Si sabe sufrir, sufrirá menos. JENNY MOIX. EL PAIS SEMANAL - 17-05-2009
Una desgracia imprevista, la enfermedad o la pérdida de un ser querido llena de dolor nuestra vida. El sufrimiento es algo consustancial con la vida. Existe, está ahí. Pero si lo aceptamos, saldremos adelante.
Como cualquier persona, a veces lloro. Y en más de una ocasión, amigos de verdad, con la confianza que la amistad permite, me han soltado: “En casa del herrero, cuchillo de palo”. Detrás de esa sentencia se esconde la premisa de que como soy psicóloga no debería sufrir. Esta idea me resulta tan inocente que me conmueve.
En nuestros días consideramos el sufrimiento como algo antinatural. Recuerdo una charla a la que asistí en el que se abordó el tema del sufrimiento. La conferenciante pidió al nutrido grupo de personas que se congregaban en la sala que levantaran la mano si alguna vez, cuando sufrían, alguien les había insinuado que no estaban bien psicológicamente o que deberían tomarse antidepresivos. Conclusión: fueron muchos los que la levantaron.
Está claro que vemos el sufrimiento como algo anormal, y no es de extrañar, es lo que nos venden. De la imagen que nos proyectan los anuncios publicitarios no hace falta ni hablar, pero incluso algunos libros de autoayuda intentan convencernos de que si seguimos sus pasos eliminaremos completamente nuestro sufrimiento. O sea, que nos inculcan que si sufrimos es porque queremos. Y andar a cuestas con la idea de que somos culpables de nuestro sufrimiento sí que nos lo agranda.
La imagen que proyectan los que nos rodean, con sus corazas, también nos lleva a creer que los únicos que sufrimos somos nosotros. “Esto sólo me pasa a mí” es una de las frases más repetidas que he oído a muchos pacientes. Visto desde fuera, casi parece un chiste; llega una persona, te explica un problema y añade “esto sólo me pasa a mí”. La siguiente expone otra situación del mismo calibre y también acaba con el mismo comentario. Y así sucesivamente. Por eso, las terapias de grupo añaden un elemento terapéutico que no poseen las individuales; en ellas, las personas se despojan de sus máscaras y se dan cuenta de que en el fondo nuestros sufrimientos son muy parecidos y el “sólo-me-pasa-a-mí” desaparece.
Cómo interpretamos nuestro sufrimiento
“Si consideramos que el sufrimiento es algo antinatural, acabaremos queriendo buscar un culpable” (Dalai Lama)
La escritora y periodista Rosa Montero comentaba en estas páginas de El País Semanal: “No hay vida sin su cuota de sufrimiento”. Todos sufrimos, está claro; lo que nos diferencia es cómo interpretamos este sufrimiento y cómo lo gestionamos. El mismo sufrimiento se ensanchará o reducirá según lo que hagamos con él; por eso, si aprendemos a sufrir, sufriremos menos.
En mi memoria quedaron guardadas las palabras de una mujer que asistió a unas sesiones psicoeducativas de grupo que yo impartía. Ella era la más joven del grupo, tenía unos 30 años. Sufría una enfermedad por la que ya había conseguido la baja laboral definitiva, y su vida se encontraba muy limitada. Al acabar las sesiones dijo: “Antes cuando lloraba me sentía como una desgraciada, ahora cuando lloro sé que es normal”. A veces cuando sufrimos pensamos que somos unos incompetentes porque no sabemos afrontar adecuadamente los reveses de la vida. Entonces, nuestro sufrimiento aumenta. Interpretar el sufrimiento como algo natural puede proporcionar mucha serenidad.
