domingo, mayo 03, 2009

El gobierno central de la Iglesia, en paro técnico

El gobierno central de la Iglesia, en paro técnico. ROSSEND DOMÈNECH. ROMA
A Bertone no hay quien lo aguante". Dos sacerdotes con sotana están comprando unos diarios junto a la plaza de san Pedro y no reparan en los aparentes turistas que, a su lado, hablan otro idioma. Se alejan echando pestes de Tarcisio Bertone, secretario de Estado del Vaticano, el primer ministro del Papa.

A los cuatro años de la elección de Joseph Ratzinger, entre los 2.478 empleados del gobierno central de la Iglesia católica (la curia) cunde el malestar. Algunos han escrito cartas, lamentando que cobran el sueldo "sin hacer nada". Otros pasan largas horas leyendo la prensa.
"En los últimos cuatro meses, el Papa se ha corregido públicamente seis veces", reconoce un alto cargo de uno de los nueve ministerios vaticanos. Un cardenal jubilado, que en el pasado mandó mucho, tiene su propia opinión. "La ruina del gobierno es Bertone", dice. El secretario de Estado viaja continuamente, presenta libros, pronuncia conferencias, participa en simposios. O sea, trabaja, pero no está en su despacho. "Con Juan Pablo II sacábamos un alud de documentos, reglamentos y decretos, que ocupaban meses de trabajo. Ahora, nada", apunta otro eclesiástico. El monstruo burocrático se siente marginado, pero no quiere dar la cara: frases anónimas y camarillas lejos de los despachos. Por si fuera poco les ponen notas: óptimo, bueno, suficiente o insuficiente respecto a la dedicación, profesionalidad, rendimiento y corrección.
LOS NUNCIOS
Parece como si Benedicto XVI se hubiese desentendido de la labor de gran parte de la curia, reservando su atención a los ministerios más importantes y a los obispos del mundo. El Papa recibe a diario a Bertone y una vez por semana a tres o cuatro de sus ministros. A los demás, solo ocasionalmente. A los nuncios (embajadores) "ya no los recibe anualmente" como antaño, por lo que "su papel pierde valor ante las conferencias episcopales y los gobiernos", dicen fuentes vaticanas.
"El Papa dedica tiempo y cuidado a las visitas colectivas periódicas de los obispos de una nación, eso sí", aclaran las mismas voces. Algunos ministros lamentan que "los obispos ya recurren a la curia solo para lo indispensable". Un dato que debe de satisfacer a quienes piensan que el Papa debe mandar con los obispos y no con la curia. "Ratzinger puentea a la curia, pero, ¿a favor de quién?", se interrogan. "Si fuera por un gobierno colegial con los obispos, bien, pero gobierna solo", explica un eclesiástico que pasa por ser progresista.
Fuentes fidedignas aseguran que al primer ministro "le falta un equipo preparado". "Ahora hay muchos funcionarios jovencísimos, que no conocen bien la compleja historia de los católicos con los judíos ni a los lefebvrianos".
Los obispados alemanes y suizos han protestado y han pedido la cabeza del activo cardenal Bertone. Mientras, Attilio Nicora, presidente de APSA, una especie de ministerio de Economía, va diciendo, a quien quiera escuchar, que en la curia sobran el 40% de los puestos. Unos 2.000 jubilados buscan también una ocupación. Tal vez la institución milenaria esté frente a un cambio radical.

Giancarlo Zizola, periodista y vaticanólogo: "Ratzinger debería hacer un concilio Vaticano III"
EDITORIAL: 'Un papado regresivo' Se cumplen hoy cuatro años del cónclave que eligió al cardenal Ratzinger como Santo Padre de la Iglesia católica. Cabe recordar que, en su momento, el acceso al papado de quien había sido mano derecha de Juan Pablo II y presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe fue observado desde dos parámetros distintos. Había quien veía en Benedicto XVI al antiguo ejecutor del Santo Oficio, un martillo de herejes que se había enfrentado con una sólida carga disciplinaria a teólogos díscolos, como su antiguo compañero de Tubinga Hans Küng. Y había quienes contemplaban el nuevo papado como un intento del Vaticano por tener en lo más alto de la jerarquía a alguien que, lejos del populismo de Woyjtila, introdujera en la Iglesia criterios intelectuales.

Lo cierto es que estos cuatro años han servido para desmentir contundentemente a aquellos que, esperanzados con el bagaje cultural y moral del nuevo Pontífice, confiaban en un Papa dialogante y abierto a las tendencias de la modernidad. Una de las primeras acciones emprendidas por Benedicto XVI fue una entrevista cordial precisamente con Hans Küng. Cuatro años después, Küng ha pedido la dimisión del Papa por haber perdonado a los ultramontanos obispos lefebvrianos.
En estos cuatro años, Benedicto XVI ha recorrido un camino de regresión. En muchos temas que atañen a los ciudadanos en general y en muchos otros que competen a quienes profesan la fe católica. Entre los primeros, innecesarias dosis de tensión con musulmanes y judíos, las muy polémicas declaraciones contra la utilización de los preservativos en África o contra el derecho a una muerte digna y la defensa de la acción de los conquistadores en América Latina. Entre los segundos, una evidente laminación de los logros del Vaticano II, con el acercamiento a las tesis de Lefebvre y la posibilidad de volver a las misas en latín, la condena a textos renovadores de la teología (como el castigo al jesuita Sobrino), o la consolidación de la más estricta ortodoxia excluyente en el diálogo ecuménico.
Hay quien argumenta que el Papa es un reo de la férrea burocracia vaticana, más retrógrada que nunca, más encastillada que nunca en conceptos arcaicos, pero lo cierto es que él mismo fue durante largo tiempo el más ínclito ejemplo de un poder que cada día está más sordo ante el grito descarnado de una humanidad doliente.

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