Y sin embargo, amigos. JUAN CRUZ. EL PAIS SEMANAL - 15-03-2009
Un refugio en tiempos de crisis, más valiosa que 100 camellos, según un proverbio bereber. En días de relaciones virtuales, buscamos qué es la auténtica amistad. Nos ayudan escritores, pensadores, actores… y, sin embargo, amigos.
Pusimos una nota en un blog de elpais.com; requeríamos experiencias personales sobre la amistad. La primera que llegó fue ésta de Carmela Pérez. Decía: “De adolescente tuve una amiga, una gran amiga, que terminó robando mis documentos, poniendo a mi madre en mi contra y que además estuvo a punto de hacer que me metieran en la cárcel por un robo que no cometí; estudiando en la Universidad tuve una amiga con la que me sentía cómplice. Pero nos separamos y la distancia ha terminado por volver invisible una unión que para mí fue muy importante. Luego, ya casada, conocí a una mujer con la que compartí todos los sentimientos, actos, y hasta el aire que respiraba. Terminó siendo la pareja del que sería mi ex marido: hasta hoy, en que no tengo amigas y mucho menos amigos, pero… Al final estoy a punto de llegar a la conclusión de que sí existe la amistad, sólo que somos nosotros, con nuestras deficiencias, nuestros miedos, nuestros traumas y nuestros fantasmas, los que atraemos (¡cómo somos las parejas!) a personas equivocadas, pero sí que existe”.
Sí que existe. Lo que pasa es que tenía razón Jean-Paul Sartre cuando despidió a Merleau-Ponty, cuya amistad rota quiso recordar en la hora de la muerte del que había sido su amigo: “He aquí cómo se quieren los hombres de este tiempo: mal”.
Fue Emilio Lledó, catedrático de Historia de la Filosofía, académico, que trabaja en un libro sobre la amistad, quien atrajo la frase de Sartre a nuestra charla. Antonio Martínez Sarrión, poeta, gozne entre la generación de los cincuenta y los que vendrían luego, dijo en una conversación sobre aquellos amigos (Juan Benet, Juan García Hortelano, José Manuel Caballero Bonald, Carmen Martín Gaite, Javier Marías…): “Un amigo realmente sólido es quien quiere y rechaza lo mismo que uno”.
“La esencia de la amistad”, dijo Lledó, “es desear el bien del otro”. Lisi F. Prada, psicoanalista, propuso este título: “La amistad es un verbo. Si la amistad no es un atributo ni se puede definir más que en la experiencia de su tránsito, podríamos preguntarnos si la amistad es propiamente un sustantivo o si será más bien un verbo, y no un verbo intransitivo, sino un verbo auxiliar y recíproco que transita con el vivir, con el hablar, con el estar, con el ser”. Y añade: “Amistar, ser o no ser amigo, ésa sería la cuestión”.
La cuestión, dice Lledó, es que la amistad concita “la necesidad de comunicación afectiva”. “Hemos nacido, naturalmente, para entender y para querer”, dice el profesor. Y hay un momento en que esa amistad es amor. ¿Hay alguna historia personal suya?, le preguntamos, ¿que resulte simbólica de su concepto de la amistad? Respondió: “La amistad, el amor a Montse [su esposa, fallecida joven en 1971]. A través de su ser descubrí lo que era la bondad, lo que era la verdad. Su recuerdo, que a veces me ha traído momentos de desesperanza, por no decir de desesperación, me da, paradójicamente, vida y alegría. Una vez alguien escribió de mí que era ‘un hombre hecho de libros’. No es verdad. Si de algo estoy hecho es de memoria, de su amistad y amor… Lo peor de la muerte es que ya no tendremos ni memoria para revivir la felicidad de haber conocido un ser así. ¡Pero quedan los hijos en los que se refleja!”.
La amistad, el amor. Antonio Gala dijo: “La amistad se parece mucho al amor; alguna vez he dicho que el amor es una amistad íntima con momentos eróticos”. También llega como un flechazo, dice Gala: “Ves a alguien y sabes que va a ser tu amigo, y se va haciendo imprescindible: si no tenemos ese trato no respiramos del todo bien”. Somos de esa persona, y esa persona es nuestra, dice Gala. “La amistad es como un descubrimiento que uno se hace para que lo vea el otro. Y además, a veces, sirve para que nos conozcamos mejor viendo cómo nos ve el ojo del amigo”.
Y se rompe, como el amor. “Tiene que ocurrir algo muy grave para que eso ocurra”, dice Gala. Y Lledó dice: “Se rompe porque aparecen en ella la negación, el olvido, la ignorancia, la indecencia… La amistad es el hilo que une nuestra experiencia personal con la de los otros. Es el tejido colectivo, fundacional, de la existencia individual”.
“La amistad es fuerte, como la paz de la muerte”. Eso dijo el pintor Cristino de Vera. “La amistad es una onda que se expande mucho, y es gradual. A mi lado en la escuela había un chico que se llamaba Leopoldo, dibujaba de maravilla, murió tuberculoso. Y ese amigo está invisible, en el más allá, pero me ha transmitido una vocación, está conmigo, y, por supuesto, será un amigo siempre”.
Dar la experiencia, dice Cristino, es una forma de amistad. Enseñar, dice Lledó, es querer. Y querer, añade Cristino de Vera, es impedir el odio, el rencor. “Como dijo Shakespeare, la vida es un relato lleno de ruido y de furia, contado por un idiota y significando nada. Entonces, ¿a qué viene el rencor?”.
