Pecados de la Iglesia. SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ DOMINGO - 07-06-2009
Uno de los recursos más extraordinarios que pone Internet al alcance de cualquier persona es acudir a los textos originales, las citas completas, los documentos íntegros, sin tener que conformarse con versiones y resúmenes, a veces claramente sesgados o muy discutibles. En muchas ocasiones resulta realmente asombroso comprobar qué parte quedó escamoteada por las interpretaciones que nos han llegado a través de la historia.
Un ejemplo magnífico lo constituye la historia completa de Lot, un hombre al que se ha venido poniendo como ejemplo, en el cristianismo, de integridad y de bondad, el único, con su familia, que se salva de la lluvia de fuego que cae sobre Sodoma. Según nos han contado, Lot acogió en su casa a dos forasteros -dos ángeles, aunque él no lo sabía- a quienes defendió contra los otros hombres del pueblo que querían violentarles. ¿Ven como los textos sagrados están en contra de la homosexualidad?, explican los exégetas cristianos. Nadie parece querer continuar con la lectura completa del Génesis 19. Sin duda porque el texto sigue así: "Lot salió donde ellos (los que reclamaban que les entregara a los forasteros), cerró la puerta detrás de él. Y dijo: 'Por favor, hermanos, no hagan esa maldad. Miren, aquí tengo a mis dos hijas que aún no han conocido varón. Se las sacaré y hagan con ellas como bien les parezca; pero a estos hombres no les hagan nada, que para eso han venido al amparo de mi techo"...
Según el Génesis, son estas dos adolescentes las que, huyendo del azufre y del fuego divino, refugiadas en el monte, a solas con su padre y aisladas del mundo, se empeñan en cometer incesto con Lot, a fin de asegurarse descendencia. "Aquella noche embriagaron a su padre y la mayor se acostó con él, sin que él se diese cuenta cuando ella se acostó y se levantó." El monstruo de Amstetten fue provocado por su hija adolescente, podrían decir ahora algunos lectores bíblicos algo despistados y siempre comprensivos con estos delitos.
En cualquier caso, la Iglesia siempre ha creído que existen grados en el pecado y, generalmente, se las ha arreglado para que la escala de perversidad sea benévola con sus príncipes: es mucho más grave que se realicen abortos (por mucho que existan leyes que lo regulen) que el hecho de que decenas, centenares de sacerdotes y religiosos católicos irlandeses hayan cometido abusos con centenares, miles de niños y niñas, confiados a su custodia y educación. Siempre hay grados, dice el cardenal Cañizares. Siempre hay grados, pensaba Lot, dispuesto a que decenas de hombres violaran a sus dos hijas pequeñas si a cambio protegía a dos hombres confiados a su hospitalidad.
Para ponderar mejor qué considera la Iglesia pecado grave, conviene leer el Génesis 19 y conviene leer el informe íntegro sobre el abuso que sufrieron los niños a manos de la Iglesia católica de Irlanda, una de las más influyentes del mundo y una de las que más poder ejerce sobre la vida de sus feligreses. (http://www.childabusecommission.ie)
Viene al caso, también, la lectura completa de la famosa cita de Lord Acton: "El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente". Lord Acton era un aristócrata católico y tenía un periódico, The Rambler, donde promovía la libertad religiosa y política. Sostenía, dicen sus biógrafos, que la Iglesia cumple su función alentando la búsqueda de la verdad científica, histórica y filosófica, y promoviendo la libertad en el mundo de la política. A Lord Acton le inquietaba el poder absoluto que dicen tener el Papa y los obispos: cuanto más poder, más corrupción, incluso en la Iglesia. El periódico duró tres años.
La frase de marras figura en una carta que escribió a un obispo anglicano: "No puedo aceptar la doctrina de que no debemos juzgar al Papa o al Rey como al resto de los hombres, con la presunción favorable de que no hicieron ningún mal. Si hay alguna presunción es, precisamente, contra los ostentadores del poder, incrementándose a medida que lo hace el poder. Todo poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente".
La frase continuaba en un punto y seguido, tan habitualmente escamoteado como el contexto (el poder del Papa) que la precedía. Decía así: "Los grandes hombres son casi siempre hombres miserables".
