viernes, junio 11, 2010

La oposición y la objeción al aborto demuestran muy poca fe en la doctrina de la Iglesia y pecado de soberbia tratando de alterar el Plan de Dios

Juan Pablo II (Karol Józef Wojtyła) suprimió el Limbo y decretó como dogma, haciendo uso de su infalibilidad papal, la sola existencia en la vida ultraterrena post mortem de Cielo, Purgatorio e Infierno. Todos los católicos están obligados por la fe y la obediencia a creerlo así.

Los nasciturus abortados van al Cielo. ¿Qué mejor destino para una persona humana? ¿Quién querría privar a alguien de la seguridad de la presencia eterna de Dios frente a la posiblidad de pecar y condenarse a las llamas del Infierno? El cuerpo humano y la duración de la vida no tienen importancia en comparación con el alma inmortal y su destino cierto directo al Paraíso junto a Dios, los santos, los ángeles y todos los justos que allí disfrutan de goces celestiales per soecula seculorum.

Los herejes que practican abortos incurren en pecado mortal, perdiendo su anterior estado de gracia, y, si no rectifican y son perdonados mediante el Sacramento de la Penitencia, sufrirán como castigo merecido la condenación eterna de su alma padeciendo incontables sufrimientos en manos de Satán y sus demonios.

Dios, en el Juicio Final y en los juicios particulares, pondrá en su sitio a cada uno premiando y castigando nuestras acciones. ¿No constituye pecado de Soberbia intentar emular al Ser Supremo tratando de administrar justicia aquí abajo en el mundo?

Obispos, clérigos y seglares orgullosos, que actúan públicamente tratando de influir en la vida política de las naciones para que aprueben como ley civil los preceptos religiosos, van en contra del plan divino. Se atribuyen un papel contrario a los mandamientos de la ley de Dios.
Dios nos ha dado la libertad para acertar o errar, el camino estrecho para la virtud y el ancho para el pecado. Si se prohibe el pecado la virtud pierde su mérito. Si el camino del bien es autovía qué merecimiento tienen los justos.
Es un error grave tratar de imponer coacción mediante leyes para evitar la caída de los fieles ante las tentaciones que propone incesantemente el Maligno. Es ir en contra de Dios.

Sí es lícito rezar por la conversión de los infieles pero jamás obligarles mediante tortura a abrazar la verdadera fe: sería falsa conversión. La fe es un don de Dios. La otorga a unos y la priva a otros.
Si queremos influir sobre los no creyentes es con el ejemplo de nuestras buenas obras (que "son amores, y no las buenas razones", San Pablo dixit) como debemos actuar y no con el insulto, el acoso, la coacción o la fuerza. La generosidad hará más bien que la rabia y la ira. Sólo Dios tiene derecho a ejercer su ira y ningún hombre o mujer puede atribuirse el papel de "brazo del señor". Si alguno de los creyentes recibiera mensajes y mandatos dentro de su cabeza de agredir o hacer daño debe visitar a su director espiritual y a un buen psiquiatra antes que tener que arrepentirse luego de cortar ninguna oreja (como Jesús recriminó al apostol San Pedro que tomó la espada en su defensa arruinando el plan divino escrito por su Padre).

El Dios que ordena matar es un dios falso. Dios manda el amor, la comprensión, la caridad y la tolerancia. Sólo Él ejercerá la justicia en el momento preciso.
Jesucristo bien aclaró este particular cuando dijo que nadie tenía derecho a apedrear a la mujer adúltera. Claro está que lo dijo con su fina ironía y los necios no lo comprenden: "El que esté libre de pecado que tire la primera piedra". Pero ningún hombre o mujer nacido del vientre de su madre está libre de pecado.

Los estados deben ser aconfesionales. Iglesia y estado deben estar separados. Es la voluntad de Dios expresada por Jesús. ("Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios"). La Iglesia no debe participar en política sino velar por el alivio y remedio a los pobres, enfermos y necesitados y la salvación del alma de los creyentes y orar por la conversión de los impios. Esa es la voluntad de Dios Padre. Esa es la doctrina revelada en las Santas Escrituras y especialmente clarificada en los Evangelios que narran la vida del Mesías Jesús el Cristo que vino a redimirnos haciendo ofrenda e inmolación generosa de su propia vida como el Padre lo había dispuesto.

Nadie debe oponerse al Plan de Dios o incurre en pecado mortal de soberbia y también contra el primer mandamiento del decálogo: Amarás a Dios sobre todas las cosas.

Promover actitudes de odio e intolerancia no es "defender a la familia cristiana" sino crear malos ejemplos para los hijos a los que debemos enseñar, siguiendo a Jesús, a amar y perdonar (incluso a nuestros enemigos) y no a recriminar, imprecar, ofender, atacar o repudiar. El Foro de la Familia y la Conferencia Episcopal Española no siguen las enseñanzas de Jesús sino que andan confusos por Lucifer que no ceja en su lucha por llenar el mundo de odio, envidia, ira y enfrentamiento entre los hombres y mujeres.

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