Le pregunté a Aitana Sánchez-Gijón, actriz, por una historia suya de amistad, y me habló de su hermana Ayanta, de su amiga Almudena. “Son mis compañeras de vida… Una lo es desde que nací, y la otra es mi amiga desde los cinco años. Forman parte de mi infancia, y son mis referencias… No, los amigos no excluyen. La capacidad de amar y de establecer vínculos es infinita”. Pero dice Aitana, “los amigos que conocen tu alma profundamente son pocos”. Un amigo es quien entiende la exigencia del otro, “e intuye cuando el otro está necesitado”.
Y sin amigos, qué soledad, dice Aitana. Agustín Díaz Yanes, director de cine, es, como el personaje de Kipling, “el amigo de todo el mundo”. Él conserva amigos que tuvo cuando era niño; y son amigos suyos, aún, los que fueron con él al instituto, a la facultad… “Desde hace 35 años me reúno con ocho de esos amigos, cada semana, en un restaurante; hablamos de la política, de la vida”. De vez en cuando también se junta con Javier Marías, que es amigo de la facultad, y con Arturo Pérez-Reverte, una unión más reciente, “y ahora ésas son amistades constantes, dilatadas; no te exigen fidelidades, son amistades muy gratificantes”.
Un amigo, suele decir el escritor Manuel Vicent, “es aquel al que te atreves a pedirle dinero a las cuatro de la madrugada y él no te pregunta para qué lo quieres… Se conserva como un tesoro, o un árbol, o una casa. Y se destruye igual que se destruyen esos tesoros”.
Josep Pla decía, recuerda Vicent, que no se pueden tener muchos amigos. “Él distinguía entre conocidos, saludados y amigos. La amistad y la abundancia son incompatibles. La amistad es una cualidad humana que está dispuesta a ver tan sólo la parte positiva de una persona”.
Vicent vivió con otros amigos suyos una larga, honda, relación de amistad con Rafael Azcona, el guionista, de cuya muerte hace ahora un año. “Azcona era inteligente, divertido; nunca te ponía en situación de decirle que no. Y ésa es una virtud de la amistad”.
Esa amistad con Azcona era especial, diáfana. José Luis García Sánchez, cineasta, fue el encargado por Susi Youdelman, la viuda del guionista, de esparcir la noticia de que el amigo había muerto. Se reunían una vez al mes (con Vicent, con Ángel Sánchez Harguindey, con José Luis Cuerda, con David Trueba, con Manuel Gutiérrez Aragón…) en un restaurante de Madrid; cuando se sintió mal, el autor de El cochecito decidió guardar silencio, y quiso que no se supiera ni siquiera que había muerto hasta que pasaran unos días.
Entonces fue García Sánchez el mensajero. “Fue su último servicio de amigo absolutamente disponible. Después de muchos años de trabajar juntos cada día, una mañana me dijo, hace dos años: ‘José Luis, me parece que ya somos amigos’. Ejercía la amistad como ningún otro que yo haya conocido. Ahora puedo decir que era mi mejor amigo, pero nunca se lo dije. ¡Se hubiera cabreado! Él decía que la amistad es un adjetivo, y, por tanto, no puede producir ningún beneficio: la amistad produce amistad, ¿te parece poco?” ¿Y cómo se rompe la amistad? “Es muy sencillo: cuando ejerces sobre el cristal una presión mayor que su resistencia”.
David Trueba, director de cine y novelista, vivió la experiencia del concepto de amistad que tenía Azcona, y es autor de una novela de amistad, Cuatro amigos. “En el caso de Rafael, la amistad era un concepto muy púdico; siempre guardaba espacios privados. Ambrose Bierce dice en El diccionario del diablo que la amistad es un barco en el que caben dos cuando hace buen tiempo, pero en el que sólo puede navegar uno cuando hay tormenta. A los amigos no se les puede pedir lo que no te pueden dar. A Azcona le gustaba tener amigos jóvenes, gente que le pudiera traer información que no tenía; sus amigos eran como enviados especiales”.
A Fernando Fernán-Gómez, con el que Trueba hizo (con Luis Alegre) un último filme, La silla, le pasaba algo parecido: “Él te transmitía el placer que sentía al oír cosas nuevas. Y el placer de su vida fue la amistad. Y él decía: ‘Se puede dar la amistad entre un hombre y una mujer, siempre y cuando el hombre no sea yo”.
Emma Cohen, actriz, escritora, vivió la pasión amorosa y la amistad con Fernán-Gómez. “Era un gran amigo de la gente que eran sus amigos. Joan Estelrich, Azcona, Manuel Pilares, Manuel Aleixandre… Conoció la amistad en la infancia, en Chamberí, con los niños de la calle, en la guerra, con sus primos, que eran sus amigos. Luego vinieron Eduardo Haro Tecglen, Cayetano Torregrosa. Su abuela fue su amiga. Un amigo es como estar contigo, alguien con quien puedes franquearte. Y es para siempre. Se rompe, sí, por la desmemoria, la gente no recuerda lo que un día fue para el otro. Fernando era un magnífico amigo, se entregaba, y los amigos jóvenes le enriquecían. Era un regalo para sus amigos”.
