MOHAMED EL BARADEI Ex director de la Agencia de Energía Atómica, Premio Nobel de la Paz. "Me esperaban como a un redentor. Pero yo solo no puedo cambiar Egipto". Mohamed El Baradei, ex director de la OIEA y premio Nobel de la Paz, regresa a su país para intentar una revolución democrática. ÁNGELES ESPINOSA DOMINGO - 13-06-2010
Su regreso a Egipto al cabo de tres décadas de exitosa trayectoria profesional en el servicio exterior, primero, y en la ONU, después, ha agitado la narcotizada escena política local. A punto de cumplir los 68 años y con el Nobel de la Paz bajo el brazo, Mohamed el Baradei, el ex director del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), representa una alternativa creíble a la ominosa dicotomía entre el autoritarismo de Mubarak y el fundamentalismo religioso. "Yo solo no puedo cambiar Egipto", advierte este diplomático de carrera y abogado de formación durante una entrevista de casi dos horas con EL PAÍS en su casa de las afueras de El Cairo.
"No había planeado meterme en política, pero cuando estaba terminando mi mandato en la Agencia de Energía Atómica empecé a recibir llamadas para que viniera y echara una mano, y pensé que, si podía, debía ayudar a encaminar Egipto hacia la democracia. Porque estoy convencido de que ese debe ser el objetivo", asegura.
Solo el rumor de que iba a ponerse al frente de un movimiento por la democracia hizo que cientos de personas desafiaran las advertencias de las autoridades y acudieran al aeropuerto a recibirle a finales de febrero. También la mayoría de los representantes de una tan dispersa como variopinta oposición quisieron sumarse a lo que se bautizó como Asociación Nacional por el Cambio. Desde entonces, ese frente ha tenido sus más y sus menos.
"Todo el mundo tenía expectativas descomunales... esperaban que fuera un redentor... resulta poco realista", declara El Baradei. "Intento rebajar estas expectativas y explicar que para que la situación cambie, todo el mundo tiene que movilizarse".
"En algún artículo me han llamado político híbrido", bromea. "Es cierto, no soy un político profesional a tiempo completo. Mi objetivo es ayudar a difundir ideas, hablar con la gente. El Premio Nobel no es una condecoración, es una responsabilidad. ¿Qué puedo hacer en Egipto?". Suena sincero cuando asegura que no busca la presidencia. Pero tal vez sea esa falta de ambiciones políticas convencionales lo que convierte sus propósitos en un reto formidable para un régimen anquilosado por tres décadas de control absoluto de todos los resortes del poder.
"Una vez que haya un sistema democrático, no importa tanto quién sea el presidente. Lo importante es cambiar el modelo de gobierno unipersonal por uno basado en las instituciones", defiende. Parece obvio, pero en Egipto roza lo subversivo. "Sé que están nerviosos porque es la primera vez que se les dice a la cara que ya no engañan a nadie. Y no les gusta porque saben que tengo credibilidad, reconocimiento y siempre tengo alrededor medios internacionales que dejan constancia de lo que hago. No pueden decir que viene de alguien que no conoce la realidad. Mi vida se ha complicado cuando podría estar viviendo tranquilamente", resume.
"Nunca he dicho a los egipcios que vaya a ser su líder, pero si es eso lo que quieren, tienen que estar dispuestos a dar la cara", explica El Baradei. Propone que firmen una petición para exigir unas elecciones libres y justas, y los cambios constitucionales necesarios para que cualquiera que esté cualificado pueda concurrir a las presidenciales, sin las actuales cortapisas a los independientes. Es algo que respalda todo el espectro político, a excepción del partido gobernante.
"Apenas hemos conseguido 70.000 firmas porque la gente tiene miedo de expresar sus puntos de vista", admite. Y eso a pesar del esfuerzo de un ejército de 12.000 jóvenes voluntarios que se han desplegado por las zonas rurales para llevar el mensaje más allá de las audiencias urbanas de Facebook y Twitter, donde su éxito ha sido arrollador. Pero Egipto supera ya los 80 millones de habitantes y, como el propio diplomático recuerda, un 30% de ellos son analfabetos y un 42% vive con menos de dos dólares al día. El director de un periódico oficialista ha fijado en un millón de firmantes el umbral para tener en consideración su campaña.
