LA REFORMA. DAVID TRUEBA . DIRECTOR DE CINE
Imaginen que uno de esos tipos que conduce su coche a toda velocidad es detectado por un radar de carretera sobrepasando los 20o kilómetros por hora. Imaginen que la Guardia Civil de Tráfico, parapetada tras una curva, sale en su persecución. Imaginen que tras darle el alto, el tipo se arrima al arcén y detiene el coche. Imaginen que los agentes se acercan hasta su ventanilla y le piden al tipo los papeles. Y ahora imaginen que en lugar de ponerle una multa le ofrecen el cargo de Director General de Tráfico. ¿Sorprendente, no? Pues más o menos es lo que está sucediendo en torno a la crisis financiera mundial. Los tipos que se saltaron todos los radares y controles están dictando las reformas. Sin entender un carajo, cada día ocupa nuestros noticiarios el vaivén de las Bolsas, con los rumores malintencionados jugando con fuego. Asistimos desde la valla a la dureza del ajuste griego para tratar de cumplir unos mínimos que sus gobernantes se saltaron. Y esas agencias de calificación reparten sus dictámenes sobre el futuro económico de los países como si fueran la guía Michelin bendiciendo restaurantes, pero lavándose las manos de tantos comensales intoxicados tras seguir sus consejos. Para acabar de rizar el rizo, las máquinas se volvieron locas una mañana y hicieron con el Dow Jones un nuevo juego de peonza. Asumir la inconsistencia del sistema no significa que tengamos que tragar con que los locos dirijan el manicomio, con que los ludópatas sean los directores del casino.
El caso español es aún más desconcertante, porque la representatividad empresarial está en manos de jefes de negocios descarrilados, yporque los adalides del mundo financiero no han sido durante los años de bonanza ejemplos de comportamiento riguroso ni ético. Más o menos suena igual que si un tipo que se ha inflado a comer en un restaurante decide poner a dieta a los camareros. Si uno se detiene a mirar desde la orilla de tanta controversia, descubre que al fondo de todo, disimulado por una barrera de niebla engordada por el humo de muchos puros, hay un calculado ataque al sistema de protección y garantías sociales de Europa. Como si se tratara de crear un clima propicio para que todo el mundo acepte que lo logrado, lo conseguido, tiene que sacrificarse en aras de salvar un sistema financiero errado e injusto. Las famosas oportunidades de la crisis no van a transformarse en control y rediseño de lo que estaba equivocado, sino en reforma de lo que funcionaba. Como si después de que se inundara la casa por una avería de las tuberías del agua, te quitaran el frigorífico.
Es obvio que las reformas son urgentes, pero sería tremendo que con las prisas se olvidaran las razones de por qué hemos llegado hasta aquí.
¿Se acuerdan de las semanas de hundimiento, del rescate bancario, de las promesas de freno a la avaricia? No confíen tanto en la mala memoria. La resistencia puede venir de la incomprensión. Del mismo asombro que nos produciría ver cómo el conductor que iba a 200 por hora decide que lo que hay que hacer es multar a todos los que circulan a menos de cien.
Imaginen que uno de esos tipos que conduce su coche a toda velocidad es detectado por un radar de carretera sobrepasando los 20o kilómetros por hora. Imaginen que la Guardia Civil de Tráfico, parapetada tras una curva, sale en su persecución. Imaginen que tras darle el alto, el tipo se arrima al arcén y detiene el coche. Imaginen que los agentes se acercan hasta su ventanilla y le piden al tipo los papeles. Y ahora imaginen que en lugar de ponerle una multa le ofrecen el cargo de Director General de Tráfico. ¿Sorprendente, no? Pues más o menos es lo que está sucediendo en torno a la crisis financiera mundial. Los tipos que se saltaron todos los radares y controles están dictando las reformas. Sin entender un carajo, cada día ocupa nuestros noticiarios el vaivén de las Bolsas, con los rumores malintencionados jugando con fuego. Asistimos desde la valla a la dureza del ajuste griego para tratar de cumplir unos mínimos que sus gobernantes se saltaron. Y esas agencias de calificación reparten sus dictámenes sobre el futuro económico de los países como si fueran la guía Michelin bendiciendo restaurantes, pero lavándose las manos de tantos comensales intoxicados tras seguir sus consejos. Para acabar de rizar el rizo, las máquinas se volvieron locas una mañana y hicieron con el Dow Jones un nuevo juego de peonza. Asumir la inconsistencia del sistema no significa que tengamos que tragar con que los locos dirijan el manicomio, con que los ludópatas sean los directores del casino.
El caso español es aún más desconcertante, porque la representatividad empresarial está en manos de jefes de negocios descarrilados, yporque los adalides del mundo financiero no han sido durante los años de bonanza ejemplos de comportamiento riguroso ni ético. Más o menos suena igual que si un tipo que se ha inflado a comer en un restaurante decide poner a dieta a los camareros. Si uno se detiene a mirar desde la orilla de tanta controversia, descubre que al fondo de todo, disimulado por una barrera de niebla engordada por el humo de muchos puros, hay un calculado ataque al sistema de protección y garantías sociales de Europa. Como si se tratara de crear un clima propicio para que todo el mundo acepte que lo logrado, lo conseguido, tiene que sacrificarse en aras de salvar un sistema financiero errado e injusto. Las famosas oportunidades de la crisis no van a transformarse en control y rediseño de lo que estaba equivocado, sino en reforma de lo que funcionaba. Como si después de que se inundara la casa por una avería de las tuberías del agua, te quitaran el frigorífico.
Es obvio que las reformas son urgentes, pero sería tremendo que con las prisas se olvidaran las razones de por qué hemos llegado hasta aquí.
¿Se acuerdan de las semanas de hundimiento, del rescate bancario, de las promesas de freno a la avaricia? No confíen tanto en la mala memoria. La resistencia puede venir de la incomprensión. Del mismo asombro que nos produciría ver cómo el conductor que iba a 200 por hora decide que lo que hay que hacer es multar a todos los que circulan a menos de cien.
1 comentario:
Parece mentira, pero ha pasado ya un año desde que David Trueba escribió este artículo, y nada se ha solucionado. Todas las medidas tomadas sólo han servido para debilitar casi definitivamente a la clase trabajadora. Hemos perdido casi todos nuestro derechos en aras de un mercado insaciable, y resignados a soluciones sangrantes y poco o nada efectivas para nuestros problemas. No obstante, los ricos son ahora más ricos, y las diferencias sociales se acrecientan por momentos.
Hasta cuándo vamos a seguir los dictados irracionales e injustos de los mercados, propagados por voceros y palmeros . Periodistas, políticos del bipartidismo y nacionalistas.
Es posible que al final, el problema del paro se solucione, que la deuda se reduzca, pero a que precio. Quizás para este viaje, no necesitemos estas alforjas.
Ya veo pregonar las bondades de las reformas, pero entonces, deberemos empezar de nuevo a reconquistar nuestros derechos. Una vez mas.
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