Ventajas de comunicarse a diario FERRÁN RAMÓN CORTÉS EL PAIS SEMANAL - 18-04-2010
Tuve el privilegio de hacer una conferencia en un pequeño pueblo de la isla de Menorca. Hablé sobre lo mío –la comunicación–, y en el coloquio, un hombre mayor del pueblo me dijo: “Todo esto que cuenta me parece muy interesante, pero estuve hace unos días en su ciudad, Barcelona, y una de las cosas que me llamó más la atención fue que allí ni se saludan: la gente se cruza por la calle y no se dice nada…”.
No estoy seguro de que en una gran ciudad pudiéramos andar saludándonos todos por la calle. Este probablemente sea el encantador privilegio de los pequeños pueblos, pero el comentario de aquel hombre me hizo reflexionar. Porque en las grandes ciudades no nos decimos nada por la calle, y es lógico, pero cada vez nos decimos menos en la oficina, en el ascensor o en el quiosco. Estamos renunciando a la comunicación diaria, con las consecuencias que ello pueda tener para nuestras relaciones y para nuestra propia vida.
UN GESTO DIARIO “Cuando nos comunicamos, no sólo pasamos información, sino que también hacemos relación” (Sebastià Serrano)
Las prisas, la rutina, la falta de atención... Todo ello nos está haciendo perder la comunicación cotidiana. Entramos en la oficina dando un “buenos días” general que no va dirigido a nadie en concreto. Atravesamos largos pasillos sin decir nada a los compañeros que nos vamos cruzando. Entramos en una reunión leyendo el memorándum que llevamos en la mano. Y por el camino perdemos la oportunidad única de sentirnos y hacer sentir a los demás personas. La comunicación cotidiana puede parecernos intrascendente, pero tiene un gran valor. Es expresión de afecto y una gran fuente de motivación. Un “buenos días” sincero y atento o 30 segundos para compartir una pequeña vivencia crean grandes vínculos de relación.
Personas invisibles. En las encuestas de motivación y clima laboral aparecen de forma recurrente los problemas de comunicación entre los empleados y sus jefes. Y una de las expresiones que más se repite es la de que “parece que soy transparente para mi jefe”. Esta queja tiene relación directa con la negligencia en el uso de la comunicación diaria. La encontramos en jefes que entran sin saludar, o las primeras palabras que intercambian con un subordinado son para pedirle algo. Jefes incapaces de percatarse de la cara de cansancio de alguien o de su radiante expresión porque algo especial ha ocurrido.
La primera y fundamental misión de la comunicación diaria es reconocernos mutuamente nuestra presencia y existir para el otro como personas. El saludo, la pequeña charla, el prestar atención a la expresión del otro, hace que sienta que cuenta para nosotros, y es un elemento básico y esencial de motivación.
La empatía es esencial para nuestras relaciones. La reciente investigación neurológica sugiere que son las neuronas espejo las responsables de que seamos capaces de “ponernos en la piel del otro”, de ver el mundo a través de la perspectiva del otro.
El proceso de empatía debe empezar necesariamente por detectarse la existencia mutua. Y a este proceso contribuye de forma decisiva la comunicación diaria. Es más, podemos afirmar que es su primer y primordial objetivo. Entrar en contacto con los demás es el preludio necesario para captar gestos, sus expresiones, para saber de ellos y captar su estado emocional. La empatía empieza por no saltarse la pequeña comunicación.
Además, en la interacción humana se produce un efecto de contagio emocional. Como afirma el profesor Serrano, “las emociones saltan de una mente a otra como si nada, los sentimientos son contagiosos, más que las ideas”. La comunicación cotidiana es la plataforma ideal para “contagiar” a los demás dosis de optimismo, de energía, que contribuyan a mejorar su particular día.
GANAR UNA RELACIÓN “Es más fácil traducir nuestras acciones en sentimientos que nuestros sentimientos en acciones” (James Hunter)
Es cierto que nunca tenemos tiempo, como no menos cierto es que sabemos encontrarlo para lo que nos interesa. A veces podemos percibir como un gasto de tiempo que no nos podemos permitir el relacionarnos constantemente y a diario con los demás, pero puede resultarnos una valiosa inversión. Porque la confianza es lenta y laboriosa de tejer, y, sin embargo, una relación de confianza hace muy eficiente la comunicación y ahorra muchas explicaciones y discusiones innecesarias. En este sentido, la comunicación diaria se ha demostrado como un instrumento infalible de construcción de confianza. Lo que a priori pueda verse como una pérdida de tiempo, se recupera con creces cuando se ha creado una relación.
La comunicación diaria no es un problema de tiempo. Es un problema de hábito. Es cuestión de crear (o recuperar) el hábito. Y con él, descubrir que siempre hay tiempo para este pequeño intercambio.
Asegura el profesor Serrano que el afecto es el primer indicador de la calidad de la comunicación. Debemos proveer de afecto la comunicación diaria. Debe convertirse en la pequeña dosis matinal de cariño que a todos nos gusta recibir o la imprescindible dosis de energía con la que empezar el día.