Lo más necesario de la vida, decía Aristóteles, y lo recuerdan por separado Lledó y su compañero (y amigo) de academia Álvaro Pombo. Éste añade: “Estamos henchidos de amistad: es amor, deseo de amistad, y hay tantas variantes de amistad… Es un acto de confianza profunda. Mira estos versos antiguos: ‘Madre, un caballero de la Casa del Rey/ siendo yo muy niña/ pidiome la fe / dísela yo, madre/ no lo negaré / mal de amores he’. Es el romance de una enamorada. Pues la amistad es lo mismo: nos prestamos la fe, la confianza, eso es la amistad. La confianza es el fundamento de la amistad. Uno da la fe, cuando se acaba la confianza, lo que hay es desconfianza. Y a veces los amigos pueden hacer cosas que estropean la confianza”. José Luis Gómez, actor y director de teatro, cree en lo mismo: “La confianza es el elemento básico de la amistad y de la vida civil, sin confianza no se puede convivir”.
A Antonio Gala le preguntamos por una historia de amistad. Y contó una con mejillones. “Era un amigo muy íntimo, y por alguna confusión llegué a creer que adoraba los mejillones, que a mí me daban asco. Durante mucho tiempo le acompañé a comer mejillones, y yo además me los comía, y veía que él lo hacía con delectación. Hasta que una vez, en la casa de otros amigos, observé que apartaba, creyendo que yo no lo percibía, los mejillones de una paella. ¡Él también odiaba los mejillones, y los tomaba porque creyó que era yo quien los adoraba! Y esa anécdota es, en este caso, una confirmación de la amistad, que duró hasta que él murió”.
Gala es autor de un libro de poemas, el primero suyo, Enemigo íntimo. “Enemigo íntimo se es en el amor. En la amistad no se da el enemigo; el amigo siempre va contigo. Sigues echando de menos, aunque se haya producido la ruptura, al que tú creías que era”.
Lo hablamos con Luis Gordillo, pintor. “Un amigo es de la familia, alguien con quien puedas descansar. Mis amistades infantiles se rompieron. Me dan mucha envidia las personas que tienen un núcleo de amistades más o menos intensas. El amor es una amistad distinta, tiene un componente erótico muy importante. Y a mi edad se echa mucho de menos cuando no se tiene. No se puede forzar, hay que alimentarla”.
Tuvo amigos al principio de su estancia en Madrid, cuando vino de Sevilla, su tierra. “Eran buenos pintores; por lo que sea, yo destaqué más, y me entró como vergüenza de que ellos se sintieran relegados, y la amistad se fue diluyendo. En mi caso se produjo como una envidia culposa, les tengo cariño, pero me da miedo relacionarme con ellos. Ah, tengo muy buena amistad con mi hermano José Manuel, que vive en Sevilla y es historiador. Nos ha ido igualando la edad, creemos en las mismas cosas. Mi mejor amigo es mi hermano”.
Escuché, en esta ronda de conversaciones sobre la amistad, una confesión muy bella de Francisco Nieva, escenógrafo, académico, escritor, autor teatral; me dijo algo que le ocurrió cuando era un chiquillo. “Había muerto mi padre, yo era un empleadillo de Cifesa, la productora de cine, y cada día tomaba un autobús para ir al trabajo. En ese autobús viajaba siempre un hombre mayor, de frente amplia, muy guapo. Y yo sentía que debía acercarme a él, que me acariciara el cabello, que me protegiera. Años después me presentaron a un hombre en un estreno. Era él. Vicente Aleixandre. Luego fuimos amigos. Nos acariciábamos, éramos amigos, no éramos amantes. Amigos de una enorme intensidad sentimental, inolvidable”.
Le pregunté a Juan José Millás, novelista, por una historia literaria que le evocara la amistad, y dijo: “La que más vivamente recuerdo es la que se relata en El último encuentro, la novela de Sandor Marai”. José Manuel Caballero Bonald, poeta, memorialista, superviviente de la generación de 1950, tuvo un amigo para siempre. Era Ángel González, poeta, muerto ahora hace un año y pico.
“Hay un proverbio bereber”, empezó contando Caballero, “que dice: ‘Un amigo vale más que cien camellos, un camello vale más que toda una vida’, de modo que imagínate lo que vale un amigo. Tener un amigo del alma es muy difícil. Y uno era Ángel González, acaso el más importante. Ése era el amigo del alma en un mundo desalmado, la grisura del franquismo, en la posguerra inmediata, cuando lo conocí. En aquel mundo desalmado tener un amigo era muy grato en las largas noches; bebíamos. Decía Ángel que nuestra aportación a la vida había sido una nueva manera de vivir y de beber. Es curioso: podíamos estar juntos y callados, y en ese silencio estaba la esencia de nuestra amistad”.
Luis García Montero acaba de terminar la biografía de Ángel, que le llevaba más de treinta años al poeta granadino. “Cada vez que moría un amigo él decía: ‘Están disparando cerca’. Y luego miraba la agenda, tachaba. ‘Se me adelgaza el futuro’, decía. Hizo su concepto de la amistad en los años de la guerra, en casa de los Taibo, que estaban perseguidos, y él estaba muy solo. Y con Manolo Lombardero, su amigo hasta el final. Aprendió a resistir, y de ahí venía su sentido de la lealtad: no soportaba que hablaran mal de sus amigos en su presencia”.
Joaquín Sabina fue de esos amigos más jóvenes de Ángel González. Una historia de amistad. Pero antes de ésa me habló de la historia que le juntó a Joan Manuel Serrat, con quien compartió escenario durante un año. “No quería morirme sin haber comprobado que eso puede suceder entre dos artistas sobre un mismo escenario. Ausencia de envidia, ausencia de vanidad, entrega total entre dos compañeros. ¡Fue incluso un exceso! El último día, cuando ya se acabó, nos caían lágrimas como melones”.