Pederastia clerical. JOSEP RAMONEDA DOMINGO - 07-06-2009
En medio de una campaña electoral tejida con materiales retóricos para derribo, griterío sin sentido -ha dicho Felipe González-, han sonado como un estruendo las palabras de monseñor Antonio Cañizares sobre el aborto y la pederastia, inmediatamente aplaudidas por Mayor Oreja en su imparable viaje hacia la extrema derecha. Para el cardenal, el aborto es algo mucho peor que la pederastia: "No es comparable, dijo, lo que haya podido pasar en unos cuantos colegios con los millones de vidas destruidas con el aborto".
La frase no tiene desperdicio. Es impresionante el desprecio por el sufrimiento humano que contiene. La violación de un menor es uno de los abusos de poder más abominables que existen. Se utiliza la posición de autoridad para abusar de una criatura que verá seriamente perturbada su evolución y que probablemente quedará marcada para toda su vida. Al cardenal Cañizares le parece una nimiedad. Quizás olvida que la religión que él predica considera pecados mortales tanto el aborto como la pederastia, y no considera atenuante, por lo menos que se sepa, que los pecadores sean funcionarios de Dios. La pederastia es un delito en España, el aborto no, por lo menos en los casos definidos por la ley. Ya sé que la legalidad no hace moralidad, pero estos pederastas con los que tan condescendiente y comprensivo se siente el señor cardenal deberían estar en la cárcel. ¿Qué ha hecho monseñor Cañizares, con su autoridad en la Iglesia, para llevar ante la justicia a aquellos casos de pederastia clerical que se dan y se han dado también en nuestro país? Aparentemente, nada.
Siendo lamentable, lo grave no es que el señor cardenal considere más condenable el aborto que la pederastia. Es una opinión, tan libre de ser expresada como cualquier otra. Que tiene el interés además de que da muchas pistas sobre el que las pronuncia y sobre las prioridades de la Iglesia de la que forma parte. Lo grave es que la frase está pronunciada con una clara intención: minimizar y blanquear los graves casos de pederastia, que se extienden como una plaga por la Iglesia, en todas partes. Cañizares en su esfuerzo por restar importancia al escándalo habla de "lo que haya podido pasar en unos cuantos colegios". Sólo en Irlanda estos "unos cuantos colegios" han producido decenas de miles de víctimas. Cañizares, con poder en Roma, en vez de trabajar para aclarar los abusos de menores, castigar a los culpables y dar una respuesta transparente a la opinión pública mundial, juega a minimizarlo, es decir, a poner en marcha, una vez más, los mecanismos de la ocultación y del olvido. Con la colaboración de las autoridades políticas y de la opinión pública, todo hay que decirlo, que sufren verdaderos ataques de pánico, se supone que por temor de Dios, que se traducen en una ausencia de respuestas críticas que acaba siendo cómplice del oscurantismo vaticano.
Uno de los efectos positivos que ha tenido la globalización ha sido que el mercado de las almas se ha vuelto muy competitivo. Poco a poco se van rompiendo los monopolios territoriales que las distintas religiones habían ido conquistando. Y la disputa por las almas adquiere una virulencia sin precedentes. En algunos lugares, por ejemplo en Latinoamérica, la lucha entre católicos y pentecostalistas es a brazo partido. Esta competencia puede que haga más difícil que las religiones sigan escondiendo sus miserias. El escándalo de los casos de pederastia de la Iglesia católica norteamericana tuvo mucho que ver con estas guerras. Con la competencia al acecho es más difícil evitar que estos crímenes afloren.
Atrapada en el tabú del celibato, la Iglesia católica ha llevado siempre encima el problema de los abusos sexuales de sus profesionales. Nunca ha querido afrontar la cuestión. El sexo en la Iglesia es un fantasma que aparece recurrentemente en la obsesión por la moral sexual de sus feligreses. Su estrategia ha sido siempre ganar el silencio de las víctimas atemorizándolas o con dinero (véase Estados Unidos) y reducir la relevancia de los hechos.
La doble moral del moralista es un argumento recurrente de la conducta humana. La jerarquía católica la ha asumido como una segunda naturaleza. Y la frase de Cañizares es, en este sentido, todo un manifiesto. O si se prefiere un libro de estilo de la casa. Quienes predican una moral de proximidad a las víctimas las convierten en invisibles cuando los verdugos son de su familia. ¿Qué autoridad moral tiene el que se permite tronar contra los comportamientos ajenos -han llegado a comparar el aborto con el Holocausto- y juega a esconder los crímenes propios?