En ocasiones, el sufrimiento de algunas personas, visto desde fuera, es totalmente incomprensible. En un mundo en el que desgraciadamente las guerras y el hambre son un escenario cotidiano, algunos seres humanos se deprimen profundamente porque se les ha muerto el canario. El ejemplo parece cómico, pero es real, las nimiedades que a veces nos desbordan son ridículas. También resulta impactante cuando alguien cuenta algún hecho grave, como por ejemplo la muerte de un ser querido, de una forma muy intensa con lágrimas en los ojos, con el alma desgarrada, y cuando preguntas cuándo sucedió, te contesta que 15 o 20 años atrás. Aunque el sufrimiento lo debemos contemplar como algo normal, su desproporción o cronicidad nos debe alertar. Obviamente detrás de la causa declarada del mismo (la muerte del canario o la pérdida de una persona querida hace décadas) se agolpan muchas inseguridades, miedos, ansiedades, dudas, que son lo que realmente provocan la pesadumbre. En estos casos es aconsejable acudir a un profesional para que nos ayude.
Cómo el sufrimiento afecta nuestras relaciones
“El corazón tiene sus dolores privados: ni siquiera todas las grandes causas de este mundo pueden impedir que llore por un amor perdido” (Arnold Wesker)
El sufrimiento puede acercarnos o alejarnos de los demás. Cuando nos pasa algo, para nosotros terrible, y empezamos a sufrir, a veces caemos en el error de pensar que si nosotros no conocíamos lo que era sufrir hasta ahora, los demás tampoco. Conclusión, somos los que más sufrimos en este mundo. Un fallo de humildad incluso en nuestro sufrimiento.
Este sufrimiento egocentrista nos vuelve hiperreflexivos; sólo pensamos en nuestro sufrimiento, en qué lo ha causado, y esta hiperreflexividad se puede volver en nuestra contra. Según Mario Pérez-Álvarez, profesor de psicología de la Universidad de Oviedo, puede ser una de las causas de muchos trastornos mentales.
Como nosotros somos el centro del universo por lo que llegamos a sufrir, creemos que son los demás los que deben girar alrededor nuestro preocupándose por nuestro estado de ánimo. Pensamos que los que orbitan a nuestro alrededor no sufren como nosotros, así que no merecen nuestra atención, que debe ir dirigida sólo a nuestro padecimiento. Y si los de nuestro alrededor no se desviven por nuestra situación como nosotros quisiéramos, no somos capaces de llegar a pensar que quizá los otros también están sufriendo y no tienen espacio para pensar en la que nos parece la situación más fuerte del mundo: la nuestra.
Afortunadamente, a algunas personas el sufrimiento no los aleja del resto, sino que los une. El sufrimiento puede dar unas grandes y utilísimas lecciones de humildad. El “esto-a-mí-no-me-pasará-nunca” se destierra automáticamente de nuestra boca. De repente, al sufrir entendemos mucho más a las personas. Las actuaciones de los demás las interpretamos desde su sufrimiento, ya no se ven tantas malas intenciones, sino que nos damos cuenta de que sus comportamientos pueden venir de sus miedos, sus inseguridades, su desesperación… En estos casos, el sufrimiento nos vuelve humanos y más lúcidos.
Cómo gestionamos nuestro sufrimiento
“Sólo podemos curarnos del sufrimiento experimentándolo completamente” (Marcel Proust)
Un tipo muy acotado de sufrimiento son las fobias. Podemos tener fobia a las arañas, a las alturas, a los espacios cerrados… Evitar a las arañas es algo relativamente fácil en nuestro mundo de asfalto y por tanto poco limitador. Evitar las alturas y los espacios cerrados ya es más complicado, pero muchos fóbicos se arreglan la vida evitando ascensores, aviones, y pueden convivir así más o menos bien con su fobia. De esta forma, ni siquiera se plantean un tratamiento, cuando existen terapias de conducta realmente eficaces para estos casos.
No todos los miedos que experimentamos son tan específicos como las fobias, sino que son mucho más difusos, muchas veces no los podemos ni verbalizar. Estamos constantemente temiendo algo. Ante una sensación de sufrimiento tan inconcreto, parece que lo que da miedo es la vida misma. Y acabamos evitando vivir. Algunos se dan a la bebida; otros, al trabajo o entregándose a los demás y olvidándose de sí mismos; algunos, instalándose en rutinas.