La amistad es fantástica, dice Sabina. Y él cree que es para siempre. “Yo sé que en el fondo de su alma, Mario [Vargas Llosa] y Gabo [García Márquez] se aman profundamente, como Silvio [Rodríguez] y Pablo [Milanés], no se hablan desde hace años, pero se aman profundamente. Borges decía que el paraíso es una biblioteca; pues yo creo que el paraíso es una sobremesa larga con amigos”.
En esa sobremesa está Ángel González. “Era un templo en el que la amistad tenía un altísimo sitio. Cuando yo era joven sentía que un día me encontraría con Platón y Sócrates al mismo tiempo en un templo de amistad, y no sucedió hasta que encontré a Ángel, que era la bondad, la belleza y la sabiduría. Y además, bailaba y bebía mejor que Platón y Sócrates juntos”. Sabina dice que en la amistad es como un legionario: “Encubriría a un amigo”.
Martínez Sarrión contó el origen de unas amistades míticas, las que su generación sintió por Benet, por Hortelano. “Conocí a Benet por medio de Guelbenzu, hacia 1969, y pronto se forjó entre nosotros una amistad que duró hasta su muerte. Juan, como amigo íntimo, fue la generosidad misma. Para mí fue una suerte de hermano mayor, con sus ribetes de padre”.
¿Y Hortelano? “Lo conocí por medio de Jaime Salinas y de Ángel González hacia 1967. Nuestra común condición de funcionarios públicos añadía un dato más a un trato muy seguido, donde se habló de todo y se celebró, copa en mano, menos la maldita burocracia, cualquier burocracia”. Eran amistades caracterizadas por “la pasión literaria y el más absoluto desinterés, la más pura gratuidad. Luego las cosas cambiaron de raíz”. Entró, recuerda Sarrión, el concepto de literatura y negocio, “en los noventa, un premiado narrador joven de la generación siguiente me confesó que, en las tertulias con sus coetáneos escritores, no se hablaba más que de dinero. He dejado de preguntar”. Ha sido “millonario en amigos”, y en ese recuento no puede dejar de nombrar “a Carmen Martín Gaite y a Carlos Barral. Ellos fueron el único lujo y derroche que no me ha parecido obsceno”.
Un amigo es un cómplice, dice Millás; los lazos se rompen “por mil motivos diferentes”, pero “se mantienen de forma gratuita, como un regalo. Si es preciso realizar grandes esfuerzos”, dice el escritor de El desorden de tu nombre, “dejan de compensar”.
Preguntas similares le hice a un colega, y amigo suyo, Gonzalo Suárez, que además vivió la amistad en el fútbol, cuando fue cronista y ojeador del Inter de Milán (con Helenio Herrera, su padrastro). “Ahí, en el fútbol, hay más compañerismo que amistad”. Y en el sector en el que también participa, como director de cine, puede darse también la amistad, a condición de que no sea obligatorio hablar de cine. “Nos aconsejamos libros o películas; comemos, bebemos, bromeamos y jugamos a las cartas o al dominó. Me aburre hablar de lo que estamos haciendo”. ¿Y un amigo qué es? “Alguien con quien existe una mutua comprensión, o confianza, con el que no tienes por qué intercambiar palabras. Y no se rompe la amistad, si es verdadera. La auténtica amistad dura más que determinadas formas del amor”.
Es lo que dice Juan Luis Galiardo, el actor, que forma parte de aquel elenco especial de amigos de Azcona. “La amistad la rompe la traición, y tienes que estar preparado para la traición. Y hay que tener comprensión, y compasión. Pero somos como alimañas. Lo que es sorprendente es alcanzar la grandeza, porque la miseria es lo cotidiano, y en la miseria está la traición”.
Le pregunté al psiquiatra Vicente Mira. Me dijo: “La amistad viene de un encuentro fulgurante que se fragua poco a poco. Hay un proverbio del Congo que dice: ‘Los amigos que caminan juntos no se olvidan’. La amistad es una tela, una red muy fina, invisible. A lo largo de los años, esa red captura cosas, intereses mezquinos, o disfrazados, ambición, deseos eróticos, halagos, críticas, silencios. Si la red sobrevive es un milagro, y se llama amistad. Y mira lo que decía Platón: ‘En el camino de la amistad no debe crecer la hierba’. Pues Brassens decía lo contrario: debe crecer la hierba, y no pasa nada”.
No tener amigos es desolador. Lo dice Lisi F. Prada: “Los suspiros duran un segundo / Las quincenas, dos semanas/ Las primaveras, tres meses / Los compañeros, cuatro, cinco, seis años / Los amores, desde una estrella fugaz / a siete eternidades. / Solamente un amigo puede durar toda la vida”. Y ella recuerda a Aristóteles: “Aquel que tiene (muchos) amigos no tiene ningún amigo”. Lledó recuerda al filósofo: “Las relaciones amistosas con nuestro prójimo y las características que definen cada amistad se derivan de los sentimientos que tengamos hacia nosotros mismos”. Y dice el filósofo español:
–Si somos indecentes no podemos sentir ni una brizna de amistad ni de amor.
No, no vivimos en un mundo amistoso, dice Lledó. Se rompe la amistad. La rompen “la ignorancia, la miseria, sobre todo, la miseria de los miserables”. Y hay un antídoto que él inventó: “Hay que amar la vida, toda la vida, y no sólo la propia”.