Explicaciones, no disculpas. SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ DOMINGO - 22-03-2009
El anterior Papa, Juan Pablo II, pidió disculpas, más o menos, en 94 ocasiones: a propósito de las Cruzadas, a propósito de Galileo o a propósito del Holocausto... También se lamentó por la opresión a que se sometió a las mujeres. Desde el punto de vista de las no creyentes y, posiblemente, también de muchas creyentes, quizá hubiera sido más oportuno que, en lugar de pedir tanto perdón, hubiera modificado las leyes vaticanas para obligar a la jerarquía católica a mantenerse en compasivo silencio en casos como el de la madre que pidió a los médicos que hicieran abortar a su hija de nueve años, violada y embarazada de gemelos. Cuánto más se hubiera apreciado esa reserva en la actual jerarquía, que la estrepitosa e insensible decisión de los obispos brasileños de excomulgarla.
También hubiera sido muy de agradecer que, en lugar de pedir disculpas dentro de unas décadas, o siglos, el Papa actual se hubiera limitado a mantenerse en humilde silencio sobre el uso de los preservativos como método profiláctico contra el sida.
Es curiosa la facilidad con la que se pide perdón en nuestros días... y lo poco que se dan explicaciones. Juan Pablo II no autorizó nunca que se abrieran los archivos vaticanos para investigar la actuación de uno de sus antecesores, Pío XII, en los años treinta y cuarenta. Uno de los maestros más famosos que tuvo Oxford en el siglo XIX, el teólogo Benjamin Jowett, que era también un gran latinista y un decano estricto y muy coherente, lo tenía más claro: "Nunca pedir disculpas, nunca dar explicaciones", recomendaba a sus selectos alumnos. Ahora, proliferan las disculpas y faltan las aclaraciones.
El líder conservador británico David Cameron lamentó el otro día que su partido no hubiera sido más exigente a la hora de protestar por la excesiva deuda de los bancos. Es obvio que Cameron quería, simplemente, poner en evidencia al primer ministro George Brown, que se niega tozudamente a pedir perdón por nada. Pero lo importante de la situación es que ni uno ni otro, ni Cameron ni Brown, tienen la menor intención de dar explicaciones coherentes y serias sobre cómo se ha podido llegar a este punto sin que existiera una intervención política. Ni ellos, ni sus colegas en el resto del mundo.
Los banqueros y ejecutivos de las empresas financieras y de seguros, afectadas de lleno por el estallido de la crisis, se han disculpado también de forma profusa. Ha pasado en todas partes, desde Islandia a Estados Unidos, aunque la imagen más sincera y triste la han dado estos días, seguramente, los flemáticos británicos. El pobre lord Stevenson, presidente del HBOS, se golpeó el pecho en público: "He pedido disculpas, total y sinceramente, y me siento feliz de volver a pedirlas todas las veces que sea necesario".
Y un apenado Sir Fred Goodwin, ejecutivo del desastroso Royal Bank of Scotland, reconoció "grandes errores" y proclamó que "no podía estar más abrumado y deseoso de pedir perdón". Ni uno ni otro ha hecho lo que los ciudadanos realmente necesitamos: explicar, con pelos y señales, qué hicieron y cómo pudieron tomar esas decisiones tan letales (y productivas para ellos mismos) sin que ninguno de los organismos encargados de controlarles hiciera el menor gesto de alarma.
La inquietante realidad es que nadie ha explicado nada de nada. Se anuncian catástrofes, sacrificios, tiempos "dolorosos y difíciles" (advertencia de Paul Krugman para España en su reciente visita) y quienes los vamos a sufrir, en todo el mundo, no tenemos ni idea de por qué nuestros políticos, en el Gobierno y en la oposición, no hicieron nada para evitarlo. No sabemos por qué nuestras instituciones han sido tan ineficaces a la hora de protegernos.
Quizá lo primero sea impulsar a los Estados para que reaccionen ante la agresión que han sufrido. Pero si los ciudadanos vamos a tener que padecer lo indecible para salir de esta situación, lo razonable es exigir, al mismo tiempo, responsabilidades, políticas y económicas, y no permitir que todo caiga sobre nuestras espaldas sólo con unas simples y elegantes peticiones de perdón.
No se trata de una tragedia provocada por la naturaleza enfurecida sino claramente de una obra de la naturaleza humana. Todo esto era incumbencia de unas personas determinadas que, en todo el mundo y a lo largo de una serie de años, han incumplido con su compromiso más importante.