El Baradei no se obsesiona con la cifra. "Me gustaría ver cinco, diez millones... Se trata de presionar al Gobierno. Si logramos que millones de personas se declaren a favor del cambio, va a ser más difícil para el régimen ignorarlo, tanto dentro como fuera del país. Y no se me ocurre otra forma de lograrlo". Debido a la Ley de Emergencia, no puede tener una sede, dirigir un movimiento civil, recabar fondos ni organizar mítines. "Incluso está prohibido que más de cinco personas se reúnan en la calle", apunta. Hay gente que habla de protestas y manifestaciones, pero él insiste en "hacer entender al régimen que no intentamos acabar con la posibilidad de un cambio pacífico porque sería desastroso para el futuro del país".
Ahora, los Hermanos Musulmanes le han ofrecido su ayuda para lograr el respaldo popular que necesita. Puede ser el elemento que incline finalmente la balanza, ya que ese partido islamista, que el régimen tolera a pesar de su ilegalización en 1954, constituye la principal fuerza de oposición en el Parlamento y en la calle. El Baradei se muestra pragmático al respecto.
"Constituyen el 20% del Parlamento, frente al 1% que logran los partidos legales, y además tienen credibilidad porque se han preocupado de dar atención médica y social a los más desfavorecidos", constata, sabedor de las críticas que la reunión que ha mantenido con ellos ha despertado entre la izquierda y los sectores laicos. "Por supuesto que tenemos distintos puntos de vista en cuestiones sociales y políticas. Por ejemplo, a mí me gustaría ver a un copto o a una mujer como presidente de Egipto. Ellos discrepan, pero no estamos compitiendo en unas elecciones ni siquiera discutiendo el contenido de la Constitución, sino coordinándonos para pedir un cambio hacia la democracia. También he hablado con los cristianos, con los socialistas, etcétera".
Se trata, explica, de establecer unos valores básicos comunes, una especie de contrato social. "Los Hermanos Musulmanes no preconizan la violencia, no son ETA. Han dicho públicamente que están a favor de un Estado civil. Hay que concretar eso en la Constitución. Esas son las líneas rojas y tenemos que darles una oportunidad de participar", defiende. Considera que se les ha asociado injustamente con Al Qaeda. "Deben poder opinar incluso si estamos en completo desacuerdo con ellos. Si tienen tanto respaldo es precisamente porque se ha cerrado el espacio político al resto", concluye.
La cuestión de los Hermanos Musulmanes da pie a El Baradei para mostrarse muy crítico con Occidente. "Su política hacia el mundo árabe ha sido un completo fracaso. Si se quiere cambiar la tendencia, hay que dar el poder a la gente. La estabilidad se consigue con gobiernos elegidos, el extremismo es fruto del apoyo a gobiernos dictatoriales. Tal vez se consigue petróleo a buen precio, pero no dura. Oriente Próximo es una bomba de relojería", advierte.
Se deja llevar por su afición a los temas globales: Irak, Irán, Hamás... Se nota que son cuestiones que le preocupan. "Todos estos asuntos están interconectados. No puedes hablar de armas nucleares sin hablar de inseguridad, de pobreza, de los problemas endémicos", defiende.
Aprovecho que tiene una llamada telefónica para preguntarle cómo ha reaccionado el establishment a su irrupción política. "Hacen como que no les importa, pero han detenido a gente que está a mi alrededor, a varios de los jóvenes que recogen firmas, a personas que me han respaldado. Incluso en Kuwait, han expulsado a 17 jóvenes profesionales que me expresaron su apoyo. Tienen miedo al cambio, y también hay una gran expectación en el resto del mundo árabe porque saben que si Egipto avanza en la dirección correcta, tendrá un efecto incluso en el África subsahariana".
También han presionado a los propietarios de cadenas de televisión privadas para que no den cobertura a sus actividades. Además está la campaña de desprestigio.
"Me han vilipendiado profesional y personalmente. Han dicho que trabajaba para Irán y para Estados Unidos, que era antiislámico y pro Hermanos Musulmanes, que tengo múltiples nacionalidades, cualquier idiotez, pero no han entrado a debatir la esencia de mi discurso. ¿Cómo pueden defender que entre seis y siete millones de egipcios que viven en el extranjero no tengan derecho al voto, que no haya supervisión judicial de las elecciones, ni una comisión electoral independiente, ni supervisión internacional? No hay ninguna lógica detrás".