Un refugio en tiempos de crisis, más valiosa que 100 camellos, según un proverbio bereber. En días de relaciones virtuales, buscamos qué es la auténtica amistad. Nos ayudan escritores, pensadores, actores… y, sin embargo, amigos.
Pusimos una nota en un blog de elpais.com; requeríamos experiencias personales sobre la amistad. La primera que llegó fue ésta de Carmela Pérez. Decía: “De adolescente tuve una amiga, una gran amiga, que terminó robando mis documentos, poniendo a mi madre en mi contra y que además estuvo a punto de hacer que me metieran en la cárcel por un robo que no cometí; estudiando en la Universidad tuve una amiga con la que me sentía cómplice. Pero nos separamos y la distancia ha terminado por volver invisible una unión que para mí fue muy importante. Luego, ya casada, conocí a una mujer con la que compartí todos los sentimientos, actos, y hasta el aire que respiraba. Terminó siendo la pareja del que sería mi ex marido: hasta hoy, en que no tengo amigas y mucho menos amigos, pero… Al final estoy a punto de llegar a la conclusión de que sí existe la amistad, sólo que somos nosotros, con nuestras deficiencias, nuestros miedos, nuestros traumas y nuestros fantasmas, los que atraemos (¡cómo somos las parejas!) a personas equivocadas, pero sí que existe”.
Sí que existe. Lo que pasa es que tenía razón Jean-Paul Sartre cuando despidió a Merleau-Ponty, cuya amistad rota quiso recordar en la hora de la muerte del que había sido su amigo: “He aquí cómo se quieren los hombres de este tiempo: mal”.
Fue Emilio Lledó, catedrático de Historia de la Filosofía, académico, que trabaja en un libro sobre la amistad, quien atrajo la frase de Sartre a nuestra charla. Antonio Martínez Sarrión, poeta, gozne entre la generación de los cincuenta y los que vendrían luego, dijo en una conversación sobre aquellos amigos (Juan Benet, Juan García Hortelano, José Manuel Caballero Bonald, Carmen Martín Gaite, Javier Marías…): “Un amigo realmente sólido es quien quiere y rechaza lo mismo que uno”.
“La esencia de la amistad”, dijo Lledó, “es desear el bien del otro”. Lisi F. Prada, psicoanalista, propuso este título: “La amistad es un verbo. Si la amistad no es un atributo ni se puede definir más que en la experiencia de su tránsito, podríamos preguntarnos si la amistad es propiamente un sustantivo o si será más bien un verbo, y no un verbo intransitivo, sino un verbo auxiliar y recíproco que transita con el vivir, con el hablar, con el estar, con el ser”. Y añade: “Amistar, ser o no ser amigo, ésa sería la cuestión”.
La cuestión, dice Lledó, es que la amistad concita “la necesidad de comunicación afectiva”. “Hemos nacido, naturalmente, para entender y para querer”, dice el profesor. Y hay un momento en que esa amistad es amor. ¿Hay alguna historia personal suya?, le preguntamos, ¿que resulte simbólica de su concepto de la amistad? Respondió: “La amistad, el amor a Montse [su esposa, fallecida joven en 1971]. A través de su ser descubrí lo que era la bondad, lo que era la verdad. Su recuerdo, que a veces me ha traído momentos de desesperanza, por no decir de desesperación, me da, paradójicamente, vida y alegría. Una vez alguien escribió de mí que era ‘un hombre hecho de libros’. No es verdad. Si de algo estoy hecho es de memoria, de su amistad y amor… Lo peor de la muerte es que ya no tendremos ni memoria para revivir la felicidad de haber conocido un ser así. ¡Pero quedan los hijos en los que se refleja!”.
La amistad, el amor. Antonio Gala dijo: “La amistad se parece mucho al amor; alguna vez he dicho que el amor es una amistad íntima con momentos eróticos”. También llega como un flechazo, dice Gala: “Ves a alguien y sabes que va a ser tu amigo, y se va haciendo imprescindible: si no tenemos ese trato no respiramos del todo bien”. Somos de esa persona, y esa persona es nuestra, dice Gala. “La amistad es como un descubrimiento que uno se hace para que lo vea el otro. Y además, a veces, sirve para que nos conozcamos mejor viendo cómo nos ve el ojo del amigo”.
Y se rompe, como el amor. “Tiene que ocurrir algo muy grave para que eso ocurra”, dice Gala. Y Lledó dice: “Se rompe porque aparecen en ella la negación, el olvido, la ignorancia, la indecencia… La amistad es el hilo que une nuestra experiencia personal con la de los otros. Es el tejido colectivo, fundacional, de la existencia individual”.
“La amistad es fuerte, como la paz de la muerte”. Eso dijo el pintor Cristino de Vera. “La amistad es una onda que se expande mucho, y es gradual. A mi lado en la escuela había un chico que se llamaba Leopoldo, dibujaba de maravilla, murió tuberculoso. Y ese amigo está invisible, en el más allá, pero me ha transmitido una vocación, está conmigo, y, por supuesto, será un amigo siempre”.
Dar la experiencia, dice Cristino, es una forma de amistad. Enseñar, dice Lledó, es querer. Y querer, añade Cristino de Vera, es impedir el odio, el rencor. “Como dijo Shakespeare, la vida es un relato lleno de ruido y de furia, contado por un idiota y significando nada. Entonces, ¿a qué viene el rencor?”.
