Combatir el perfeccionismo. Por Xavier Guix. Ilustración de Alberto Vázquez.
Algunas personas parece que pasan por esta vida con un solo propósito: hacerlo todo bien. Es tanta su autoexigencia que rozan sin saberlo la obsesión. Son conocidos como perfeccionistas y viven bajo el síndrome de la eterna insatisfacción.
Marta es una chica encantadora, admirada por todo el mundo y también envidiada por su infalibilidad. Lo tiene todo, aunque a un precio riguroso: la eterna insatisfacción. También podría describirse el caso de Pedro, un alto ejecutivo cuya elevada autoexigencia es un regalo para su empresa, pero una condena para sus colaboradores. Su perfeccionismo es inaguantable.
Ismael, con apenas tres anos, llama la atención por su capacidad de ordenar todas las cosas. Cierto que primero las desordena, pero, a tan tierna edad, no se acuesta sin dejar cada cosa en su sitio. Isabel, en plena adolescencia, lleva de cabeza a su familia y amistades. Dedica tanto tiempo a cada tarea, desde acicalarse hasta presentar un trabajo en el instituto, que haría perder los nervios al mismísimo Dalai Lama.
María y Alberto declaran su amor al deporte y visitan a diario el gimnasio. Pero ese amor se paga con la esclavitud de no ver nunca suficientemente esculpido su cuerpo. La lista podría ser interminable, ya que el mundo contiene una legión de personas que han convertido, o confundido, el hacerlo todo bien e incluso el ser buenas personas en una obsesión. Es la obsesión perfeccionista.
Cuenta Antonio Blay que, de pequeños, la ansiedad por encontrar el encaje con el modelo propuesto por nuestros padres conlleva tres estilos diferentes de afrontamiento: rebeldía, inhibición o sumisión. Son estos últimos precisamente los más diestros en el arte de gustar a los demás,de hacerlo todo bien. Se pasan la vida escuchando lindezas sobre su buen hacer, y de hecho obtienen el aplauso, la caricia y el te quiero al mismo tiempo que han demostrado lo bien que ejecutan las ordenes ajenas.
Aunque se supone que deberíamos ser amados por el simple hecho de existir, lo cierto es que, al menos por estas lides, somos altamente valorados por nuestros actos. Es como decir que somos lo que hacemos. Y, aún no siendo cierto, la tarea de dejar de identificarse con nuestros éxitos, el prestigio social, los premios académicos, la aprobación profesional, la admiración de los demás, es costosa. Cuando la estima de nuestros congéneres se ha asociado a nuestros logros, a la perfecta ejecución de lo que se espera de nosotros, devenimos exigentemente perfeccionistas.
PERFECCIONISMO COMO SUMISIÓN
Cuando pretendemos practicar las virtudes hasta el extremo, aparecen los vicios... Criticamos la perfección misma (Pascal Pensées)
Del mismo modo que acabamos haciendo nuestras las voces de nuestros padres y al final nos hablamos a nosotros mismos con su estilo, acabamos exigiéndonos conductas y tareas irreprochables a partir de la idea de que "todo debe hacerse bien". Pero ¿bien para quién? Los perfeccionistas tienen la respuesta muy clara: "Lo hago por mí". Pero ¿es eso cierto?
Aquel niño o aquella niña que tan sumisamente se esmeró en hacerlo todo bien desarrolla de mayor otro tipo de sumisión activa consistente en sentirse mal si no está siempre a la altura de las circunstancias. Pero no a cualquier altura, sino a la mas alta en la que pueda demostrar que hacerlo todo bien, 0 al menos intentarlo, es una bendición. Lo que antes era obediencia ciega, ahora se ha convertido en virtud.
Al llegar a la edad adulta, la persona perfeccionista ha desarrollado una enorme capacidad de captar las necesidades ajenas, así como las expectativas que cada contexto requiere. Se ajusta a ellas como la mano a un guante y no sólo procura evitar errores, sino que intenta hacerse con la admiración de todo el mundo por su excelencia. Antes lo hizo con sus padres; ahora, con los demás sin que nunca lo reconozca. Es duro admitir esa sumisión activa, y por ello prefiere creer que es poseedora de un toque especial, de un arte sin igual.
PERFECCIONISMO COMO OBSESIÓN
El afán de perfección hace a algunas personas totalmente insoportables (Pearl S. Buck)
Cuando el perfeccionismo se entromete en la mayoría de aspectos y ámbitos de una persona, entonces rozamos la obsesión. Y toda obsesión acaba siendo la mejor manera que hemos encontrado de resolver nuestras ansiedades. Y las ansiedades nacen en el seno del miedo.
Pero en lugar de atajar el problema por su raíz, el ansioso lo resuelve por la compulsión controladora. Entonces el perfeccionismo se puede entender como otro mecanismo de control que nos hemos inventado los humanos. Y como siempre, aquello que hacemos para resolver nuestros entuertos acaba convirtiéndose en el problema.
