien a muchos acudimos con alegría, a otros vamos con cierta pereza y resignación.
Por último, Covey reflexiona sobre los vínculos que creamos por necesidad. "Esta motivación inconsciente está basada en la falsa creencia de que nuestra autoestima y nuestra felicidad dependen de la relación que mantenemos con los demás, especialmente con nuestra pareja y amigos". Esta necesidad pone de manifiesto que "todavía no hemos aprendido a ser felices por nosotros mismos y que seguimos sin haber resuelto nuestras carencias y conflictos internos", apunta Covey. De ahí que sin darnos cuenta solamos apegarnos emocionalmente a según qué personas. La paradoja es que "mientras necesitamos y dependemos de nuestros amigos, somos incapaces de amarlos". He ahí la cuestión. La "amistad adulta" basada en el interés, la obligación y la necesidad es utilitarista. Es decir, "utiliza a los amigos como un medio para conseguir nuestros fines egoístas y egocéntricos", afirma Covey.
A pesar de ser diferentes, la "amistad adulta" y la "amistad adolescente" se construyen ambas sobre la necesidad y las expectativas. De ahí que "las personas que practican este tipo de amistad cosechen conflictos, frustraciones y decepciones, pues de forma inconsciente esperan que sus amigos se relacionen con ellas de una determinada manera", sostiene el filósofo Stephen R. Covey. Y añade: "El sentir que un amigo nos está fallando es un signo inequívoco de que nuestra relación esconde una sutil forma de control y esclavitud".
Y entonces, ¿qué es la amistad? Etimológicamente, su origen procede del vocablo latino amicus (amigo), que viene del verbo amare, que significa amar. En paralelo, también se dice que se trata de un vocablo griego compuesto por a y ego, cuyo significado es sin mi yo. Es decir, que la amistad implica amar a nuestros amigos, más allá de nuestros deseos, necesidades y expectativas. Así, para "poder construir este tipo de relaciones hemos de resolver primero nuestros miedos, carencias y conflictos internos, superando así nuestras creencias y limitaciones egocéntricas", señala Covey.
De hecho, esta transformación personal es la base sobre la que se asienta la "amistad madura". La paradoja es que sólo podemos disfrutar plenamente de nuestros amigos cuando no los necesitamos ni dependemos emocionalmente de su compañía. "Al forjar nuestros vínculos afectivos desde la libertad, gozamos de nuestras amistades sin movernos por el interés, la obligación ni la necesidad", apunta Covey. Y concluye: "La ausencia de deseos y expectativas nos permite respetar y aceptar a nuestros amigos tal y como son, animándoles y apoyándoles incondicionalmente para que sigan su camino".
La "amistad madura" trasciende el tiempo y el espacio. Así, "cuando nos encontramos con un verdadero amigo, incluso después de meses o años sin verlo, nuestro corazón se llena de alegría e ilusión", afirma Mitch Albom, autor de Martes con mi viejo profesor. "La confianza cosechada nos permite retomar el vínculo y la conversación de una forma sorprendentemente fácil y fluida". Es entonces cuando "nuestra mutua compañía se convierte en un goce en sí mismo, donde no caben la hipocresía ni los silencios incómodos".
Con el tiempo y la experiencia, la "amistad madura" nos permite cultivar la cualidad de la "amigabilidad". Es decir, ser amigable con las personas que se cruzan en nuestro camino. "Si bien sólo podemos estar unidos en amistad a unas cuantas personas, podemos desarrollar la amigabilidad hacia todo el mundo", señala Albom. Y concluye: "La práctica diaria de esta actitud amable y amorosa es la llave que abre las puertas de la abundancia, la plenitud y la prosperidad dentro de nuestra gigantesca red de relaciones".
En esta misma línea apunta uno de los cuentos más bellos que se han escrito sobre la amistad. Había una vez un chico de 13 años que paseaba por la playa con su abuelo. Hubo un momento en que el chaval lo miró con insistencia y le preguntó: "Abuelo, ¿qué puedo hacer para conservar un amigo que he tenido mucha suerte de encontrar?". El hombre reflexionó unos instantes, se inclinó hacia el suelo y recogió arena con sus dos manos. Con las dos palmas hacia arriba, apretó una de ellas con fuerza, haciendo que la arena se colara entre sus dedos. Y cuanto más apretaba, más arena se escapaba. En cambio, la otra mano permanecía bien abierta: allí se había quedado intacta la arena que había recogido. El chico observó maravillado el ejemplo que le acababa de mostrar su sabio abuelo. Así fue como comprendió que cuando intentamos retener y encerrar una amistad estamos en el camino de perderla, mientras que cuando la tratamos con respeto, confianza y libertad podemos llegar a mantenerla para siempre.
Imprescindibles
1. LIBRO. 'El libro de la amistad', de Ramiro A. Calle (editorial Jaguar). Un libro repleto de cuentos filosóficos que, por un lado, cuestionan la amistad interesada y, por el otro, inspiran la verdadera amistad. A través de estos relatos cortos, el autor también aporta reflexiones muy prácticas sobre cómo cultivar vínculos afectivos honestos y auténticos, aportando no solo la perspectiva occidental, sino también la oriental.
2. PELÍCULA. 'E. T., el extraterrestre', de Steven Spielberg. Esta película narra la relación de amistad que mantiene un niño pequeño con un tierno y cabezón alienígena que se encuentra en nuestro planeta tras haber sido dejado atrás por su nave espacial. Superado el miedo inicial, los dos construyen una amistad basada en el afecto incondicional. Y esta llevará al niño a arriesgar su vida para salvar la de su poco convencional amigo de los experimentos científicos a los que las autoridades le quieren someter.
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