Hay una diferencia significativa entre la expresión educada y la muestra de afecto. En este sentido, sacar la comunicación diaria del puro protocolo y darle un personal significado es esencial para que cumpla su cometido y transmita el afecto que ha de transmitir. Podemos usar las palabras para esta comunicación, pero tenemos otros poderosos recursos, como la mirada o el tacto. Regalarnos una mirada de complicidad o hacernos un regalo táctil es en muchos casos la mejor manera de comunicarnos con los demás.
¿A diario o en grandes momentos? Cuestioné recientemente a un directivo su descuido por la comunicación diaria. “No te preocupes”, me contestó. “Tengo grandes conversaciones con mi gente cuando lo necesitan y todos saben que mi despacho siempre está abierto”. Es cierto y me consta, y es una gran virtud que tiene. Pero ambas comunicaciones son complementarias y cada una de ellas cumple con una misión. Las grandes conversaciones son para los grandes temas. La pequeña comunicación es para darnos una pequeña dosis matinal de afecto, para darnos día a día la necesaria motivación. Porque a veces nos ayuda tanto este pequeño gesto diario como una larga y trascendente conversación.
Sería deseable que nadie nos pasara desapercibido. Que no tuviéramos prisa al comprar el periódico, que buscásemos con la mirada los ojos del camarero que nos sirve el café. Que todos los que se mueven a nuestro alrededor se sintieran dignos de nuestro aprecio y afecto. Y sería deseable por ellos, pero también por nosotros. Porque, como reza el aforismo, “la mano que te da una rosa siempre conserva una parte de su fragancia”.
Contagiar emoción
Libros: La trilogía de Sebastià Serrano sobre comunicación (El regalo de la comunicación, El instinto de la seducción, Los secretos de la felicidad) constituye un manual imprescindible del hábito de la buena comunicación
Para probar su comunicación diaria
1. ¿Conoce el nombre de pila de sus vecinos?
2. ¿Sabe su quiosquero su nombre?
3. ¿Conoce algún detalle personal del camarero de su bar habitual?
4. ¿Sabe en qué trabajan los padres de los compañeros de escuela de sus hijos?
5. ¿Sabe qué lee su compañero/a de trabajo?
6. ¿Ha subido a la oficina con un café de más para alguien?
7. ¿Celebra los aniversarios con los compañeros?
8. ¿Cuántas veces para cruzando la oficina hasta su despacho?
9. ¿Reconoce a las personas que comparten el transporte público cada día con usted?
10. ¿Saben en la oficina sin lugar a dudas que ha llegado o se ha marchado?
Tuve el privilegio de hacer una conferencia en un pequeño pueblo de la isla de Menorca. Hablé sobre lo mío –la comunicación–, y en el coloquio, un hombre mayor del pueblo me dijo: “Todo esto que cuenta me parece muy interesante, pero estuve hace unos días en su ciudad, Barcelona, y una de las cosas que me llamó más la atención fue que allí ni se saludan: la gente se cruza por la calle y no se dice nada…”.
No estoy seguro de que en una gran ciudad pudiéramos andar saludándonos todos por la calle. Este probablemente sea el encantador privilegio de los pequeños pueblos, pero el comentario de aquel hombre me hizo reflexionar. Porque en las grandes ciudades no nos decimos nada por la calle, y es lógico, pero cada vez nos decimos menos en la oficina, en el ascensor o en el quiosco. Estamos renunciando a la comunicación diaria, con las consecuencias que ello pueda tener para nuestras relaciones y para nuestra propia vida.
UN GESTO DIARIO “Cuando nos comunicamos, no sólo pasamos información, sino que también hacemos relación” (Sebastià Serrano)
Las prisas, la rutina, la falta de atención... Todo ello nos está haciendo perder la comunicación cotidiana. Entramos en la oficina dando un “buenos días” general que no va dirigido a nadie en concreto. Atravesamos largos pasillos sin decir nada a los compañeros que nos vamos cruzando. Entramos en una reunión leyendo el memorándum que llevamos en la mano. Y por el camino perdemos la oportunidad única de sentirnos y hacer sentir a los demás personas. La comunicación cotidiana puede parecernos intrascendente, pero tiene un gran valor. Es expresión de afecto y una gran fuente de motivación. Un “buenos días” sincero y atento o 30 segundos para compartir una pequeña vivencia crean grandes vínculos de relación.
Personas invisibles. En las encuestas de motivación y clima laboral aparecen de forma recurrente los problemas de comunicación entre los empleados y sus jefes. Y una de las expresiones que más se repite es la de que “parece que soy transparente para mi jefe”. Esta queja tiene relación directa con la negligencia en el uso de la comunicación diaria. La encontramos en jefes que entran sin saludar, o las primeras palabras que intercambian con un subordinado son para pedirle algo. Jefes incapaces de percatarse de la cara de cansancio de alguien o de su radiante expresión porque algo especial ha ocurrido.