Cuando se habla de aceptar el sufrimiento, lo relacionamos con “resignación”. Y no, no tiene nada que ver “aceptación” con “resignación”. Solemos asociar la resignación con no hacer nada porque no se puede cambiar. En cambio, cuando aceptamos el sufrimiento, cuando somos capaces de mirarlo a la cara, en lugar de evitar lo que nos preocupa porque no queremos que nos haga sufrir, nos arremangamos y empezamos a actuar para solucionarlo. Cuando queremos evitar el sufrimiento, evitamos también la solución del problema; cuando lo aceptamos, tenemos más puntos para poder resolverlo.
Claro que hay situaciones que, de entrada, podríamos calificar de irresolubles, aunque incluso en situaciones tan extremas como las de los enfermos terminales, siempre hay algo que se puede hacer para mejorar su situación (disminuir su dolor físico, introducir pequeñas ilusiones diarias…), pero estas acciones sólo las podremos llevar a cabo si somos capaces de abordarlas y, paralelamente, sufrir. Si no somos capaces de sufrir, no podremos sobrellevar la situación, nos desbordaremos y no mejoraremos nada.
Se trata, pues, de aceptar el sufrimiento y dejarle un espacio. No dejar que se desborde y afecte a todas las áreas de nuestra vida, hemos de ponerle unos límites e intentar disfrutar del resto de cosas que nos ofrece la vida. Un conmovedor ejemplo es el de Morrie Schwartz, descrito en el libro Martes con mi viejo profesor, de Mitch Albom. Morrie era un catedrático que sufrió una patología despiadada que le iba limitando poco a poco. En las últimas fases de la enfermedad, Mitch le preguntó si sentía lástima de sí mismo, a lo que éste respondió: “A veces, por la mañana. Es entonces cuando me lamento. Me palpo el cuerpo. Muevo los dedos y las manos, en la medida en que todavía puedo moverlos, y deploro lo que he perdido. Pero a continuación dejo de lamentarme… Me concentro en todas las cosas buenas que me quedan en la vida. En las personas que vienen a verme. En las anécdotas que voy a oír”.
Unas palabras aleccionadoras que nos hablan de sufrimiento, pero de un sufrimiento encauzado. No olvidemos que lo que nos hunde más no es el sufrimiento en sí mismo, sino lo que nos perdemos por sufrir.
Todos sufrimos
1. “Casi toda la humanidad tiene tus mismas dificultades, ¿no te lo había contado? Si no tienes lo que quieres, sufres; si tienes lo que no quieres, también sufres; incluso si tienes exactamente lo que quieres, sigues sufriendo porque no lo puedes tener siempre”. Ésta es una cita de D. Millman que resume bien la situación.
2. Nos construimos una vida “segura” para evitar peligros y en realidad lo que evitamos es la vida.
3. Hay que actuar como en el caso de las fobias y afrontarlas. Lo que debemos hacer es no caer en la tentación de evitar, sino exponernos a lo que nos amenaza.
4. Tenemos miedo a sufrir y la clave para no hacerlo se encuentra en la aceptación de este sufrimiento.
Para saber sufrir
Películas ‘La vida es bella’, de Roberto Benigni. ‘Quédate a mi lado’, de Chris Columbus. ‘Nacido el cuatro de julio’, de Oliver Stone. ‘Mar adentro’, de Alejandro Amenábar.
Libros ‘Martes con mi viejo profesor’, de Mitch Albom (editorial Maeva, 2000). ‘El aprendizaje de la serenidad’, de Rafael Navarrete (San Pablo, 1993). ‘Psicología del sufrimiento y de la muerte’, de Ramón Bayés (Martínez Roca, 2001). ‘Terapia de aceptación y compromiso’, de Kelly G. Wilson y María Carmen Luciano (Pirámide, 2002).