Le pregunté a Aitana Sánchez-Gijón, actriz, por una historia suya de amistad, y me habló de su hermana Ayanta, de su amiga Almudena. “Son mis compañeras de vida… Una lo es desde que nací, y la otra es mi amiga desde los cinco años. Forman parte de mi infancia, y son mis referencias… No, los amigos no excluyen. La capacidad de amar y de establecer vínculos es infinita”. Pero dice Aitana, “los amigos que conocen tu alma profundamente son pocos”. Un amigo es quien entiende la exigencia del otro, “e intuye cuando el otro está necesitado”.
Y sin amigos, qué soledad, dice Aitana. Agustín Díaz Yanes, director de cine, es, como el personaje de Kipling, “el amigo de todo el mundo”. Él conserva amigos que tuvo cuando era niño; y son amigos suyos, aún, los que fueron con él al instituto, a la facultad… “Desde hace 35 años me reúno con ocho de esos amigos, cada semana, en un restaurante; hablamos de la política, de la vida”. De vez en cuando también se junta con Javier Marías, que es amigo de la facultad, y con Arturo Pérez-Reverte, una unión más reciente, “y ahora ésas son amistades constantes, dilatadas; no te exigen fidelidades, son amistades muy gratificantes”.
Un amigo, suele decir el escritor Manuel Vicent, “es aquel al que te atreves a pedirle dinero a las cuatro de la madrugada y él no te pregunta para qué lo quieres… Se conserva como un tesoro, o un árbol, o una casa. Y se destruye igual que se destruyen esos tesoros”.
Josep Pla decía, recuerda Vicent, que no se pueden tener muchos amigos. “Él distinguía entre conocidos, saludados y amigos. La amistad y la abundancia son incompatibles. La amistad es una cualidad humana que está dispuesta a ver tan sólo la parte positiva de una persona”.
Vicent vivió con otros amigos suyos una larga, honda, relación de amistad con Rafael Azcona, el guionista, de cuya muerte hace ahora un año. “Azcona era inteligente, divertido; nunca te ponía en situación de decirle que no. Y ésa es una virtud de la amistad”.
Esa amistad con Azcona era especial, diáfana. José Luis García Sánchez, cineasta, fue el encargado por Susi Youdelman, la viuda del guionista, de esparcir la noticia de que el amigo había muerto. Se reunían una vez al mes (con Vicent, con Ángel Sánchez Harguindey, con José Luis Cuerda, con David Trueba, con Manuel Gutiérrez Aragón…) en un restaurante de Madrid; cuando se sintió mal, el autor de El cochecito decidió guardar silencio, y quiso que no se supiera ni siquiera que había muerto hasta que pasaran unos días.
Entonces fue García Sánchez el mensajero. “Fue su último servicio de amigo absolutamente disponible. Después de muchos años de trabajar juntos cada día, una mañana me dijo, hace dos años: ‘José Luis, me parece que ya somos amigos’. Ejercía la amistad como ningún otro que yo haya conocido. Ahora puedo decir que era mi mejor amigo, pero nunca se lo dije. ¡Se hubiera cabreado! Él decía que la amistad es un adjetivo, y, por tanto, no puede producir ningún beneficio: la amistad produce amistad, ¿te parece poco?” ¿Y cómo se rompe la amistad? “Es muy sencillo: cuando ejerces sobre el cristal una presión mayor que su resistencia”.
David Trueba, director de cine y novelista, vivió la experiencia del concepto de amistad que tenía Azcona, y es autor de una novela de amistad, Cuatro amigos. “En el caso de Rafael, la amistad era un concepto muy púdico; siempre guardaba espacios privados. Ambrose Bierce dice en El diccionario del diablo que la amistad es un barco en el que caben dos cuando hace buen tiempo, pero en el que sólo puede navegar uno cuando hay tormenta. A los amigos no se les puede pedir lo que no te pueden dar. A Azcona le gustaba tener amigos jóvenes, gente que le pudiera traer información que no tenía; sus amigos eran como enviados especiales”.
A Fernando Fernán-Gómez, con el que Trueba hizo (con Luis Alegre) un último filme, La silla, le pasaba algo parecido: “Él te transmitía el placer que sentía al oír cosas nuevas. Y el placer de su vida fue la amistad. Y él decía: ‘Se puede dar la amistad entre un hombre y una mujer, siempre y cuando el hombre no sea yo”.
Emma Cohen, actriz, escritora, vivió la pasión amorosa y la amistad con Fernán-Gómez. “Era un gran amigo de la gente que eran sus amigos. Joan Estelrich, Azcona, Manuel Pilares, Manuel Aleixandre… Conoció la amistad en la infancia, en Chamberí, con los niños de la calle, en la guerra, con sus primos, que eran sus amigos. Luego vinieron Eduardo Haro Tecglen, Cayetano Torregrosa. Su abuela fue su amiga. Un amigo es como estar contigo, alguien con quien puedes franquearte. Y es para siempre. Se rompe, sí, por la desmemoria, la gente no recuerda lo que un día fue para el otro. Fernando era un magnífico amigo, se entregaba, y los amigos jóvenes le enriquecían. Era un regalo para sus amigos”.