La primera y fundamental misión de la comunicación diaria es reconocernos mutuamente nuestra presencia y existir para el otro como personas. El saludo, la pequeña charla, el prestar atención a la expresión del otro, hace que sienta que cuenta para nosotros, y es un elemento básico y esencial de motivación.
La empatía es esencial para nuestras relaciones. La reciente investigación neurológica sugiere que son las neuronas espejo las responsables de que seamos capaces de “ponernos en la piel del otro”, de ver el mundo a través de la perspectiva del otro.
El proceso de empatía debe empezar necesariamente por detectarse la existencia mutua. Y a este proceso contribuye de forma decisiva la comunicación diaria. Es más, podemos afirmar que es su primer y primordial objetivo. Entrar en contacto con los demás es el preludio necesario para captar gestos, sus expresiones, para saber de ellos y captar su estado emocional. La empatía empieza por no saltarse la pequeña comunicación.
Además, en la interacción humana se produce un efecto de contagio emocional. Como afirma el profesor Serrano, “las emociones saltan de una mente a otra como si nada, los sentimientos son contagiosos, más que las ideas”. La comunicación cotidiana es la plataforma ideal para “contagiar” a los demás dosis de optimismo, de energía, que contribuyan a mejorar su particular día.
GANAR UNA RELACIÓN “Es más fácil traducir nuestras acciones en sentimientos que nuestros sentimientos en acciones” (James Hunter)
Es cierto que nunca tenemos tiempo, como no menos cierto es que sabemos encontrarlo para lo que nos interesa. A veces podemos percibir como un gasto de tiempo que no nos podemos permitir el relacionarnos constantemente y a diario con los demás, pero puede resultarnos una valiosa inversión. Porque la confianza es lenta y laboriosa de tejer, y, sin embargo, una relación de confianza hace muy eficiente la comunicación y ahorra muchas explicaciones y discusiones innecesarias. En este sentido, la comunicación diaria se ha demostrado como un instrumento infalible de construcción de confianza. Lo que a priori pueda verse como una pérdida de tiempo, se recupera con creces cuando se ha creado una relación.
La comunicación diaria no es un problema de tiempo. Es un problema de hábito. Es cuestión de crear (o recuperar) el hábito. Y con él, descubrir que siempre hay tiempo para este pequeño intercambio.
Asegura el profesor Serrano que el afecto es el primer indicador de la calidad de la comunicación. Debemos proveer de afecto la comunicación diaria. Debe convertirse en la pequeña dosis matinal de cariño que a todos nos gusta recibir o la imprescindible dosis de energía con la que empezar el día.
Hay una diferencia significativa entre la expresión educada y la muestra de afecto. En este sentido, sacar la comunicación diaria del puro protocolo y darle un personal significado es esencial para que cumpla su cometido y transmita el afecto que ha de transmitir. Podemos usar las palabras para esta comunicación, pero tenemos otros poderosos recursos, como la mirada o el tacto. Regalarnos una mirada de complicidad o hacernos un regalo táctil es en muchos casos la mejor manera de comunicarnos con los demás.
¿A diario o en grandes momentos? Cuestioné recientemente a un directivo su descuido por la comunicación diaria. “No te preocupes”, me contestó. “Tengo grandes conversaciones con mi gente cuando lo necesitan y todos saben que mi despacho siempre está abierto”. Es cierto y me consta, y es una gran virtud que tiene. Pero ambas comunicaciones son complementarias y cada una de ellas cumple con una misión. Las grandes conversaciones son para los grandes temas. La pequeña comunicación es para darnos una pequeña dosis matinal de afecto, para darnos día a día la necesaria motivación. Porque a veces nos ayuda tanto este pequeño gesto diario como una larga y trascendente conversación.
Sería deseable que nadie nos pasara desapercibido. Que no tuviéramos prisa al comprar el periódico, que buscásemos con la mirada los ojos del camarero que nos sirve el café. Que todos los que se mueven a nuestro alrededor se sintieran dignos de nuestro aprecio y afecto. Y sería deseable por ellos, pero también por nosotros. Porque, como reza el aforismo, “la mano que te da una rosa siempre conserva una parte de su fragancia”.
Contagiar emoción
Libros: La trilogía de Sebastià Serrano sobre comunicación (El regalo de la comunicación, El instinto de la seducción, Los secretos de la felicidad) constituye un manual imprescindible del hábito de la buena comunicación
Para probar su comunicación diaria
1. ¿Conoce el nombre de pila de sus vecinos?
2. ¿Sabe su quiosquero su nombre?
3. ¿Conoce algún detalle personal del camarero de su bar habitual?
4. ¿Sabe en qué trabajan los padres de los compañeros de escuela de sus hijos?
5. ¿Sabe qué lee su compañero/a de trabajo?
6. ¿Ha subido a la oficina con un café de más para alguien?
7. ¿Celebra los aniversarios con los compañeros?
8. ¿Cuántas veces para cruzando la oficina hasta su despacho?
9. ¿Reconoce a las personas que comparten el transporte público cada día con usted?
10. ¿Saben en la oficina sin lugar a dudas que ha llegado o se ha marchado?
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