Reconoce que las élites se benefician del statu quo. "A no ser que creemos un ambiente en el que la mayoría de la gente pierda el miedo y pueda expresar sus opiniones... Solo entonces podremos, como España tras Franco, lograr la democracia de forma pacífica", asegura, demostrando que las referencias a Zapatero, Moratinos, Lorca o Almodóvar, con las que ha ido salpicando la conversación, son algo más que una cortesía hacia su interlocutora. Es consciente de que ese proceso va a llevar tiempo.
"Nadie sabe lo que va a pasar en Egipto dentro de un año. Todo el mundo dice que es el fin del régimen, pero puede ocurrir en seis meses, en un año o en tres. Nadie puede predecirlo", afirma sobre el relevo de Hosni Mubarak, que acaba de cumplir 82 años. Este aún no ha aclarado si va a presentarse para un sexto mandato en las próximas presidenciales o si, como muchos egipcios sospechan, pretende colocar a su hijo Gamal.
"Lo que yo puedo hacer es trabajar, dentro y fuera del país, para convencer a los egipcios y a todo el mundo de que tenemos que cambiar de forma pacífica y de que el cambio es bueno para todos, ricos y pobres, derechas, izquierdas y centro", señala. Es otra de las críticas que se le hacen: que pasa mucho tiempo fuera de Egipto.
"Entiendo que hay distintos puntos de vista, pero desde el primer día comprendí que no podía seguir operando como lo ha hecho la oposición en los últimos cuarenta años. Las manifestaciones de medio centenar de personas, las condenas y los comunicados no han llevado a ninguna parte. Hay que movilizar a la gente, educarla, hacer las cosas de forma racional, no emocional", explica.
"Además, te das cuenta de que mucha gente tiene su propia agenda, que tras décadas en la oposición han hecho una forma de vida de ello. No quiero ser cómplice del régimen. Por ello me he negado a unirme a un partido y darle al sistema lo único que no tiene, legitimidad", afirma, sabedor de lo fácil que sería caer en la trampa. "Les encantaría que concurriera a las elecciones, lo han dicho. Participaría, obtendría un 30% de los votos, me darían la mano y me dirían 'gracias, le esperamos la próxima vez'. Pero ese no es mi objetivo. Lo que quiero es que Egipto avance hacia la democracia y poder seguir haciendo lo que estaba haciendo y que la gente siga adelante", añade.
"Es cierto que tengo compromisos internacionales porque no contaba con esto. Tengo que entregar el borrador de un libro en septiembre, antes de ir a Santiago de Compostela a recoger un premio; participo en varios comités sobre asuntos de seguridad y relaciones internacionales... No soy un político a tiempo completo y, aunque lo fuera, no hay mucho más que pueda hacer por ahora. Cuando tengamos más firmas y la gente empiece a superar el miedo... Trato de hacer entender que el cambio no es cuestión de una persona", reitera una vez más.
"Los egipcios han empezado a perder el miedo porque han visto que he sido capaz de hablar claro en televisión y de ver la relación entre la situación política y la falta de desarrollo económico y social. Se han dado cuenta de que hay más opciones que el autoritarismo o Bin Laden. Lo difícil ahora es lograr que, tras decir 'le apoyo, hagámonos una foto juntos', den un paso al frente y firmen la petición, entonces podré presentarme ante el Gobierno y decir que hablo por la mayoría de los egipcios. Ahora mismo no puedo hacer eso", concluye El Baradei.
Si logra ese respaldo, ¿será candidato a la presidencia? "Solo si se cumplen las siete condiciones de la petición y si la gente me quiere. No estoy especialmente interesado en dirigir el país, pero si la gente me lo pide, no les dejaré en la estacada".
Los siete puntos de la petición
» 1. Acabar con la ley de emergencia.
» 2. Permitir que el poder judicial supervise todo el proceso electoral.
» 3. Autorizar la presencia en los comicios de observadores de la sociedad civil, locales e internacionales.