Uno de los recursos más extraordinarios que pone Internet al alcance de cualquier persona es acudir a los textos originales, las citas completas, los documentos íntegros, sin tener que conformarse con versiones y resúmenes, a veces claramente sesgados o muy discutibles. En muchas ocasiones resulta realmente asombroso comprobar qué parte quedó escamoteada por las interpretaciones que nos han llegado a través de la historia.
Un ejemplo magnífico lo constituye la historia completa de Lot, un hombre al que se ha venido poniendo como ejemplo, en el cristianismo, de integridad y de bondad, el único, con su familia, que se salva de la lluvia de fuego que cae sobre Sodoma. Según nos han contado, Lot acogió en su casa a dos forasteros -dos ángeles, aunque él no lo sabía- a quienes defendió contra los otros hombres del pueblo que querían violentarles. ¿Ven como los textos sagrados están en contra de la homosexualidad?, explican los exégetas cristianos. Nadie parece querer continuar con la lectura completa del Génesis 19. Sin duda porque el texto sigue así: "Lot salió donde ellos (los que reclamaban que les entregara a los forasteros), cerró la puerta detrás de él. Y dijo: 'Por favor, hermanos, no hagan esa maldad. Miren, aquí tengo a mis dos hijas que aún no han conocido varón. Se las sacaré y hagan con ellas como bien les parezca; pero a estos hombres no les hagan nada, que para eso han venido al amparo de mi techo"...
Según el Génesis, son estas dos adolescentes las que, huyendo del azufre y del fuego divino, refugiadas en el monte, a solas con su padre y aisladas del mundo, se empeñan en cometer incesto con Lot, a fin de asegurarse descendencia. "Aquella noche embriagaron a su padre y la mayor se acostó con él, sin que él se diese cuenta cuando ella se acostó y se levantó." El monstruo de Amstetten fue provocado por su hija adolescente, podrían decir ahora algunos lectores bíblicos algo despistados y siempre comprensivos con estos delitos.
En cualquier caso, la Iglesia siempre ha creído que existen grados en el pecado y, generalmente, se las ha arreglado para que la escala de perversidad sea benévola con sus príncipes: es mucho más grave que se realicen abortos (por mucho que existan leyes que lo regulen) que el hecho de que decenas, centenares de sacerdotes y religiosos católicos irlandeses hayan cometido abusos con centenares, miles de niños y niñas, confiados a su custodia y educación. Siempre hay grados, dice el cardenal Cañizares. Siempre hay grados, pensaba Lot, dispuesto a que decenas de hombres violaran a sus dos hijas pequeñas si a cambio protegía a dos hombres confiados a su hospitalidad.
Para ponderar mejor qué considera la Iglesia pecado grave, conviene leer el Génesis 19 y conviene leer el informe íntegro sobre el abuso que sufrieron los niños a manos de la Iglesia católica de Irlanda, una de las más influyentes del mundo y una de las que más poder ejerce sobre la vida de sus feligreses. (http://www.childabusecommission.ie)
Viene al caso, también, la lectura completa de la famosa cita de Lord Acton: "El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente". Lord Acton era un aristócrata católico y tenía un periódico, The Rambler, donde promovía la libertad religiosa y política. Sostenía, dicen sus biógrafos, que la Iglesia cumple su función alentando la búsqueda de la verdad científica, histórica y filosófica, y promoviendo la libertad en el mundo de la política. A Lord Acton le inquietaba el poder absoluto que dicen tener el Papa y los obispos: cuanto más poder, más corrupción, incluso en la Iglesia. El periódico duró tres años.
La frase de marras figura en una carta que escribió a un obispo anglicano: "No puedo aceptar la doctrina de que no debemos juzgar al Papa o al Rey como al resto de los hombres, con la presunción favorable de que no hicieron ningún mal. Si hay alguna presunción es, precisamente, contra los ostentadores del poder, incrementándose a medida que lo hace el poder. Todo poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente".
La frase continuaba en un punto y seguido, tan habitualmente escamoteado como el contexto (el poder del Papa) que la precedía. Decía así: "Los grandes hombres son casi siempre hombres miserables".