Música ‘Sinfonías’ de Allan Pettersson. ‘Responsori de tenebres’ (1611). Carlo Gesualdo, The Hilliard Ensemble. ‘Tears in heaven’, de Eric Clapton.
foto It's All Over But The Suffering /
Una desgracia imprevista, la enfermedad o la pérdida de un ser querido llena de dolor nuestra vida. El sufrimiento es algo consustancial con la vida. Existe, está ahí. Pero si lo aceptamos, saldremos adelante.
Como cualquier persona, a veces lloro. Y en más de una ocasión, amigos de verdad, con la confianza que la amistad permite, me han soltado: “En casa del herrero, cuchillo de palo”. Detrás de esa sentencia se esconde la premisa de que como soy psicóloga no debería sufrir. Esta idea me resulta tan inocente que me conmueve.
En nuestros días consideramos el sufrimiento como algo antinatural. Recuerdo una charla a la que asistí en el que se abordó el tema del sufrimiento. La conferenciante pidió al nutrido grupo de personas que se congregaban en la sala que levantaran la mano si alguna vez, cuando sufrían, alguien les había insinuado que no estaban bien psicológicamente o que deberían tomarse antidepresivos. Conclusión: fueron muchos los que la levantaron.
Está claro que vemos el sufrimiento como algo anormal, y no es de extrañar, es lo que nos venden. De la imagen que nos proyectan los anuncios publicitarios no hace falta ni hablar, pero incluso algunos libros de autoayuda intentan convencernos de que si seguimos sus pasos eliminaremos completamente nuestro sufrimiento. O sea, que nos inculcan que si sufrimos es porque queremos. Y andar a cuestas con la idea de que somos culpables de nuestro sufrimiento sí que nos lo agranda.
La imagen que proyectan los que nos rodean, con sus corazas, también nos lleva a creer que los únicos que sufrimos somos nosotros. “Esto sólo me pasa a mí” es una de las frases más repetidas que he oído a muchos pacientes. Visto desde fuera, casi parece un chiste; llega una persona, te explica un problema y añade “esto sólo me pasa a mí”. La siguiente expone otra situación del mismo calibre y también acaba con el mismo comentario. Y así sucesivamente. Por eso, las terapias de grupo añaden un elemento terapéutico que no poseen las individuales; en ellas, las personas se despojan de sus máscaras y se dan cuenta de que en el fondo nuestros sufrimientos son muy parecidos y el “sólo-me-pasa-a-mí” desaparece.
Cómo interpretamos nuestro sufrimiento
“Si consideramos que el sufrimiento es algo antinatural, acabaremos queriendo buscar un culpable” (Dalai Lama)
La escritora y periodista Rosa Montero comentaba en estas páginas de El País Semanal: “No hay vida sin su cuota de sufrimiento”. Todos sufrimos, está claro; lo que nos diferencia es cómo interpretamos este sufrimiento y cómo lo gestionamos. El mismo sufrimiento se ensanchará o reducirá según lo que hagamos con él; por eso, si aprendemos a sufrir, sufriremos menos.
En mi memoria quedaron guardadas las palabras de una mujer que asistió a unas sesiones psicoeducativas de grupo que yo impartía. Ella era la más joven del grupo, tenía unos 30 años. Sufría una enfermedad por la que ya había conseguido la baja laboral definitiva, y su vida se encontraba muy limitada. Al acabar las sesiones dijo: “Antes cuando lloraba me sentía como una desgraciada, ahora cuando lloro sé que es normal”. A veces cuando sufrimos pensamos que somos unos incompetentes porque no sabemos afrontar adecuadamente los reveses de la vida. Entonces, nuestro sufrimiento aumenta. Interpretar el sufrimiento como algo natural puede proporcionar mucha serenidad.