» 4. Dar igual acceso a los medios de comunicación a todos los candidatos, en especial en las elecciones presidenciales.
» 5. Permitir que los emigrantes egipcios puedan ejercer su derecho al voto en embajadas y consulados.
» 6. Garantizar el derecho a ser candidato en las elecciones presidenciales sin limitaciones arbitrarias, de acuerdo con las obligaciones que Egipto ha contraído como firmante de la Convención Internacional de Derechos Civiles y Políticos, y limitar la duración de la presidencia a dos mandatos consecutivos.
» 7. Exigir el carné de identidad para votar.
Para lograr algunos de los puntos anteriores hay que enmendar los artículos 76, 77 y 78 de la Constitución lo antes posible.
"Irán no necesita la bomba"
La conversación deriva inevitablemente hacia la cuestión nuclear iraní en varias ocasiones. El Baradei se muestra convencido de que "las sanciones no van a resolver nada. Al contrario, van a reforzar a los duros dentro del sistema y la idea de que Occidente no quiere tratar a Irán de igual a igual", asegura. Tampoco considera alternativa un ataque militar. "Un bombardeo equivaldría a dar carta blanca a Irán para que desarrolle armas nucleares en dos o tres años, y con el apoyo de todos los iraníes". Para el ex director del OIEA, la única vía es el diálogo.
"Por eso he respaldado el intercambio de combustible. Sé que tanto Ahmadineyad como Obama, con los que hablé personalmente, estaban encantados porque servía de precursor para el diálogo. Pero la competencia política dentro del sistema iraní hizo descarrilar la propuesta", explica. Y es que, a pesar de las señales contradictorias, opina que los iraníes quieren la normalización con EE UU y es la rivalidad de sus dirigentes por ver quién logra esa medalla la que frena el avance. En consecuencia, le ha decepcionado la reacción de Occidente a la reciente mediación de Brasil y Turquía. "Es como si no quisiera dar un sí por respuesta. No se puede pedir a los iraníes que se desnuden antes de empezar las negociaciones".
Del recelo de los árabes hace responsable a la Administración Bush. "Asustó a todos los vecinos con la amenaza de que Irán va a dominar la región, pero Irán no necesita la bomba para tener influencia en la región porque ya la tiene", constata. Para él, esa preocupación "es un síntoma de la confusión que existe en el mundo árabe sobre lo que es la seguridad nacional".
Su regreso a Egipto al cabo de tres décadas de exitosa trayectoria profesional en el servicio exterior, primero, y en la ONU, después, ha agitado la narcotizada escena política local. A punto de cumplir los 68 años y con el Nobel de la Paz bajo el brazo, Mohamed el Baradei, el ex director del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), representa una alternativa creíble a la ominosa dicotomía entre el autoritarismo de Mubarak y el fundamentalismo religioso. "Yo solo no puedo cambiar Egipto", advierte este diplomático de carrera y abogado de formación durante una entrevista de casi dos horas con EL PAÍS en su casa de las afueras de El Cairo.
"No había planeado meterme en política, pero cuando estaba terminando mi mandato en la Agencia de Energía Atómica empecé a recibir llamadas para que viniera y echara una mano, y pensé que, si podía, debía ayudar a encaminar Egipto hacia la democracia. Porque estoy convencido de que ese debe ser el objetivo", asegura.
Solo el rumor de que iba a ponerse al frente de un movimiento por la democracia hizo que cientos de personas desafiaran las advertencias de las autoridades y acudieran al aeropuerto a recibirle a finales de febrero. También la mayoría de los representantes de una tan dispersa como variopinta oposición quisieron sumarse a lo que se bautizó como Asociación Nacional por el Cambio. Desde entonces, ese frente ha tenido sus más y sus menos.
"Todo el mundo tenía expectativas descomunales... esperaban que fuera un redentor... resulta poco realista", declara El Baradei. "Intento rebajar estas expectativas y explicar que para que la situación cambie, todo el mundo tiene que movilizarse".
"En algún artículo me han llamado político híbrido", bromea. "Es cierto, no soy un político profesional a tiempo completo. Mi objetivo es ayudar a difundir ideas, hablar con la gente. El Premio Nobel no es una condecoración, es una responsabilidad. ¿Qué puedo hacer en Egipto?". Suena sincero cuando asegura que no busca la presidencia. Pero tal vez sea esa falta de ambiciones políticas convencionales lo que convierte sus propósitos en un reto formidable para un régimen anquilosado por tres décadas de control absoluto de todos los resortes del poder.