Pederastia clerical. JOSEP RAMONEDA DOMINGO - 07-06-2009
En medio de una campaña electoral tejida con materiales retóricos para derribo, griterío sin sentido -ha dicho Felipe González-, han sonado como un estruendo las palabras de monseñor Antonio Cañizares sobre el aborto y la pederastia, inmediatamente aplaudidas por Mayor Oreja en su imparable viaje hacia la extrema derecha. Para el cardenal, el aborto es algo mucho peor que la pederastia: "No es comparable, dijo, lo que haya podido pasar en unos cuantos colegios con los millones de vidas destruidas con el aborto".
La frase no tiene desperdicio. Es impresionante el desprecio por el sufrimiento humano que contiene. La violación de un menor es uno de los abusos de poder más abominables que existen. Se utiliza la posición de autoridad para abusar de una criatura que verá seriamente perturbada su evolución y que probablemente quedará marcada para toda su vida. Al cardenal Cañizares le parece una nimiedad. Quizás olvida que la religión que él predica considera pecados mortales tanto el aborto como la pederastia, y no considera atenuante, por lo menos que se sepa, que los pecadores sean funcionarios de Dios. La pederastia es un delito en España, el aborto no, por lo menos en los casos definidos por la ley. Ya sé que la legalidad no hace moralidad, pero estos pederastas con los que tan condescendiente y comprensivo se siente el señor cardenal deberían estar en la cárcel. ¿Qué ha hecho monseñor Cañizares, con su autoridad en la Iglesia, para llevar ante la justicia a aquellos casos de pederastia clerical que se dan y se han dado también en nuestro país? Aparentemente, nada.
Siendo lamentable, lo grave no es que el señor cardenal considere más condenable el aborto que la pederastia. Es una opinión, tan libre de ser expresada como cualquier otra. Que tiene el interés además de que da muchas pistas sobre el que las pronuncia y sobre las prioridades de la Iglesia de la que forma parte. Lo grave es que la frase está pronunciada con una clara intención: minimizar y blanquear los graves casos de pederastia, que se extienden como una plaga por la Iglesia, en todas partes. Cañizares en su esfuerzo por restar importancia al escándalo habla de "lo que haya podido pasar en unos cuantos colegios". Sólo en Irlanda estos "unos cuantos colegios" han producido decenas de miles de víctimas. Cañizares, con poder en Roma, en vez de trabajar para aclarar los abusos de menores, castigar a los culpables y dar una respuesta transparente a la opinión pública mundial, juega a minimizarlo, es decir, a poner en marcha, una vez más, los mecanismos de la ocultación y del olvido. Con la colaboración de las autoridades políticas y de la opinión pública, todo hay que decirlo, que sufren verdaderos ataques de pánico, se supone que por temor de Dios, que se traducen en una ausencia de respuestas críticas que acaba siendo cómplice del oscurantismo vaticano.
Uno de los efectos positivos que ha tenido la globalización ha sido que el mercado de las almas se ha vuelto muy competitivo. Poco a poco se van rompiendo los monopolios territoriales que las distintas religiones habían ido conquistando. Y la disputa por las almas adquiere una virulencia sin precedentes. En algunos lugares, por ejemplo en Latinoamérica, la lucha entre católicos y pentecostalistas es a brazo partido. Esta competencia puede que haga más difícil que las religiones sigan escondiendo sus miserias. El escándalo de los casos de pederastia de la Iglesia católica norteamericana tuvo mucho que ver con estas guerras. Con la competencia al acecho es más difícil evitar que estos crímenes afloren.
Atrapada en el tabú del celibato, la Iglesia católica ha llevado siempre encima el problema de los abusos sexuales de sus profesionales. Nunca ha querido afrontar la cuestión. El sexo en la Iglesia es un fantasma que aparece recurrentemente en la obsesión por la moral sexual de sus feligreses. Su estrategia ha sido siempre ganar el silencio de las víctimas atemorizándolas o con dinero (véase Estados Unidos) y reducir la relevancia de los hechos.
La doble moral del moralista es un argumento recurrente de la conducta humana. La jerarquía católica la ha asumido como una segunda naturaleza. Y la frase de Cañizares es, en este sentido, todo un manifiesto. O si se prefiere un libro de estilo de la casa. Quienes predican una moral de proximidad a las víctimas las convierten en invisibles cuando los verdugos son de su familia. ¿Qué autoridad moral tiene el que se permite tronar contra los comportamientos ajenos -han llegado a comparar el aborto con el Holocausto- y juega a esconder los crímenes propios?