Lo más necesario de la vida, decía Aristóteles, y lo recuerdan por separado Lledó y su compañero (y amigo) de academia Álvaro Pombo. Éste añade: “Estamos henchidos de amistad: es amor, deseo de amistad, y hay tantas variantes de amistad… Es un acto de confianza profunda. Mira estos versos antiguos: ‘Madre, un caballero de la Casa del Rey/ siendo yo muy niña/ pidiome la fe / dísela yo, madre/ no lo negaré / mal de amores he’. Es el romance de una enamorada. Pues la amistad es lo mismo: nos prestamos la fe, la confianza, eso es la amistad. La confianza es el fundamento de la amistad. Uno da la fe, cuando se acaba la confianza, lo que hay es desconfianza. Y a veces los amigos pueden hacer cosas que estropean la confianza”. José Luis Gómez, actor y director de teatro, cree en lo mismo: “La confianza es el elemento básico de la amistad y de la vida civil, sin confianza no se puede convivir”.
A Antonio Gala le preguntamos por una historia de amistad. Y contó una con mejillones. “Era un amigo muy íntimo, y por alguna confusión llegué a creer que adoraba los mejillones, que a mí me daban asco. Durante mucho tiempo le acompañé a comer mejillones, y yo además me los comía, y veía que él lo hacía con delectación. Hasta que una vez, en la casa de otros amigos, observé que apartaba, creyendo que yo no lo percibía, los mejillones de una paella. ¡Él también odiaba los mejillones, y los tomaba porque creyó que era yo quien los adoraba! Y esa anécdota es, en este caso, una confirmación de la amistad, que duró hasta que él murió”.
Gala es autor de un libro de poemas, el primero suyo, Enemigo íntimo. “Enemigo íntimo se es en el amor. En la amistad no se da el enemigo; el amigo siempre va contigo. Sigues echando de menos, aunque se haya producido la ruptura, al que tú creías que era”.
Lo hablamos con Luis Gordillo, pintor. “Un amigo es de la familia, alguien con quien puedas descansar. Mis amistades infantiles se rompieron. Me dan mucha envidia las personas que tienen un núcleo de amistades más o menos intensas. El amor es una amistad distinta, tiene un componente erótico muy importante. Y a mi edad se echa mucho de menos cuando no se tiene. No se puede forzar, hay que alimentarla”.
Tuvo amigos al principio de su estancia en Madrid, cuando vino de Sevilla, su tierra. “Eran buenos pintores; por lo que sea, yo destaqué más, y me entró como vergüenza de que ellos se sintieran relegados, y la amistad se fue diluyendo. En mi caso se produjo como una envidia culposa, les tengo cariño, pero me da miedo relacionarme con ellos. Ah, tengo muy buena amistad con mi hermano José Manuel, que vive en Sevilla y es historiador. Nos ha ido igualando la edad, creemos en las mismas cosas. Mi mejor amigo es mi hermano”.
Escuché, en esta ronda de conversaciones sobre la amistad, una confesión muy bella de Francisco Nieva, escenógrafo, académico, escritor, autor teatral; me dijo algo que le ocurrió cuando era un chiquillo. “Había muerto mi padre, yo era un empleadillo de Cifesa, la productora de cine, y cada día tomaba un autobús para ir al trabajo. En ese autobús viajaba siempre un hombre mayor, de frente amplia, muy guapo. Y yo sentía que debía acercarme a él, que me acariciara el cabello, que me protegiera. Años después me presentaron a un hombre en un estreno. Era él. Vicente Aleixandre. Luego fuimos amigos. Nos acariciábamos, éramos amigos, no éramos amantes. Amigos de una enorme intensidad sentimental, inolvidable”.
Le pregunté a Juan José Millás, novelista, por una historia literaria que le evocara la amistad, y dijo: “La que más vivamente recuerdo es la que se relata en El último encuentro, la novela de Sandor Marai”. José Manuel Caballero Bonald, poeta, memorialista, superviviente de la generación de 1950, tuvo un amigo para siempre. Era Ángel González, poeta, muerto ahora hace un año y pico.
“Hay un proverbio bereber”, empezó contando Caballero, “que dice: ‘Un amigo vale más que cien camellos, un camello vale más que toda una vida’, de modo que imagínate lo que vale un amigo. Tener un amigo del alma es muy difícil. Y uno era Ángel González, acaso el más importante. Ése era el amigo del alma en un mundo desalmado, la grisura del franquismo, en la posguerra inmediata, cuando lo conocí. En aquel mundo desalmado tener un amigo era muy grato en las largas noches; bebíamos. Decía Ángel que nuestra aportación a la vida había sido una nueva manera de vivir y de beber. Es curioso: podíamos estar juntos y callados, y en ese silencio estaba la esencia de nuestra amistad”.
Luis García Montero acaba de terminar la biografía de Ángel, que le llevaba más de treinta años al poeta granadino. “Cada vez que moría un amigo él decía: ‘Están disparando cerca’. Y luego miraba la agenda, tachaba. ‘Se me adelgaza el futuro’, decía. Hizo su concepto de la amistad en los años de la guerra, en casa de los Taibo, que estaban perseguidos, y él estaba muy solo. Y con Manolo Lombardero, su amigo hasta el final. Aprendió a resistir, y de ahí venía su sentido de la lealtad: no soportaba que hablaran mal de sus amigos en su presencia”.
Joaquín Sabina fue de esos amigos más jóvenes de Ángel González. Una historia de amistad. Pero antes de ésa me habló de la historia que le juntó a Joan Manuel Serrat, con quien compartió escenario durante un año. “No quería morirme sin haber comprobado que eso puede suceder entre dos artistas sobre un mismo escenario. Ausencia de envidia, ausencia de vanidad, entrega total entre dos compañeros. ¡Fue incluso un exceso! El último día, cuando ya se acabó, nos caían lágrimas como melones”.