"Una vez que haya un sistema democrático, no importa tanto quién sea el presidente. Lo importante es cambiar el modelo de gobierno unipersonal por uno basado en las instituciones", defiende. Parece obvio, pero en Egipto roza lo subversivo. "Sé que están nerviosos porque es la primera vez que se les dice a la cara que ya no engañan a nadie. Y no les gusta porque saben que tengo credibilidad, reconocimiento y siempre tengo alrededor medios internacionales que dejan constancia de lo que hago. No pueden decir que viene de alguien que no conoce la realidad. Mi vida se ha complicado cuando podría estar viviendo tranquilamente", resume.
"Nunca he dicho a los egipcios que vaya a ser su líder, pero si es eso lo que quieren, tienen que estar dispuestos a dar la cara", explica El Baradei. Propone que firmen una petición para exigir unas elecciones libres y justas, y los cambios constitucionales necesarios para que cualquiera que esté cualificado pueda concurrir a las presidenciales, sin las actuales cortapisas a los independientes. Es algo que respalda todo el espectro político, a excepción del partido gobernante.
"Apenas hemos conseguido 70.000 firmas porque la gente tiene miedo de expresar sus puntos de vista", admite. Y eso a pesar del esfuerzo de un ejército de 12.000 jóvenes voluntarios que se han desplegado por las zonas rurales para llevar el mensaje más allá de las audiencias urbanas de Facebook y Twitter, donde su éxito ha sido arrollador. Pero Egipto supera ya los 80 millones de habitantes y, como el propio diplomático recuerda, un 30% de ellos son analfabetos y un 42% vive con menos de dos dólares al día. El director de un periódico oficialista ha fijado en un millón de firmantes el umbral para tener en consideración su campaña.
El Baradei no se obsesiona con la cifra. "Me gustaría ver cinco, diez millones... Se trata de presionar al Gobierno. Si logramos que millones de personas se declaren a favor del cambio, va a ser más difícil para el régimen ignorarlo, tanto dentro como fuera del país. Y no se me ocurre otra forma de lograrlo". Debido a la Ley de Emergencia, no puede tener una sede, dirigir un movimiento civil, recabar fondos ni organizar mítines. "Incluso está prohibido que más de cinco personas se reúnan en la calle", apunta. Hay gente que habla de protestas y manifestaciones, pero él insiste en "hacer entender al régimen que no intentamos acabar con la posibilidad de un cambio pacífico porque sería desastroso para el futuro del país".
Ahora, los Hermanos Musulmanes le han ofrecido su ayuda para lograr el respaldo popular que necesita. Puede ser el elemento que incline finalmente la balanza, ya que ese partido islamista, que el régimen tolera a pesar de su ilegalización en 1954, constituye la principal fuerza de oposición en el Parlamento y en la calle. El Baradei se muestra pragmático al respecto.
"Constituyen el 20% del Parlamento, frente al 1% que logran los partidos legales, y además tienen credibilidad porque se han preocupado de dar atención médica y social a los más desfavorecidos", constata, sabedor de las críticas que la reunión que ha mantenido con ellos ha despertado entre la izquierda y los sectores laicos. "Por supuesto que tenemos distintos puntos de vista en cuestiones sociales y políticas. Por ejemplo, a mí me gustaría ver a un copto o a una mujer como presidente de Egipto. Ellos discrepan, pero no estamos compitiendo en unas elecciones ni siquiera discutiendo el contenido de la Constitución, sino coordinándonos para pedir un cambio hacia la democracia. También he hablado con los cristianos, con los socialistas, etcétera".
Se trata, explica, de establecer unos valores básicos comunes, una especie de contrato social. "Los Hermanos Musulmanes no preconizan la violencia, no son ETA. Han dicho públicamente que están a favor de un Estado civil. Hay que concretar eso en la Constitución. Esas son las líneas rojas y tenemos que darles una oportunidad de participar", defiende. Considera que se les ha asociado injustamente con Al Qaeda. "Deben poder opinar incluso si estamos en completo desacuerdo con ellos. Si tienen tanto respaldo es precisamente porque se ha cerrado el espacio político al resto", concluye.