Explicaciones, no disculpas. SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ DOMINGO - 22-03-2009
El anterior Papa, Juan Pablo II, pidió disculpas, más o menos, en 94 ocasiones: a propósito de las Cruzadas, a propósito de Galileo o a propósito del Holocausto... También se lamentó por la opresión a que se sometió a las mujeres. Desde el punto de vista de las no creyentes y, posiblemente, también de muchas creyentes, quizá hubiera sido más oportuno que, en lugar de pedir tanto perdón, hubiera modificado las leyes vaticanas para obligar a la jerarquía católica a mantenerse en compasivo silencio en casos como el de la madre que pidió a los médicos que hicieran abortar a su hija de nueve años, violada y embarazada de gemelos. Cuánto más se hubiera apreciado esa reserva en la actual jerarquía, que la estrepitosa e insensible decisión de los obispos brasileños de excomulgarla.
También hubiera sido muy de agradecer que, en lugar de pedir disculpas dentro de unas décadas, o siglos, el Papa actual se hubiera limitado a mantenerse en humilde silencio sobre el uso de los preservativos como método profiláctico contra el sida.
Es curiosa la facilidad con la que se pide perdón en nuestros días... y lo poco que se dan explicaciones. Juan Pablo II no autorizó nunca que se abrieran los archivos vaticanos para investigar la actuación de uno de sus antecesores, Pío XII, en los años treinta y cuarenta. Uno de los maestros más famosos que tuvo Oxford en el siglo XIX, el teólogo Benjamin Jowett, que era también un gran latinista y un decano estricto y muy coherente, lo tenía más claro: "Nunca pedir disculpas, nunca dar explicaciones", recomendaba a sus selectos alumnos. Ahora, proliferan las disculpas y faltan las aclaraciones.
El líder conservador británico David Cameron lamentó el otro día que su partido no hubiera sido más exigente a la hora de protestar por la excesiva deuda de los bancos. Es obvio que Cameron quería, simplemente, poner en evidencia al primer ministro George Brown, que se niega tozudamente a pedir perdón por nada. Pero lo importante de la situación es que ni uno ni otro, ni Cameron ni Brown, tienen la menor intención de dar explicaciones coherentes y serias sobre cómo se ha podido llegar a este punto sin que existiera una intervención política. Ni ellos, ni sus colegas en el resto del mundo.
Los banqueros y ejecutivos de las empresas financieras y de seguros, afectadas de lleno por el estallido de la crisis, se han disculpado también de forma profusa. Ha pasado en todas partes, desde Islandia a Estados Unidos, aunque la imagen más sincera y triste la han dado estos días, seguramente, los flemáticos británicos. El pobre lord Stevenson, presidente del HBOS, se golpeó el pecho en público: "He pedido disculpas, total y sinceramente, y me siento feliz de volver a pedirlas todas las veces que sea necesario".
Y un apenado Sir Fred Goodwin, ejecutivo del desastroso Royal Bank of Scotland, reconoció "grandes errores" y proclamó que "no podía estar más abrumado y deseoso de pedir perdón". Ni uno ni otro ha hecho lo que los ciudadanos realmente necesitamos: explicar, con pelos y señales, qué hicieron y cómo pudieron tomar esas decisiones tan letales (y productivas para ellos mismos) sin que ninguno de los organismos encargados de controlarles hiciera el menor gesto de alarma.
La inquietante realidad es que nadie ha explicado nada de nada. Se anuncian catástrofes, sacrificios, tiempos "dolorosos y difíciles" (advertencia de Paul Krugman para España en su reciente visita) y quienes los vamos a sufrir, en todo el mundo, no tenemos ni idea de por qué nuestros políticos, en el Gobierno y en la oposición, no hicieron nada para evitarlo. No sabemos por qué nuestras instituciones han sido tan ineficaces a la hora de protegernos.
Quizá lo primero sea impulsar a los Estados para que reaccionen ante la agresión que han sufrido. Pero si los ciudadanos vamos a tener que padecer lo indecible para salir de esta situación, lo razonable es exigir, al mismo tiempo, responsabilidades, políticas y económicas, y no permitir que todo caiga sobre nuestras espaldas sólo con unas simples y elegantes peticiones de perdón.
No se trata de una tragedia provocada por la naturaleza enfurecida sino claramente de una obra de la naturaleza humana. Todo esto era incumbencia de unas personas determinadas que, en todo el mundo y a lo largo de una serie de años, han incumplido con su compromiso más importante.
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