El psicoterapeuta Allan E. Mallinger afirma: "Ser perfecto y no dejar lugar a las críticas es una de las maneras que usa el obsesivo para ejercer control en sus relaciones". Para conseguirlo, el perfeccionista debe hacer malabarismos que lo agotan: debe esforzarse siempre en evitar errores y demostrar su competencia. Lo contrario, recibir críticas o reproches, mostrarse débil o inseguro, es tanto como morir.
Por eso suele ser común que los perfeccionistas sean grandes controladores, sobre todo emocionalmente, no vaya a ser que por mostrarse iracundos o inadecuados queden mal, o se les aprecie una fragilidad dañina. La represión es su fuerte; el sobreesfuerzo, su constante, y el control, su aliado. Lo bueno del caso es que en el fondo lo pasan mal, sufren, eso sí, a cambio de recibir el halago, como el actor recibe el aplauso al final. Con el tiempo, ni eso les sirve.
LA ETERNA INSATISFACCIÓN
La perfección es una pulida colección de errores (Mario Benedetti)
No es necesario vivir así. No hace falta pasar por esta vida con cara de eterno descontento. Se puede ser feliz sin tanta obsesión. 0 tal vez cabe decir que solo va a existir algo de felicidad al abandonar nuestras conductas compulsivas. Nos hemos apegado a ellas y se han convertido en una identidad: "soy perfeccionista". Pero nadie es solo eso que cree ser. Entramos y salimos de nuestras diversas identidades, excepto aquellas personas que han escogido un único camino, una sola manera de estar en el mundo, rígida y compulsiva. Cierto que acaban siendo genio y figura, pero a costa de vivir atrapadas en su propio personaje. ¿Cómo salir de ahí? ¡Rompiéndolo! Permitirse el error, el desagradar, decir que no, reconocer que a veces no se sabe mas. Vale la pena hacer un elogio ala imperfección. Vale la pena aligerarse de la pesada carga de tener que llegar a "ser alguien", de hacerlo "todo bien" y de pasar por este mundo habiendo sido casi un santón.
Pero mis amados perfeccionistas replicaran a estas palabras con su tendencia a los extremos, 0 sea, si no soy bueno, soy malo; si cometo errores entonces no valgo. Y el juego vuelve a comenzar. Fue Dürckheim quien afirmó que estar en concordancia con el ser no significa estar en un estado de perfección. Querer alcanzar la perfección es un error si se quiere andar por el camino de la verdad, 0 sea, el de la humildad. Todo lo que le falta al perfeccionista .•
Algunas personas parece que pasan por esta vida con un solo propósito: hacerlo todo bien. Es tanta su autoexigencia que rozan sin saberlo la obsesión. Son conocidos como perfeccionistas y viven bajo el síndrome de la eterna insatisfacción.
Marta es una chica encantadora, admirada por todo el mundo y también envidiada por su infalibilidad. Lo tiene todo, aunque a un precio riguroso: la eterna insatisfacción. También podría describirse el caso de Pedro, un alto ejecutivo cuya elevada autoexigencia es un regalo para su empresa, pero una condena para sus colaboradores. Su perfeccionismo es inaguantable.
Ismael, con apenas tres anos, llama la atención por su capacidad de ordenar todas las cosas. Cierto que primero las desordena, pero, a tan tierna edad, no se acuesta sin dejar cada cosa en su sitio. Isabel, en plena adolescencia, lleva de cabeza a su familia y amistades. Dedica tanto tiempo a cada tarea, desde acicalarse hasta presentar un trabajo en el instituto, que haría perder los nervios al mismísimo Dalai Lama.
María y Alberto declaran su amor al deporte y visitan a diario el gimnasio. Pero ese amor se paga con la esclavitud de no ver nunca suficientemente esculpido su cuerpo. La lista podría ser interminable, ya que el mundo contiene una legión de personas que han convertido, o confundido, el hacerlo todo bien e incluso el ser buenas personas en una obsesión. Es la obsesión perfeccionista.
Cuenta Antonio Blay que, de pequeños, la ansiedad por encontrar el encaje con el modelo propuesto por nuestros padres conlleva tres estilos diferentes de afrontamiento: rebeldía, inhibición o sumisión. Son estos últimos precisamente los más diestros en el arte de gustar a los demás,de hacerlo todo bien. Se pasan la vida escuchando lindezas sobre su buen hacer, y de hecho obtienen el aplauso, la caricia y el te quiero al mismo tiempo que han demostrado lo bien que ejecutan las ordenes ajenas.
Aunque se supone que deberíamos ser amados por el simple hecho de existir, lo cierto es que, al menos por estas lides, somos altamente valorados por nuestros actos. Es como decir que somos lo que hacemos. Y, aún no siendo cierto, la tarea de dejar de identificarse con nuestros éxitos, el prestigio social, los premios académicos, la aprobación profesional, la admiración de los demás, es costosa. Cuando la estima de nuestros congéneres se ha asociado a nuestros logros, a la perfecta ejecución de lo que se espera de nosotros, devenimos exigentemente perfeccionistas.
