Juan Luis Cebrián se reunió el pasado viernes en el palacio del Elíseo con el presidente francés, Nicolas Sarkozy, que mañana inicia una visita oficial a España
¿Cuáles son estos valores en la Francia de hogaño? El trabajo, el mérito, la recompensa, la promoción social. Esto me suena a América, prefiero una Francia más clásica, más en los libros de texto. "La laicidad, insiste el presidente, la laicidad es crucial". ¿Tenemos el mismo entendimiento de lo que eso significa? Siendo ministro del Interior publicó un libro sobre la religión y la República, "en la que el ciudadano es libre de tener la religión que quiera". Una vez en la presidencia se le acusó de haber ido demasiado lejos por un camino que tendía a poner en valor las creencias y actitudes religiosas, distanciándose del laicismo combativo que parecía ser una seña de identidad gala. Para construir el país que hoy es, Francia tuvo que liberarse de la tutela de la Iglesia Católica, algo que desde luego no ha sucedido en España, por lo menos desde un punto de vista social. "Sería impensable que la Iglesia tuviera entre nosotros una presencia similar a la que es visible en su país", remacha el presidente, que continúa enumerando los fundamentos morales del suyo. "La fraternidad, que prefiero a la solidaridad, y la equidad, mejor la equidad que la igualdad". La equidad, según el diccionario, es dar a cada uno lo que merece. Él busca, desde luego, una sociedad de mérito y en eso funda su propuesta de moralizar el capitalismo. Ya antes de que el actual tsunami financiero arrasara la economía del mundo se empeñó en ese propósito. "Me parece normal y positivo que la gente quiera prosperar, ganar dinero, si lo hace con su esfuerzo. Bernard Arnaud ha tardado más de veinte años en construir su imperio. Bouygues lo heredó de su padre pero ha sido capaz de triplicarlo. Son ejemplos admirables. Estoy en contra de quienes se han querido enriquecer de manera fácil y rápida, jugando a la baja o al alza especulativa en los mercados, haciendo bingo o apostando a la ruleta en ellos". Hay un fondo calvinista en esta moralidad del esfuerzo que le lleva a afirmar que "es preciso refundar el capitalismo" para luego corregirse de inmediato a sí mismo: "refundar es una palabra demasiado fuerte, demasiado caricaturesca"...
No existen matices a la hora de defender y consolidar la democracia, la ambigüedad francesa respecto a la violencia nacionalista vasca, mantenida por Giscard, disimulada por Mitterrand, desapareció hace tiempo. Orden, seguridad y mérito. Sarkozy es consecuente con los valores que predica...
Los ricos dicen que el dinero no da la felicidad. ¿Será el poder el que la otorga? "De ninguna manera, porque es algo muy fugitivo y transitorio. No buscamos la felicidad en el poder, sólo pretendemos ser útiles. La felicidad está en el amor, en la familia. La presidencia es una carga demasiado pesada, se trata de una misión que es preciso cumplir". ¿Y cuando esto se acabe, señor presidente? "Después ya veremos... Tengo una profesión. Soy abogado". Me estrecha la mano en tono jovial, no parece abrumado por el peso de la carga ni concernido por el éxito de la misión. Ante mí por lo menos, Nicolas Sarkozy se ha mostrado como un hombre feliz.
¿Cuáles son estos valores en la Francia de hogaño? El trabajo, el mérito, la recompensa, la promoción social. Esto me suena a América, prefiero una Francia más clásica, más en los libros de texto. "La laicidad, insiste el presidente, la laicidad es crucial". ¿Tenemos el mismo entendimiento de lo que eso significa? Siendo ministro del Interior publicó un libro sobre la religión y la República, "en la que el ciudadano es libre de tener la religión que quiera". Una vez en la presidencia se le acusó de haber ido demasiado lejos por un camino que tendía a poner en valor las creencias y actitudes religiosas, distanciándose del laicismo combativo que parecía ser una seña de identidad gala. Para construir el país que hoy es, Francia tuvo que liberarse de la tutela de la Iglesia Católica, algo que desde luego no ha sucedido en España, por lo menos desde un punto de vista social. "Sería impensable que la Iglesia tuviera entre nosotros una presencia similar a la que es visible en su país", remacha el presidente, que continúa enumerando los fundamentos morales del suyo. "La fraternidad, que prefiero a la solidaridad, y la equidad, mejor la equidad que la igualdad". La equidad, según el diccionario, es dar a cada uno lo que merece. Él busca, desde luego, una sociedad de mérito y en eso funda su propuesta de moralizar el capitalismo. Ya antes de que el actual tsunami financiero arrasara la economía del mundo se empeñó en ese propósito. "Me parece normal y positivo que la gente quiera prosperar, ganar dinero, si lo hace con su esfuerzo. Bernard Arnaud ha tardado más de veinte años en construir su imperio. Bouygues lo heredó de su padre pero ha sido capaz de triplicarlo. Son ejemplos admirables. Estoy en contra de quienes se han querido enriquecer de manera fácil y rápida, jugando a la baja o al alza especulativa en los mercados, haciendo bingo o apostando a la ruleta en ellos". Hay un fondo calvinista en esta moralidad del esfuerzo que le lleva a afirmar que "es preciso refundar el capitalismo" para luego corregirse de inmediato a sí mismo: "refundar es una palabra demasiado fuerte, demasiado caricaturesca"...
No existen matices a la hora de defender y consolidar la democracia, la ambigüedad francesa respecto a la violencia nacionalista vasca, mantenida por Giscard, disimulada por Mitterrand, desapareció hace tiempo. Orden, seguridad y mérito. Sarkozy es consecuente con los valores que predica...
Los ricos dicen que el dinero no da la felicidad. ¿Será el poder el que la otorga? "De ninguna manera, porque es algo muy fugitivo y transitorio. No buscamos la felicidad en el poder, sólo pretendemos ser útiles. La felicidad está en el amor, en la familia. La presidencia es una carga demasiado pesada, se trata de una misión que es preciso cumplir". ¿Y cuando esto se acabe, señor presidente? "Después ya veremos... Tengo una profesión. Soy abogado". Me estrecha la mano en tono jovial, no parece abrumado por el peso de la carga ni concernido por el éxito de la misión. Ante mí por lo menos, Nicolas Sarkozy se ha mostrado como un hombre feliz.
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