En ocasiones, el sufrimiento de algunas personas, visto desde fuera, es totalmente incomprensible. En un mundo en el que desgraciadamente las guerras y el hambre son un escenario cotidiano, algunos seres humanos se deprimen profundamente porque se les ha muerto el canario. El ejemplo parece cómico, pero es real, las nimiedades que a veces nos desbordan son ridículas. También resulta impactante cuando alguien cuenta algún hecho grave, como por ejemplo la muerte de un ser querido, de una forma muy intensa con lágrimas en los ojos, con el alma desgarrada, y cuando preguntas cuándo sucedió, te contesta que 15 o 20 años atrás. Aunque el sufrimiento lo debemos contemplar como algo normal, su desproporción o cronicidad nos debe alertar. Obviamente detrás de la causa declarada del mismo (la muerte del canario o la pérdida de una persona querida hace décadas) se agolpan muchas inseguridades, miedos, ansiedades, dudas, que son lo que realmente provocan la pesadumbre. En estos casos es aconsejable acudir a un profesional para que nos ayude.
Cómo el sufrimiento afecta nuestras relaciones
“El corazón tiene sus dolores privados: ni siquiera todas las grandes causas de este mundo pueden impedir que llore por un amor perdido” (Arnold Wesker)
El sufrimiento puede acercarnos o alejarnos de los demás. Cuando nos pasa algo, para nosotros terrible, y empezamos a sufrir, a veces caemos en el error de pensar que si nosotros no conocíamos lo que era sufrir hasta ahora, los demás tampoco. Conclusión, somos los que más sufrimos en este mundo. Un fallo de humildad incluso en nuestro sufrimiento.
Este sufrimiento egocentrista nos vuelve hiperreflexivos; sólo pensamos en nuestro sufrimiento, en qué lo ha causado, y esta hiperreflexividad se puede volver en nuestra contra. Según Mario Pérez-Álvarez, profesor de psicología de la Universidad de Oviedo, puede ser una de las causas de muchos trastornos mentales.
Como nosotros somos el centro del universo por lo que llegamos a sufrir, creemos que son los demás los que deben girar alrededor nuestro preocupándose por nuestro estado de ánimo. Pensamos que los que orbitan a nuestro alrededor no sufren como nosotros, así que no merecen nuestra atención, que debe ir dirigida sólo a nuestro padecimiento. Y si los de nuestro alrededor no se desviven por nuestra situación como nosotros quisiéramos, no somos capaces de llegar a pensar que quizá los otros también están sufriendo y no tienen espacio para pensar en la que nos parece la situación más fuerte del mundo: la nuestra.
Afortunadamente, a algunas personas el sufrimiento no los aleja del resto, sino que los une. El sufrimiento puede dar unas grandes y utilísimas lecciones de humildad. El “esto-a-mí-no-me-pasará-nunca” se destierra automáticamente de nuestra boca. De repente, al sufrir entendemos mucho más a las personas. Las actuaciones de los demás las interpretamos desde su sufrimiento, ya no se ven tantas malas intenciones, sino que nos damos cuenta de que sus comportamientos pueden venir de sus miedos, sus inseguridades, su desesperación… En estos casos, el sufrimiento nos vuelve humanos y más lúcidos.
Cómo gestionamos nuestro sufrimiento
“Sólo podemos curarnos del sufrimiento experimentándolo completamente” (Marcel Proust)
Un tipo muy acotado de sufrimiento son las fobias. Podemos tener fobia a las arañas, a las alturas, a los espacios cerrados… Evitar a las arañas es algo relativamente fácil en nuestro mundo de asfalto y por tanto poco limitador. Evitar las alturas y los espacios cerrados ya es más complicado, pero muchos fóbicos se arreglan la vida evitando ascensores, aviones, y pueden convivir así más o menos bien con su fobia. De esta forma, ni siquiera se plantean un tratamiento, cuando existen terapias de conducta realmente eficaces para estos casos.
No todos los miedos que experimentamos son tan específicos como las fobias, sino que son mucho más difusos, muchas veces no los podemos ni verbalizar. Estamos constantemente temiendo algo. Ante una sensación de sufrimiento tan inconcreto, parece que lo que da miedo es la vida misma. Y acabamos evitando vivir. Algunos se dan a la bebida; otros, al trabajo o entregándose a los demás y olvidándose de sí mismos; algunos, instalándose en rutinas.