PERFECCIONISMO COMO SUMISIÓN
Cuando pretendemos practicar las virtudes hasta el extremo, aparecen los vicios... Criticamos la perfección misma (Pascal Pensées)
Del mismo modo que acabamos haciendo nuestras las voces de nuestros padres y al final nos hablamos a nosotros mismos con su estilo, acabamos exigiéndonos conductas y tareas irreprochables a partir de la idea de que "todo debe hacerse bien". Pero ¿bien para quién? Los perfeccionistas tienen la respuesta muy clara: "Lo hago por mí". Pero ¿es eso cierto?
Aquel niño o aquella niña que tan sumisamente se esmeró en hacerlo todo bien desarrolla de mayor otro tipo de sumisión activa consistente en sentirse mal si no está siempre a la altura de las circunstancias. Pero no a cualquier altura, sino a la mas alta en la que pueda demostrar que hacerlo todo bien, 0 al menos intentarlo, es una bendición. Lo que antes era obediencia ciega, ahora se ha convertido en virtud.
Al llegar a la edad adulta, la persona perfeccionista ha desarrollado una enorme capacidad de captar las necesidades ajenas, así como las expectativas que cada contexto requiere. Se ajusta a ellas como la mano a un guante y no sólo procura evitar errores, sino que intenta hacerse con la admiración de todo el mundo por su excelencia. Antes lo hizo con sus padres; ahora, con los demás sin que nunca lo reconozca. Es duro admitir esa sumisión activa, y por ello prefiere creer que es poseedora de un toque especial, de un arte sin igual.
PERFECCIONISMO COMO OBSESIÓN
El afán de perfección hace a algunas personas totalmente insoportables (Pearl S. Buck)
Cuando el perfeccionismo se entromete en la mayoría de aspectos y ámbitos de una persona, entonces rozamos la obsesión. Y toda obsesión acaba siendo la mejor manera que hemos encontrado de resolver nuestras ansiedades. Y las ansiedades nacen en el seno del miedo.
Pero en lugar de atajar el problema por su raíz, el ansioso lo resuelve por la compulsión controladora. Entonces el perfeccionismo se puede entender como otro mecanismo de control que nos hemos inventado los humanos. Y como siempre, aquello que hacemos para resolver nuestros entuertos acaba convirtiéndose en el problema.
El psicoterapeuta Allan E. Mallinger afirma: "Ser perfecto y no dejar lugar a las críticas es una de las maneras que usa el obsesivo para ejercer control en sus relaciones". Para conseguirlo, el perfeccionista debe hacer malabarismos que lo agotan: debe esforzarse siempre en evitar errores y demostrar su competencia. Lo contrario, recibir críticas o reproches, mostrarse débil o inseguro, es tanto como morir.
Por eso suele ser común que los perfeccionistas sean grandes controladores, sobre todo emocionalmente, no vaya a ser que por mostrarse iracundos o inadecuados queden mal, o se les aprecie una fragilidad dañina. La represión es su fuerte; el sobreesfuerzo, su constante, y el control, su aliado. Lo bueno del caso es que en el fondo lo pasan mal, sufren, eso sí, a cambio de recibir el halago, como el actor recibe el aplauso al final. Con el tiempo, ni eso les sirve.
LA ETERNA INSATISFACCIÓN
La perfección es una pulida colección de errores (Mario Benedetti)
No es necesario vivir así. No hace falta pasar por esta vida con cara de eterno descontento. Se puede ser feliz sin tanta obsesión. 0 tal vez cabe decir que solo va a existir algo de felicidad al abandonar nuestras conductas compulsivas. Nos hemos apegado a ellas y se han convertido en una identidad: "soy perfeccionista". Pero nadie es solo eso que cree ser. Entramos y salimos de nuestras diversas identidades, excepto aquellas personas que han escogido un único camino, una sola manera de estar en el mundo, rígida y compulsiva. Cierto que acaban siendo genio y figura, pero a costa de vivir atrapadas en su propio personaje. ¿Cómo salir de ahí? ¡Rompiéndolo! Permitirse el error, el desagradar, decir que no, reconocer que a veces no se sabe mas. Vale la pena hacer un elogio ala imperfección. Vale la pena aligerarse de la pesada carga de tener que llegar a "ser alguien", de hacerlo "todo bien" y de pasar por este mundo habiendo sido casi un santón.
Pero mis amados perfeccionistas replicaran a estas palabras con su tendencia a los extremos, 0 sea, si no soy bueno, soy malo; si cometo errores entonces no valgo. Y el juego vuelve a comenzar. Fue Dürckheim quien afirmó que estar en concordancia con el ser no significa estar en un estado de perfección. Querer alcanzar la perfección es un error si se quiere andar por el camino de la verdad, 0 sea, el de la humildad. Todo lo que le falta al perfeccionista .•
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