La amistad es fantástica, dice Sabina. Y él cree que es para siempre. “Yo sé que en el fondo de su alma, Mario [Vargas Llosa] y Gabo [García Márquez] se aman profundamente, como Silvio [Rodríguez] y Pablo [Milanés], no se hablan desde hace años, pero se aman profundamente. Borges decía que el paraíso es una biblioteca; pues yo creo que el paraíso es una sobremesa larga con amigos”.
En esa sobremesa está Ángel González. “Era un templo en el que la amistad tenía un altísimo sitio. Cuando yo era joven sentía que un día me encontraría con Platón y Sócrates al mismo tiempo en un templo de amistad, y no sucedió hasta que encontré a Ángel, que era la bondad, la belleza y la sabiduría. Y además, bailaba y bebía mejor que Platón y Sócrates juntos”. Sabina dice que en la amistad es como un legionario: “Encubriría a un amigo”.
Martínez Sarrión contó el origen de unas amistades míticas, las que su generación sintió por Benet, por Hortelano. “Conocí a Benet por medio de Guelbenzu, hacia 1969, y pronto se forjó entre nosotros una amistad que duró hasta su muerte. Juan, como amigo íntimo, fue la generosidad misma. Para mí fue una suerte de hermano mayor, con sus ribetes de padre”.
¿Y Hortelano? “Lo conocí por medio de Jaime Salinas y de Ángel González hacia 1967. Nuestra común condición de funcionarios públicos añadía un dato más a un trato muy seguido, donde se habló de todo y se celebró, copa en mano, menos la maldita burocracia, cualquier burocracia”. Eran amistades caracterizadas por “la pasión literaria y el más absoluto desinterés, la más pura gratuidad. Luego las cosas cambiaron de raíz”. Entró, recuerda Sarrión, el concepto de literatura y negocio, “en los noventa, un premiado narrador joven de la generación siguiente me confesó que, en las tertulias con sus coetáneos escritores, no se hablaba más que de dinero. He dejado de preguntar”. Ha sido “millonario en amigos”, y en ese recuento no puede dejar de nombrar “a Carmen Martín Gaite y a Carlos Barral. Ellos fueron el único lujo y derroche que no me ha parecido obsceno”.
Un amigo es un cómplice, dice Millás; los lazos se rompen “por mil motivos diferentes”, pero “se mantienen de forma gratuita, como un regalo. Si es preciso realizar grandes esfuerzos”, dice el escritor de El desorden de tu nombre, “dejan de compensar”.
Preguntas similares le hice a un colega, y amigo suyo, Gonzalo Suárez, que además vivió la amistad en el fútbol, cuando fue cronista y ojeador del Inter de Milán (con Helenio Herrera, su padrastro). “Ahí, en el fútbol, hay más compañerismo que amistad”. Y en el sector en el que también participa, como director de cine, puede darse también la amistad, a condición de que no sea obligatorio hablar de cine. “Nos aconsejamos libros o películas; comemos, bebemos, bromeamos y jugamos a las cartas o al dominó. Me aburre hablar de lo que estamos haciendo”. ¿Y un amigo qué es? “Alguien con quien existe una mutua comprensión, o confianza, con el que no tienes por qué intercambiar palabras. Y no se rompe la amistad, si es verdadera. La auténtica amistad dura más que determinadas formas del amor”.
Es lo que dice Juan Luis Galiardo, el actor, que forma parte de aquel elenco especial de amigos de Azcona. “La amistad la rompe la traición, y tienes que estar preparado para la traición. Y hay que tener comprensión, y compasión. Pero somos como alimañas. Lo que es sorprendente es alcanzar la grandeza, porque la miseria es lo cotidiano, y en la miseria está la traición”.
Le pregunté al psiquiatra Vicente Mira. Me dijo: “La amistad viene de un encuentro fulgurante que se fragua poco a poco. Hay un proverbio del Congo que dice: ‘Los amigos que caminan juntos no se olvidan’. La amistad es una tela, una red muy fina, invisible. A lo largo de los años, esa red captura cosas, intereses mezquinos, o disfrazados, ambición, deseos eróticos, halagos, críticas, silencios. Si la red sobrevive es un milagro, y se llama amistad. Y mira lo que decía Platón: ‘En el camino de la amistad no debe crecer la hierba’. Pues Brassens decía lo contrario: debe crecer la hierba, y no pasa nada”.
No tener amigos es desolador. Lo dice Lisi F. Prada: “Los suspiros duran un segundo / Las quincenas, dos semanas/ Las primaveras, tres meses / Los compañeros, cuatro, cinco, seis años / Los amores, desde una estrella fugaz / a siete eternidades. / Solamente un amigo puede durar toda la vida”. Y ella recuerda a Aristóteles: “Aquel que tiene (muchos) amigos no tiene ningún amigo”. Lledó recuerda al filósofo: “Las relaciones amistosas con nuestro prójimo y las características que definen cada amistad se derivan de los sentimientos que tengamos hacia nosotros mismos”. Y dice el filósofo español:
–Si somos indecentes no podemos sentir ni una brizna de amistad ni de amor.
No, no vivimos en un mundo amistoso, dice Lledó. Se rompe la amistad. La rompen “la ignorancia, la miseria, sobre todo, la miseria de los miserables”. Y hay un antídoto que él inventó: “Hay que amar la vida, toda la vida, y no sólo la propia”.
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