Cuando se habla de aceptar el sufrimiento, lo relacionamos con “resignación”. Y no, no tiene nada que ver “aceptación” con “resignación”. Solemos asociar la resignación con no hacer nada porque no se puede cambiar. En cambio, cuando aceptamos el sufrimiento, cuando somos capaces de mirarlo a la cara, en lugar de evitar lo que nos preocupa porque no queremos que nos haga sufrir, nos arremangamos y empezamos a actuar para solucionarlo. Cuando queremos evitar el sufrimiento, evitamos también la solución del problema; cuando lo aceptamos, tenemos más puntos para poder resolverlo.
Claro que hay situaciones que, de entrada, podríamos calificar de irresolubles, aunque incluso en situaciones tan extremas como las de los enfermos terminales, siempre hay algo que se puede hacer para mejorar su situación (disminuir su dolor físico, introducir pequeñas ilusiones diarias…), pero estas acciones sólo las podremos llevar a cabo si somos capaces de abordarlas y, paralelamente, sufrir. Si no somos capaces de sufrir, no podremos sobrellevar la situación, nos desbordaremos y no mejoraremos nada.
Se trata, pues, de aceptar el sufrimiento y dejarle un espacio. No dejar que se desborde y afecte a todas las áreas de nuestra vida, hemos de ponerle unos límites e intentar disfrutar del resto de cosas que nos ofrece la vida. Un conmovedor ejemplo es el de Morrie Schwartz, descrito en el libro Martes con mi viejo profesor, de Mitch Albom. Morrie era un catedrático que sufrió una patología despiadada que le iba limitando poco a poco. En las últimas fases de la enfermedad, Mitch le preguntó si sentía lástima de sí mismo, a lo que éste respondió: “A veces, por la mañana. Es entonces cuando me lamento. Me palpo el cuerpo. Muevo los dedos y las manos, en la medida en que todavía puedo moverlos, y deploro lo que he perdido. Pero a continuación dejo de lamentarme… Me concentro en todas las cosas buenas que me quedan en la vida. En las personas que vienen a verme. En las anécdotas que voy a oír”.
Unas palabras aleccionadoras que nos hablan de sufrimiento, pero de un sufrimiento encauzado. No olvidemos que lo que nos hunde más no es el sufrimiento en sí mismo, sino lo que nos perdemos por sufrir.
Todos sufrimos
1. “Casi toda la humanidad tiene tus mismas dificultades, ¿no te lo había contado? Si no tienes lo que quieres, sufres; si tienes lo que no quieres, también sufres; incluso si tienes exactamente lo que quieres, sigues sufriendo porque no lo puedes tener siempre”. Ésta es una cita de D. Millman que resume bien la situación.
2. Nos construimos una vida “segura” para evitar peligros y en realidad lo que evitamos es la vida.
3. Hay que actuar como en el caso de las fobias y afrontarlas. Lo que debemos hacer es no caer en la tentación de evitar, sino exponernos a lo que nos amenaza.
4. Tenemos miedo a sufrir y la clave para no hacerlo se encuentra en la aceptación de este sufrimiento.
Para saber sufrir
Películas ‘La vida es bella’, de Roberto Benigni. ‘Quédate a mi lado’, de Chris Columbus. ‘Nacido el cuatro de julio’, de Oliver Stone. ‘Mar adentro’, de Alejandro Amenábar.
Libros ‘Martes con mi viejo profesor’, de Mitch Albom (editorial Maeva, 2000). ‘El aprendizaje de la serenidad’, de Rafael Navarrete (San Pablo, 1993). ‘Psicología del sufrimiento y de la muerte’, de Ramón Bayés (Martínez Roca, 2001). ‘Terapia de aceptación y compromiso’, de Kelly G. Wilson y María Carmen Luciano (Pirámide, 2002).
Música ‘Sinfonías’ de Allan Pettersson. ‘Responsori de tenebres’ (1611). Carlo Gesualdo, The Hilliard Ensemble. ‘Tears in heaven’, de Eric Clapton.
foto It's All Over But The Suffering /
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