La cuestión de los Hermanos Musulmanes da pie a El Baradei para mostrarse muy crítico con Occidente. "Su política hacia el mundo árabe ha sido un completo fracaso. Si se quiere cambiar la tendencia, hay que dar el poder a la gente. La estabilidad se consigue con gobiernos elegidos, el extremismo es fruto del apoyo a gobiernos dictatoriales. Tal vez se consigue petróleo a buen precio, pero no dura. Oriente Próximo es una bomba de relojería", advierte.
Se deja llevar por su afición a los temas globales: Irak, Irán, Hamás... Se nota que son cuestiones que le preocupan. "Todos estos asuntos están interconectados. No puedes hablar de armas nucleares sin hablar de inseguridad, de pobreza, de los problemas endémicos", defiende.
Aprovecho que tiene una llamada telefónica para preguntarle cómo ha reaccionado el establishment a su irrupción política. "Hacen como que no les importa, pero han detenido a gente que está a mi alrededor, a varios de los jóvenes que recogen firmas, a personas que me han respaldado. Incluso en Kuwait, han expulsado a 17 jóvenes profesionales que me expresaron su apoyo. Tienen miedo al cambio, y también hay una gran expectación en el resto del mundo árabe porque saben que si Egipto avanza en la dirección correcta, tendrá un efecto incluso en el África subsahariana".
También han presionado a los propietarios de cadenas de televisión privadas para que no den cobertura a sus actividades. Además está la campaña de desprestigio.
"Me han vilipendiado profesional y personalmente. Han dicho que trabajaba para Irán y para Estados Unidos, que era antiislámico y pro Hermanos Musulmanes, que tengo múltiples nacionalidades, cualquier idiotez, pero no han entrado a debatir la esencia de mi discurso. ¿Cómo pueden defender que entre seis y siete millones de egipcios que viven en el extranjero no tengan derecho al voto, que no haya supervisión judicial de las elecciones, ni una comisión electoral independiente, ni supervisión internacional? No hay ninguna lógica detrás".
Reconoce que las élites se benefician del statu quo. "A no ser que creemos un ambiente en el que la mayoría de la gente pierda el miedo y pueda expresar sus opiniones... Solo entonces podremos, como España tras Franco, lograr la democracia de forma pacífica", asegura, demostrando que las referencias a Zapatero, Moratinos, Lorca o Almodóvar, con las que ha ido salpicando la conversación, son algo más que una cortesía hacia su interlocutora. Es consciente de que ese proceso va a llevar tiempo.
"Nadie sabe lo que va a pasar en Egipto dentro de un año. Todo el mundo dice que es el fin del régimen, pero puede ocurrir en seis meses, en un año o en tres. Nadie puede predecirlo", afirma sobre el relevo de Hosni Mubarak, que acaba de cumplir 82 años. Este aún no ha aclarado si va a presentarse para un sexto mandato en las próximas presidenciales o si, como muchos egipcios sospechan, pretende colocar a su hijo Gamal.
"Lo que yo puedo hacer es trabajar, dentro y fuera del país, para convencer a los egipcios y a todo el mundo de que tenemos que cambiar de forma pacífica y de que el cambio es bueno para todos, ricos y pobres, derechas, izquierdas y centro", señala. Es otra de las críticas que se le hacen: que pasa mucho tiempo fuera de Egipto.
"Entiendo que hay distintos puntos de vista, pero desde el primer día comprendí que no podía seguir operando como lo ha hecho la oposición en los últimos cuarenta años. Las manifestaciones de medio centenar de personas, las condenas y los comunicados no han llevado a ninguna parte. Hay que movilizar a la gente, educarla, hacer las cosas de forma racional, no emocional", explica.
"Además, te das cuenta de que mucha gente tiene su propia agenda, que tras décadas en la oposición han hecho una forma de vida de ello. No quiero ser cómplice del régimen. Por ello me he negado a unirme a un partido y darle al sistema lo único que no tiene, legitimidad", afirma, sabedor de lo fácil que sería caer en la trampa. "Les encantaría que concurriera a las elecciones, lo han dicho. Participaría, obtendría un 30% de los votos, me darían la mano y me dirían 'gracias, le esperamos la próxima vez'. Pero ese no es mi objetivo. Lo que quiero es que Egipto avance hacia la democracia y poder seguir haciendo lo que estaba haciendo y que la gente siga adelante", añade.
"Es cierto que tengo compromisos internacionales porque no contaba con esto. Tengo que entregar el borrador de un libro en septiembre, antes de ir a Santiago de Compostela a recoger un premio; participo en varios comités sobre asuntos de seguridad y relaciones internacionales... No soy un político a tiempo completo y, aunque lo fuera, no hay mucho más que pueda hacer por ahora. Cuando tengamos más firmas y la gente empiece a superar el miedo... Trato de hacer entender que el cambio no es cuestión de una persona", reitera una vez más.
"Los egipcios han empezado a perder el miedo porque han visto que he sido capaz de hablar claro en televisión y de ver la relación entre la situación política y la falta de desarrollo económico y social. Se han dado cuenta de que hay más opciones que el autoritarismo o Bin Laden. Lo difícil ahora es lograr que, tras decir 'le apoyo, hagámonos una foto juntos', den un paso al frente y firmen la petición, entonces podré presentarme ante el Gobierno y decir que hablo por la mayoría de los egipcios. Ahora mismo no puedo hacer eso", concluye El Baradei.
Si logra ese respaldo, ¿será candidato a la presidencia? "Solo si se cumplen las siete condiciones de la petición y si la gente me quiere. No estoy especialmente interesado en dirigir el país, pero si la gente me lo pide, no les dejaré en la estacada".
Los siete puntos de la petición
» 1. Acabar con la ley de emergencia.
» 2. Permitir que el poder judicial supervise todo el proceso electoral.
» 3. Autorizar la presencia en los comicios de observadores de la sociedad civil, locales e internacionales.
» 4. Dar igual acceso a los medios de comunicación a todos los candidatos, en especial en las elecciones presidenciales.
» 5. Permitir que los emigrantes egipcios puedan ejercer su derecho al voto en embajadas y consulados.
» 6. Garantizar el derecho a ser candidato en las elecciones presidenciales sin limitaciones arbitrarias, de acuerdo con las obligaciones que Egipto ha contraído como firmante de la Convención Internacional de Derechos Civiles y Políticos, y limitar la duración de la presidencia a dos mandatos consecutivos.
» 7. Exigir el carné de identidad para votar.
Para lograr algunos de los puntos anteriores hay que enmendar los artículos 76, 77 y 78 de la Constitución lo antes posible.
"Irán no necesita la bomba"
La conversación deriva inevitablemente hacia la cuestión nuclear iraní en varias ocasiones. El Baradei se muestra convencido de que "las sanciones no van a resolver nada. Al contrario, van a reforzar a los duros dentro del sistema y la idea de que Occidente no quiere tratar a Irán de igual a igual", asegura. Tampoco considera alternativa un ataque militar. "Un bombardeo equivaldría a dar carta blanca a Irán para que desarrolle armas nucleares en dos o tres años, y con el apoyo de todos los iraníes". Para el ex director del OIEA, la única vía es el diálogo.
"Por eso he respaldado el intercambio de combustible. Sé que tanto Ahmadineyad como Obama, con los que hablé personalmente, estaban encantados porque servía de precursor para el diálogo. Pero la competencia política dentro del sistema iraní hizo descarrilar la propuesta", explica. Y es que, a pesar de las señales contradictorias, opina que los iraníes quieren la normalización con EE UU y es la rivalidad de sus dirigentes por ver quién logra esa medalla la que frena el avance. En consecuencia, le ha decepcionado la reacción de Occidente a la reciente mediación de Brasil y Turquía. "Es como si no quisiera dar un sí por respuesta. No se puede pedir a los iraníes que se desnuden antes de empezar las negociaciones".
Del recelo de los árabes hace responsable a la Administración Bush. "Asustó a todos los vecinos con la amenaza de que Irán va a dominar la región, pero Irán no necesita la bomba para tener influencia en la región porque ya la tiene", constata. Para él, esa preocupación "es un síntoma de la confusión que existe en el mundo árabe sobre lo que es la seguridad nacional".
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